António Feliciano de Castilho

Final de la fietsa del Dios

Cuando la noche termina,
amanece la acostumbrada fiesta del dios que comparte los campos con nosotros.

Ya sea piedra áspera, oh Terminus, obsérvalo,
o tronco sin forma
enterrado en el suelo por la mano de los antiguos, siempre eres una deidad.

Para ti dos dueños, de partes opuestas,
corona y corona te ceñirán; torta y torta
te llega de aquí, de allá; como en la contienda,
allí te las ingeniaste para la patria.

Allí, la campesina impetuosa nos trae
en su cabeza rota los gusanos vivos
que ha recogido de las brasas. El buen anciano
parte la madera pequeña, la erige en forma de pirámide;
ella cavando ramas festivas en el suelo.
Ahora en cáscaras secas alimenta el fuego,
estando de pie a su lado, mientras ella sopla,
su pequeño hijo abrazando una amplia canasta.
Tres veces desde allí saca la lanza del fuego con
puñados de Ceres dorada. Toma los peines
que le presenta la hijita ,
cortados por la mitad. Otros traen
el vino; aquí todo se incendia.

Espectadores religiosos, la turba de
espectadores religiosos, atento silencio, observa.
¡ Con la sangre caliente de una oveja inmolada
que purifica con orgullo la forma informe
del vigilante común, el honrado Terminus!
y cuando, en lugar de una oveja, hay una puerca,
no temas que se acobarde. Brodium está abierto
a los buenos vecinos, con el corazón lavado,
que lo celebran con fe, que con alegría
tejen una alabanza a cada plato.
Escuché, escuché su diatriba rústica;
el panegírico pertenece al dios de la fiesta:

¡Salve, oh Santo Término, oh tú, qué
distritos extremos, ciudades, reinos! cada campo
era sin ti un campo de batalla.
Mantienes, sin ambición, incorruptible,
las haciendas en paz de las Leyes en la sombra.
Si la tierra de Thireatides hubiera existido para ti,
no habría matado a seiscientos héroes
de Argos y Esparta en el duelo fatal;
no se había leído el nombre de Otriades en
un vano trofeo de armas mentirosas,
que más sangre costó para ir a la Patria infeliz.
Júpiter capitolino para decir
que te encontró invencible, cuando cuando fue fundado
el recinto del templo, mientras los demás
para hacerle sitio se retiraban,
tú solo, que tu fama nos dice,
osa resistir, quedarte, tomar parte
en el augusto templo, y adorar con Júpiter;
y aun allí, porque nada más te hace sombra,
arriba de ti en el cielo abierto se rompe la bóveda.
En un hombre de tan dulce perseverancia,
en cualquier ligereza encontrará un arco;
contradicción en tu suicidio fuera.
Mantén, pues, siempre, oh santo centinela,
mantén siempre tu puesto, oh Terminus.
Desprecia las súplicas de su prójimo codicioso;
no le des un punto del terreno.
¡¿Ceder ante los humanos que se resisten a Júpiter?!
Ven a golpearte azada, ¿pulso arado?
proclama con voces: "Mis confines son estos;
"desde más allá, tú; desde abajo, él; ambos se alejan.
"y al restringir a ambos, protejo a ambos".
Un camino une Roma con los Laurentinos,
reino que había buscado el fugitivo Teucro;
allí, desde los mojones, el sexto en honor a
ti ve que la víctima lanuda se inmola.
Terminación, ya que aceptas nuestros cultos,
apóyanos; sostiene nuestro Imperio.
De cada pueblo se circunscribe el espacio;
los confines del globo pertenecen a Roma.

António Feliciano de Castilho


LA SOLEDAD

"La soledad tiene esto en común con el silencio y la oscuridad: asombra; y aturde a quien cae en él; pero tan pronto como el oído, desafectado por los sonidos fuertes, aprende a conversar con el mutismo; tanto es así que los ojos, no oscurecidos por las luces intensas, se ejercitan en la caza de espectros de rayos. fosforescencias indecisas, que son como los infusorios de las tinieblas, las tinieblas se han abierto en fulgor, el silencio ha revivido con diálogos, la soledad, que parecía la nada, es el teatro con su drama, es un mundo nuevo con un sistema completo de stocks imprevistos y adecuados.

