Michael Chabon

"Cuando pienso en las diferencias entre una novela y unas memorias pienso en lo que hace un mago en el escenario. Cuando vas a ver a un mago estás dispuesto a ser engañado, sabes que un ramo de flores no se puede transformar en un conejo, sabes que te están engañando y quieres que te engañen, das tu consentimiento para ser engañado. Ahí radica su belleza. Y eso solo ocurre con la novela. Para mí, las memorias solo consiguen su máximo poder en la medida en que están dispuestas a reconocer su parte de ficción."

Michael Chabon


"Cuando trabajo y el trabajo va bien no tengo la menor idea de dónde vienen las palabras, pero vienen de alguna parte, y realmente tengo la sensación de que alguien me las dicta. No soy una persona mística, estoy convencido de que cualquiera que sea este fenómeno tiene que ver con el funcionamiento de mi cerebro, pero en mi experiencia personal todo esto tiene unas características casi sobrenaturales. Me siento, me pongo a teclear en el ordenador y no tengo la menor idea de cómo o por qué las palabras toman vida. No es necesariamente que oiga una pequeña voz, pero, y no estoy usando una metáfora, mientras leo lo que escribo oigo una voz que está pronunciando las palabras a medida que las leo. Mis experiencias de lector y de escritor son muy similares, y de hecho lo que hago mientras escribo es leer con los dedos. Hay una voz que habla y yo voy escribiendo las palabras que pronuncia."

Michael Chabon


"El problema, a decir verdad, era precisamente que me ocurría todo lo contrario. Tenía demasiado material sobre el que escribir: demasiados edificios imponentes y miserables que construir, calles a las que dar un nombre y campanarios que hacer repicar; demasiados personajes que hacer emerger de la tierra como flores cuyos pétalos arrancaba de los complejos y frágiles órganos interiores; demasiados atroces secretos genéticos y crematísticos que desenterrar, enterrar de nuevo y volver a desenterrar; demasiados divorcios que conceder, herederos que desheredar, citas que concertar, cartas que desviar hacia manos malignas, inocentes criaturas que enviar a la muerte víctimas de fiebres reumáticas, mujeres a las que dejar insatisfechas y desesperadas, hombres a los que arrastrar hasta el adulterio y el robo, fuegos que encender en el corazón de viejas mansiones. La novela narraba la historia de una familia y para entonces constaba ya de dos mil seiscientas once páginas, cada una de ellas revisada y reescrita media docena de veces. Y a pesar de los años que llevaba en ello y de las ingentes cantidades de palabras utilizadas para plasmar los excéntricos devaneos de mis personajes, éstos todavía no habían llegado a su cénit. Me encontraba todavía lejos del final.
—Ya la he terminado —dije—. Bueno, prácticamente la he terminado. Ahora estoy..., ya sabes, dándole pequeños retoques.
—Estupendo. Esperaba poder echarle un vistazo en algún momento durante el fin de semana. ¡Oh, creo que allí viene otra! —Señaló una pequeña maleta con un estampado rojo a cuadros, también cubierta con un envoltorio de plástico, que avanzaba hacia nosotros en la cinta transportadora—. ¿Crees que será posible?
Recogí la segunda maleta —que era más bien un bolso con forma de achaparrada medialuna y goznes en los costados— y la deposité en el suelo junto a la primera.
—No lo sé —respondí—. Mira lo que le pasó a Joe Fahey.
—Sí, se hizo famoso —dijo Crabtree—. Con su cuarto libro.
John José Fahey, otro escritor auténtico al que conocí, sólo escribió cuatro novelas: Noticias tristes, Melancólico, Aplausos y despedidas y Ocho sólidos años luz de plomo. Joe y yo nos hicimos amigos durante el semestre que pasé como profesor invitado, hacía casi doce años, en una universidad de Tennessee, donde él coordinaba los cursos de escritura creativa. Cuando lo conocí, Joe era un escritor disciplinado, con un admirable talento para la digresión narrativa, que se vanagloriaba de haber heredado de su madre mexicana, y muy escasos hábitos malos o ingobernables. Era un tipo extremadamente cortés y a sus treinta y dos años tenía el cabello cano por completo. Tras el moderado éxito de su tercera novela, sus editores le dieron un adelanto de 125.000 dólares para estimularle a que les escribiese la cuarta. Su primera tentativa abortó casi de inmediato. Se lanzó bravamente a una segunda, a la que se dedicó durante un par de años hasta que llegó a la conclusión que era una pura mierda y lo dejó correr."

