Dipesh Chakrabarty

"Aún cuando uno no tiene éxito, se puede generar una experiencia que cambiealas personas para siempre."

Dipesh Chakrabarty



“Si Hegel -declarado admirador de Spinoza- estuviera vivo para sondear las profundidades de nuestro sentido del presente, notaría algo que se filtra imperceptible pero inexorablemente en la conciencia histórica cotidiana de quienes consumen su dieta diaria de noticias: una conciencia del planeta y de su historia geobiológica. Esto no ocurre en todas partes al mismo ritmo, pues el mundo global sigue siendo innegablemente desigual. La pandemia actual, el auge de los regímenes autoritarios, racistas y xenófobos en todo el mundo, y los debates sobre las energías renovables, los combustibles fósiles, el cambio climático, los fenómenos meteorológicos extremos, la escasez de agua, la pérdida de biodiversidad, el Antropoceno, etc., nos indican, aunque sea vagamente, que algo va mal en nuestro planeta y que puede tener que ver con las acciones humanas. Los acontecimientos geológicos y los eventos que constituyen la historia de la vida han sido hasta ahora el dominio de expertos y especialistas. Pero ahora el planeta, por más que se intuya, está emergiendo como un asunto de amplia y profunda preocupación humana junto a nuestras aprensiones más familiares sobre el capitalismo, la injusticia y la desigualdad. La pandemia del COVID-19 es la ilustración más reciente y trágica de cómo los procesos de expansión y aceleración de la globalización pueden desencadenar cambios en la historia a mucho más largo plazo de la vida en el planeta. Este libro trata de este objeto-categoría emergente de la preocupación humana, el planeta, y de cómo afecta a nuestras historias familiares de la globalización. Este cambio conceptual se ha producido durante mi vida, y espero que se me perdone si empiezo con algunos comentarios autobiográficos.

Al llegar a la edad adulta en la inigualitaria, turbulenta e izquierdista ciudad de Calcuta en la década de 1960, crecí -como muchos otros indios de mi generación- valorando y deseando un orden social igualitario y justo. El entusiasmo de mi adolescencia encontró más tarde una expresión académica en mis primeros trabajos sobre la historia del trabajo y en mi asociación con el proyecto de Estudios Subalternos de la India, que pretendía reconocer la agencia de las personas socialmente subordinadas en la elaboración de sus propias historias. Nuestras reflexiones también se vieron profundamente influidas por el auge global de los estudios poscoloniales, de género, culturales, de minorías, indígenas y otros, que el académico australiano Kenneth Ruthven reunió a principios de la década de 1990 bajo la rúbrica de “las nuevas humanidades”.

Atrapado por los profundos cambios históricos que las corrientes arremolinadas de la globalización habían introducido en la vida ordinaria de los indios de clase media como yo, en ese momento trabajaba como historiador y teórico social en la Universidad de Melbourne. Incluso después de mi traslado a la Universidad de Chicago en 1995, seguí preocupado por las cuestiones que marcaron las luchas populares en mi juventud, cuestiones de derechos, de modernidad y libertad, y de una transición a un mundo más racional y democrático que los que había conocido. Mi libro Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical Difference: Postcolonial Thought and Historical Difference (2000 / 2008) fue un producto de estos años en los que intenté, a través de un marco poscolonial, desarrollar medios para entender lo que hacían y podían hacer las élites anticoloniales y modernizadoras de los antiguos países colonizados, trabajando a veces en los límites de los legados intelectuales europeos imperiales que inevitablemente heredaron. Esto era lo que podía aportar al debate sobre la historia del mundo que los imperios europeos, los modernizadores anticoloniales y el capital global habían creado juntos, un tema que dominó la historia y otras disciplinas interpretativas en las últimas décadas del siglo pasado y en este.

Algo ocurrió a principios de este siglo que obligó a cambiar mi propia perspectiva. En 2003, un devastador incendio forestal en el Territorio de la Capital Australiana se cobró algunas vidas humanas y las de muchos seres no humanos, destruyó cientos de casas y arrasó todos los bosques y parques que rodean la famosa “capital del monte” del país, Canberra. Estos eran lugares que había llegado a amar mientras realizaba mis estudios de doctorado allí. La sensación de duelo que provocaron estas trágicas pérdidas me hizo sentir curiosidad por la historia de estos incendios en particular y pronto, al leer sobre sus causas, trajo la noticia del cambio climático antropogénico al mundo de pensamiento humanocéntrico que solía habitar. Los científicos afirmaban que los humanos, en sus miles de millones y a través de su tecnología, se habían convertido en una fuerza geofísica capaz de cambiar, con temibles consecuencias, el sistema climático del planeta en su conjunto. También conocí la floreciente literatura científica sobre la hipótesis del Antropoceno: la propuesta de que el impacto humano en el planeta era tal que requería un cambio en la cronología geológica de la historia de la Tierra para reconocer que el planeta había cruzado los umbrales de la época del Holoceno (de unos 11.700 años de antigüedad) y había entrado en una época que merecía un nuevo nombre, el Antropoceno

