Calvert Casey

Chowder-bowl Rhoda en cape Cod

Sin ser tocada
Por el olvido o la angustia; ella merodea
Arriba
Sobre el aire cósmico.
Un oráculo despistado; está perdida.
La cuenta de sus siglos y sus caracoles
(espacio doble)
Respetuosa
De sus invitados narco-no-comprometidos,
Ella se anomita
Con calma moluscoide,
Y con la misma distancia
Podría desenroscar un tentáculo con perejil,
O bien
Revelar el ajo
(espacio doble)
Pero ella prefiere seguir flotando—
Hierática;
O reptar a lo largo de la pared
Y la melaza.
O contemplar
Alguna difunta turgencia—
Fascinada.
O dormitar
Transfigurada por el sudor insidioso
Que rezuma y chorrea
Por su cuello.

Calvert Casey



"En sus momentos de ternura solía invadirle un sentimiento de gratitud que se traducía en juramentos, en confesiones de una gran necesidad por ella, por su devoción, y en caricias en las que hubiera sido difícil saber dónde terminaba la gratitud y dónde comenzaba el deseo. Cerrando los ojos con fuerza para no ver la luz del sol, y para impedir que las lágrimas corrieran, Jorge deseó ardientemente que el tiempo pasara y no pasara."

Calvert Casey
La dicha



"He venido a quedarme. Nunca me marcharé. Desde este punto de observación, donde finalmente he logrado la dicha suprema, veo el mundo a través de tus ojos, oigo por tus oídos los sonidos más aterradores y los más deliciosos, saboreo todos los sabores con tu lengua, tanteo todas las formas con tus manos. ¿Qué otra cosa podría desear un hombre?
Pudiera escribir interminablemente acerca de mi paseo… Las más extrañas criaturas, mitad animal, mitad vegetales, que se abren y se cierran, degeneran y regeneran, se destripan en suicidios masivos solo para trocar sus fragmentos y reunirse segundos más tarde… Me dejo abrazar por el billón de criaturas que pululan a través de mí, que se aglomeran en el espeso jugo por el que nado en silencio. Escogí una al azar, tal vez la más atractiva, tal vez la más horrenda y dejé que me atrapara y me tragara, como un corpúsculo devorado por un glóbulo blanco. Qué infinita quietud, que paz… No hay otra palabra. La he encontrado en lo más hondo. Esto anula y borra años de exhaustiva e inútil búsqueda. Soy feliz. ¡Al fin!"

Calvert Casey



“La comprensión del pasado ha sido para mí una especie de obsesión. (...) Recuerdo a la Isla de Pinos de mi adolescencia como un lugar vago, sin límites, de cabalgatas interminables y generosa lluvia.”

Calvert Casey



"Lamer los huesos, mascar la tierna y delicada carne, desollar el escroto, vaciar la vejiga, hacer una incisión en el pene; tras haber desalojado los pulmones dejar que mi mejilla repose eternamente junto al tejido sanguinolento y descarnado de la caja torácica; desplegar los macizos músculos de las nalgas y los muslos, alimentarme de ellos, llegar a probar todas tus glándulas, estar durante semanas a dieta del fluido genital. Soy libre, completamente libre dentro de ti, por siempre libre de todas las cargas y temores. Moriré contigo, me convertiré en substancia inanimada, recorreré toda la gama de la existencia pre-orgánica y post-orgánica, y renaceré una y otra vez, un millón de veces, ad infinitium, contigo."

Calvert Casey
Piazza Morgana


"Vivía, como tantos otros millones de seres en la enorme ciudad, completamente solo en un viejo apartamento desprovisto de calefacción, que era preciso calentar con gas o con carbón, y que cada mañana amanecía helado. El edificio era uno de muchos miles construidos el siglo anterior para familias obreras. Abandonados por generaciones más prósperas en busca de albergues más modernos, los edificios venidos a menos y semidestruidos estaban ocupados por señoras inmensamente ancianas, viudas que esperaban un cheque providencial de la beneficencia pública para sobrevivir, viejos que desempeñaban funciones de sereno en alguna fábrica en espera de la muerte, pianistas sin piano, violinistas sin violín, cantantes sin voz, en cuyas paredes alguna foto amarillenta recordaba un recital olvidado, actores sin trabajo, actrices sin papel, y por la enorme masa de gentes que arribaba a la ciudad desde las ciudades del interior del país, dotadas de algún pequeño talento que les había hecho abandonar vida rutinaria y cómoda del pueblo natal y las condenaba a morir de soledad en los pequeños tabucos, saltando todas las mañanas de los lechos vacíos (o transitoriamente ocupados por algún transeúnte compasivo) para encender de prisa los quemadores de gas y desalojar el frío.

