Luis Carandell

"En el Museo Diocesano de la ciudad de Vich existe una estatua que verdaderamente tiene historia. Se trata de una talla del siglo XVIII que representa, por todas las apariencias, la figura de un santo aplastando al dragón de la ignorancia. Originalmente esta talla se encontraba en un convento de monjas, donde era venerada como imagen de San Pablo. Un día, hace ya años, visitó el convento el obispo Morgades, con la intención de recoger obras de arte para su museo diocesano. Le llamó la atención esta pieza y se la pidió a la madre superiora, la cual contestó sin pararse a pensar: «Se la daría muy gustosa, monseñor, pero es la imagen más venerada por la comunidad». El familiar del obispo, que le acompañaba, examinó cuidadosamente la talla y dijo al poco rato: «Es muy buena; el problema es que a quien representa realmente la talla no es a San Pablo, sino a Voltaire». La persona que me contó la historia me decía: «¿Se imagina usted los actos de desagravio, las reparaciones y novenas que debieron hacer las buenas mujeres con este motivo? ¡Ellas sí que se adelantaron al Concilio!»."

Luis Carandell
Celtiberia Show
Tomada del libro He visto cosas que no creerías de Jesús Callejo, página 261



"Esto yo lo atribuyo a que mi estilo es muy periodístico, en el sentido de que no hace falta adjetivar, no hace falta decir usted es un burro, sino que basta con decir la burrada que el burro ha dicho para que se vea que es un burro. Si además se califica, entonces parece que se quiera estar influyendo en el lector, o en el oyente o en el televidente, para que note ese aspecto. Yo he preferido siempre describir la realidad a través de lo que la misma realidad dice, sin necesidad de muchos comentarios."

