Federico De Roberto

"A los hombres no les sucede excepto lo que quieren que les suceda; no en el sentido de que podamos influir en el curso de los acontecimientos externos de manera muy eficaz; sino porque tenemos una influencia omnipotente en lo que estos eventos se convierten dentro de nosotros."

Federico De Roberto



"Amar, y reconocer las faltas de quien amamos; odiar, y reconocer los méritos de aquellos a quienes odiamos, es algo muy raro bajo el cielo."

Federico De Roberto



"Así como la fe es negada, burlada, tildada de superstición, mientras la idea divina está siendo desterrada, los hombres, más que nunca necesitados de comprender el gran misterio, celebran ritos locos. La religión muere, pero nace el ocultismo, el satanismo, el magismo, el espiritismo."

Federico De Roberto



"Cada uno se compadece y calma el dolor de los demás temiendo uno similar para sí mismo, y esperando que otros lo calmen."

Federico De Roberto



"El alma que llora ve desesperadamente la alegría que se esconde en la soledad o en el silencio más impenetrable."

Federico De Roberto


"El artista se siente solo. Singular y aristocrático, vive incómodo en medio de una sociedad democrática y uniforme. Se siente odiado por ella como inútil, como orgulloso; y la desprecia. Por lo tanto, sus obras no están dirigidas a la mayoría, sino a los pocos iniciados."

Federico De Roberto



"El elogio hace cosquillas y la negligencia humilla. ¿Es esto un síntoma patológico, o no es más bien el juego natural de las pasiones, la ley eterna de la naturaleza humana?"

Federico De Roberto


"En la razón no hay amor, mientras que hay mucho en la sabiduría."

Federico De Roberto



"Estar seguro de uno mismo es infinitamente preferible a ser tímido; pero la verdadera y digna seguridad del hombre no es la que depende de la ceguera mental o moral, o de la presunción; sino la que viene de la timidez superada y vencida."

Federico De Roberto


"La historia es una repetición monótona; los hombres han sido, son y serán siempre los mismos."

Federico De Roberto



"La impresión que sintiera al verla por primera vez había sido tan fuerte, que de pronto no había podido darse cuenta de toda su hermosura. ¿Consistía su mayor seducción acaso en la gracia lánguida y casi vacilante de su cuerpo alto y delgado, o en la pureza de las líneas del gracioso rostro, de la frente tersa como si fuera obra de un escultor, coronada por copiosos cabellos negros que le descendían en dos bandas por las sienes y la daban un parecido con la Virgen o en la dolorosa dulzura de la mirada en la expresión profunda de un alma ansiosa?
Una contemplación más atenta le había hecho comprender después que todos esos detalles juntos formaban el evento de su persona; pero entonces también había visto que aquella belleza no era durable. Había días, había horas, en que la flacura de las mejillas parecía demasiado grande: todas las líneas del rostro se alteraban, como próximas a desfigurarse; la tez, no iluminada en esos momentos por la llama interior, se ponía: lívida la mirada aparecía velada y casi ciega.
Pero esos repentinos apagamientos que no parecían más que las declaraciones de una belleza demasiado grande y casi fuera de lo humano, le habían hecho temblar de miedo a él, pues le revelaban la amenaza que pendía sobre la vida de su amada. El sentimiento de admiración que ese ser encantador despertaba por doquier en los momentos de su máximo esplendor, se tornaba entonces en solícita compasión; y la que embargaba el corazón de Vérod, por esa fugaz y frágil hermosura tenía mucha más fuerza que lo que hubiera tenido su admiración por cualquier otra hermosura soberbia y triunfante."

Federico De Roberto
Espasmo


"La sabiduría de los desafortunados todavía esconde el deseo de ser felices; la verdadera sabiduría es la del hombre feliz."

Federico De Roberto


"La verdad de hoy no es la de ayer y no será la de mañana."

Federico De Roberto



"Pensar continuamente, asiduamente, demasiado, impide o dificulta la capacidad de resolver, de actuar."

