Joaquín Calvo Sotelo

"(Augusto le señala, en su propio rostro, la ausencia de perilla, de las cejas circunflejas.)
Augusto.- ¿Pero... y cómo no lleva..., eh?
Gómez.- Porque ése es el uniforme de ceremonia. ¡Qué chiquillada! Siempre la misma objeción. No va a andar uno a toda hora con su perilla, sus cejas y su rabito. Eso, sólo los días de gala. El uniforme corriente es éste.
(Se desabotona un poco el guante izquierdo. Don Augusto da un salto, alarmado, y se parapeta en la silla.)
Augusto.- (Entre dientes.) ¡La garra!
Gómez.- No se alarme, hombre. Dicho sea de paso, supuse que estaba solo. Vi salir a su sobrino y a su novia...Yo no sabía que era casado.
Augusto.- Si no lo soy...
Gómez.- ¡Ah!, entonces, ¿esa señora...? Oh, le ruego que me disculpe...
Augusto.- (Próximo a la confidencia, con el deseo de agradarle.) No es mi mujer... ¿entiende usted?
Gómez.- Ya, ya... ¡Qué picaroncito, Don Augusto...! ¿Y por qué no se casa? ¡Hace tan feo una situación así...!
Augusto.- (Un poco desconcertado.) Psas... ¡qué quiere usted...!
Gómez.- Piénselo, piénselo...
Augusto.- (Tímido.) ¿Pero es para decirme que legalice mi situación para lo que ha venido?
Gómez.- Oh, no..., ciertamente que no.
Augusto.- Porque... yo no lo he llamado...
Gómez.- Señor Cadaval, sea delicado conmigo y no haga que me sienta incómodo...
Augusto.- No, no, si yo...
Gómez.- De sobra sé que usted no me ha llamado. ¿Y quién me llama desde hace tres siglos? Nadie. ¡Ay, aquella Edad Media en la que uno no daba abasto...! Mañana, tarde y noche había que andar de un lado para otro. Era una delicia. Cualquier niñita de dieciséis años sabía ya sus conjuros, sus sortilegios, sus números de cábala. Había profesionales de
ese arte... Brujas, hechiceras, magos... ¡O témpora, o mores...!
Augusto.- ¿Y a qué atribuye ese cambio?
Gómez.- Mire, don Augusto, a que la gente no vive más que para el cine.
Augusto.- ¿Cree usted?
Gómez.- Y no le queda tiempo de pensar en otra cosa. Por lo que a mí se refiere (Saca una agenda de notas.), el último servicio que hice fue en 1887, el 12 de marzo. Me llamaron a base de azufre, hígados de pato y sangre de ternera lechal, que es una fórmula (Ponderativo.) a la que no me puedo negar. Desde entonces, hasta hoy...
Augusto.- Si me permitiera, yo le daría una explicación de la crisis por que está pasando.
Gómez.- Hable con toda confianza.
Augusto.- Sus tarifas.
Gómez.- No diga, Don Augusto.
Augusto.- Sí, sí. Por cualquier servicio, ¡paf!, el alma.
Gómez.- No es verdad, Don Augusto.
Augusto.- Sí, hombre, sí, que me consta. Yo he leído bastante, y no se lo digo a humo de pajas. Si hubieran tenido más consideración, si hubieran hecho tarifas especiales,
descuentos para familias, ¡quién sabe! Otro gallo les cantara... La gente se habría animado a pedirles algunas cositas: un poquito más de juventud, el amor de la reina, el cólico del rival... Pequeñeces, en suma. Pero ustedes andaban desatados: «¿Cuánto vale eso?» «¡El alma!» No, hombre, no... Tenía que venir lo que ha venido. Que ahora no los llama nadie. (Transición.) Sin embargo, yo les he visto últimamente en muchas comedias.
Gómez.- ¡Uf! He salido en muchísimas... Ya he perdido la cuenta. Pero ¿qué quiere usted? Eso no me divierte nada.
Augusto.- ¿A usted qué es lo que le gusta?
Gómez.- Mire, señor Cadaval. Sólo una cosa: el ajedrez. Oí hablar de sus triunfos, y como yo me perezco por ese juego, me decidí a visitarle.
Augusto.- Pero hombre...
Gómez.- Ande, don Augusto, sea complaciente y echemos una partidita...
Augusto.- Con guantes, claro, ya me dijo...
Gómez.- A mí me daría lo mismo sin ellos, pero es por el buen efecto, nada más...
Augusto.- Comprendo, comprendo... Escuche: y si yo juego esa partidita, ¿usted qué me da a cambio?
Gómez.- Pida usted, y veremos...
Augusto.- ¿Puedo pedir lo que me parezca?
Gómez.- Hombre... No se olvide que un Demonio provincial no tiene atribuciones excesivas. Por ejemplo... ya ha visto usted lo que ha pasado antes con Braulia, la chica, y con su señora.
Augusto.- Sí, que no le veían a usted.
Gómez.- Es porque los Demonios provinciales no estamos autorizados a presentarnos a más de una persona a la vez, ¿me entiende? Así, claro, nos movemos dentro de estrechos límites. Por ejemplo, podemos conceder dinero del país, pero divisas no... Esas sólo el Gran Diablo... Y el Instituto de Moneda. Prórrogas de vida, tan sólo por un máximo de tres años y un día, en virtud de la Ordenanza de 9 de abril de 1802.
Augusto.- Ya, ya..."

