Libertad Demitrópulos

Bailarina de Delfos

Me alejo de mi corazón
y de pronto la alegría me deja sorda.
Corro ciega, hechizada por el cuerpo,
en un empuje del alma
y los mirlos de mis ojos
arden con un olor de ébano.
Así como si en Siria o en el Líbano,
o en la roja Delfos, el sol se estremeciera,
es el clamor de mi sangre negra.
Quiero gritar, irme volando,
retenerme en mi espíritu,
amarme como nunca, asesinarme.
Y me agita la música
sin mi mortal corazón,
en medio de toda la tristeza.
¡Con qué pasión el movimiento
me contiene sin el tiempo!
Mas la tristeza
es siempre la nota más profunda,
aunque mi locura de alegría
ruede en el desorden de mi alma
y me aniquile
como una música.
Yo conozco otra tarde en este cuerpo,
otra tristeza más muerta.

Libertad Demitrópulos


Cada vez que te amo

Cada vez que te amo me suceden las cosas
más tristes, me aprisionan de lejos,
me golpean a espaldas, veo mariposas.

Cada vez que cumplo con mi sangre en morir
estoy sin perros, paseándome en espejos.
No puedo consolarme ni dejar de sufrir.

Cuando no te amo y ya me he muerto,
me siento alegre porque me has dejado
crecer de noche y en lo descubierto.

Grito cuando te olvido, sin embargo.
Soy un caballo en pelo y desbocado.
Yo me persigo en un bosque largo.

Libertad Demitrópulos




CUADRO DE LA MUERTE

En medio de la noche estoy soñando
que yo me cuento un sueño en el que he muerto:
me veo en tres espacios y me vierto
en cuerpos sucesivos, transitando.

Allá, mi cuerpo azul, amarillando,
tiembla en la luz del sueño, como abierto.
Me da miedo de verme y lo despierto
con este triste cuerpo, sollozando.

Más allá, mi terrible cuerpo muerto
parece un perro loco delirando,
una siesta de pascua y aguacero.

Llueve blanco y estoy en un desierto.
Aún no está dios, ni hasta quién sabe cuándo.
Soy un monstruo y me silba un chalchalero.

Libertad Demitrópulos



"Llorando y agitando un pañuelo, Evita esperó que colocaran la planchada hasta que se lanzó por ella hacia el encuentro de Perón que la esperaba al pie de la misma. Se confundieron en un fuerte y largo abrazo, mientras la muchedumbre no cesaba en sus ovaciones.
Desde el muelle, Perón y Evita caminaron hasta el palco levantado en los jardines de la Dirección Nacional de Migraciones. Una vez allí, el presidente de la
comisión de recepción, Raúl Costa y el ministro Freire le dieron la bienvenida con sendos discursos.
Evita, con la voz entrecortada por una evidente tensión emocional, respondió así a la bienvenida:
Con profunda emoción llego después de varios meses de ausencia a mi querida patria en la que dejé mis tres grandes amores: mi tierra, mis descamisados y mi
querido general Perón.
Llevaba algo al Viejo Mundo: llevaba la felicidad del pueblo trabajador y la plenipotencia espiritual de mis descamisados, que en horas inciertas me la confiaron y a quienes jamás he de defraudar.
He recorrido la vieja Europa y he visto desolación, hambre, miseria, angustia y vuelvo con la certidumbre de que es inútil cerrar los ojos a la realidad y dejar
que la oligarquía y el capitalismo nos sigan atacando.
Yo he llevado un mensaje de paz de nuestro pueblo, pero es inútil hablar de paz mientras continúen las odiosas diferencias sociales, mientras no haya paz en
los corazones y en los espíritus. No se puede hablar de paz y decir que los pueblos son soberanos mientras los hombres son sólo mano de obra en la paz y carne de cañón en la guerra."

