John Connolly

"Ahora están dando vueltas, poco después empezarán a caer despacio, a descender en un lento giro dejándose llevar con tal suavidad que apenas se distinga que se están aproximando. Son halcones con forma de hombre, y el que los lidera es un ser que ha pasado por una doble transformación: perdido y encontrado, humano y pájaro, el más joven de todos y, a la vez, extrañamente viejo. Ha sufrido y resistido, y, en su resistencia, se ha forjado de nuevo. Ha visto un mundo más allá de éste. Ha vislumbrado el rostro de un nuevo dios. Está en paz consigo mismo, y por eso librará la guerra. Se acercan más rápido, la espiral se angosta, los tres parecen uno solo, sus capas se despliegan torvas en el frío aire otoñal; y al aproximarse no levantan ni un murmullo, ni provocan la agitación de una sombra fugaz, ni ningún gorrión se sobresalta, sólo hay quietud, la quietud de un mundo que espera que lo destrocen, y el equilibrio perfecto de una vida tal vez por salvar, y una vida, tal vez, a la que poner fin.
Las nubes se separan, desgarradas por un haz de luz que las sorprende en pleno vuelo, como si hubieran atraído, brevemente siquiera, la atención de una deidad que llevaba mucho tiempo adormecida pero ahora se ha despertado, despabilada por el clamor marcial y la formación de ejércitos en nombre de El Capitán, Aquel Que Espera Detrás del Espejo, El Dios de las Avispas. Y la antigua deidad mandará a su Hijo contra ellos, y los halcones lo seguirán.
Hacía mucho tiempo que el Hombre Gris no había pensado en la posibilidad de que lo atraparan, porque él, en cierto sentido, no existía. Carecía de forma física. Moraba en otro, compartiendo su piel, y sólo al final podría haber un atisbo de las profundidades de su verdadera naturaleza, aunque también entonces prefería no ser visto y permanecer oculto en las tinieblas. No tenía reparos en causar dolor, pero se trataba de una cuestión de capricho, como cualquier otro de sus gustos particulares. Una muerte era sólo el principio, y por eso había sobrevivido pasando inadvertido durante tanto tiempo. Sabía cómo prolongar un asesinato durante años. El dolor físico era finito, porque en última instancia el cuerpo se rendía al alma, pero la agonía emocional era susceptible de múltiples variaciones, y las más sutiles modificaciones podían hacer que emanara de la herida un nuevo torrente de sufrimiento."

