James Clavell

"El libro de ruta era un cuaderno que contenía las observaciones detalladas de un capitán que había estado antes allí. En él se consignaban las indicaciones de la brújula magnética entre los puertos y los cabos, las puntas de tierra y los canales, los sondeos y las profundidades, y el color del agua y la naturaleza del fondo del mar. Expresaba cómo llegamos allí y cómo volvimos, los días empleados en una singladura determinada, la clase de viento y cuándo soplaba y desde dónde, las corrientes que cabía esperar y su dirección, las épocas de tormentas y los períodos de viento favorable, dónde carenar el barco y dónde abastecerse de agua, dónde había amigos y dónde había enemigos, los bajíos, los arrecifes, las mareas, los puertos, y en el mejor de los casos todo lo necesario para un viaje seguro.
Los ingleses, los holandeses y los franceses tenían libros de ruta de sus propias aguas, pero las aguas del resto del mundo sólo habían sido surcadas por marinos de Portugal y de España y estos dos países consideraban secretos todos los libros de ruta.
Pero la bondad de estos libros dependía del capitán que los había escrito, del escribiente que los había copiado, del raro impresor que los había impreso o del erudito que los había traducido. Por consiguiente, podían contener errores. Incluso errores deliberados. Un capitán nunca podía estar seguro de ellos hasta haber estado allí él mismo. Al menos una vez.
En el mar, el capitán era el jefe, el único guía, el árbitro inapelable del barco y de su tripulación. Sólo él mandaba en el alcázar."

James Clavell
Shogun



"La ventana de la cocina estaba entreabierta y Genny volvió a oír ráfagas de disparos. Más cercanas que antes. Con el viento, le llegaron los gritos, lejanos, y guturales, de las turbas: Allahlzh-u Akbarrr... Allahh-u Akbarr..., repetidos una y otra vez. Sintió un escalofrío, pareciéndole extrañamente amenazadores. Antes de que los disturbios empezaran solía encontrar tranquilizadora la llamada del muecín a la oración cinco veces al día desde los minaretes. Pero ya no sonaba igual, emitida por las gargantas del populacho.
«Ahora aborrezco este lugar —pensó—. Aborrezco las armas y aborrezco las amenazas.» Y además habían encontrado una de estas últimas en el buzón..., su segunda amenaza, pésimamente mecanografiada en una hoja de papel barato: El 1. de diciembre os dimos a ti y a tu familia un mes para abandonar nuestro país. Todavía seguís aquí. Ahora sois nuestros enemigos y lucharemos contra vosotros categóricamente. Sin firma. Casi todos los expatriados en Irán habían recibido una.
«Aborrezco las armas, aborrezco el frío y la falta de calefacción y de luz, aborrezco sus asquerosos excusados y el tener que ponerse en cuclillas como un animal, aborrezco toda esta violencia y la destrucción de algo que realmente era muy hermoso. Aborrezco estar de pie haciendo cola, ¡Malditas sean todas las colas! ¡A la mierda con el asqueroso contenido de la lata de haggis, a la mierda con esta pequeña y repugnante cocina y a la mierda con la empanada de carne! Por vida mía, no comprendo cómo puede gustarle a los hombres. ¡Es ridículo! Carne acecinada en lata mezclada con patatas hervidas, un poco de mantequilla con cebolla y leche, si la tienes y todo ello coronado con curruscos de pan, horneado luego hasta que quede muy dorado. ¡Uff! Y en cuanto a la coliflor, el olor que despide al cocerla me da verdaderas náuseas. Pero he leído que es buena para la diverculitis y cualquiera puede ver que Duncan no se encuentra tan bien como solía estarlo. Es tonto si piensa que puede engañarme. ¿Acaso lo ha conseguido con Charlie? Lo dudo.
En cuanto a Claire, ¡se ha comportado como una loca al dejar a un hombre tan bueno! Me pregunto si Charlie llegaría a enterarse de los amoríos que ella tuvo con aquel piloto de "Guerney". Supongo que no hay nada malo en ello si no te pescan..., resulta difícil cuando te dejan tanto tiempo sola y eso es lo que deseas. Pero me alegro de que quedaran como buenos amigos aunque pienso que ella era una perra egoísta.»
Se vio reflejada en el espejo. En un gesto automático, se arregló el pelo y se quedó contemplando su imagen. «¿Adónde se ha ido tu juventud? No lo sé, pero se ha esfumado. Al menos la mía, la de Duncan no, sigue siendo joven, joven para su edad..., si al menos supiera cuidar de sí mismo. ¡Maldito Gavallan! No, Andy es bueno. Me alegro de que haya vuelto a casarse con una joven tan agradable. Maureen calmará sus ímpetus y también la pequeña Electra. Por un momento, temí que se casara con esa secretaria china que tiene. ¡Uff! Andy es estupendo y también Irán lo era. Lo era. Ahora, el momento de irse ha llegado y comenzar a disfrutar de nuestro dinero. Definitivamente. Pero, ¿cómo?»
Rió en voz alta. «Y vuelta a lo mismo, Supongo.»
Abrió el horno con cuidado. El calor y el aroma le hicieron guiñar los ojos. Luego volvió a cerrarlo. «No soporto la empanada de carne», pensó irritada."

