José Cesário Verde

Ahora, mi padre, después de que nuestras vidas salvaron
(Hasta entonces solo teníamos sarampión),
Tanto nos ha visto crecer entre montones de malvarrosas
¡Que ganó un gran amor por el campo!

José Cesário Verde


Contrariedades

Hoy me siento cruel, frenético exigente;
no puedo tolerar, los libros más bizarros.
¡Increíble! Ya fumé tres cajas de cigarros
consecutivamente.

Me duele la cabeza. Aguanto asfixias mudas.
¡Tanta depravación en usos y costumbres!
Amo, insensatamente, los ácidos, los filos,
los ángulos agudos.

Me siento al escritorio. Enfrente de mí vive
una infeliz sin pecho, dos pulmones enfermos;
sufre, le falta el aire, murieron sus parientes,
y plancha ropa ajena.

¡Pobre esqueleto blanco entre nevadas ropas!
¡Tan pálida! El doctor, cómo le ha preocupado.
Trabaja duro y siempre le debe a la botica,
no alcanza a mal comer…

Me vuelvo más perverso, me crezco en el castigo;
ahora yo me siento, lleno de helada saña,
la culpa es de un periódico, me rechazó hace días,
un folletín de versos.

¡Que mal humor! Rompí una muerta epopeya
al fondo del cajón ¿Qué produjo el estudio?
Tan sólo una reseña, de las que elogian todo,
ya me cerró las puertas.

La crítica siguiendo el método de Taine
la desdeña. Junté en una inmensa hoguera
muchísimos papeles inéditos. La prensa
vale un desdén solemne.

Con raras excepciones me inspira un epigrama.
Dieron las doce, en calma baja por la avenida
un Sol y un Do. Llovizna. Y ya toda la gente
se regodea en el lodo. 

Nunca le dediqué versos a la fortuna
y sí, por cortesía, a colegas y a artistas,
¡Independiente! Sólo por eso a mi los críticos
me niegan sus columnas. 

Piensan que el suscriptor habrá de abandonarlos,
si acaso tales obras y autores publicaran.
¿Arte? No les conviene, visto que sus lectores
deliran por Zaccone.

Un narrador cualquiera, disfruta honrosa fama,
obtiene su dinero, su club de seguidores,
y a mí no hay cosa más que me moleste tanto
que el escribir en prosa. 

La adulación repugna los finos sentimientos;
y raramente le hablo a nuestros escritores
y original me apuro a lanzarles exactos
estos alejandrinos. 

¿Y la tísica? En casa y con la plancha dando,
ignora que la asfixia, la combustión de brasas,
no huye del tendedero que humedece los cuartos.
Se consume en desprecio. 

¡Vive con pan y té, antes de ir a la tumba!
Se esfuma y todavía, en la tarde ya débil,
la escucho canturrear una canción muy triste
de una opereta nueva. 

Perfectamente. Voy a acabar sin agruras.
Quién sabe si después, rico y en otros climas,
conseguiré releer estas rimas ya viejas
impresas en un libro. 

En las letras conozco un campo de maniobras:
se usa el reclamo, intriga, exclamación y broma,
y esta poesía pide un editor que pague
todas las obras mías. 

Ya me pasó el coraje ¿Y entonces la vecina?
¿La pobre planchadora se acostará en ayunas?
Veo la luz en su cuarto. Ella Trabaja. Es fea.
¡Qué mundo! Miserable

José Cesário Verde


¡Manías!

El mundo, vieja escena ensangrentada,
cubierta de remiendos, picaresca;
la vida, una sucia farsa silbada,
o salvaje tragedia pintoresca. 

Conozco una persona, –hoy degradada–
que amaba a cierta dama pedantesca,
perversísima, escuálida y malvada
y llena de jactancia quijotesca. 

Odiaba los domingos muy rasposa.
Le concedía el brazo con pereza,
con dengue, con actitud recelosa,

y en sujeción canina más sumisa
él le daba su mano sin firmeza
con el libro con que ella oía misa.

José Cesário Verde








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