John Connolly
Tiempos oscuros



"Burke preguntó si podía ir al lavabo con la intención de disfrutar de un poco de intimidad y reflexionar sobre lo que había averiguado hasta el momento. Fred Paxton contestó que el retrete estaba fuera y se ofreció a acompañarlo, pero Burke le aseguró que era capaz de encontrarlo él solo. Cruzó la cocina, dio con el excusado y reflexionó mientras orinaba.
Cuando salió, vio a la señora Paxton tras la ventana de la cocina.
Tenía el torso desnudo y se lavaba con un paño ante el fregadero. Al ver a Burke, se interrumpió; al cabo de un momento, bajó la mano derecha y dejó los pechos a la vista. Tenía el cuerpo muy blanco.
Burke la miró sólo un segundo más; a continuación, ella se volvió lentamente y le dio la espalda, una mancha blanca entre las sombras, y desapareció. Burke rodeó la casa y regresó a la sala principal por la puerta delantera. Cuando llegó, Waters y Stokes se pusieron en pie, y los cuatro salieron juntos al patio delantero. Mientras Paxton hablaba con el alguacil de asuntos locales, Stokes se acercó parsimoniosamente a la carretera, a tomar el fresco. De pronto Burke se encontró a su lado a la señora Paxton.
[...]
Stokes comentó que el principio del invierno parecía haberse prolongado hasta febrero, porque si bien el solsticio invernal había pasado hacía ya tiempo, los días aún eran cortos en Underbury y alrededores. El alguacil Waters disuadió al inspector y al sargento de ir a ver a la familia Warden ya entrada la noche: «Son gente nerviosa, y a esas horas el viejo es muy capaz de recibir a cualquiera con una escopeta en las manos».
Por tanto, los policías regresaron al pueblo, donde comieron estofado en un rincón de la posada, sin que nadie los molestara preguntándoles por su salud.
Cuando acabaron, Burke anunció que quería visitar al doctor Allinson, y el sargento se prestó a acompañarlo, pero Burke rechazó cortésmente el ofrecimiento. Deseaba pasar un rato a solas, y si bien Stokes, por lo general, sabía en qué momentos debía callar en presencia del inspector, éste tendía a distraerse cuando había gente cerca. Pidió un farolillo al posadero y luego, tan pronto como las indicaciones le quedaron claras, salió a la calle y fue a pie a casa de los Allinson, a unos dos kilómetros al norte del pueblo. No brillaba una sola estrella, y Burke sintió la opresión de unas nubes invisibles.
Cuando llegó a la casa, todas las ventanas estaban a oscuras, salvo una situada bajo el alero más alto. Llamó ruidosamente y esperó, pensando que un ama de llaves abriría la puerta. Sin embargo, al cabo de unos minutos, fue la señora de la casa en persona quien, para sorpresa de Burke, salió a recibirlo.
La señora Allinson llevaba un vestido azul muy formal que la cubría desde los tobillos hasta el cuello, rematado con un sutil volante bajo la barbilla. En opinión de Burke era un tanto anticuado, pero ella lo lucía muy segura de sí misma, gracias en buena parte a su estatura y a sus delicadas facciones, así como a aquellos ojos verdes moteados que ahora observaban a Burke con cortés curiosidad y, pensó él, una expresión un tanto risueña."

John Connolly
Nocturnos


"Creo que los elementos sobrenaturales intensifican los aspectos emocionales, psicológicos y metafísicos de Parker y la gente que está alrededor de él."

John Connolly



“Escribir novelas me da la oportunidad de vivir la vida de forma diferente.”

John Connolly



"No creo que los libros y las historias sean objetos imperturbables. Cada lector los leerá de una manera diferente, aportándole su experiencia vital y transformándolo en consecuencia. También me fascina la idea de los libros como una especie de infección. Cuando leemos un libro, particularmente uno que nos afecta mucho, ese libro nos cambia. Nunca volvemos a ser los mismos. Ser lector es estar dispuesto a dejarte abierta esa posibilidad de transformación. Pero también es interesante, en el caso del Atlas Fracturado, explorar las posibilidades de historias que son más negativas y malévolas y que influyen en la gente y en consecuencia en el mundo en el que viven."

John Connolly



"Parker había estado posponiendo la llamada a Ross, sobre todo porque todavía intentaba asimilar lo que había descubierto sobre Eklund y su cruzada, aunque si alguien estaba dispuesto a escuchar un cuento de fantasmas mientras mantenía a raya su escepticismo, ése era seguramente el hombre del FBI. Parker lo llamó al número que le había dado, pero saltó de inmediato al buzón de voz tras sólo dos señales de llamada. No se molestó en dejar un mensaje. Supuso que Ross sólo utilizaba ese número para una cosa. A los dos minutos, le devolvió la llamada.
[...]
Parker no preguntó por qué Ross, una vez más, estaba al norte de su territorio habitual de Nueva York. Fuera cual fuese la razón, había alguien para quien no sería bueno. Con todo, Parker no tenía ganas de ir hasta Boston sólo para disfrutar de la compañía de Ross. Si quisiera perder el tiempo haciendo que la gente lo insultara y le pitara con las bocinas, se pararía en seco en medio de Congress Street durante lo que en Portland era la hora punta. Al menos, entonces la gente tendría un motivo para enfadarse con él. No tenía por qué desplazarse hasta Boston para sentirse igual pero sin ningún motivo."

John Connolly
El frío de la muerte



“Todo escritor es un creador secreto de mitos.”

John Connolly


















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