Alberto Conejero

"Aristóteles dice que hay algo bueno en el solo hecho de estar vivo. Es una afirmación aparentemente sencilla, pero radical. Nada de lo que está vivo se protege de su propia pérdida, no se puede vivir la vida sin asumir que la estamos agotando a cada instante. Pero esa intensidad puede ser serena, dichosa, sin estruendo."

Alberto Conejero


“El teatro es uno de los pocos espacios en los que aún nos reunimos como comunidad poética.”

Alberto Conejero



"Hay unos versos de la poeta Hanni Ossott que dicen “soy la casa / sus sombras / sus dolores”.  Y estos otros de Erika Martínez que dan cuenta de la historia que puede encerrar cada casa: “aquí hubo un establo / sobre el que se construyó una iglesia / sobre la que se construyó fábrica / sobre la que se construyó un cementerio / sobre el que se construyó un edificio”.  Estos días en que las fronteras de nuestra vida han coincidido prácticamente con el perímetro de nuestras casas, hemos tenido tiempo de pensarlas, de pensarnos en ellas; de remontar las decisiones que nos han llevado hasta sus techos; de interrogarnos sobre quién vivió allí antes que nosotros, con quién las compartimos o quién respira  al otro lado de nuestras paredes; hemos leído sobre los millones de personas que viven solos, hemos dirigido la mirada a los que llamamos “sintecho”; recuerdo cuando de pequeños jugábamos a perseguirnos y había un lugar en el que estabas a salvo y gritabas “¡casa!” o cuando las construíamos con los embalajes que encontrábamos por ahí. Decimos “casa” y esa palabra abre círculos concéntricos en nuestra memoria. Las casas con sus fantasmas, las casas con su chubesqui de afecto o con su intemperie de metro cuadrado, las casas a las que ya no podremos volver, las que fueron derruidas…"

Alberto Conejero


Si descubres un incendio (La Bella Varsovia)

Ahora voy a contarte lo que el olvido alumbra.
Ahora que estás de nuevo solo, no importa en qué brazos,
y como peregrinos disciplinados marchan los días
uno tras otro a ninguna parte.

Suceden noches. También sucedes tú con ellas.
No hay otro cuerpo al cabo de lo oscuro.
El viento del insomnio
gira inmisericorde en remolinos
detrás de las cortinas.
Si cierras los ojos nada aparece.
Tampoco lo contrario.

Quizás todo adiós es festín de ceniza,
el gesto inútil de un animal que muere
y deja caer su sombra, apenas huérfana,
en el cauce apresurado
del olvido.

¿De qué sirve ya mentirnos, sostenernos
contra qué, estorbar el olvido? Porque ahora
están aquí, atravesadas en la garganta, hueso
de la derrota: las palabras. Las que deja el amor
cuando el amor se acaba.

Dejaste en los techos pequeños nidos.
Como un souvenir que se compadece
-pues aún ridículo alberga el recuerdo,
y quién sabe ya qué ni por qué fuimos,
y si alguna vez de verdad nos amamos
o creímos amarnos y eso bastaba-
todas las noches los nidos cuento:
obstinada materia ya sin vida de los
días en que el amor estuvo
y nosotros con él en esta casa

Y luego ya en la casa
nuestra tristeza toda,
los días que vivimos

en un rincón se ahogan.
Y ya el amor se rinde
-porque es de amor la norma-.
Fantasma de sí mismo
así nos abandona

Que te llamabas Juan acaso ya no importa.
Y digo "llamabas" porque obviamente no te
[acuerdas
de quién soy yo ni por qué todavía.

Pero en noches como esta aún forcejeo
ridículo con nuestra historia.
(y digo "nuestra historia" por no decir "mi historia"
cuando no mejor callarme)

Y es verdad, demasiadas
veces demasiados cuerpos
que son naufragio,
demasiados los náufragos
que van dejando;
demasiado el engaño
demasiado el botín del desencanto,
demasiado, amigo, ya demasiado.

Alberto Conejero










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