Gérard Genette

"En la medida en que toda narración se hace por definición en primera persona, se pueden distinguir dos tipos de narradores: el ausente de la historia que cuenta (extradiegético) y el presente en la historia que cuenta (homodiegético)."

Gérard Genette


“No hay producto literario que, en cierto grado y dependiendo de sus lecuras, no evoque a algún otro, y en este sentido, todas las obras son hipertextuales. Pero, como los iguales de [George] Orwell, algunos lo son más (o más manifiesta, masiva, explícitamente) que otros.”

Gérard Genette


"No nos hallamos muy lejos de esa situación, aunque con un efecto metaléptico (y sentimental) mucho más intenso, en Show People (Y el mundo marcha, 1928) de King Vidor, cuando los dos héroes actores deben darse en el set, como personajes de una película, un beso de ficción que, llevados por su pasión real, prolongan mucho más allá del Cut! ['¡Corte!'] final, sin que el realizador pueda poner fin a esta metalepsis tan enfáticamente -doblemente- transgresiva. Puede verse un esbozo de remake por alusión interfílmica a esa escena en Let's Make Love [El multimillonario, George Cukor, 1960), cuando (el multimillonario, aprendiz de cantor interpretado por) Yves Montand y (la verdadera cantante interpretada por) Marilyn Monroe prolongan otro beso mientras sus colegas abandonan discretamente el lugar; pero esta vez no se trata más que de un ensayo con miras a una comedia musical, lo que acorta la distancia entre cuanto se reputa actuado y cuanto se reputa vivido. Sin embargo, uno sabe que en 'la vida misma’, las cosas entre Marilyn y Montand fueron algo más lejos del backstage, y ese dato tangencial no deja de afectar en cierta medida nuestra recepción de dicha escena. La relaciones entre actores “en la vida civil”, eventualmente conyugales (Montand-Signoret, Bogart-Bacall, Hepburn-Tracy, entre otros) muchas veces por su naturaleza son como para enriquecer las situaciones sobre el escenario o en la pantalla; y los productores no se privan de sacar su tajada de ello -una tajada que explota ampliamente, entre los espectadores avisados (¿y quién podría no serlo?) los recursos de la relación, eminentemente metaléptica, entre realidad extrafílmica y ficción intrafílmica; la carga afectiva de semi-dramones como Guess Who's Coming to Dinner (Adivina quién viene esta noche, Stanley Kramer, 1967) o de On Golden Pond (En el estanque dorado, Mark Rydell, 1981) debe bastante, en el primero, a la presencia del dúo doblemente conyugal formado por Katharine Hepburn y un Spencer Tracy in articulo mortis y, en el segundo, a la confrontación (inédita, creo, en la pantalla) entre Jane fonda y su padre Henry, distinguido por su trabajo en esa película con un (¡primer!) Oscar in extremis que con toda justicia podría llamarse pre-póstumo."

Gérard Genette
Metalepsis. De la figura a la ficción


"Sin embargo, la palabra placer me parece, en este campo, un poco vaga, o tal vez equívoca: habría que distinguir todavía más escrupulosamente, por una parte, el placer de euforia, que es (como lo indica el carácter manifiestamente pleonástico de esta expresión) el placer
por excelencia, o propiamente dicho, que experimento en algo que me agrada, o mejor, corrige Kant, que me “provoca placer” (me parece que el placer de lo cómico, que la risa expresa, entra en esta categoría); y, por otra parte, el “placer” de apreciación positiva, que consiste en constatar (en juzgar) que esta cierta cosa me agrada, por lo general bajo la forma (por la vía) objetivante de un juicio de valor del tipo: “Esta cierta cosa merece agradar”. Sin duda es bajo la influencia del análisis kantiano que hemos adoptado el hábito de calificar de “placer” este juicio apreciativo, pero esta calificación me parece confundir un poco demasiado estos dos aspectos de la relación estética que son la satisfacción experimentada y la evaluación que resulta de ella: esta última ya no es, para hablar apropiadamente, un placer, sino más bien algo como un testimonio de reconocimiento o un acuse de (buen) recibo —constituyendo la apreciación negativa, a la inversa, un rechazo categórico; empleo a propósito estos términos casi jurídicos, porque se trata, siempre, de un acto de juicio. En suma, la apreciación labra acta de un placer que ella no constituye en absoluto, y del que más valdría no aplicarle el término.
Pero no es posible atenerse a esta distinción necesaria. El placer experimentado no resulta solamente como gratitud, ni siquiera como homenaje a su causa, acarrea por lo común un deseo: el de una prolongación o de una reiteración indefinida (hasta la eventual saciedad) de esta relación causal. Como lo he dicho más arriba, experimentar este tipo de placer respecto de un objeto cualquiera se llama —sin duda más legítimamente que el hecho de satisfacer este deseo— amar ese objeto. Insisto pesadamente: se puede desear un objeto sin amarlo, cuando se lo desea como puro medio en una relación práctica, como cuando se desea una visa, o un cheque a fin de mes; pero no se puede amar un objeto sin desearlo —al menos, ya que estamos en el orden relativamente depurado de la relación estética, en el sentido que acabo de mencionar, de desear la renovación de esa relación: si me gusta [si j’aime] un cuadro o un edificio, no puedo hacer otra cosa que desear mantener con él una relación tan frecuente, o bien tan constante como sea posible; y si, en general, refreno el deseo de posesión que resultaría de ello hasta el punto de ni siquiera pensarlo, no es sino en nombre de una evidente imposibilidad material, jurídica o financiera. Los objetos de inmanencia ideal, como las obras literarias o musicales, no pueden dar lugar, como es evidente, a ninguna posesión
directa, pero, por el contrario, la posesión indirecta que constituye la adquisición de un libro, de una partitura o de una grabación, o el acto de aprenderlos de memoria, resulta muy comúnmente del gusto [goût] que se experimenta por este tipo de obras, y del deseo de satisfacer ese gusto."

Gérard Genette
Figuras V








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