Michael Cunningham

"Chiquitín, ¿a quién quieres llevarte al espacio para contemplar el nacimiento de las estrellas?
Eran las diez y media cuando guardó su celular en el bolso y se dirigió a la Universidad de Nueva York para hablar con Rita Dunn, cuya oficina estaba en un edificio en la calle Waverly. Uno de esos edificios, aunque Cat no estaba segura cuál, había sido la fábrica que se incendió. Conocía la historia de manera muy vaga: que habían cerrado las puertas para que las trabajadoras no se fueran temprano o algo así. Las llamas se apoderaron de la fábrica, las mujeres quedaron atrapadas en su interior, y algunas se lanzaron al vacío. Desde alguno de estos edificios -¿sería desde aquel en que se encontraba ahora?- se habían lanzado con sus vestidos en llamas y se habían golpeado contra el pavimento, el mismo que había en esa calle. Ahora todo era propiedad de la universidad, sólo se veían estudiantes y compradores, así como una cafetería y una librería que vendía camisetas de la universidad.
Cat subió al noveno piso y se anunció con la secretaria del departamento, que le dijo que siguiera por el pasillo.
Rita Dunn resultó ser una pelirroja de cuarenta y tantos años, con una chaqueta de seda verde y una gran cantidad de maquillaje: delineador oscuro en los ojos y rubor aplicado con pericia. Llevaba en su cuello un collar de piedras de ámbar un poco más grandes que bolas de billar. Su aspecto era más semejante al de una patinadora retirada que al de una profesora de literatura."

Michael Cunningham
Días cruciales


"Creo que la política debería estar siempre presente en las novelas porque la política siempre está presente en la vida."

Michael Cunningham



"Creo que ya era hora de que las novelas incluyeran personajes gais sin ser consideradas 'novelas gais' y sin ninguna obligación de obsesionarse con la sexualidad del personaje (...) En el año 2016, un personaje en una novela puede ser gay al igual que otros pueden ser mujeres, o negros u hombres blancos heterosexuales."

Michael Cunningham



"Habrá que tomarlo por un sí, porque por lo visto no tiene nada más que decir sobre el asunto. Dizzy sigue viendo pasar el desolado paisaje, y Peter se pregunta si, a pesar de parecer tan ensimismado, no estará exhibiendo ante Peter su perfil de firme mandíbula y nariz romana. ¿Qué es..., tres años mayor que Bea? Aparente treinta.
Bea niña perdida, llena de rencor resabiado, con las uñas mordidas, envuelta en ese suéter peruano barato que te ayuda a sobrevivir en un apartamento sin calefacción, tú y yo sabemos que en parte me odias porque te has convencido de que te hice creer que no eras lo bastante guapa. No se lo hemos dicho a nadie, ni siquiera lo hemos hablado entre nosotros, pero los dos lo sabemos, ¿verdad? Lo hice lo mejor que pude, pero sí, fruncí el ceño al ver los leotardos amarillos que tanto te gustaban cuando tenías cuatro años, y acogí con frialdad la propuesta que hiciste a los siete de decorar tu cuarto en blancos y dorados y, sí, es cierto que no me gustó el collar de plata estilo art nouveau que te compraste en la feria de artesanía con tu dinero, tu primera compra independiente. No compartí tus gustos y, aunque nunca dije nada -intenté no ser un monstruo, te lo aseguro-, teníamos telepatía y siempre lo supiste. Y más tarde, cuando se te ensancharon las caderas y se te llenó la cara de granos, te juro que no dejé de quererte por tu falta de garbo adolescente, pero ya era demasiado tarde, ¿verdad?, me precedía mi reputación y no había nada que pudiera hacer, ninguna atención que pudiese tener, ni ninguna muestra de afecto que sonase convincente. Si había odiado esos leotardos color pis y la cama de princesa con dosel blanco, ¿cómo iba a querer a mi propia hija ahora que se le había encrespado el pelo y su cuerpo, al llegar a la pubertad, había activado un fragmento hasta entonces durmiente de ADN (mío, Bea, tu madre no desciende de lecheras y leñadores) que mucho antes de tu catorce cumpleaños ya decía de manera inevitable y carnal: prosaica, fiable, grandes pechos y caderas de buena paridora? Tus padres son esbeltos y atractivos y tú, por alguna jugarreta de la genética, no."

