Marc Cholodenko

"Salió de la habitación. Sus tacones resonaron en el pasillo. El ruido se detuvo. Debía de estar ante la puerta de la alcoba. Prosiguió su marcha. El ruido cesó de nuevo. Se abrió una puerta. Supuse que era la del cuarto de baño y el ruido de los tacones sobre las baldosas me lo confirmó. Pero no oí que la puerta se cerrara.
Con un esfuerzo extraordinario, conseguí salir de mi inmovilidad y dominar los movimientos de mis piernas lo suficiente como para caminar con pasos tan ligeros como me fue posible. Mi corazón, que palpitaba enloquecido, aumentó el ritmo de sus latidos cuando llegué al pasillo y comprobé que no me había equivocado. No había cerrado por completo la puerta y, si podía acercarme bastante sin que me oyera, podría verla sin ser visto en el espejo fijado en la parte interna de la puerta. Pero como quedaba muy poco espacio entre la pared y la puerta, tenía que acercarme hasta tocar el marco con el hombro.
Avancé con tal lentitud que pronto se me hizo evidente la inutilidad de mi empeño: cuando llegara se habría desnudado ya y todo lo que lograría sería dejarme sorprender como un niño. Sin embargo, contra toda razón, perseveré esperando que, en cualquier momento, la puerta se abriese de par en par. Me pareció que los latidos de mi corazón bastarían para revelar mi presencia. El parqué rechinó varias veces bajo mis pies. Por fin llegué a mi meta. Más muerto que vivo, me arriesgué a lanzar una ojeada al espejo. Todavía estaba vestida. ¿Qué habría hecho hasta entonces? ¿Había cambiado de opinión? ¿A qué estaba esperando? Me daba la espalda. Se dio la vuelta, su mirada rozó el espejo. Cerré los ojos de miedo. Estaba tan cerca de ella, me costaba tanto dominar el ritmo de mi respiración, que me parecía un milagro que no estuviera ya ante mí. Por fin, abrí de nuevo los ojos. La blancura de su piel me emocionó hasta el punto de que, por un breve instante, no conseguí distinguir sus formas. Ante mis ojos sólo había aquella luz deslumbrante, cruzada en su centro por la negrura: su blusa estaba en el suelo, iba en sujetador. El movimiento que realizó al llevarse los brazos a la espalda para desabrochar su falda hizo que sus pechos se hincharan por encima del sujetador. La falda cayó al suelo con un ruido blando y sedoso. Vi, en primer lugar, la franja negra de sus medias que le rodeaba la cintura y, debajo, negro sobre negro, las bragas. Permaneció inmóvil, erguida sobre su falda, y sus manos subieron por su espalda, comprimiendo los pechos en su funda negra hasta el punto de que parecían a punto de estallar. Y, de pronto, la presión del tejido cedió, y tanto deseaba ver, que no vi realmente el instante preciso en el que estuvieron libres y desnudos, como si emprendieran el vuelo. Seguí con la mirada la lenta caída del sujetador a lo largo de sus brazos, de modo que sólo vi el final de aquel movimiento perfecto con el que apenas los rozó con la mano. Era como si quisiera, a la vez, consolarlos por su cautividad, asegurarles su libertad, agradecerles que fueran tan hermosos y reanudar, en su reencontrada desnudez, su alianza con ellos."

Marc Cholodenko
La iniciación de Vivant Lanon



"Es un mundo que no podemos describir, que podemos vivir. Además, lo hago por eso. No escribo para otra cosa que no sea vivir en este mundo." 

Marc Cholodenko


"La mejor manera de sufrir la fatalidad que se condena a ocuparse sin tregua en relatos de costumbres y peripecias que en una historia que acabaría sobre la marcha y colmaría el espacio sin poder ser un lugar propio sigue siendo frecuentar los vestigios dejados por los esfuerzos que personas más incansables y no menos desgraciadas han hecho para conjurarlo, sin seguir sus pasos."

Marc Cholodenko
























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