Alfonso Danvila

"Continuamente enferma, vivía siempre en casa de una parienta, y de una familia numerosísima, que no hablaba de otra cosa que de su matrimonio y de la necesidad de que aprovechara cualquier partido que se presentase para realizarlo, chocaban a cada paso los sentimientos de unos y otros produciendo escenas en que, si los parientes decían a Luisa cuanto pensaban acerca de su manera de ser, recordando lo desairado de su posición, tampoco la muchacha se mordía la lengua para repetir a gritos a su familia que estaba en edad de hacer lo que le diera la gana y que no le parecía bien el venderse descaradamente, porque aún no se encontraba bastante vieja para perder la esperanza de conseguir otra cosa.
Lo malo era que, a pesar de aquellas bravatas, de sobra comprendía Lully que tenían razón en el fondo sus allegados, pues de nada sirve a una mujer pobre todo su ingenio si no gana una posición en la sociedad por medio de un marido, y muchas veces, después de sostener animada disputa con su madre y sus tías, se quedaba triste y silenciosa pensando en el porvenir que tan oscuro se presentaba ante sus ojos, o bien, cuando las palabras del sermón habían sido demasiado duras, se encerraba en su cuarto y, una vez sola, se tapaba la boca hasta casi ahogarse para impedir que se oyeran los sollozos y quejidos que tan materiales argumentos arrancaban a su dignidad.
En ocasiones, estuvo a punto de complacer a todo el mundo, uniéndose con alguien que quisiera dar su mano y su fortuna a cambio de una mujer guapa y una grandeza de España; pero al llegar el momento de los compromisos, vacilaba su sinceridad y terminaba por desengañar al pretendiente, usando de las palabras más delicadas y de las formas más corteses.
Apenas realizado esto, lo sentía con toda su alma, al experimentar nuevos disgustos y nuevos apuros en su casa, por lo cual no hacía otra cosa sino formar planes de que al primer hombre un poco presentable que le dijera cuatro chicoleos, le haría dueño absoluto de su persona."

Alfonso Danvila
Lully Arjona



"Pero todos aquellos regocijos se vieron muy pronto turbados por la indisposición de la Reina, a quien una disposición hereditaria de la casa de Saboya, agravada por la consumación del matrimonio a los trece años y medio, arrancó a las nacientes esperanzas de una felicidad conquistada a duras penas. Ya en 1710 escribía María Luisa a Luis XIV pidiéndole permiso para trasladarse a Bagnéres con objeto de tomar las aguas; pero inconsciente aún del peligro que la amenazaba, acompañaba el proyecto a la idea de un viaje triunfal a Versalles para abrazar a su glorioso abuelo.
La enfermedad, sin embargo, minaba lentamente la naturaleza de la Soberana, que para disimular los defectos que algunos tumores producían en su cuello, inventaba la moda de un rebocillo hábilmente colocado, que pronto se hacía popular. El embarazo del Infante D. Fernando aceleró la muerte de su madre. Aunque el nuevo Príncipe nació, según el Marqués de San Felipe, tan sano y robusto como si saliera de unas entrañas de ningún mal infectas y el parto se verificó sin gran trabajo, la Reina quedó mucho más débil y con calentura continua; accidente que hacía desesperar de su salud aun a los médicos más lisonjeros.
Al poco tiempo del nacimiento de D. Fernando se vio obligada su augusta madre a retirarse a su cuarto, y en enero de 1714 se cumplieron los seis meses en que, según los principios médicos de la época, no se le había permitido respirar aire puro ni abrir las ventanas de su cámara.
El alma de la Reina se sentiría probablemente triste y abatida; pero fiel hasta el último momento a sus deberes de Soberana, ni prescindió de sus obligaciones que la etiqueta o la política le señalaban, ni siquiera mostró ante los suyos desaliento o flaqueza."

Alfonso Danvila
Fernando VI y Doña Bárbara de Braganza


"(Se ve a Vicenta, Mercedes que sale furiosa por la puerta de la izquierda y detrás de ella Eduardo, igualmente indignado).
Mercedes. ¡Ea, mi paciencia se agotó! Estoy harta, harta, hasta el pelo, y no quiero aguantarte más, ni pasar por idiota. ¡Hola, mamá! Me alegro mucho de que hayas venido.
Eduardo. También yo celebro verte, porque llegas a tiempo.
Vicenta. Pero...
Mercedes. No, no, déjame contar lo que... ¡Figúrate que ya no puedo soportar!
Eduardo. Si el que no puede soportar tanta estupidez soy yo...
Mercedes. Calcula que sobre todas las que me ha hecho últimamente, y después de pegármela con quien le da la gana...
Eduardo. No seas tonta, di que tengo un serrallo.
Mercedes. Pretende ahora llevar el cinismo hasta pasearme sus conquistas por delante de las narices. ¡Y como ya no le basta con mis amigas!...
Eduardo. Valiente colección de fachas. En cuanto alguna mejore, riñe con ella.
Mercedes. Pues ahora se dedica el niño a...
Eduardo. (Cogiendo á Vicenta por un brazo.) No hagas caso, está loca, loca.
Mercedes. (idemíd.) Escúchame, que para eso eres mi madre.
Eduardo. Tu hija vive en las nubes. No sabe lo que es la vida.
Mercedes. La vida que desconozco es la que tú quieres llevar.
(Conforme hablan, van aproximándose, teniendo en medio a Vicenta, como si fueran a arañarse.)
Eduardo. Pues bien te gusta, a pesar de tanto aspaviento, y bien tomas tu partido para consolarte.
Mercedes. ¡Hombre, sólo falta que digas que me dedico a escandalizar a Madrid!"

Alfonso Danvila
Nina la loca










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