¿Qué admiras? La soledad medita y la meditación crea. Los sentidos sólo pastan en lo que les ofrece la naturaleza, la fortuna, el azar: la divinidad interior, el alma, tiene un comercio inefable con lo íntimo y lo ignorado. San Juan, entre las brumas de Patmos, ve una Jerusalén celestial; en el pensamiento de Sócrates aparece el Omnipotente; en los éxtasis de Platón. reflejos de la Trinidad; en los cálculos taciturnos de Galileo, el cielo se endurece, las plantas giran: Colón hace surgir América del fondo de los mares; Leverrier, más globos en el espacio; Fulton, el hipógrafo, el pegaso del vapor, la magia, la poesía, el poder esclavo del hombre, y dominador, primero de los océanos, luego de los continentes y mañana, tal vez, del aire; la soledad melancólica da Eneida a Virgilio, muestra a Lineu el amor y el sueño de las plantas, Dante el Infierno, a Fourier el paraíso terrestre, a Newton y Laplace el código de las estrellas, a Daguerre los talentos artísticos del Sol, a Gama el camino hacia el Este, al soldado Camões el de la inmortalidad, pone la llave de la caja fuerte de las ciencias en la mano de Gutenberg, en la de Vicente de Paulo, la de la caridad, en la de Say, la de la riqueza pública, en la de Pestalozzi y Froebel, la de la escuela seria y fecunda.
....................
Arquímedes, solo con la naturaleza y su genio, descubre los medios para destruir y quemar la flota romana. Absorto en sus reflexiones creadoras, en su estudio, como en una guarida, no siente el estruendo de la ciudad, ya dominada por sus enemigos; no se despierta con la voz del soldado de Marcelo, quien, con la espada desenvainada, le ordena que lo siga; sin sentirlo, es decapitado. La gran cabeza cae, hermana entre hermanas, en medio de las esferas celestes que va diseñando. Sólo de tan extraordinaria concentración pudieron surgir sus extraordinarios inventos y descubrimientos.

Lavoisier, otro de los martirizados por el materialismo incrédulo y brutal, después de haber probado el acervo científico más opulento del mundo, condenado ingrato y ciegamente a la guillotina, ¿qué pide de los verdugos revolucionarios, sus jueces? Un retraso de quince días. ¡Solo una extensión! ¡Solo quince días! ¿Para que? Para completar obras útiles a la Humanidad, que actualmente la desconoce. Una vez que hayan terminado, ya no sentirás pena por morir. Ellos se niegan. Luego camina, sereno, poniendo una cabeza en el cadalso, quizás más grande. que la de Arquímedes, y justo el día anterior, coronada de rubia cabellera por el Liceo.

Tanta actividad fecunda, recogida por el instinto para las más sagradas penetraciones del alma, donde se conversa en éxtasis con Dios y con la naturaleza, con el Padre Omnipotente y con la hermosísima hija, nuestra hermana, es inaccesible a los mayores cataclismos externos. , a las catástrofes de Siracusa. ¡al caos providencial pero espantoso de una revolución francesa!

El hombre que nace perteneciente a la pequeña familia de este naturalista, padre de la química, y de aquel geómetra, padre de la mecánica, aun con los brazos cruzados sobre el pecho, aun con los ojos cerrados, aun durmiendo y soñando, está sirviendo de un trabajador; pero debajo de él están todavía, no menos venerables, los prestigiosos pensadores del mundo del Arte, un mundo no menos, ni quizás, en última instancia, menos útil que el de la Ciencia.

André Chénier, una especie de Lavoisier de la poesía, también convocado a la fiesta de la muerte, no son los placeres efímeros de la existencia lo que echa de menos: se golpea la frente con pasión, porque siente que estaba dentro, formándose, como en una olimpíada. cerebro, una nueva especie de musa. ¿Quién lo había revelado? Meditación solitaria, que todo lo sabe y todo lo profetiza.

¡Hermosa soledad! Eres a la sociedad lo que tus montañas son a los valles: en tus entrañas se filtran. de tus huecos brotan los poderosos y profundos genios que derramarán la fertilidad por doquier. Pero no sólo eres madre de los torrentes: una pequeña fuente entre lapas, desconocida, no se goza menos a tu favor. Sobre lo poco liberalizas los regalos, como sabes lo mucho; providente de lo inmenso, providente de lo limitado. ¡Soledad, Egeria de las almas elegidas! Soledad, buscada por Cristo, abrazada por Jocelyn, adorada por Petrarca, explorada en tus minas de oro por Zimmermann, inspirador de Volney, de Rousseau, del infante de Sagres, de todos los videntes, de todos los descubridores, de todos los inventores, de todos los bautistas ! Soledad, nido de palomas como las águilas, ¡perdóname si aún no te supe apreciar!"