Luis Carandell


"Junto a estos monasterios, y dentro de su propio territorio, existen pequeñas casas diseminadas, cedidas por los conventos a monjes solitarios que prefieren ser independientes para ejercer su ascetismo. Estas casas se llaman «skiti» y los hombres que viven en ellas son los más pobres del mundo que yo haya visto. Miserables huertos les proporcionan —no siempre— su humilde comida y si algún ingreso tienen es porque pasan sus horas pintando iconos de pésimo gusto o haciendo rosarios de madera o de granos de limón. La austeridad, o por mejor decir, la miseria en que viven, es completa. Yo he visto en las inmediaciones de Santa Ana a un rumano cuya túnica era un harapo o, por mejor decir, cuyo harapo pretendía ser una túnica, que vivía en una gruta natural de la montaña. Cuando le encontré estaba tendido en el suelo, dormitando, y al verme se puso a hacer aspavientos y a pedirme a voces un poco de pan. No muy lejos de allí encontré una cesta sostenida por una cuerda que estaba atada en otro agujero de la montaña, habitación de otro asceta. Había inventado este procedimiento para que los viajeros dejaran en su cesta comida o leña a fin de no tener que bajar al camino a pedir limosna.
Esta miseria es tan trágica que ya no es propiamente un ascetismo, sino una pereza absoluta envuelta de sentido religioso. El de la roca tenía una visión diaria, pero su cuerpo se depauperaba cada día y yo pensaba que mientras los que pasaban por el camino dejaban la leña o el pan en la cesta, él se estaba muriendo arriba de hambre y de frío.
Pero lo que es evidente en cualquier caso es que esta miseria es voluntaria. Uno de estos santones hambrientos no tendría más que acogerse como criado a un monasterio para ser decentemente alimentado. Sin embargo, no lo hace. Es un sentido de la soledad lo que le impulsa a ello. Algo muy extraño que actúa dentro de la naturaleza humana hasta límites insospechados. Habrá quien diga que no es más que la pereza la que obliga a permanecer así, en la miseria más absoluta. Habrá quien lo atribuya a una enfermiza afición al dolor, y los monjes dicen que se trata de una santidad que lo resiste todo. A las alturas en que estamos no soportamos ya fácilmente la presencia del sufrimiento. Queremos que todos sean civilizados, que todos trabajen, que todos tengan comida, vestido y casa. Si esto que veo aquí ocurriera en Suecia, el Estado ya les habría dado un sueldo. (Yo he visto en Estocolmo un violinista callejero que cobraba un sueldo del Estado). Posiblemente iría allí la policía y le construiría una «casa barata» y le pondría hasta cuarto de baño. A lo mejor estropearía la vida de aquel ser que se está muriendo en la gruta. Vaya usted a saber. Porque lo que llamamos el progreso tiene el inconveniente de no respetar lo que cada uno quiere.
¿El progreso? Athos está reñido con él. Athos entero lo repudia. La Epistasia no quiere hacer carreteras, aun cuando los americanos que visitan la península se empeñen en concederles un crédito. Entonces viene aquello de que los monjes se ponen rojos de ira y juntan las manos para decir gritando:
—Pero si nosotros no queremos carreteras; y los americanos a no entender el porqué.
—Porque no. Porque ya no sería Athos si hubiera coches, tranvías, autobuses, tiendas y grandes almacenes. Ya no pararía nadie en esta república.
Y evidentemente, Athos es la supervivencia de un estilo, de un espíritu que animó las comunidades y la forma de vida de la Alta Edad Media bizantina. En vez de querer el progreso, Athos quiere la paz, la oración, la hermandad de unos hombres con otros. Quiere, en última instancia, la frugalidad en la comida, el vestido sencillo, la carencia de espectáculos o de revistas gráficas que pretendan influir en e! ánimo de aquellos hombres. Quiere ser un oasis de paz en Europa y asegura, con sus treinta monasterios, la posibilidad de que los hombres de la civilización vayan allí a descansar de su atribulada vida.
La única tentación que los monjes no resistieron fue el teléfono. No hay electricidad pero hay teléfono. Viven con una vela, pero necesitaban el teléfono para que la policía de Karyes se comunique con la policía y la aduana de Vatopedi, el monasterio situado en la costa oriental de la península, y lugar que podría ser propicio al contrabando. En el momento de ser instalado el teléfono —que funciona a base de un grupo generador—, un monje viejo que ha pasado toda la vida en Athos quiso probar qué clase de artefacto era aquél. Cuando hubo escuchado la voz de un monje amigo de Karyes, fue presa de gran zozobra y exclamó (igual que en los cuentos antiguos). «El diablo está dentro», y empezó a temblar como un iluminado."

Luis Carandell Robusté
Viaje al monte Athos


"La España profunda ha sido un término traducido del inglés. Ellos dicen, por ejemplo, "deep Africa". Y quiere decir el Africa a la que no llegan los turistas, a la cual no se accede fácilmente, porque hay que pasar por caminos en muy mal estado. En realidad es una cosa un poco diferente de la España profunda porque en los años 60 y 70 te podías encontrar con muestras de celtiberismo en Madrid, en Barcelona, en Zaragoza tan tranquilamente. No hacía falta ir por caminos muy extraños."