Libertad Demitrópulos
Eva Perón


"Llegué a casa con esas ofuscaciones. Los gallegos me habían avergonzado con sus sucios pensamientos. Algo estaba sucediendo a mis espaldas; algo había pasado, sin duda. Y no eran los puros miedos los que me salían al paso. ¿De cuándo un hombre no tiembla por una mujer, y más si es la amada? Conforme me acercaba, me desasosegaba más.
Y ¡qué! Encuentro que mi María no estaba. Ninguna noticia fuera de los silencios. En las apreturas de mis adentros hice un acomodo, como un sacudón a mis ofuscaciones y ahí supe la contestación: me había abandonado como los pichones a su nido. Llamé a mi hombría y a los indicios. Así conocí que no se hallaba en la ciudadela y una tarde, desde esta barranca, conversando con el río, supe que sus aguas la habían llevado. Pero, ¿río abajo o río arriba? Para arriba era volver a La Asunción donde tanto rencor había dejado. Río abajo era ir a la nueva ciudad de Garay. Esa era la contestación. Pensé que, renegando de la vida que llevaba conmigo, habría querido volver a su otra, cuando no era una mujer casada sino libre, sin hombre que la gobernase. Entonces comprendí que el hombre cree que la mujer es un cántaro que se llena, aunque no tenga sed, para las sequías. Malhecho llenarla. Malhecho enjaularla. Malhecho todos los malhechos que se tienen con ella. Porque un día el llenador se encuentra perdido sin ella y sólo entonces es cuando ve la nulidad de los malhechos. Así es. De pasar, a uno le pasa. Sufrir, se sufre. Y hay que apechugar al hacer crujir las manos y no su cintura, al besar el aire y no su cuello, al combar los brazos y no sus caderas. Extrañar, se extraña. Uno es un carajillo que pronto se acomoda a la felicidad y cree que la ha ganado y va y se acuesta con ella creyendo que la tiene para siempre, como si no conociera su brevedad. Cuando supe que se había ido detrás de tal hombre tuve lástima de ella. Porque él era orgulloso y ella pobre, él ambicioso y ella inocente, él poderoso y ella cuantimás una mujer.
En las entremedias de la espera, la justicia que me llama para pedirme cuentas de las tierras que heredé de mi padrino. Pleitié. Puse escribano y abogado. Puse alegaciones y servicios. Puse recursos. Pero también la otra parte interesada, Isabel Descalzo, puso sus escribanos y defensores alegando ser hija natural de mi padrino. Los abogados me exigían el pago por adelantado, y así, para cada alegación, me iban retaceando la chacra de a pedazos que yo iba cediendo como parte de pago. Isabel Descalzo, sabedora de que los abogados se la estaban comiendo, interpuso recurso de desalojo, que el juez concedió. Volví a quedar solo y sin vivienda. Pero una palmera ya es mi casa, el tacuaral mi cama y todo el sabanaje el anchor de mi mundo. ¿Qué más natural para un hombre sin achaques, que la sabia tierra? ¿Y más, el agua? Un caballo, una canoa. ¿Hay mejor casa? ¿Dónde se duerme mejor que en su canoa, cuando uno la deja rolar, tranquila, sobre el lomo del río? Ah, esos placeres que sin merecer se tienen. Uno es un mero recibidor que está ahí y recoge lo que Tupasy entrega. Pescados que se comen a la brasa, asados, con ese sabor que el río le presta y esas naranjas y guayabas y chirimoyas. No extrañé perder mis bienestares: extrañé perder a mi María."

Libertad Demitrópulos
Río de las congojas


PREGUNTAS DE UN OBRERO QUE LEE
 
¿Quién construyó Tebas,
la de las Siete Puertas?
En los libros figuran
sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos
bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿quién la volvió a levantar otras tantas?
Quienes edificaron la dorada Lima,
¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó La Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
Roma la grande. Sus césares
¿sobre quiénes triunfaron?
Bizancio tantas veces cantada,
para sus habitantes
¿sólo tenía palacios?
Hasta la legendaria
Atlántida, la noche en que el mar se la tragó,
los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó La India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia
ganó la guerra de los Treinta Años.
¿Quién ganó también?
Un triunfo en cada página.
¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias,
tantas preguntas.

Libertad Demitrópulos







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