Evan S. Connell

"En un esfuerzo por adivinar el significado del universo, he viajado, analizado fábulas, amado una o dos veces y leído 64.138 libros. Pero esto quiere decir que he tenido muy poco tiempo para pensar. Confundo, pues, lo verdadero y lo falso, equiparo curiosidad e importancia y tomo el conocimiento por sabiduría. Tanto peor.

Si te molestan o exasperan mis seudónimos, actitudes y elaborados disfraces, recuerda que esto ha sido un testimonio privado, hecho con pormenores anómalos y un toque de vulgaridad. Y como somos humanos, nacidos, en mayor o menor grado, de experiencias similares, me encuentro tan parecido a ti que me paro a maravillarme de esa coincidencia. ¿Sientes tú lo mismo?

Bien, amigo mío, tanto si contestas como si no, hemos acumulado una gran cantidad de pensamientos y sucesos dignos de clasificación. Imagínate que hacemos constar primero –porque esta ha sido la peor noche de un año muy malo— a esos soldados de los Estados Unidos en Vietnam cuyos rasgos definió El Bosco hace cinco siglos. Pongámoslos debajo del os gobernantes responsable, cuyos nombres no deberían ser olvidados: Johnson, Rush, McNamara, Bundy, Rostow, Nixon, Laird, etc.
….

Por favor, no dejes de consignar cómo se ve la vida humana por un teleidoscopio, la magnitud de Sirio, el irresoluble problema que los areopagitas soslayaron, los juegos de los monarcas y sus sueño monacales, la latit…, ah, pero tu buen criterio debería bastar. Estas solo eran alguna cosas que yo anotaría. Lo demás lo dejo a tu favorable juicio y me someto a ello con toda consider…

Cetera desunt.

El resto de ha perdido."

Evan S. Connell
Puntos para una rosa de los vientos




“He visto comparecer un universo:
meteoros, prodigios, agravios funerales (…) deseos. Contra mi voluntad, cuando llegue el momento,
cederé mi palco en el teatro.”

Evan S. Connell
Puntos para una rosa de los vientos


"Permíteme empezar esta historia, como todos los mitos verdaderos,
con la afirmación de que nunca he conocido a mis padres.
Y, a continuación, permíteme que me describa. Mis facciones,
excepto cuando me siento animado, expresan indolencia y desidia.
Suelo mantener abierta la boca, de labios húmedos y sensuales,
porque tengo problemas para respirar por la nariz.
Los ojillos, marrones, miran hacia adentro. Como puedes suponer,
me paso los días solo, por no hablar de las noches.
¿Sabes quién soy?

Puede que un profesor de teatro clásico me criticara
por dirigirme a ti con tanta confianza, y quizá señalase que
el poeta ha de fingir que habla consigo mismo
o con otro. Pero estoy harto de trucos manidos.

Escucha. He decidido irme de viaje. Me voy a Padua
como Nicolás Copérnico, para estudiar la cosmografía de Aquellini;
como Andrés Vesalio, para visitar a los maestros de la anatomía;
como Alberto Durero a Florencia. Cuento con volver
menos ignorante, y estás invitado a acompañarme.
¿Qué dices, pues? Ven conmigo. Viajemos juntos.
Dios, nuestro soberano, tiene el deber de proteger a Sus vasallos;
pero, con o sin Él, iremos de aquí para allá
por caminos polvorientos y elegiremos el conocimiento
como punto de partida. Mezclando hechos y tradiciones,
interpretando la experiencia según su propósito moral,
adoptaremos el método de nuestros predecesores medievales.
Pero no lo olvides: los que peregrinan
rara vez se convierten en santos. ¿Entiendes?

Mira. Mi tío está diseñando una catedral,
aunque no se la haya encargado ninguna iglesia.
Cuando le preguntan quién pagará los materiales,
no responde, porque, bajo su punto de vista,
el mundo visible no es sino reflejo
de un incomprensible orden espiritual.
¿Está claro?

