José Luis Castillo-Puche

"A muchos escritores como Azorín, como Luis Vives, les ha gustado escribir sobre las virtudes que, en su opinión, ensalzan más a la mujer, haciendo de ella un tipo ideal. Yo sin embargo, soy más partidario de escribir, de hablar sobre la mujer después de conocerla. No obstante, creo que puedo responder más concretamente a tu pregunta diciéndote que la belleza es una virtud que realmente admiro en ella. Pero no me refiero a una belleza exclusivamente física, la entiendo más bien como algo abstracto, como un don. Una mujer bella para un hombre -solo uno-, capaz de poder ayudarle en todo momento, encauzarle, compartir su trabajo, sus dificultades,... inspirarle. ¡Cuantos artistas, músicos, pintores, escritores han realizado sus obras más grandes cuando esa belleza, ese carisma especial de una mujer determinada ha inspirado su fantasía, su genio! Una mujer que sabe estar en todas partes, siempre, ya con una palabra cariñosa, ya con una sonrisa amable. Es así como yo entiendo la belleza femenina, la virtud que más admiro."

José Luis Castillo-Puche



"Al cabo de media hora sonó el timbre del teléfono y se abrió la ventanilla de golpe. Cada billete lo despachaba el empleado con un estruendo terrible. Parecía todavía medio dormido y el malhumor lo dominaba.
Pitó el tren, ya cercano, y todos los de la cola se pusieron nerviosos.
—No pasa nada —gritó el empleado de la ventanilla—. Nadie se va a quedar en tierra. Lo que debían de hacer es llevar calderilla preparada.
Juana y Frasquito no montaron hasta que el tren estuvo bien quieto. Los que venían del pueblo vecino venían amodorrados, como bestias enfermas. Ninguno se movía.
Las campanas del pueblo dieron las seis y las de la parroquia empezaron su repiqueo hondo, lento y lúgubre. La campana de la estación dio el aviso. Después de unos cuantos traqueteos hacia adelante y hacia atrás, el trenecillo pequeño y fantasmal se puso en marcha. Era el suyo un movimiento rítmico, como el de los sacristanes cuando rezan monótonamente el Rosario.
El vagón estaba helado. Por debajo de los asientos se colaba el frío, agarrotando los pies. El viento que chocaba contra las temblequeantes ventanillas sollozaba penosamente.
Los pájaros que se levantaban de los surcos parecían asustados y se paraban torpemente en las desnudas ramas de los árboles, como buscando un refugio protector. Había muy pocos árboles.
Era un paisaje seco, resquebrajado, doliente.
La tierra estaba como cortada en franjas y planos. Unas franjas eran rojizas, como desperdicios de una matanza colosal. Había trozos amarillos que parecían pellejos secos, acartonados. También había planos superpuestos de piedras redondas muy pequeñas, como si se estuviera amontonando una cosecha de maldición. Los cuervos volaban por encima del tren pesadamente.
A ratos el tren cruzaba tierras de viñedos y olivares y en los rastrojos crecían higueras y almendros. El tren no marchaba en línea recta. Se retorcía, por entre colinas pardas y montecillos pelados. De tarde en tarde se divisaba en el horizonte algún carro o algún rebaño de cabras. Las mulas ponían las orejas tiesas y los perros salían ladrando detrás del vagón de cola en cuya torreta se veía la silueta abrigada de un hombre."