James Clavell
Torbellino


"Mac dispuso la mosquitera sobre su cama y la sujetó por debajo del colchón. Se enrolló un trapo alrededor de la frente para protegerse del sudor, y luego, sacó la cantimplora de Marlowe de su funda de fieltro, y abrió la falsa base. Separó la cubierta de la base de su propia cantimplora, y, cuidadosamente, puso una encima de otra. Dentro de cada una de ellas había un enredo de alambres, condensadores y tubos.
De la cantimplora superior extrajo con el mismo cuidado un enchufe de seis bornes con su completo de alambres y lo acopló diestramente en la cantimplora del medio, que era la de Larkin. Luego conectó otro de cuatro bornes de esta cantimplora al casquete de la última.
Sus manos temblaban y sus rodillas se estremecían, pues hacerlo a media luz, tendido sobre un codo para ocultar las cantimploras con su cuerpo, resultaba muy penoso.
La noche se enseñoreó del firmamento, empeorando la dificultad. Los mosquitos empezaron sus ataques.
Cuando las cantimploras estuvieron unidas, Mac distendió su espalda dolorida y secó sus húmedas manos. Luego cogió el auricular de su escondite en la cantimplora superior y comprobó las conexiones para asegurarse de que eran perfectas. Toda la parte alámbrica se hallaba también en la cantimplora superior. La desenroscó y comprobó que las agujas seguía bien soldadas. Una vez más secó su sudor, y, rápidamente, revisó las conexiones, pensando mientras lo hacía que, aparentemente, la radio seguía tan nueva y limpia como cuando la acabó secretamente en Java, mientras Larkin y Marlowe vigilaban, hacía dos años.
Habían necesitado seis meses para diseñarla y construirla.
Sólo pudo usar la mitad inferior de cada recipiente, pues la parte superior debía de contener agua. Así, no sólo tuvo que comprimir la radio en tres diminutas y rígidas unidades, sino que hubo de montar las unidades en envases sin fugas, y soldarlas.
Los tres habían conservado sus cantimploras durante dieciocho meses, en previsión de un día como aquél.
Mac se puso de rodillas y conectó dos agujas a los cables de la luz que pendía del techo. Entonces se aclaró la garganta.
Marlowe se levantó para comprobar que nadie estuviera cerca. Rápidamente, aflojó la bombilla y encendió el interruptor. Luego se fue otra vez al portal y montó guardia. Vio que Larkin seguía en su sitio guardando el otro lado e hizo la señal de todo despejado.
Mac dio el volumen, cogió el auricular y escuchó.
Los segundos se volvieron minutos. Marlowe, alarmado, daba vueltas alrededor de la puerta, mientras oía gemir a Mac."

James Clavell
Rey de las ratas













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