Ante la crisis universal de la vivienda, se había puesto de moda entre artistas, pseudoartistas y gente de mucha originalidad y pocos recursos, alquilar las pequeñas estancias y decorarlas caprichosamente hasta convertirlas en una curiosa mezcla de pobreza extrema y extravagancia inútil. La decoración seguía los gustos o aspiraciones, manifiestas u ocultas, de los moradores. De un corredor mugriento se pasaba a una salita adornada con primorosos espejos de marcos dorados. Un ojo surrealista contemplaba desde algún techo que filtraba la lluvia la vida tormentosa de los inquilinos de turno. Brillantes litografías de castillos franceses anunciaban que sus propietarios habían estado en Europa, y se encontraban muchas veces de vuelta. El olor a incienso que inundaba algunas noches los sucios corredores delataba las inclinaciones de los que meditaban en cuclillas, junto a las viejas cocinas siempre apagadas.

Un mundo de gentes cuya aspiración suprema era estar de vuelta de todo, vivía, pared por medio, con un mundo de rezagados del siglo anterior, que no habían estado en ninguna parte. El tiempo transcurría sosegadamente con la soledad como único elemento común, y las viejas señoras, al subir entre ahogos y disneas los pedazos de leña con que encender sus viejas estufas, notaban poca diferencia entre los pálidos rostros de una generación de inquilinos originales y los pálidos rostros de la generación siguiente."

Calvert Casey



"Vivimos rodeados de muertos, sobre los muertos, que en número inmenso nos esperan tranquilos en los cementerios del mundo, en el fondo del mar, en las capas innúmeras de la tierra que nunca volverán a ver el sol, y que posiblemente, sin que nos percatemos de ello, hay cenizas suyas en el cemento con que levantamos nuestras casas o en la taza que llevamos a la boca cada mañana; cenizas de ojos y de rostros y de manos, que permanecen junto a nosotros todo el tiempo que duran nuestras vidas y que nos rodean y están junto a nosotros y encima de nosotros. Pensé en los inmensos osarios del mundo que se convierten en polvo que el aire dispersa y nosotros respiramos, y pensé en el 4 de mayo de 1894 y en el 28 de agosto de 1903 y en un día del 328 a.C. y en todos los millones de seres humanos que vivían en ese momento y hacían el amor y desfloraban vírgenes y apuñalaban a un hermano y se masturbaban y comían y compraban miel y pensaban lo que yo estoy pensando ahora y se iban a guerras y se secaban las llagas, y de cuyas vidas no queda nada, nada, nada, ni el menor recuerdo, porque los edificios que cobijaron sus vidas ya son polvo y los papeles en que escribieron sus nombres se volatilizaron y su polvo yace bajo muchas, muchas capas de tierra que quizás una excavadora levantó ayer por la mañana, y un hombre convirtió en cemento que otro hombre colocó en el muro donde en éste instante reposan nuestras manos."

Calvert Casey
Mi tía Leocadia, el amor y el paleolítico inferior


Y este delicado balance

Y este delicado balance que el golpe,
construyó sobre intangibles
tan subrepticiamente como se logra la levitación,
y tan inevitablemente;
esta extraña red de torpeza y destreza,
este ufano estampado de precariedad
que a menudo regateará el borde del horror
por el dobladillo de los ferrotipos;
este prolongarse en el vientre del tiempo
(del tiempo silenciado hasta el húmedo palpitar en tus entrelazadas
palmas):
esta insulsa economía de desechos y deseos,
este ciego chorro de gestos y palabras,
tan inesperado
como fatales temblores repentinos en las profundidades del mar;
y este terco hurgar por una imagen
y este inútil claustro de muchos espejos que se miran;
este insostenible santuario de sonidos,
esta luz, esta oscuridad—
Será que se salvará
por algo improbable, por nacer intangible
lo cual alterará (por alguna discreta fracción)
los fanfarrones números del infinito
—para que pueda merodear
ileso y olvidado
en la exquisita transparencia del aire?

Calvert Casey













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