Jaume Cabré

"A veces no entiendo por qué la humanidad se relaciona a porrazos habiendo, como hay, tantas cosas por hacer. A veces pienso que somos malvados antes que poetas y por eso no tenemos remedio. El problema es que nadie tiene las manos limpias. Poquísimos, mejor dicho."

Jaume Cabré


"Cuando escribo una novela no sé de qué irá, y por tanto, lo que hago es aprovechar los impulsos que tengo y ver adónde me lleva todo eso. Y como mis primeros impulsos fueron los que he comentado, así es como comencé."

Jaume Cabré


"El alboroto. La agitación era tal que el teniente tuvo que despedirse porque las fuerzas del orden migradas no daban abasto. Hasta el punto de que habían pedido refuerzos a Madrid, que no tardarían nada en llegar. El señor Rigau y compañía aprovecharon para acercarse al ayuntamiento, donde los principales empresarios y el alcalde celebrarían una reunión esa misma mañana.
El frente común de los fabricantes quería proponer al ayuntamiento que interviniera en los tumultos, de manera que no fueran las fábricas las perjudicadas por la mala gestión del gobierno. Hacía un buen rato que Julià Rigau buscaba frases para dejar boquiabiertos a sus colegas. Hay que reconocer que le imponía bastante enfrentarse a ellos, porque, aunque por una parte era la víctima debido al incendio criminal, por otra sabía que aceptar el pedido del ejército había caído mal a los demás fabricantes y a lo mejor se reían de él por lo bajo. Quería reclamar energía contra toda esa gentuza, indiscriminadamente; quería exigir que se cortara de raíz todo intento de revolución, porque ya se hablaba de huelga general revolucionaria, y eso era asunto de los políticos, o tal vez incluso del ejército.
La fiebre se había originado en Barcelona y se extendía por toda Cataluña. Decían que en Barcelona habían incendiado algunos conventos, imagínate, y que mandaban a los frailes al infierno, ¡qué se han creído!, y han llamado a filas a mi hijo, y al hermano de Mercader, oye, y en todos los barrios había familias de reservistas enfadadas por la decisión tan arbitraria del gobierno; no hacía falta ir a Barcelona para ver la impotencia de la gente que había salido a la calle el domingo, y que hoy, lunes, volvía a salir enfurecida a reclamar que volvieran los familiares que se habían llevado, ¡no queremos matar moros, muera Maura! ¡Muera Linares!, y los socialistas y los radicales haciendo proclamas, pero sin mojarse el culo. ¡A la huelga, es la única solución que nos queda! Había que buscar un culpable, y bien sabía Dios que los había. ¡Muera Linares! ¡Muera quien sea! Algunos dedos señalaban una iglesia y cinco minutos después empezaba a salir un hilo de humo, ¡muera la Iglesia, mueran los curas y mueran los santos! Enseguida aprendieron a montar barricadas, ¡muera el gobierno traidor!, y ya había humo en diez o doce iglesias, y eso suponía un respiro para las fuerzas del orden, que no daban abasto desmantelando barricadas y si en Barcelona incendian, también podemos incendiar aquí, la gente estaba enardecida, un montón de reservistas, centenares de manos que nos han quitado, y los mandan a morir con los moros. ¡Maura, moro! ¡Muera Maura, traidor! Y el lunes las paredes de la ciudad amanecieron cubiertas de pintadas. Estaba muy claro que se convocaba una huelga general contra la guerra, como en Barcelona, y además, al lado de Vapor Rigau, las pintadas de letras imprecisas junto a las de la huelga general, las que decían: «Rigau hace tela para el ejército», «Rigau, traidor», «Rigau quiere la guerra», «Muera Rigau», «Muera Rigau», «Muera Rigau». Y al señor Rigau, cuando lo avisaron del incendio, se le grabaron esas pintadas en la retina y pensó que todo estaba perdido, que eran todos una pandilla de hijos de puta; había que ver quién estaba detrás de Mercader, que no era más que una marioneta... Hay mucha gente capaz de hacer eso y más; y odiaba a todo el mundo mientras se dirigía al Vapor en la tartana de su sobrino, que era quien le había dado el aviso, y que ahora decía a Soler que espabilara, que ya tenían que haber llegado, y se encontró con Gavaldà a la entrada de Vapor hablando con un bombero que gesticulaba; se podían apreciar detalles a la luz del sol, la columna de humo espeso y maloliente que se alzaba del almacén de la maldita tela, un montón de duros perdidos en el humo, si lo pillara yo al asesino ese. Y en la entrada, arrimado contra la pared, Nyicris, ese saco de pulgas que nadie se había molestado en retirar del suelo y que contemplaba las idas y venidas con los ojos abiertos, indiferente, con la inmovilidad que solo da la muerte."