António Feliciano de Castilho



“Los recuerdos son las únicas estrellas hermosas que adornan la noche de la vejez.”

António Feliciano de Castilho



Los sueños

¿Recuerdas, ingrata,
cuando te dije,
que en sueños Armia
dio paso a mis males?
Sonríe, sonrojate,
huye, jura
que mis sueños
nunca serán realidad.

Armia, esta noche,
como siempre,
lo tomé con mi nombre, lo tomé
soñando.

¿Qué eres? Eras rosada,
Suave, espinosa, Sin igual
en los rigores,
En las gracias sin igual.

Doy gracias al fado,
ya sueño con la evasión;
Ya enciende la esperanza
en mi corazón.
Juras que en los sueños
solo hay falsedades,
y las deidades
nunca juraron en vano.

António Feliciano de Castilho


LOS TRECE AÑOS

(Cantilena)

Ya tengo trece años,
que cumplí en enero:
Madrina, cásame
con Pedro Gaiteiro.

Ya soy una mujercita, ya uso
sombrero,
bailo los domingos
con los demás en el terreiro.

Ya no soy Anita,
como lo era antes;
Soy la señora Ana,
que vive en el cerro.

En las tardes ya canto,
en las ferias ya es feria, ya ningún pasajero
me da besos
.

Cuando tomo las patas
y las pongo en el arroyo,
miro todo a mi alrededor,
desde la cima de la colina.

Y solo si no veo
a nadie por el arneiro,
me baño con las patas
Al pie del sauce.

Me miro en las aguas,
carita morena,
que ama
mucho a los vaqueros.

Me miro, ojos negros
y una risa débil,
que la canción dice
que son cautiverio.

En todo, madrina,
al final
me veo muy distinta
a la que fui primero.

Ya di mi jubón ancho,
de armiño y cordero,
a la nieta
de Brás Cabaneiro,

diciendo: “Toma el
jubón, domingo,
con ojales de plata,
de armiño y cordero.

Ya me aprieta,
y para ti es un lazo;
tú juegas con los demás
y yo bailo en el patio».

Ya soy una mujercita,
ya llevo sombrero,
tengo trece años,
que me hice en enero.

Ya no soy Anita,
soy Ana del cerro;
Madrina, cásame
con Pedro Gaiteiro.

No quiero al sargento,
que es un guerrero,
con una barba muy salvaje
y una mirada altanera.

El minero es viejo,
no quiero al minero:
Trece años valen más
que todo el dinero.

Tampoco me gusta
el pobre molinero,
que vive en el molino de agua
como un preso.

Marido que quiero
con humor juguetón,
que viva para las fiestas,
que brille en el patio.

que en él asoma
pandereta co'o,
entonces
todo el lugar se revuelve.

Deje que todos se apresuren
a verlo primero
y pregunte
si todavía está soltero.

Y yo siempre con él,
peregrino y peregrino,
viviendo en una boda,
bailando al son de la pandereta.

¡Ay, vida de gustos!
¡Ay, verdadero cielo!
¡Oh Pascua florida,
que dura todo el año!

Por otro lado, madrina, te pido
de Dios:
Cásate hoy
con Pedro Gaiteiro.

António Feliciano de Castilho



Qué grandes, mis amigos

¡Qué grandes, mis amigos, no era el Pueblo del que un Poeta podía decir esto, sin temor de que el mundo, ni la posteridad, lo desmintieran!
Y también, nosotros, los portugueses, hubo un tiempo, cuando éramos menos que poco.
Oí cómo nuestro Camões lo cantaba:
Pero en tanto que ciegos, y sedientos
y de tu sangre, oh gente insana,
no faltarán cristianos atrevimientos
en esta pequeña casa Lusitana.
De África tiene marinos asientos;
es en Asia más que todas soberana;
en la cuarta parte nueva los campos labra,
y, si más mundo no hubiera llegado, ya llegaría.
Hoy estamos... en aquella Roma y éste Portugal?
Roma pereció. Portugal, si no agoniza, enferma gravemente.
Pero para Roma no hay esperanza; para nosotros hay todavía una. ¿Sabéis cuál?
Sois vosotros, vosotros mismos, vosotros únicamente, oh Labradores.

António Feliciano de Castilho









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