Federico De Roberto



"Pero los que se habían puesto demasiado abiertamente de parte de la princesa tenían el corazón en un puño, seguros como estaban de verse despedidos por el hijo. En medio de tal confusión, Giuseppe no sabía a qué atenerse:
cerrar el portón por la muerte del ama era algo que, verdaderamente, entraba dentro de sus atribuciones, pero, ¿por qué no daba la orden don Baldassarre? Sin una orden suya no podía hacerse nada. Por lo demás, tampoco los postigos de la planta noble estaban cerrados; y como el tiempo pasaba sin que llegase la orden, no faltaba en el patio quien comen¬zaba a alimentar tanto esperanzas como temores: ¿y si el ama no estuviera muerta? «¿Quién ha dicho que está muerta?... ¡El cochero!... ¡Pero él no la ha visto!... ¡Puede que haya en¬tendido mal!...». Otros argumentos venían a corroborar tal suposición: de haber muerto ella, el príncipe no habría salido tan precipitadamente, ya que nada hubiera podido hacer allí. Y la duda comenzaba a trocarse para algunos en certeza: debía de existir algún malentendido, la princesa debía de estar sólo agonizando, cuando, finalmente, desde lo alto de la galería, se asomó Baldassarre gritando:
—¡Giuseppe, el portón! ¿No has cerrado todavía el portón? Cerrad las ventanas de la cuadra y de las caballerizas...
Decid que cierren las tiendas. ¡Cerradlo todo!
—¡Así que no corría prisa!—murmuró don Gaspare.
Y cuando, empujado por Giuseppe, el portón giró finalmente sobre sus goznes, los paseantes empezaron a formar corro: «¿Quién se ha muerto?... ¿La princesa?... ¿Y dónde, en el Belvedere?...». Giuseppe se limitó a encogerse de hombros, perdida por completo la cabeza; mientras, entre la gente tenía lugar un intercambio de preguntas y respuestas:
«¿Dónde estaba, en el campo?... Enferma desde hacía casi un año... ¿Sola?... ¡Sin ninguno de sus hijos!...». Los mejor informados explicaban: «No quería a nadie a su lado, excep¬to al administrador... No podía soportarlos...». Un viejo, con un cabeceo, dijo: «¡Vaya raza de locos estos Francalanza!».
Mientras tanto los criados atrancaban las ventanas de las caballerizas y de las cocheras; el tahonero, el bodeguero, el ebanista y el relojero entornaban también sus puertas. Otro grupo de curiosos congregado ante la puerta de servicio, que permanecía aún abierta, miraban al interior del patio donde había un confuso ir y venir de criados; mientras tanto, desde lo alto de la galería, Baldassarre, como un capitán de navío, impartía orden tras orden:
—Pasqualino, ve a casa de la señora marquesa y a los Benedictinos..., pero da la noticia al señor marqués y al padre don Blasco, ¿entendido?... ¡No al prior!... Y tú, Filippo, pasa por casa de doña Ferdinanda... ¿Doña Vicenza?
¿Dónde está doña Vincenza?... Coja el mantón y pase por la abadía... Hable con la madre abadesa para que vaya predisponiendo a la monja a recibir la noticia... ¡Un momento! Suba primero a casa de la princesa que ha de hablarle!... ¡Salemi!...Giuseppe, hay órdenes de dejar pasar sólo a los parientes más cercanos... ¿Ha venido Salemi?... Deje todo lo que esté haciendo; el príncipe y el señor Marco lo esperan allí, hace falta ayuda. Natale, tú irás a casa de doña Graziella y de la duquesa. Agostino, estos despachos al telégrafo..., y pásate por casa del sastre...
A medida que recibían los encargos los criados salían, abriéndose paso por entre el gentío; desfilaban con el aire apresurado de los ayudantes de campo entre curiosos que anunciaban: «Van a dar aviso a los parientes..., a los hijos, cuñados, sobrinos y primos de la difunta...». La nobleza entera se pondría de luto, y, a aquella hora, todos los portones de los palacios señoriales se cerraban o se dejaban entorna¬dos, según fuera el grado de parentesco. Y el ebanista los iba enumerando."

Federico De Roberto
Los virreyes


"Sentía repugnancia contra la injustica, pero en definitiva poco le importaba lo que pudieran decir de ella sus rivales. Anhelaba saber más de lo que pensaban los hombres. Sabía que Raimundo Almarosa la miraba con frecuencia: ya no era joven, pero resultaba mucho más atractivo que muchos de ellos. Alto, delgado, de cabello rubio, de mirada seria y triste a causa de la pérdida de su esposa e hija. ¿Qué veía en ella? ¿Una semejanza? ¿Deseaba revivir a los muertos? Se perdía en todas estas fantasías.
En el teatro, se dio cuenta de que Giuseppe Balsamo se detuvo y se quedó contemplándola, parecía ejercer un poder magnético en algunas personas. Trataba de hallar juicios razonables sobre estas cuitas en las novelas, para poder determinar sus propios pensamientos. ¡Iba conociendo la vida! Y la vida reflejada en los libros no se libraba de un cierto ajetreo. Sentía arranques de admiración y dolor perenne, simpatías, sonrisas y lágrimas. A veces, después de largas horas de lectura, sentía opresión física, náuseas y un profundo disgusto por la vulgaridad de la existencia a la que estaba sometida, sintiéndose diferente de la multitud que la rodeaba. Se negaba a probar bocado y acabó presa los nervios. Sentía devoción por los héroes de los libros, en especial por las heroínas: la solidaridad con su sexo la inducía a dicho apego femenino; al fin y al cabo, ¿no eran ellos los árbitros del destino humano? Y devoraba las largas descripciones, las páginas llenas de densa narrativa: se saltaba pasajes enteros para llegar a los coloquios de amor, las suaves y terribles escenas, las repentinas tragedias, que la sumían en un profundo aturdimiento, quedando enardecida su frente."

Federico De Roberto
La ilusión















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