Luis Carandell



"La tía Matilde se había propuesto hacer de Julio un muchacho de modales delicados y le compró un tratado de Cortesía y buen tono, un poco más amplio que el Manual de Urbanidad que estudiaba en la escuela, para que le sirviera de lectura en sus ratos libres. Y le dijo que, si alguna cosa no entendía, se lo preguntara a ella o a su primo Valentín.
Un domingo en que se hallaban juntos tía y sobrino, Julio abrió el libro y leyó un capítulo que trataba de las conversaciones:
Siendo las conversaciones agradables pláticas entre varias personas, todo cuanto en ellas se diga ha de ser digno, delicado, sencillo y, en cuanto sea posible, del agrado de todos los presentes.
El texto se refería en primer lugar a la forma de hablar:
Debe evitarse cuidadosamente la voz gangosa, pesada y monótona que hace dormir, pero igualmente se tendrá cuidado de no dar voces, de no hablar en tono áspero, duro y seco, ni tampoco con excesiva melosidad, que desagrada por lo poco natural. A toda costa hay que evitar la farfulla, que es la costumbre de hablar atropelladamente. Y se debe desterrar el uso de muletillas tales como: “Sí, bueno”; “pero, luego”; “me entiende usted”; “sabe usted”; “oiga usted”; “como yo digo”; porque denotan pobreza de lenguaje y poca claridad de ideas.
“Nunca se deben pedir las cosas”, añadía, diciendo, por ejemplo: “Deme usted esto o aquello”; “venga tal cosa”; o “páseme tal otra”. Lo correcto es decir: “Me hace usted el favor de darme…”; “hágame usted el obsequio de pasarme…”; “tendría usted la bondad de…”; “perdóneme si me atrevo a suplicarle que…”.
El libro recomendaba a los muchachos contestar siempre de forma educada al ser preguntados. No es cortés hacerlo con un movimiento de cabeza o con un “sí” o un “no” a secas. Hay que añadir a la respuesta el tratamiento que se da a la persona que nos ha preguntado: “señor”, “señora”, “padre”, “madre”. Los que interrumpen la conversación, charlan demasiado sin dejar hablar a los demás o gesticulan excesivamente cometen faltas graves de educación. Y si una persona mayor hace una pregunta general a toda la concurrencia, incluso si se trata de una cosa tan corriente como preguntar la hora, los niños han de ser los últimos en contestar, y deben hacerlo con brevedad, de la forma más discreta y educada posible. Y, en ocasiones, será mejor que se callen.
Julio preguntó a su tía Matilde:
—Pero, dime, tía, sucede a veces que uno no está de acuerdo con lo que otra persona dice. ¿Es de mala educación hacérselo saber?
—No lo es en absoluto —respondió ella—. Pero si se quiere contradecir a alguien hay que hacerlo con delicadeza y sin ofender. No se puede decir, por ejemplo: “Usted miente, no es verdad lo que usted ha dicho; lo que usted quiere es engañarme”. Se puede contradecir la opinión de la otra persona diciendo: “Usted perdone, pero…”; “yo creía que…”; “puede ser que yo esté mal informado, pero mi opinión es que…”, y otras fórmulas delicadas. Si alguien te cuenta una cosa que es evidentemente falsa, o tú sabes a ciencia cierta que miente, le puedes decir, por ejemplo: “Si una persona que no fuera usted, cuya veracidad conozco, contara esto, me costaría trabajo creerlo”.
Y añadió tía Matilde:
—Tienes que tener cuidado porque he observado que te gusta bastante discutir, y cuando no convences al otro le dices: “¡Pa usted la perra gorda!”, o frases por el estilo que son muy poco corteses y denotan rusticidad. Está muy bien que dejes claro que tú piensas de forma distinta o contraria a la de otra persona. Pero debes hacerlo siempre con buena educación. Y en las conversaciones en las que participan muchas personas es mejor no entrar en discusiones, ni decir cosas que puedan contrariar o molestar a alguno de los presentes. Por lo general, no conocemos bien a las personas que conversan con nosotros, y deberemos ser muy prudentes para que ninguna de ellas se sienta ofendida por una alusión inoportuna."

Luis Carandell
La familia Cortés


"Olvidar... lo que se puede hacer es perdonar, pero olvidar es muy peligroso porque siempre tenemos la posibilidad de volver a las cosas antiguas. Un pueblo que olvida su historia está más en peligro que uno que la tiene muy presente. Y a veces es un poco pesado que los abuelos cuenten las batallas, y los chicos jóvenes tienen tendencia a no escuchar mucho como es natural, y no tienen por qué escuchar. Cuando algún chico joven me dice "aquí no hay libertad", siempre digo "oye, yo se lo que es no tener libertad de verdad". Y en comparación con lo que yo he vivido... Ya se que la libertad no es absoluta, pero en comparación con lo que he vivido en la España de los años 50, 60 y 70, esto no es nada. Sobre esta labor didáctica, lo que pido es, a la gente mayor que lo cuente, y la gente más joven que lo escuche."

Luis Carandell




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