Jaume Cabré
La telaraña


"Es una habitación espaciosa, de techo alto. Todas las paredes están forradas de libros. El dueño entra en la habitación y mira con desazón a todas partes, levantando la pipa, como si fuera a señalar algo con ella. Parece que ya no se acuerda de para qué entró. Seguramente para acordarse, mira la mesilla, el teléfono, el bloc de notas. Echa una ojeada general y se fija en el lomo amarillo del Manual de Inquisidores, edición de Amberes, que compró hace diez o doce años, cuando todavía vivía en paz, cuando nadie le había metido en el cuerpo el infierno de la duda con el insistente esta vez sí, esta vez sí, oye. El dueño no lo sabe, pero lo que ve es el escenario del crimen cuando todavía es solamente una extraordinaria y plácida biblioteca con libros de bibliófilo, dos incunables y otras maravillas de la imprenta. Y libros vulgares, incluso (y me duele decirlo) de bolsillo. Y yo, que soy el más antiguo de la biblioteca, aunque no lo sepa nadie. Ahora se sienta a pensar. ¿A qué viene? El teléfono. Eso: quería asegurarse de que el teléfono está bien colgado, porque a veces, cuando más se necesita... Se asegura de que el teléfono está bien colgado. Mira alrededor sin fijarse en nosotros, que le hemos acompañado toda la vida. O sea, no: el aparato estaba bien colgado. El arma con la que se cometerá el crimen reposa encima de la mesa. Es de cristal y se oculta bajo la forma de un cenicero anodino. El dueño golpea la pipa apagada contra el cenicero. Con una cerilla de madera revuelve en la cazoleta y la golpea otra vez contra el arma del crimen. Enciende la cerilla. Una nube de humo azul y oloroso. Qué confortable, si no fuera por.
El dueño tiene cincuenta y siete años. Lo sé porque los cumple hoy; hoy, precisamente. No se lo ha dicho a nadie, pero, Maria, para hacerle la pelota, para que tenga claro que a ella no se le olvidan estas cosas, le ha mandado una tarta con los dos números de cera roja y el pábilo por sombrero. El cabrón del pastelero, porque hay que ser cabrón, colocó primero el siete y después el cinco. ¿O acaso fue cosa de Maria? El dueño los cambió, indignado, sin saber que no llegaría a cumplir esa edad; tal vez sea él la víctima del cenicero. Lo sea o no, la cuestión es que no lo sabía y encendió las velas y las sopló con un sentido litúrgico muy elevado porque, aunque estaba solo, después de apagarlas, aplaudió, como se hacía siempre en su casa cuando el homenajeado apagaba las velas del paso del tiempo de un soplido, entre los fogonazos de la cámara que inmortalizaba la efemérides en una foto que se miraba con rapidez y desinterés y luego se almacenaba en la caja de zapatos de la que no volvía a salir nunca más."

Jaume Cabré Fabré
Buttubatta



 "La mirada es la base del arte."

Jaume Cabré


“Nadie es amo de los temas narrativos.”

Jaume Cabré


"Y descubrí que allí sólo mandaba mi padre. Y que mi educación dependía sólo de él. Y tomé nota mentalmente de consultar en la Britannica qué era eso de los jesuitas. Mi padre sostuvo la mirada a mi madre en silencio y ella se decidió al fin:
-¿Por qué los jesuitas? No eres creyente ni...
-Calidad de la enseñanza. Aquí sólo vale la eficacia; no tenemos más que un hijo y no nos podemos arriesgar.
A ver: sí, no tenían más que un hijo. O no; pero eso no venía al caso. Lo que estaba claro era que no se querían arriesgar y por eso soltó mi padre lo de las lenguas, que me gustó, lo reconozco.
-¿Qué dices?
-Diez lenguas.
-Nuestro hijo no es un monstruo.
-Pero puede aprenderlas.
-¿Y por qué diez?
-Porque el pater Levinski de la Gregoriana sabía nueve. Nuestro hijo tiene que superarlo.
-¿Por qué motivo?
-Porque me llamó inepto delante de toda la clase. ¡Inepto! Porquqe me había estancado con el arameo después de un curso entero con Faluba.
-No bromees: estamos hablando de la educación de nuestro hijo.
-No bromeo: estoy hablando de la educación de mi hijo.
Sé que a mi madre le molestaba mucho que mi padre dijera "mi hijo" estando ella delante, pero creí que se refería a otra cosa, porque empezó a decir que no quería que me convirtiese en un monstruo; con un desparpajo inusitado soltó ¿me oyes? No quiero que "mi" hijo acabe de monstruo de feria, obligado a superar al pater Luwowski.
-Levinski.
-El monstruo Levinski.
-Un gran teólogo y especialista en la Biblia. Un monstruo de erudición.
-No; esto hay que hablarlo con calma.
No lo entendí. Precisamente era lo que estaban haciendo: hablar de mi futuro con calma. Y yo tan tranquilo porque la puta vida no salía a relucir.
-Catalán, castellano, francés, alemán, italiano, inglés, latín, griego, arameo y ruso.
-¿Qué es eso?
-Las diez lenguas que tiene que aprender. Las tres primeras ya las sabe.
-No, el francés se lo inventa.
-Pero se defiende, se da a entender. Mi hijo puede hacer lo que se proponga. Y tiene una facilidad singular para las lenguas. Diez, va a estudiar diez."

Jaume Cabré
Yo confieso












No hay comentarios: