María Esther De Miguel

"La niña llegó corriendo, Purvis tras ella, pues buenas migas habían hecho can y criatura, y en tanto el animal iniciaba sus zalemas al amo y buscaba la correspondiente caricia, que el hombre otorgó palmeándolo cariñosamente, ella, la niña, con elocuentes modales de buena educación, hizo graciosa reverencia al señor del Palacio. Entonces se oyó un chillido y era chillido infantil, y era del niño en brazos de la criada y tal chillido sin duda recordó a la madre la hora de alimentarlo porque, después de solicitar el pedido pertinente para retirarse, se la entrevió en la sombra de una habitación en menesteres de madre, al aire su pecho y en el rostro ese gesto como solemne que las mujeres adquieren cuando amamantan.
Pensativo quedó don Justo José por un detalle para nada escamoteado a su perspicacia: nadie había dicho si la señora María Linari era supérstite del marido difunto, vale decir, viuda, o separada del fugazmente mentado señor Copello. Pero mejor no desperdiciar tiempo en acertijos de tal calaña y respetar en silencio el silencio de la pareja, se dijo el general. ¿Acaso podría tirar la primera piedra? Si sabría de las complicaciones insólitas que suele originar el amor o simplemente el trato con mujeres. Cuando apenas tenía diecinueve años, él había iniciado su larga carrera de progenitor (o de padrillo, murmuraban por ahí) Un hermano zafado solía decirle: a éste se la ponen dura los tiros y las campañas. Vaya insolencia la del hermano, que era Cipriano, siempre boca suelta. Pero, en verdad, había empezado bien mozo en esas cuestiones de las polleras. Concepción: así se llamó la hija que tuvo con Encarnación Díaz (entre nominaciones sacras parecía andar esa niña concebida no sólo detrás del sacramento sino casi casi en casa pública).
Se entresonríe el general: aunque amigo de la risa, cuando ríe lo hace con ganas, pero no suele desperdiciarla. Fornido y enhiesto, curtida la tez por tantos soles recibidos, avizores los ojos, firme la mirada, retoma la marcha por la galería. El asunto de la Encarnación había sido en los comienzos de su virilidad y en un rancho al que su hermano, sin duda por paterna orden, enderezó los pasos del jovencito alborotado, aunque ya, por las suyas y a escondidas, el mozo andaba en trotes similares.
La Encarnación era una muchacha querendona y al alcance de más de uno, sobre todo si ese uno era hijo de don Joseph de Urquiza. Y la Encarnación dijo que sí una vez y otra y cuántas, vaya a saber, hasta que un día lo esperó, entre lagrimones y risas de contentamiento, para anunciarle: estoy gruesa. E1 vaya a saber qué dijo; no se acuerda ni hace falta, pero seguro que fue cortito, porque en momentos así los hombres se apabullan, sobre todo si es la primera vez. Pero de lo que entonces estuvo seguro, y ahora lo sigue estando, fue de cómo el corazón se le ensanchó en el pecho: pucha que es lindo ser padre, se dijo. Los viejos, a su manera, se dieron por enterados. Doña Cándida, la madre, santiguándose con apuro."

María Esther De Miguel
El general, el pintor y la dama


"Le tengo miedo a esta avalancha. Le tengo miedo a los recortes de diarios disfrazados de investigación. Una cosa es trabajar seriamente un género literario, y otra muy distinta es treparse a una moda."

María Esther De Miguel



"Los padres de la Patria seguramente no eran ni tan pulcros ni asépticos como nos contaron. Eran hombres con sus debilidades y sus pasiones. No me imagino al sargento Cabral, mientras agonizaba en San Lorenzo, diciendo: ‘Muero contento, hemos batido al enemigo’. Seguramente pensaría: ‘La puta, ¿por qué me tocó a mí?’."​

María Esther De Miguel


"No se olvide que soy de la tierra de Pancho Ramírez, al que jamás le perdonaron que atara su pingo en la Pirámide de Mayo."

María Esther De Miguel



"No soñemos… Pero no se engañe: hoy, el éxito tiene mucho que ver con el fenómeno mediático. Salgo a la calle, y gente desconocida me pregunta "¿Cómo está de la operación? Uno aparece en televisión y ya es un héroe, un ídolo, un tótem."

María Esther De Miguel



"¿Qué es el oficio sin pasión? Una cosa muerta. Es saber armar una frase, y punto. Cuando escribo trato de divertirme. Lo solemne y lo seriote no me gustan nada."

María Esther De Miguel



"Si no hay pasión, ¿qué hay? Nada."

María Esther De Miguel



"Soy entrerriana, soy fea, soy petisa, soy monja: por favor, ¡publíquenlo!"

María Esther De Miguel


"Soy trascendentalista. Me dije: "Si tengo que morirme, bueno: hice mi vida, hice mis cosas, hace dieciocho años zafé de otro cáncer, mi novela ya está lista, y si me muero antes de que aparezca, lo único que pido es que la corrijan bien"."

María Esther De Miguel


"Y además de vergüenza, miedo. Si, miedo. Porque mire que justito entonces cuando los hijos estaban ya grandes, y ellos a punto de quedarse otra vez solos porque el Ñato, el único que estaba aún en la casa, se iba para Zarate, justito entonces, ¿quién les aseguraba que el casamiento no les iba a traer líos, como a aquellos parientes suyos que, según le contara su madre, vivieron juntos cuarenta y dos años, y justo a la semana de haberles dado el cura la bendición, vino un día el marido y encontró que la mujer no había hecho aún el puchero, y le gritó como siempre le gritaba, y a lo mejor hasta la zarandeó un poco, como tal vez lo hacía también siempre –aunque no se acordaba si así se lo había contado su madre-, y ella le dijo: “No me grites que no soy su sirvienta”; y el “¿qué es usted entonces si puede saberse?”, y ella “soy su esposa”; y el “¿esposa? Yo te vía dar esposa…” y le dio una tunda como seguramente se la daba siempre, pero como, con toda seguridad, no se la volvió a dar, porque la mujer comenzó a hacer un atado con sus cosas y a repartirse las otras. “Y esto es mío… y esto es tuyo…”, y con su atadito al hombro se fue a la tranquera y después al camino y después a la casa del hijo; y el viejo se quedó solo, solo después de cuarenta y dos años de estar acompañado, solo definitivamente, porque de allí se marchó al boliche y tomó tanta caña para “ahugar las penas” que se quedó seco de un ataque.
Como para no tener miedo con todas las cosas que se oyen. Porque ese rancho y ese hombre era lo único que tenía, y no quería perderlo por una bendición del cura que, claro, ella sabía que no le vendría mal porque nunca vienen mal las cosas de los santos o de las ánimas benditas, sobre todo si uno es viejo; pero, al fin de cuentas, se habían pasado ya tantos años sin ella que bien podían ir tirando unos añitos más, los que faltaban para llegar al camposanto."

María Esther De Miguel
La creciente


“Y si es imposible ser objetivo, al menos hay que tratar de ser responsable de lo que se escribe.”

María Esther De Miguel
(Atribuida)







No hay comentarios: