David Constantine

¿Cómo nos recibirán los ángeles?

¿Cómo nos recibirán los ángeles?
Quizá sea más fácil recibir a los muertos tranquilos,
cabeza por delante, brazos cruzados contra el pecho, sonriendo
como si este tiempo hubiese sido sólo la antesala a un destino final.
¿Cómo recibirán los ángeles a los bondadosos
que entran pies por delante, boca abajo, sus manos
extendidas, negras de mugre en su morada terrenal?

David Constantine



“Cuánto silencio en aquella casa por las noches, cuánto silencio en todas las demás casitas que la rodeaban y que albergaban en su interior a los ancianos y a los viejos solos o todavía en pareja que se iban a dormir temprano, se despertaban y, desvelados, pensaban en el pasado.”

David Constantine
En otro país


Dijo al pez dorado que no duraría una sola noche…

Dijo a un pez dorado que no duraría una noche más
escondió sus ojos bajo el ceño fruncido
y salió fuera al aire libre y montó su bici
girando y girando, girando y girando

Pero de nada le sirvió y regresó indemne
dirigiéndose a su dormitorio y a su reserva secreta de chocolate
pero su madre entró en su ceño y lo detuvo
hasta que él permitió que viera sus ojos y ése fue el final.

Tanto dolor en un niño que no cumple aún los cinco años
ellos ya lo saben todo y sospechan el resto
ellos están más allá del consuelo
ellos observan, lo han visto suscrito y lo han presenciado

que todas los seres vivientes tienen algo en común:
mueren. Seres tan complejos y variados
como un gusano, una golondrina, un gato, un escorpión de agua
los recién nacidos y los adultos, todos, todos nosotros,

morimos. Así, cuando el hijo se hizo pozo en sus brazos
y las aguas del dolor que están bajo la tierra abrieron paso
al pez dorado ella estaba inconsolable
lamentando que su dolor era correcto, justo, verdadero.

David Constantine


Espejo, ventana

Antes del amanecer la ventana es un espejo negro
en donde nada es visible salvo yo mismo
mirándome. Estamos uno frente al otro. Él
sabe tan bien como yo lo que estoy tramando y
lo que siente mi corazón. No es que él sea despiadado,
es que no puede ayudarme. Yo a él, sí.
Si miro hacia otro lado podría liberarlo
de la posibilidad de verme desde fuera.
Yo no, yo observo, él observa. Es obvio
que ni él ni yo somos buenos el uno para el otro.
Confío en que desparezca con el canto del gallo
como siempre ha hecho y que afuera haya otro mundo
tierra, mar y aire y demás criaturas
y me volveré invisible para mí mismo
frente a una ventana mirando agradecido hacia el exterior.

David Constantine



"Max estaba trabajando. Dibujaba huesos con un lápiz muy fino. Era capaz de dedicar una noche entera a un par de vértebras de oveja, o a la mecánica de su pierna y su articulación. A la calavera, a los sinuosos ringorrangos donde encajaban los segmentos, al alojamiento de los globos oculares, los dientes y la espina dorsal, a las cámaras, pasajes, apartamentos, la vivienda entera, podía dedicar con facilidad un mes de noches silenciosas. Aprendía la forma y el encaje precisos de estos componentes, pero también su textura exterior e interior, sanos y con los agujeritos y el delicado nido de abeja y las filigranas de la descomposición, limpios como una patena o manchados de turba, helechos, malas hierbas. Casi todas sus salidas de la casa eran para buscar huesos o cosas así. En la playa recogía zarpas y caparazones resecos y las carcasas irregulares y puntiagudas de los erizos de mar. Más inquieto en verano, a las tres o cuatro de la madrugada, bajo la rara luz poblada de aves gritonas e insomnes, salía por ahí a hurgar, cruzaba el camino estrecho y pálido y se internaba en el páramo sin senderos de piedra malva, turba negra, toda la gama de verdes cenagosos y aguas blancas y torrentosas. Allá arriba encontraba cornamentas, algunas todavía sangrando por la base donde se habían separado de la cabeza viva, otras abandonadas hacía años, encogidas por la corrosión. Encontraba guijarros de cuarzo, como globos oculares fosilizados, y líquenes, que son la forma más seca y menos amplia de vida. Allá arriba las raíces de los antiguos pinos de Caledonia relucían en las aguas doradas de los tremedales como estrellas de mar gigantescas. Esas eran las maderas que le gustaban: duras y pálidas como huesos. En especial, había un río que, pese a su nombre gaélico, él llamaba río Hueso. Corriente arriba había quedado encajado un cuerpo muerto y, a lo largo de los meses, el agua, asistida por unos cuantos cuervos, se había llevado todo el peso y el olor y la carnal sustancialidad, y así desarticulado, el animal viajó río abajo y Max lo reunió por piezas para su trabajo.
Una vez encontró el cráneo de un caballo, regresó con él debajo del brazo, entró en la casa dormida, cruzó la sala y subió a su lugar de trabajo, y ahí mismo, hasta que las niñas se despertaron y tuvo que irse a la cama, se dedicó a dibujar su hallazgo, tan largo, grande, intrincado y fascinante como lo eran los animales enteros.
En invierno apenas salía de excursión, se quedaba en su cuarto de arriba y la luna muerta pero brillante lo alumbraba a través de la claraboya.
Trabajaba sentado en un taburete alto frente a una mesa de dibujo inclinada, y con abrazaderas sujetaba los huesos en el ángulo deseado, los iluminaba a su antojo y los trasladaba al papel con tanta exactitud como su ojo y su mano y la fina punta del lápiz le permitían. Y una vez reproducidos con exactitud en infinidad de hojas blancas, componía los cuadros que eran su especialidad a partir de ellas, en colores que apenas eran colores, utilizando pinceles a veces tan finos como el extremo de un nervio. Tomaba los huesos, observados con precisión, como su base y su material real, y de ellos sacaba abstracciones frías y hermosas."

David Constantine
En otro país






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