Lo diré de otra forma. Cito al gobernador de Bitinia,
Plinio el Joven, cuando le escribe, incómodo, a Trajano
para pedirle consejo sobre cómo negociar con los cristianos.
Nunca he participado en interrogatorios…
Así empieza, y el resto de la carta da cuenta
de su angustia y su perplejidad. Trajano responde
mayestáticamente que los cristianos deben ser castigados,
aunque no cree que hayan de ser perseguidos,
lo cual significa que no los considera una amenaza.
Cuántas cosas no ven los emperadores.

Clement Attlee fue el primer ministro británico
que convino con el presidente Truman
en aniquilar Hiroshima. Sin embargo, 16 años después
Attlee escribió: En aquel entonces, no sabíamos nada en absoluto
de los efectos genéticos de una explosión atómica.
Yo no tenía ni idea de la lluvia radioactivani de nada de lo demás…
Pero H. J. Muller había ganado el Premio Nobel en 1927
por sus estudios sobre los efectos genéticos de la radiación.
¿No será que nos gobierna una camarilla de individuos tan informados
como los pastores de Palestina?

Los biólogos que descubrieron estroncio radioactivo en las quemaduras
de los animales expuestos a las pruebas nucleares de Nevada
entendieron muy bien que el estroncio emprende una siniestra búsqueda
del hueso; pero su investigación era secreta,
clasificada bajo el nombre en clave de «Operación Sol Radiante»
y las unidades de estroncio se identificaban con la denominación «unidades
[de sol radiante».
¿Comprendes ahora de lo que quiero decir?

Mira. Los residuos radioactivos duran
miles de años. Mucha de esa basura
—nadie sabe cuánta— está enterrada en zonas
llamadas granjas. Quizá a ti no te importa que te engañen,
pero yo lo lamento amargamente. El odio me alimenta.

Caballeros, nos han inform…

Echan sapos por la boca;
les asoman serpientes por la nariz.

Frost tiene razón: condenados a carreras rotas,
hemos de soportar ser incompletos. Aunque
la desobediencia nos abre alguna alternativa. Tú eliges.

Esta leyenda, inscrita con letras de oro en la torre
de la puerta verde de Kaliningrado, puede guiarte:
Vultus fortunæ variatur imagine lunæ:
Crescit, decrescit, constans persistere nescit.
Significa que el rostro de la fortuna cambia,
y que no sabe permanecer constante.

En las ruinas del pasado se deposita un polvo fino, amigo mío;
nadie conoce el porvenir.

Mi madre solía decirme que tenía un extraño
aire de ensueño, que me volvía indiferente al futuro.
Tenía razón, por supuesto. Pero, como escribió Virgilio,
cada uno se siente atraído por su propio placer.

Mi hermano, con la afabilidad natural del genio,
permite graciosamente que los niños se le suban a la espalda
y que los tontos se aprovechen de su inteligencia. Yo,
menos dotado, no soporto ni lo uno ni lo otro. Como Sócrates,
mi hermano lleva las discusiones hasta sus últimas consecuencias.
Hermoso, iluminado por la sabiduría y la bondad,
me recuerda al hijo de Odín, Balder —al que se consideraba
un ser perfecto—, por su reticencia
a concluir nada. O al músico Ives,
que dedicó años a una intrincada sinfonía
que no pensaba acabar. Trahit sua quemque…

Probablemente te des cuenta de que las ideas se mezclan,
igual que las galaxias se atraviesan unas a otras,
y de que los hombres perspicaces conciben analogías osadas,
como una marea celestial. Te pondré un ejemplo.
Escucha. Nadie niega que la araña teja su tela
con el veneno de su ser ni que el buen vino se escancie
en vasos feos.

Aquí va otro. Los etíopes son sarracenos negros;
a Gengis Kan lo mató un trueno.

Un enjambre de abejas vigila el Danubio; en Damasco,
las cabezas ensangrentadas de los cristianos se apilan
en la plaza del mercado: hay más que sandías.
Lo cual me recuerda al feroz Ricardo Corazón de León,
que partió una barra de hierro por la mitad
para demostrarle a Saladino lo afilado de su espada.
Entonces el musulmán probó lo tajante de la suya
lanzando un cojín al aire y cortándolo con la cimitarra
sin hacer el menor ruido. Era previsible, desde luego,
porque los astrónomos árabes ya calculaban
la precesión equinoccial y el ángulo de los eclipses
cuando los europeos aún creían en un cielo
ornado por cabras, toros, cangrejos y peces.

