Enrique Congrains

"Al cumplir los diecisiete años, el mes anterior, Maruja reconoció que para el futuro merecía algo superior a lo usual en los últimos cinco o seis años, y se propuso darle un tono más elevado al amor, justificándolo sólo por intermedio de un sentimiento sincero o por la revelación de un nuevo sentido para la vida.
Sin embargo, esto tampoco pudo llevarse a cabo, pues no habiendo ninguno de esos requisitos o posibilidades en aquellos muchachos u hombres que conocía, clausuraba la única vía por la que daba escape a la pesadumbre y hastío.
Pero como su comportamiento no fue el que ella pensaba, y como entonces cesó la única armonía que obtuviera en sus diecisiete años, Maruja tuvo que elegir entre el perfecto vínculo de sus ideas con sus actos, o la perfecta supresión de sus ideas, dejando exento de responsabilidad cualquier desempeño suyo."

Enrique Congrains Martin
No una sino muchas muertes



"Cómpreme este libro, del que soy autor. Pase un rato divertido y ayude a la literatura peruana."

Enrique Congrains



"Creo en el poder de las ideas. En el potencial, lamentablemente menospreciado, de la formación autodidáctica. Y en la absoluta igualdad de todos los seres humanos."

Enrique Congrains



"Habían llegado al lugar. Tras el portón se veía un patio más o menos grande. Puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.
-Ven, entra -le ordenó Pedro.
Estaban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas y algunos chicos como ellos, dos mujeres y un hombre, estaban seleccionando lo que deseaban comprar. Pedro se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a revisarlas.
-Paga. Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.
-Paga -repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo que controlaba la venta.
-¿Es justo una libra?
-Sí. Justo. Diez revistas a un sol cada una... Oprimió el billete con desesperación. Pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.
-Vamos -dijo Jalándolo. Se instalaron en la Plaza San Martín, y alinearon las diez revistas en uno de los muros que circundan el jardín. Revistas. Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:
-Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?
-Sí, ya sé.
-¿Ves ese cine? -preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la esquina. Esteban asintió. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame un pan con Jamón y tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa. ¿Ya Esteban?
-Ya. Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.
-Deme un pan con jamón -pidió a la muchacha que atendía. Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el mostrador.
-Vale un sol veinte -advirtió la muchacha.
-¡Un sol veinte! -devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se decidió:
-Deme un sol de galletas, entonces. Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó Junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba? Más tarde, cuando regresara junto al cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, esperó a que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya Pedro no estaba en ese lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada. Ni Pedro, ni revistas, ni quince soles, ni… ¿Cómo había podido perderse o desorientarse? Pero. ¿No era ahí donde habían estado vendiendo revistas? ¿Era o no era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras."

Enrique Congrains
El niño junto al cielo


"No bebo ni fumo. Mi mayor vicio y uno de mis mayores placeres es la lectura. En ese sentido, soy un lector voraz."

Enrique Congrains



"No mantengo vínculo alguno con ninguna organización de izquierda. Simpatías sí, que es algo totalmente diferente. Pero quienes llevarán al Perú por caminos más igualitarios, es decir, más humanos, son personas que en este momento están aprendiendo a gatear o que están cursando los primeros años de la educación básica."

Enrique Congrains



"Si los lectores prefieren que hable con un lenguaje muy actual, diré: el grueso de la clase A está conformado por descendientes de europeos; y el grueso de la clase C y D está conformado por los que llegaron a estas tierras hace diez o quince mil años. Los descendientes de los peruanos que inventaron los andenes y los puquios, de los que domesticaron los camélidos, y la papa, ellos, absurdamente, son los "perdedores" desde hace cinco siglos. Contra esa aberrante injusticia me sublevo, aunque sea una sublevación personal, y hasta puramente retórica."

Enrique Congrains



"Yo no me considero un hombre de izquierda. Yo soy un hombre de izquierda. Me siento plenamente orgulloso de ser un peruano de izquierda. Para mí ser de derecha, entre muchas otras posturas, es aceptar las consecuencias de la guerra que España libró, circa 1530, contra nuestro país. Guerra que mi país, desgraciadamente, perdió. Y mi país sufrió una derrota tan aplastante (gracias a la pólvora, gracias a los perros carniceros, gracias al hierro y al caballo, gracias a miles de indígenas centroamericanos que trajeron como carne de cañón, y gracias también a la religión), de modo que los vencidos de entonces, a través de sus actuales descendientes, siguen siendo, como me hubiera aceptado José María Arguedas, "los peruanos de abajo"."

Enrique Congrains















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