Michael Chabon
Chicos prodigiosos


"En cuanto a Arthur, el comienzo de julio le acarreó dos exámenes finales de cursos de verano y un feo brote de sarna, enfermedad ésta que, aparte del herpes, era el peor de los males venéreos imaginables en aquella época. La sarna lo mantenía la mayor parte del tiempo encerrado en su casa, estudiando y envuelto en olor a pomada Kwell. Yo no sentía impulso alguno por comprometerme más con una parte de mi vida que con otra. Phlox (quien se me había adelantado en la sospecha de que ella y Arthur se estaban volviendo inconciliables, y a quien acaso Arthur no le había gustado nunca —pues, como de hecho confesara ella misma una vez, «A mí los hombres nunca me gustan; o los amo o los detesto») y Arthur, por cierto, echaron a perder la única noche que los cinco salimos juntos, no sin antes haber destruido el mediodía que la precedió.
Una vez más, la velada se inició para mí con una visión obtenida a través del escaparate de Libros Acera. Unos quince minutos antes de la hora convenida para que fuesen a recogerme, Phlox, Arthur, Cleveland y Jane pasaron frente a la tienda y, si bien yo les vi, tardé un rato en reconocerles. Iban de a dos. Primero apareció el par de mujeres, una de ellas extrañamente ataviada con una acumulación de ropas de tres o cuatro eras distintas, hablando y examinando el brazalete de la otra, que llevaba una falda a rayas color caramelo y un suéter amarillo brillante. Los cabellos de ambas ondeaban al viento como cortas bufandas, y los rostros parecían cínicos y alegres. Detrás iban los dos hombres, uno con una negra cabeza leonina y botas negras, el otro con botas blancas de baloncesto, sonrojados y saludables ambos bajo el sol y sosteniendo cada uno su cigarrillo de distinta forma: el más fornido con una negligente soltura, el delgado filosa, bruscamente, como si el pitillo fuera una herramienta verbal. ¡Dios mío!, pensé yo en un instante vertiginoso, antes de que me saludaran con la mano. ¿Quién es esa gente tan bella?"

Michael Chabon
Los misterios de Pittsburgh


"Hay mentiras honestas y mentiras deshonestas. Las del primer tipo son arte. Las del segundo, maldad."

Michael Chabon



"He aquí una historia de soluciones imposibles a problemas irresolubles. Will Eisner, en conversación.
Fue un sueño larvario —un sueño de evasión fabulosa— el que finalmente había llevado a Josef Kavalier a través de Asia y del Pacífico y hasta el camastro de su primo en Ocean Avenue.
Tan pronto como el ejército alemán ocupó Praga, en ciertos ambientes se empezó a hablar de poner a salvo el famoso Gólem de la ciudad, el autómata milagroso del rabino Loew, enviándolo al exilio. Con los nazis llegaron los rumores acerca de confiscaciones, expropiaciones y saqueos, sobre todo de objetos sagrados de los judíos. El gran miedo de sus guardianes secretos era que el Gólem fuera embalado y enviado para adornar algún Institut o colección privada de Berlín o Munich. Un par de jóvenes alemanes de mirada taimada y voz susurrante habían pasado casi dos días deambulando con cuadernos por la Vieja Nueva Sinagoga, en cuyos aleros la leyenda situaba al paladín largo tiempo aletargado del gueto. Los dos jóvenes alemanes habían asegurado que eran académicos, que estaban allí por interés personal y no tenían vínculos oficiales con el Reichsprotektorat, pero nadie los creyó. Se rumoreaba que ciertos altos cargos del partido en Berlín eran estudiantes ávidos de teosofía y de las llamadas ciencias ocultas. Parecía cuestión de tiempo que descubrieran al Gólem en su ataúd gigante de madera de pino, durmiendo su letargo sin sueños, y lo robaran.
En el círculo de sus guardianes había cierta resistencia a la idea de enviar al Gólem al extranjero, ni aunque fuera para protegerlo. Algunos decían que como se había formado originalmente con el barro del río Moldava, podía sufrir cierta degradación física si lo alejaban de su clima nativo. Los que tenían inclinaciones historicistas —y que, como todos los historiadores del mundo, se atribuían con orgullo la perspectiva más juiciosa— argumentaban que el Gólem ya había sobrevivido a muchos siglos de invasiones, calamidades, guerras y pogromos sin ser descubierto ni desplazado, y se manifestaban contrarios a reaccionar de forma precipitada ante una simple mala racha más para los judíos de Bohemia. Incluso había unos cuantos en el círculo que, cuando se les presionaba, admitían que no querían enviar lejos al Gólem porque interiormente no habían renunciado a la esperanza infantil de que el gran enemigo de quienes odiaban a los judíos y los acusaban falsamente de crímenes pudiera ser revivido en un momento de extrema necesidad para luchar de nuevo. Al final, sin embargo, la votación se decantó a favor de enviar el Gólem a un lugar seguro, preferiblemente a un país neutral que no estuviera metido en la contienda y donde hubiera población de judíos."

Michael Chabon
Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay



"La memoria es una herramienta de la imaginación, un instrumento para hacer ficción. Una herramienta en la que no podemos confiar. Porque cuando escribes unas memorias, cuando miras atrás y ves la vida que has vivido, lo que haces es buscar patrones: ¿Cuándo empezó todo? ¿Cuándo empezó a ir todo mal? ¿Cuándo me di cuenta de que iba a ser escritor? Puede ser un auténtico intento de ver un patrón, un patrón auténtico, pero eso no existe, el patrón es algo que la inteligencia humana impone sobre el caos del universo. El simple hecho de ver un patrón en nuestra experiencia es un acto de ficción."

Michael Chabon



"No, no siento realmente que la ficción esté perdiendo valor. Pero me irrita personalmente el valor agregado que la gente –los lectores, los editores– están dispuestos a dar a un trabajo cuando se promociona como "no ficción". Lo que me molesta e incluso me enoja es el inmerecido valor que se otorga a algo que es supuestamente un trabajo de no ficción o unas memorias, solo por el hecho de serlo."

Michael Chabon











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