Joaquín Calvo Sotelo
El ajedrez del diablo


"Dominico.- (De rodillas, vacía su conciencia en un monólogo, dicho en un tono convulso y desordenado.) Padre, estoy preocupadísimo y por eso vengo a usted. No, por Dios, no me pregunte cuándo fue la última vez, que ni me acuerdo. Veinte, veinticinco o treinta años. ¿Que rece el Yo pecador? No sé cómo empieza ni cómo acaba. Oiga, padre, le suplico que no me ponga pegas. ¿Puedo contarle como a un amigo lo que me pasa? Si es así, continúo; si no, me voy y mala suerte. Gracias, padre. No..., no, no es nada de mujeres. Oiga, lo de ustedes es ya obsesivo. ¿Sabe lo que dice el capitán García Rojas, que es muy brutote? ¿No se enfadará? Pues dice que va a hacer campaña para que pongan el sexto mandamiento entre las obras de Misericordia. (Se ríe estrepitosamente. Como, sin duda, el comentario del padre es un poco adusto, recoge velas.) No, no he venido a darle conversación... Es que... (Confidencial, casi mimoso.) Oiga, lo del capitán no lo tome como una falta de respeto; que es una chirigota... Sí, sí, al grano. Le explicaré de qué se trata. Yo trabajo en una empresa. ¿Verdad que no necesita saber cuál es? Ya me lo suponía. Por mi parte, lo prefiero, así le hablo más a las claras. Es una empresa muy importante... No, no tanto como el I.N.I., no... Caramba, es que, perdóneme, hace usted unas comparaciones de caballo. Pero aunque no sea el I.N.I. es importante, vaya, y estoy en el departamento de contabilidad. No, si no necesita usted entender de contabilidad para entenderme a mí... Lo que le voy a explicar es muy sencillo. Resulta que en lugar de llevar una contabilidad se llevan tres... ¿Que por qué se triplica el trabajo? No, no es inútilmente... Es porque cada una es distinta a la otra. Ah, ya cae, ¿no? Entonces, en una se llama al pan pan y al vino vino, y se pone todo tal y como es, sin marrar ni un céntimo. Esa sirve para los capitostes. ¿Comprendido? Exclusivamente para ellos. Después hay otra, que es la que se enseña a los accionistas y en la que sólo se pone lo que conviene a los capitostes que se sepa. Y después, otra tercera para la Hacienda, llena de desastres. El activo que disminuye que es una pena; el pasivo que no se amortiza nunca; la cuenta de resultados, cada uno peor que el otro, y la de pérdidas y ganancias, con muchas pérdidas y ninguna ganancia. Así al accionista le metemos gato por liebre y a la Hacienda la toreamos... Un capotazo por aquí, otro capotazo por allá, sus banderitas y... hale..., la estocada hasta el morro. ¿Usted cree que eso está ni medio bien? Olé que sí, padre, que tiene usted razón, que eso es una canallada. ¿Y qué puedo hacer en vista de todo ello? Porque usted comprenderá que el problema es de aúpa. Pensando, pensando, yo encuentro cuatro salidas. Primera: hacerme el longui, achantar la mui. ¡Coserme la boca, padre! Pero si me callo, juego una mala pasada a mi conciencia y yo mismo quedo ante mis ojos en mal lugar. Segunda salida: eso tan amargo, dimitir. Y tal día hizo un año. ¡Concho! Y usted perdone. ¡Menuda salida!, pero me quedo con veinte duros por junto y a morirme de hambre tocan. Tercera salida: darles cara. Ah, no, yo tengo más temperamento que el Cid Campeador, y en realidad eso es poco decir, porque, al fin y al cabo, el Cid era sólo de caballería. Más que Napoleón, eso sí, que fue artillero como yo, y le canto las cuarenta al lucero del alba y ¡ancha es Castilla! Queda la cuarta salida, la última: denunciarles. La palabrita suena regular, lo comprendo. Y es porque se le ha hecho mal ambiente y el denunciante parece como un traidor, pero el denunciado, ¿no es el que de verdad traiciona a los demás, el que nos traiciona a todos? Ya está: les denuncio. Ahora bien, denunciarles así, sin prevenirles, sería poner en la picota a quienes, al fin y al cabo, me colocaron en su contabilidad, y yo no hago faenas a nadie. (Como iluminado por una idea repentina.) Ay, ay, que empiezo a ver claro. ¡Si confesarse es buenísimo...! Yo me voy al jefe y le digo: Lo que está pasando aquí es muy feo. Espero hasta tal fecha para que rectifiquen, y si no... (Con menos entusiasmo.) ¿Eh? ¿Qué opina usted de esa solución, de esa quinta salida? ¿Se da cuenta del berenjenal en que estoy metido? Óigame, padre, yo he visto la iglesia abierta y me he dicho: «A lo mejor me sacan de este lío...» Y eso es todo lo
que quería contarle, padre cura."

Joaquín Calvo Sotelo
El inocente



"Matilde. Y a mí, que soy tu madre, y, sintiéndolo mucho, todo menos lo que se llama una viuda rica. Con unas rentitas muy mermadas y con una pensión que..., bueno, para qué hablar... Sólo te digo que, cada vez que viene el habilitado a traerme doscientas treinta y seis pesetas con quince céntimos, como un obsequio que me hace el Estado por haber aguantado a tu padre, consulado de Tegucigalpa inclusive, veinte años, me entra una risa nerviosa tal, que he de tomar un calmante."

Joaquín Calvo Sotelo
La muralla



“Una obra teatral no es un reportaje, ni un ensayo, ni mucho menos un tratado documental. Es la historia de unos caracteres apresados en un momento de conflicto ya cómico, ya trágico o dramático.”

Joaquín Calvo Sotelo












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