Alfredo Cazabán Laguna

Crepúsculo del jueves

Jueves Santo, Andalucía.
Trozo del cielo español.
Son las cinco. Pasa el día.
Muere el sol.
Sólo el crepúsculo alumbra
junto al Castillo, a la Cruz,
y es un telón de penumbra
Jabalcuz.
Y sinuosa se despliega
entre luz y oscuridad,
desde el Cerro hasta la Vega
la ciudad;
ciudad de calles que invocan
piadosas fechas lejanas...
Ciudad donde ahora no tocan
las campanas.
Sagrario en la Catedral...
En un rincón, luces suaves.
Una sombra funeral
en las naves...
Sagrario en la Concepción...
Trinos de canario... En coro
las monjas, en oración.
¡Ascua de oro!
Santa Clara... Florecido
jardín monacal... Sin galas,
el viejo templo escondido...
Sólo se escucha el ruido
de unas alas.
Sagrario en las Hermanitas...
Nota de piedad francesa.
Blancura de margaritas...
Una mesa.
Santo Domingo. Resaltan
las flores. Cuadros muy ricos.
Templo augusto. Sólo faltan
dominicos.
Las Bernardas. Allí inspira,
Castilla su fe creciente.
Un niño Jesús nos mira
dulcemente...
El Sagrario. Un incensario
gigante, de luz y aroma.
Clásico templo. El calvario
vence a Roma!
La luz del día se esfuma
y en la calle es maravilla,
a modo de negra espuma
y de tramados de pluma,
la mantilla.
¡Prenda castiza que eres
en España la que reinas!
¡Dios bendiga a las mujeres
de las peinas!
¡Mantilla y peina... el encanto
de nuestras hembras garbosas.
Yo las hallo el Jueves Santo
más hermosas.
Cuando la tarde desmaya
y se asoman las estrellas,
ellas son vida que estalla,
las andaluzas, tan bellas...
¡Qué importa que el Sol se vaya!
¡Quedan ellas!

Alfredo Cazabán Laguna


"Pepe.- (Entrando violentamente.) Mira Luisa, esto es intolerable. No puedo con esa gente. Mañana mismo pones a esa pareja de imbéciles en la puerta de la calle.
Luisa.- ¿Qué ha sucedido?
Pepe.- Una friolera. Esta tarde, al regresar a casa, les dije: "Avisarme a las ocho, que me he de vestir para ir al café a las nueve." ¿Qué dirás que han hecho? Lo de siempre. Equivocarse y avisarme a las siete para salir a las ocho. Son las ocho y cinco.
Luisa.- ¿y por qué, teniendo tan flaca memoria, no se lo avisaste a tu mujercita? La exactitud no se ha hecho para los criados.
Pepe.- Ni tú te has hecho para tener energía con la servidumbre. Eres cera virgen que a todo se amolda.
Luisa.- Mejor dirás panal de miel que todo lo endulza.
Pepe.- Una hora perdida por culpa de esos ignorantes. Una hora sin camisa floja, con cuello molesto, con traje exacto, amanerados los movimientos y ridícula la elegancia en el gabinete de mi casa, ante el numeroso auditorio de mi mujer y mi hijo... En eso llevas razón. No es igual estar en la casa que estar en la calle. Allá, en la calle, donde el mundo es libre, la fórmula social es tirana y cruel. Aquí, en la casa, donde la vida es prisionera, la libertad individual tiene todas las expansiones de la comodidad y de la franqueza. Te repito que en eso tienes razón. Las mujeres poseéis un gran instinto; mas, decís las cosas de un modo... que hay casi siempre que llevaros la contraria, vamos.
Luisa.- ¿Y por qué, Pepe de mi vida?
Pepe.- Por herencia de costumbre. Por dinastía de la autoridad. Porque el ser masculino debe ser así. Porque despreciamos, altivos, lo que la mujer nos ofrece y solicitamos, sumisos, lo que la mujer nos niega... ¡porque somos hombres! (Pausa.)
Luisa.- ¿No te vas?
Pepe.- Me quedo. Falta media hora para las nueve. Voy a besar al niño otra vez.
Luisa.- Ahora, no, no. Está muy nervioso y vas a despertarlo. Ha pasado el pobrecito mío un día muy malo. Déjale, déjale descansar. (Pepe se acerca al niño y lo contempla.)
Pepe.- ¡Qué hermoso! ¡Parece de nieve! ¿Qué soñará?
Luisa.- Si fuera hombre, soñaría en ir al café. Mi niño, cuando sea hombrecillo, irá al café con su padre. ¡No faltaba más!
Pepe.- ¿Le doy el beso?
Luisa.- Vaya, que no. Puede despertar y luego es difícil dormirlo. Y si él no duerme, yo no rezo.
Pepe.- Dices bien. Los criados son insufribles. Y este cuello...
Luisa.- También insufrible, hijo. Quítatelo. Yo te lo colocaré después.
Pepe.- (Va al espejo.) Me lo quito.
Luisa.- ¿Qué miras?
Pepe.- Miro al espejo.
Luisa.- ¡Ah! Yo creía que mirabas mi retrato que está cerca de él...
Pepe.- ¡Buena moza! Algo delgadilla estabas, pero... guapísima... guapísima...!
Luisa.- Es favor.
Pepe.- Es justicia. Nada más que justicia.
Luisa.- ¿A que no te acuerdas de la primera carta que me escribiste, pidiéndome relaciones?
Pepe.- Es claro que no. ¿Quién recuerda eso? Debió ser una carta insípida, insustancial, tonta... vamos, una chiquillada.
Luisa.- Nada de eso. Fue un documento en toda regla. Serio, grave, discreto. "

Alfredo Cazabán Laguna
El matrimonio: diálogo íntimo












No hay comentarios: