Lydia Davis

"A menudo se quedan completamente quietas. Cuando miro de nuevo unos pocos minutos después, ya han cambiado de lugar y de nuevo se detienen.
Cuando las tres se vuelven a agrupar en una lejana esquina del campo cercana al bosque, forman una irregular masa oscura de doce patas.
A menudo permanecen juntas en el extenso campo. Aunque en ocasiones buscan la soledad, uniformemente espaciadas sobre la densa hierba. Quietas. Pasan diez minutos. Ahora recorren el camino. Se detienen. Transcurren otros diez minutos. La tercera está un poco distante aunque las tres permanecen formando una línea. Siguen quietas.
La tercera se adentra dentro del campo que hay tras el granero cuando sus compañeras ya han elegido sus destinos, permanecen bastante apartadas. Puede elegir unirse a ellas. Se dirige deliberadamente a la que está en la esquina más lejana. ¿Se dirige hacia la vaca o hacia la esquina, o incluso es más complicado? La esquina parece más sugerente con la presencia de la otra vaca.
Su atención es completa. Divisan el campo a través. Están quietas y se miran unas a otras. Esa quietud parece filosófica."

Lydia Davis
Las vacas


Contingencia (vs. Necesidad)

Podría ser nuestro perro.
Pero no es nuestro perro.
Así que nos ladra.

Lydia Davis


Contingencia (vs. Necesidad) 2: Vacaciones

Podría ser mi marido.
Pero no es mi marido.
Es su marido.
Así que le hace una foto (a ella, no a mí) con su bikini floreado delante del antiguo fuerte.

Lydia Davis


"Creo que se fue justo después de terminar la universidad. Se mudó a la ciudad. Debo haber tenido siete años. Tengo algunos recuerdos de ella en esa casa, antes de que se mudara. La recuerdo tocando música en el living, la recuerdo parada junto al piano, apenas inclinada hacia adelante, los labios apretados alrededor de la boquilla del clarinete, los ojos en la partitura. Tocaba muy bien en ese tiempo. Había siempre pequeños dramas familiares respecto a las cañas que necesitaba para la boquilla de su clarinete. Años más tarde, a kilómetros de allí, cuando la visitaba, sacaba el clarinete, después de mucho tiempo sin tocar, y tratábamos de tocar algo juntas, nos abríamos camino, a prueba o error, a través de algo. A veces se podían escuchar las notas redondas y plenas que ella había aprendido a tocar, y su sentido perfecto de la forma de una línea de música, pero los músculos de sus labios se habían debilitado, y a veces perdía el control. El instrumento chirriaba o se quedaba en silencio. Cuando tocaba, ella forzaba el aire hacia la boquilla, apretaba fuerte, y después, cuando había un descanso, bajaba el instrumento por un instante, soltaba el aire apurada, y después tomaba un rápido trago de aire antes de tocar otra vez.
Recuerdo dónde estaba el piano en nuestra casa, justo debajo de la arcada hacia ese cuarto largo, de techos bajos a la sombra de los pinos del otro lado de las ventanas que daban al frente, con el sol entrando por las ventanas del costado, desde el patio luminoso, donde los arbustos de rosas crecían contra la casa y los canteros de iris se desplegaban en la mitad del jardín, pero no la recuerdo a ella ahí en estas vacaciones. Tal vez no vino a casa para eso. Estaba muy lejos para volver muy a menudo. No teníamos mucho dinero, así que probablemente no había para los boletos de tren. Y tal vez ella no quería volver tan seguido. Yo no lo hubiera entendido entonces. Le dije a mi madre que estaba dispuesta a dar los pocos dólares que había ahorrado si la podía traer a casa de visita otra vez. Lo decía en serio, pensé que ayudaría. Pero nuestra madre simplemente sonrió.
La extrañaba tanto. Cuando todavía vivía en casa muchas veces nos cuidaba, a mi hermano y a mí. El día que yo nací, esa tarde calurosa de verano, ella fue la que se quedó con mi hermano. Los dejaron en la feria. Ella lo llevó a los juegos y pasearon por los puestos durante horas y horas, los dos muertos de sed y cansados, en esa cuenca chata donde estaba el parque de atracciones y donde años más tarde miramos los fuegos artificiales. Mi padre y mi madre estaban a kilómetros de distancia, del otro lado de la ciudad, en el hospital que queda en la cima de la colina."