Mi hijo opina que me obsesionan litigios olvidados.
He intentado explicarle que el amor por la Antigüedad,
en sí mismo, no es la razón, ni tampoco el engreimiento,
ni un sentimiento de condescendencia, sino el deseo
de desentrañar el comportamiento del Hombre —cómo ha llegado
a ser lo que es— y de seguir su arduo descenso,
por espesuras innumerables, hasta el presente.
Me gustaría que volviéramos a descubrirnos en nuestro primer gozo
y nuestro primer dolor, en nuestro asombro y nuestro afán creativo,
en nuestro éxito y nuestro más absoluto fracaso, y en todo lo demás.
No creo que me hayas entendido. Tanto peor.
Quizá me alcance o quizá no.
No esperaré a nadie."

Evan S. Connell
Puntos para una rosa de los vientos



"Se ha calculado
que la Humanidad tiene dieciocho días de edad,
basándose en el supuesto de que los seres humanos
existen desde hace un millón de años,
y que la Tierra puede ser habitable dos mil millones más.
Un bebé que tiene dieciocho días
llorará cuando sea hambriento o con dolor,
y es capaz de seguir una luz brillante con sus ojos."

Evan S. Connell




"¡Violencia! ¡Violencia! Acababa de salir de la oficina cuando vi un hombre arrollado por un taxi. De accidente, nada.
El taxista le vio cuando empezaba a cruzar la calle, estoy seguro, y sé que tuvo tiempo de frenar. Pero ¿qué hizo?
¡Aprovechar la oportunidad para vengarse! ¿Cuántos de nosotros no haríamos lo mismo? Pues sí. Cuando llega el momento, en ese instante en que podemos elegir entre odiar o amar, sin medias tintas, ¿acaso lo dudamos? La respuesta está clara. Ya que nos humillan un día sí y otro también, ¿por qué no aprovechar para desquitarnos? ¿Qué nos lo impide?
En fin, que más vale no pensarlo. Mejor trabajar y punto. Sin meterse en líos. Además, ¿quién sabe si el Amor existe de verdad? Puede que el Odio sea la única realidad. Quien busca, encuentra. Puede que sí. Yo llevo mucho tiempo buscando algo que se parezca al amor, ¿y con qué me he encontrado? Venganza a machamartillo, sin parar, con la regularidad de un metrónomo, eso es lo que me he encontrado. Así que ahora sólo pido que me dejen en paz. Estoy dispuesto a cumplir con mi trabajo; lo demás me interesa poco, porque no tengo demasiadas ilusiones.
¡Bravo! ¡Bravo por Earl Summerfield! Es todo un hombre. Sí, llega a casa unos minutos antes que tu mujer, corretea por el apartamento agitando los brazos y gritando, mírate en el espejo y sonríe, haz un par de gestos soeces y entonces, en cuanto oigas que el ascensor se para, agarra el periódico, siéntate y relaja las facciones para que, cuando entre, Bianca vea siempre al marido que espera ver. Bravo, Earl, así se hace, eres todo un hombre.
En fin, puede que me juzgue con demasiada severidad. Tampoco creo que el resto de los hombres sea mucho mejor. Unos cuantos puede que sí, pero la mayoría estamos muertos de miedo. Nos aterra quedarnos sin trabajo, tener problemas con el banco de turno o que alguien nos ponga en ridículo. Las que lo hacen suelen ser mujeres. Si alguna nos mira con mala cara, nos quedamos tiesos como un fletán muerto. Y tampoco es que yo sea más cobarde que la media, ni mucho menos, y si no fuera por Bianca, a estas alturas ya sería alguien. Pero ella lo ha estropeado todo. Vete a saber dónde estaría yo ahora mismo. El caso es que ella lo sabe. Supongo que le produce cierto placer."

Evan S. Connell o Evan Shelby Connell Jr. 
El diario de un violador







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