La figura del humano se había duplicado, en efecto, a lo largo de mi vida. Existía (y sigue existiendo) el humano de las historias humanistas, el humano capaz de luchar por la igualdad y la justicia entre otros humanos, al tiempo que cuidaba del medio ambiente y de ciertas formas de vida no humana. Y luego estaba este otro humano, el humano como agente geológico, cuya historia no podía contarse desde puntos de vista puramente humanocéntricos (como la mayoría de las narrativas del capitalismo y la globalización). El uso de la palabra agencia en la expresión “agencia geológica” era muy diferente del concepto de “agencia” que utilizaban y habían escrito y celebrado mis historiadores-héroes de los años sesenta -E. P. Thompson, por ejemplo, o nuestro profesor Ranajit Guha-. Esta agencia no era autónoma y consciente, como en las historias sociales de Thompson o Guha, sino la de una fuerza geofísica impersonal e inconsciente, consecuencia de la actividad humana colectiva.

La idea del cambio climático antropogénico y planetario no se enfrenta a muchos desafíos académicos en la actualidad, pero la idea del Antropoceno ha sido muy debatida tanto por científicos como por estudiosos humanistas. El debate también ha convertido el término en una categoría popular y -como suele ocurrir con este tipo de debates- polisémica en las humanidades actuales. Sin embargo, independientemente de que los geólogos se pongan de acuerdo para formalizar algún día la etiqueta “Antropoceno”, los datos acumulados y analizados durante los últimos años por el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno creado por la Comisión Internacional de Estratigrafía de Londres dejan clara una cosa: la nuestra no es sólo una era global; vivimos en la cúspide de lo global y de lo que podría llamarse “lo planetario”.   Al pensar en los últimos siglos del pasado humano y en el futuro de la humanidad aún por llegar, debemos orientarnos tanto a lo que hemos llegado a llamar el globo como a una nueva entidad histórico-filosófica llamada planeta. Este último no es lo mismo que el globo, o la tierra, o el mundo, las categorías que hemos utilizado hasta ahora para organizar la historia moderna. La intensificación de la globalización capitalista y las consiguientes crisis del calentamiento global, junto con todos los debates que han asistido a los estudios de estos fenómenos, han asegurado que el planeta -o más propiamente, como lo utilizo aquí, el sistema Tierra- haya nadado en nuestro conocimiento incluso a través de los horizontes intelectuales de los estudiosos de las humanidades.

El globo terráqueo, sostengo, es una construcción humanocéntrica; el planeta, o el sistema terrestre, descentra al ser humano. La doble figura de lo humano nos obliga ahora a pensar en cómo las distintas formas de vida, la nuestra y la de los demás, pueden verse atrapadas en procesos históricos que reúnen al globo y al planeta como entidades proyectadas y como categorías teóricas, mezclando así la limitada escala temporal en la que los humanos modernos y los historiadores humanistas contemplan la historia con las inhumanamente vastas escalas temporales de la historia profunda.
(…)”

Dipesh Chakrabarty
 The Climate of History in a Planetary Age 


"Las denominadas ideas universales que los pensadores europeos produjeron durante el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración y que han influenciado en los proyectos de modernidad y modernización en todo el mundo, nunca pueden ser conceptos completamente universales y puros. (…)
Involucradas en la actividad de vivir, las palabras poseerían sobre todo una connotación directa y práctica. La palabra "Europa" nunca me preocupó en mi infancia y juventud de clase media bengalí cuando crecía en la Calcuta poscolonial. El legado de Europa - o del dominio colonial británico, pues así es como Europa entraba en nuestras vidas - estaba en todas partes: en las normas de tráfico, en las quejas de los mayores sobre la falta de sentido cívico de los indios, en los juegos de fútbol y cricket, en mi uniforme escolar, en ensayos y poemas del nacionalismo bengalí críticos con la desigualdad social, especialmente con el denominado sistema de castas, en debates explícitos e implícitos sobre el matrimonio por amor o concertado, en las sociedades literarias y los cineclubes. En la vida diaria, práctica, "Europa" no era un problema que nombrar o discutir conscientemente. Las categorías o las palabras que habíamos tomado prestadas de las historias europeas habían encontrado un nuevo hogar en nuestras prácticas. Nada había de extraño, por ejemplo, en que un amigo radical de la universidad se refiriese a alguien -pongamos por caso que fuera un posible suegro obstruccionista - como a una persona llena de actitudes "feudales", o en debatir - durante horas interminables junto a una taza de café o té en restaurantes o cafés baratos donde solíamos quedarnos más de la cuenta - sobre si los capitalistas indios eran una "burguesía nacional" o una clase "de intermediarios", instrumento del capital extranjero. Todos sabíamos, en la práctica, lo que significaban aquellas palabras sin tener que colocarlas bajo ningún tipo de microscopio analítico. Sus "significados" no viajaban más allá del entorno inmediato en el que se empleaban."

Dipesh Chakrabarty
La provincialización de Europa en la era de la globalización





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