Antonella Cilento

"Creo que la sensibilidad femenina lleva a las mujeres a sentir placer con la imaginación y con toda la percepción física, mientras que normalmente el placer masculino no educado es mecánico, repetitivo, ligado solo a la satisfacción local y poco atento al éxtasis compartido. El placer masculino es uno; el de las mujeres múltiple y está diversificado."

Antonella Cilento


"Creo que muchas mujeres todavía se ponen muchos límites a sus posibilidades y, sobre todo, a menudo evitan pedir lo que de verdad desean. Lo hacen para complacer a los propios maridos o parejas, para no ser rechazadas, por temor a no ser amadas. Obviamente esto supone un gran peligro. Lisario, en su profunda naturaleza de mujer-niña, vive el placer como un juego y no se da cuenta de hasta qué punto puede ser malinterpretada hasta que Avicente Iguelmano, pésimo médico y marido a la fuerza, no empieza a considerarla como un experimento científico, impulsándose en su miedo e incomprensión del placer femenino hasta llegar al abuso y a la violencia. Pero Lisario, que no ha estado influida por ninguna falsa educación y se siente muy segura de sí misma, reacciona con ironía; se ríe siempre de quien quiere arrollarla y, al final, vence. En el fondo, es más libre que todos los hombres que gobiernan, deciden y malversan a su alrededor. En este sentido, es un personaje posfeminista, y por tanto actual, puesto que no se queja, no reivindica, pero se ríe e impone simplemente lo que es: o lo tomas o lo dejas."

Antonella Cilento



"El placer infinito es un poder infinito: la infinita capacidad de ser feliz con uno mismo y con las propias parejas, pero la felicidad da mucho miedo porque requiere concienciación, responsabilidad."

Antonella Cilento



"He pensado en el placer femenino porque deseaba reescribir el cuento de La Bella Durmiente en modo grotesco. ¿Y si por una vez no llegan príncipes azules? Al igual que sucede en la realidad, quien despierta a las mujeres -que todos los hombres prefieren un poco dormidas- es un inútil, un torpe, uno que tiene miedo del don que recibe, pues Lisario es para Avicente una oportunidad, un regalo de la naturaleza que él no sabe recibir. Desde siempre, a los hombres no les importa el placer femenino; el único que cuenta es el del hombre. La cuestión surge, por motivos médicos, solo a finales del siglo XIX con los estudios de Charcot sobre la histeria y, de hecho, se desarrolla únicamente en pleno siglo XX. Así que el respeto y el conocimiento del placer femenino es un tema muy reciente y, extrañamente, todavía hoy constituye un tabú. He visto a algún crítico en Italia sentirse cohibido y, sin embargo, en Lisario no se cuenta nada que nadie sepa."

Antonella Cilento


"He pensado en Lisario como una novela completa. En la naturaleza de la novela están presentes muchos lenguajes diversos desde los orígenes: la aventura de los amantes, la picaresca, el teatro, el erotismo, la representación del poder. Por tanto, mucha pasión, es cierto, y también la sensualidad de forma natural que forma parte de nuestra vida y de la escritura. Sin embargo, no me gustan para nada fenómenos como las Cincuenta sombras, que no considero en absoluto literatura, sino un producto de consumo sin calidad. Por otra parte, me preocupa la idea, muy antigua y superada, del masoquismo femenino como descubrimiento erótico; eran suficientes el marqués de Sade e “Historia de O” en este tema. No encuentro nada de interés; solo baja pornografía para amas de casa aburridas. Creo en la literatura como arte, no como mercancía."

Antonella Cilento



"Michael se enteró de que Jacques Colmar había salido de Roma mientras retrataba al marqués Annibaldi en su palacio. La furia que lo embargó ante la noticia que traía su ayudante le llevó a destrozar jarrones y a desgarrar cortinas y alfombras, no suyos sino del marqués, quien, como es lógico, ordenó que lo pusieran de patitas en la calle. Una grave mancha en su reputación de hombre de autocontrol perfecto e invencible cortesía que el Caballero había edificado en torno a su arte.
Luego se dirigió a la carrera a Via Margutta, a la casa que había compartido con Colmar, el Ostia, el Braghe, el Lisca, el Spagna, en la esperanza de localizar a alguno de ellos, pero la halló deshabitada, a excepción de algunos cacharros, piezas de poco valor, que también fueron víctimas de su furia destructora.
Una vez que terminó con los platos, se dejó caer al suelo —se había roto una de sus preciosas medias— llorando. Lloró tanto tiempo y tan profusamente como para fundirse en el Tíber. No le fueron ya de consuelo alguno, ni ese día ni los siguientes, sus costumbres privadas: contemplarse durante largos ratos en el espejo, en especial el bigote y las comisuras de la boca, limpiarse y limarse las uñas, siempre incrustadas de pintura, comer dulces, ponerse largas batas bordadas con flores de seda, robadas años atrás a una modelo. Por lo general, se disculpaba con Dios y consigo mismo diciéndose que era ropa cómoda y cálida.
Pero ahora, incluso después de haberse concedido todas estas inconfesables libertades, seguía soñando con Jacques. Ya había pasado por la experiencia de ser denigrado, insultado, golpeado por los hombres que deseaba, pero nunca le habían abandonado de aquella manera. Porque Michael estaba realmente convencido de que, en el fondo, Jacques lo amaba. ¿Qué podía querer decir, de lo contrario, una fuga así sino la revelación de un sentimiento inefable? Oh, sí, era justo eso: Jacques no había huido para sustraerse a sus atenciones, se había escapado por amor, porque no lo había vivido nunca y no sabía cómo gobernarlo.
La séptima noche tras la desaparición de Jacques, Michael había vaciado la casa de vino, de víveres, dados y cartas con motivos obscenos, lanzando los corazones de manzana con la primera orina por la terraza, y, como todas las mañanas desde que había cumplido cuatro años, se puso a rezar. Y fue durante la oración cuando la Virgen, largo rato implorada, se le presentó bajo la apariencia de Venus, lo que consideró de buen agüero, y le sugirió: vete, corre tras él, alcánzalo.
Y Michael hizo las maletas y se marchó a Nápoles."

Antonella Cilento
Lisario o el placer infinito de las mujeres



"Sí muchos hombres están aterrorizados de lo femenino en general, en cualquiera de sus manifestaciones: mujeres, homosexuales o transexuales."

Antonella Cilento





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