Lydia Davis
Las focas


“Jamás me he considerado novelista. Desde que empecé a escribir me sentí cuentista… Bueno, si me remonto a los orígenes, lo primero que escribí fue poesía, aunque aquello era más bien una suerte de conjuro verbal. La novela surgió cuando llevaba más de veinte años escribiendo cuentos. Tengo un amplio espectro de registros, desde una o dos líneas hasta un párrafo, una página, dos páginas, y en algunos casos textos de una extensión algo mayor. A medida que son más largos se vuelven más narrativos, y cuanto más cortos se parecen más a una canción. Puede que no sean poemas, pero el lenguaje, el ritmo y la forma son de un orden más musical, aspecto que se convierte en el elemento prioritario. Pero incluso entre los textos más breves los hay muy distintos. Algunos son como un grito, otros una especie de meditación. Realmente la novela era una especie de cuento largo. No era cuestión de que yo considerara que había llegado la hora de escribir algo orgánicamente distinto desde el punto de vista narrativo, sino que de repente me tropecé con un material que necesitaba mucho más espacio del que yo le podía otorgar dentro de los límites de un relato.”

Lydia Davis


"La oscuridad envuelve el mundo del Sr. Orlando. En su casa presiente el peligro: La estufa de gas, las escaleras empinadas, la bañera resbaladiza, la nefasta red de cables. Fuera de su casa no conoce todos los peligros que la acechan y siente malestar ante su propia ignorancia además de un ávido deseo de información acerca de cualquier crimen o desastre que haya tenido lugar.
A pesar de ser muy precavida, la simple precaución no es suficiente. Ella se intenta preparar para el hambre repentina, para el frío, para el tedio y para el abundante sangrado. Siempre va provista de tiritas, un imperdible y un cuchillo. En su coche tiene, entre otras cosas, una cuerda larga y un silbato y también una historia de sociología británica para leer mientras espera a sus hijas, que van de tiendas a menudo.
En general le gusta ser acompañada por hombres: se siente protegida por su elevada estatura y por su manera racional de ver el mundo. Ella admira la prudencia y respeta al hombre que reserva una mesa con antelación y también al que vacila antes de responder sus preguntas. Cree en los abogados y se siente muy cómoda hablando con ellos porque cada una de sus palabras está sustentada por la ley. Prefiere ir de tiendas con sus hijas o con una amiga antes que ir sola."

Lydia Davis
Los miedos de la Sra. Orlando


“Mi trabajo ha ido evolucionando con el tiempo, aunque me resulta difícil explicar exactamente cómo. Las primeras colecciones incluían historias más tradicionales que alcanzaban cierta extensión. Había relatos cortos pero no minúsculos, como ahora. Creo que en este último libro me he aventurado más con la forma. Siempre ensayo nuevas formas de escritura, y en el último libro llevo esa tendencia todavía más lejos. Hay más listas. Por primera vez aparecen secuencias o series, como las llamadas historias-sueño o la secuencia de 13 historias-Flaubert. Se trata de excepciones. Se podría decir que en el libro nuevo hay textos que se acercan más a lo que es un poema, aunque la razón por la que rompo los renglones no es que los vea como versos sino una manera de indicar cómo han de leerse, efectuando una pausa después de cierta frase. Cabría considerar que son una especie de poemas primitivos, pero sin carácter lírico. Se trata más bien de breves fogonazos en prosa que quiero que estén nítidamente separados en la mente del lector. Mi intención desde luego no era crear poemas.”

Lydia Davis


Pelo de perro

El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que si recogemos suficiente pelo, seremos capaces de recomponer al perro.

Lydia Davis


“Verdaderamente disfruto traduciendo.”

Lydia Davis







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