Fernando Contreras

"Así llegó el niño al año y le fue celebrado primero en una ceremonia organizada por Je­rónimo, de la que nadie entendió nada, y des­pués en una fiesta con helados y un gran que­que cocinado por Consuelo, en el que se colo­có una candelita; y llevaron todos sombreritos puntiagudos y colgaron guirnaldas del cielo ra­so del comedor, cantaron cumpleaños feliz y las muchachas le regalaron juguetes.
Después de ese día, la madre de Polifemo comenzó a salir sola de la pensión. Hasta en­tonces sólo salía una vez por semana para acompañar a Consuelo al mercado y no por­que fuera de gran ayuda: Consuelo no la nece­sitaba, ella sola levantaba dos bolsas enormes cargadas hasta arriba y sola las llevaba hasta la pensión que no quedaba lejos.
La muchacha comenzó a aventurarse por las calles de cuando en cuando. Empezó por los alrededores de la pensión y así fue am­pliando su mundo en espiral, hasta dominar el centro de la ciudad. Le gustaba salir a ver vitri­nas y las primeras veces se detuvo largamente frente a los escaparates tratando de compren­der cómo hacían esas muchachas para quedar­se inmóviles horas de horas luciendo las pren­das. Cuando comprendió que eran maniquíes se sintió tonta, más aún de haberse sonrojado tantas veces al verlas completamente desnudas o en ropa interior, así y no más, sin sentir ni vergüenza. Le gustaba ver los edificios y a la gente tan elegante por las calles. Antes no había estado nunca en la ciudad porque su pa­dre se lo tenía terminantemente prohibido a ella y a sus hermanas porque creía que las muchachas que iban a la ciudad caían en per­dición, por eso ella, a sus dieciséis años, vino a conocer tardíamente la capital.
Con lo que ganó en un año ejerciendo su nueva profesión, se compró un televisor a co­lores; se volvió fanática de las telenovelas y las comentaba a la hora de almuerzo: -¡No ve, doña...!-, le decía a Consuelo, -ques que ese chiquito ya está cumpliendo tres años... Cren que uno tiene güecho, no hace ni dos meses que nació y ques que ya va a cumplir tres años. Vea...-, decía sacando cuentas con los dedos, -julio, agosto y... ¡apenas tiene dos me­ses y medio...!- Consuelo reía a carcajadas con sus dientes blanquísimos y le daba toda la ra­zón. Las demás muchachas la fueron entrenan­do poco a poco en aquello del manejo del tiempo y el espacio en la televisión, cosa que aprendió lentamente. También comenzó a salir con otras compañeras y fue aprendiendo a bailar en los salones de baile de la estación de autobuses de las rutas rurales. Ahí poco a po­co, se fue comprando ropa en las tiendas bara­tas, que ella hallaba grandes y elegantes, y le compraba ropa al niño. Sin darse cuenta ni en qué momento, la madre de Polifemo llegó a conocer San José al dedillo y le parecía fasci­nante, todo lo encontraba lindo y distinguido, decía ella. Para las lluvias se compró una som­brilla grande de muchos colores y para el sol unos anteojos oscuros que le gustaron en una venta callejera. Consuelo trataba de convencer a Jerónimo de la inocencia de aquella muchachita; él entendía claramente, pero no podía hacerse a la idea de que cada vez que él diera media vuelta, ella castigara a su hijo."

Fernando Contreras Castro 
Los Peor


"Mira, por ejemplo, los vecinos de Río Azul siguen empeñados en cerrar el basurero el treinta y uno de diciembre si no les arreglan la situación de una vez por todas, y no están muy convencidos que digamos de lo de la prórroga hasta el treinta de abril...
Pero la Navidad se imponía y hasta se lograron apaciguar los ánimos de la comunidad de Río Azul y las demás, porque el gobierno prometió que el quince de enero daría a conocer el sitio para el nuevo relleno".
Días antes habían caído lluvias esporádicas, pero hasta el clima parecía estar harto también de tanta lluvia y hacía hasta lo imposible por reivindicarse con atardeceres violeta y naranja y el verde acentuado de después de tanta agua. Era como imposible no dejarse arrastrar por una suerte de optimismo camuflado que hacía parecer que todo tendría final feliz, aunque fuera por los efectos embriagantes de un cielo sospechosamente azul y una brisa fresca que acallaba la amenaza del gas metano acumulándose desde hacía veinte años en los arcanos intestinos del basurero, que en la de menos reventarían en el pedo más aparatoso del que se tuviera memoria en la historia de las indigestiones.
Única aprovechaba los viajes al centro de San José para llevar a El Bacán a recorrer las vitrinas ornamentadas luego de dejar las latas de aluminio en las recicladoras. Un peso por lata... trescientos pesos por semana, más o menos, le sacaba cada buzo a la sed atrasada de los josefinos.
El Bacán se hipnotizaba viendo los trenes eléctricos de los escaparates y los disparates de las muchachitas vestidas de barbies para que las niñitas se retrataran con ellas, y todo eso en una misma ventana de las grandes tiendas vendedoras de juguetes. El Bacán le pedía al Niño varias pistas de esas en donde los carritos se mueven solos y platillos voladores de esos que sólo les falta un marciano vivo adentro, y los cientos de modelos de armas letales en su acepción infantil, de esas que familiarizan al dedo con el gatillo. Única lo tiraba del brazo para poder seguir adelante, y..."

Fernando Contreras Castro
Única mirando al mar




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