José Luis Castillo-Puche
Hicieron partes


"Salimos de casa a eso de las cuatro. Era, creo, el mes de noviembre y el sol calentaba poco, más bien nada. Lloré y pataleé porque no quise ponerme medias, y aquella tarde me salí de una vez para siempre con la mía. En la calle de San Antonio, en la esquina de Pepe Penas, nos encontramos con Fulgencio, que iba acompañado, como siempre, de una chiquituja pecosa, de pelo rubio y ensortijado. Fulgencio era ciego, y aunque se conocía el pueblo mejor que el pregonero, caminaba siempre con la mano apoyada en el débil cuellecillo de la niña. La mano de Fulgencio no sólo era hermosa, como decían mi hermana y sus amigas, sino que además era un portento de arte. Tocaba el violín, el armonium, escribía con un punzón y hasta estaba fabricando por aquellos días una especie de mortero que soltaba unos truenos morrocotudos. Hécula entera admiraba a Fulgencio y muchos empezaban a creer que era un verdadero genio. Lo que le quitaba fama y aclamación en los últimos tiempos era que fuese tan religioso, porque así, los "ateos", que eran miles, rebajaban sus méritos. Para los de derechas, en cambio, Fulgencio era una especie de San Ignacio. ¡Cómo cantaba él, con la mano puesta en su bastón, aquello de "escúchalo, escúchalo, Satanás, y en tu rencor furibundo!..." Y es que Fulgencio tenía una frente ancha y dulce, una barba espesa y negra que daba gusto verla hasta sin afeitar y una boca infantil que sonreía siempre extrañamente. Su carne tenía ese color marfileño que uno se imagina que tienen que tener los santos vivos, de verdad. Y el velo blanquecino que cubría sus pupilas no parecía nada horrendo, sino algo así como un humo de invierno cubriendo delicadamente la choza de un pobre."

José Luis Castillo-Puche
Con la muerte al hombro


“Soy un hombre controvertido. No estoy totalmente de acuerdo conmigo mismo.”

José Luis Castillo-Puche


"Yo escribo desde siempre, porque esto es como un vicio y una enfermedad total. Escribo porque no he tenido más remedio desde el principio, es como una especie de expansión, de liberalización mía, personal, de mi espíritu. Creo que ello es necesario, vital; si no hubiera escrito no sé lo que habría hecho. Yo he tenido épocas de estudio, de inmersión, de problemas importantes de mi vida profesional y universitaria, incluso he sufrido fenómenos como la guerra. Pero todo, creo que lo he vivido no como un actor ficticio, sino como un hombre que lo que quiere es dar testimonio de su tiempo y de lo que pasa. Soy un hombre que va a remolque de los acontecimientos que le ha tocado vivir. Por lo tanto, soy un cronista inmediato de mí mismo ante los hechos que me ha tocado presenciar en la vida. Desde que ya tengo una mayoría de edad, en el sentido de independencia y de libertad propia, de independencia de lo que es posible de juicio, he escrito y he escondido lo que he escrito, o sigo escribiendo pensando que lo que escribo ahora algún día tiene que salir. Siempre de rechazo de lo que estoy viviendo en la actualidad, pero con una carga, con un peso, con un lastre inevitable de mi vida entera, sobre todo de mi niñez, de mi adolescencia y mi juventud. Todos los recuerdos se confunden, se amontonan, entonces, tomo los problemas que estoy viviendo como escritor para identificarme y transformarlos, sublimarlos y revivirlos de una manera totalmente imaginaria al mismo tiempo aunque parezca una contradicción real.
Estoy dando, siendo testigo de mi propia vida por muchos caminos, por la vía de la verdad, -como diríamos, de lo autobiográfico de algún modo- pero teniendo la vida de la creación totalmente repensada y resoñada, en un punto en el cuál yo mismo fuera un ser de muchas vidas, de muchas vidas posibles, imaginadas y fantaseadas. En todas esas situaciones yo me coloco en las vividas y en las soñadas, voy dando salida a ese mundo interior que muchas veces es un mundo de pesadillas, de gozo y de desquite, de ensueño, de revelar algo que no ha sido lo que no ha sido la realidad."

José Luis Castillo-Puche


“Yo no he tenido nunca muchos defensores, lo que sí he tenido son perseguidores.”

José Luis Castillo-Puche


"Yo soy un hombre que se identifica con la época que me ha tocado vivir, me siento identificado con mi tiempo, no me siento ajeno a los problemas del hombre y de la sociedad actual. Todos los escritores forman una lección, la lección del escritor; y es que cada uno saca lo que tiene que sacar, de un modo intuitivo, cada uno hereda de una forma inconsciente, se apodera de lo que le nutre y le da el resorte para poder hacer su obra. La obra se hace también de una manera instintiva, pesa sobre ella, no un autor, sino muchos autores, no solamente los propios, sino autores mas lejanos y remotos, aunque no sean de nuestra misma lengua."

José Luis Castillo-Puche










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