Michael Cunningham
Cuando cae la noche


"La cabeza de la mujer se alejó rápidamente, la puerta del trailer se cierra otra vez, pero deja detrás una sensación inconfundible de observable oposición, como si un ángel hubiera tocado brevemente la superficie del mundo con un pie en sandalia, preguntará si había algún problema y, habiendo sido informado que todo estaba bien, hubiera retornado a su lugar en lo etéreo con gravidad escéptica, habiendo recordado a los niños de la tierra que apenas se les confía que manejen sus propios asuntos, y que descuido adicional no será pasado por alto sin mención.
(...)
-Tengo la sopa de berro, dijo Nelly. Y el pay. Y luego pienso en algunas de las peras amarillas para pudín, a menos que quiera algo más elegante.
-Aquí está, pues: el reto ha sido lanzado. A menos que quiera algo más elegante.
Así la amazona subyugada se paró sobre la orilla del río envuelta en la piel de los animales que había matado y desollado; y dejó caer una pera enfrente de las zapatillas doradas de la reina y dijo: Esto es lo que traje. A menos que le guste algo más elegante.
(...)
Parecía como el principio de la felicidad, y Clarissa a veces se impactaba, más de treinta años después, de darse cuanta que era la felicidad; que la experiencia entera recaía en un beso y un paseo, la anticipación de la cena y un libro...Qué vivía sin oscurecerse en la mente de Clarissa más de tres décadas después en un beso al atardecer en un camino de pasto muerto, y un paseo alrededor de un estanque mientras los mosquitos zumbaban en el aire oscureciente. Existe aún esa singular perfección, y es perfecto en parte porque parecía, en su tiempo, tan claramente prometer más. Ahora lo sabe: Ese era el momento, justo entonces. No ha habido otro."

Michael Cunningham
Las horas


"La clave es recordar que las personas nunca respondemos directamente y siempre mentimos."

Michael Cunningham



"La gente es más de lo que creemos. Y también menos. La clave está en entender ambas cosas."

Michael Cunningham




"La habitación está oscura y vacía. Sin Beth casi de cuerpo presente, se ha transformado de cueva del tesoro —repleta de ofrendas a la princesa dormida— en refugio de trastos. El número de objetos ha aumentado, aunque no hayan cambiado de manera sustancial. Hay más libros precariamente amontonados. La lámpara con la hawaiana sigue esperando a que le cambien el cable y ha adquirido una hermana con el pie en forma de faro y la pantalla blasonada con barcos de vela. A las aristocráticas y esqueléticas sillas gemelas les han añadido una modesta mesita auxiliar de bambú, un objeto pequeño, de aspecto humilde y de factura sencilla, siervo de las sillas.
Cuando Beth se recuperó, cuando abandonó su vida en la habitación y se reintegró al ancho mundo, se llevó consigo el encanto lánguido y eduardiano de la habitación. Ahora solo es un dormitorio abarrotado de libros y desechos, la guarida de unos acaparadores, con cierto encanto pero también sin demasiado sentido. La muerte de Beth, la idea de que hubiese podido morir en ese cuarto, arroja un hechizo, y ahora los silenciosos habitantes del dormitorio, las sillas, las lámparas y las maletas de cuero peladas, no son más que objetos que, finalizado su breve período de transfiguración, han regresado al reino de lo extraño y esperan pacientemente el fin del mundo.
No obstante, tras la barricada de trastos, la cama es blanca e inexpresiva, casi luminosa. La cama es la Bella Durmiente y todos esos objetos una mata de zarzas y espinos crecida para protegerla.
Barrett se abre paso entre los montones. Puede que la habitación sea un purgatorio de trastos, pero no está sometido a los aromas de las tiendas de objetos de segunda mano, que huelen a polvo y barniz viejo, mezclado con esa esencia deprimente y no muy limpia que parece adherirse a las cosas que hace tiempo que nadie quiere. Ahora Beth enciende velas con aroma de lavanda en todas las habitaciones, igual que una anciana utiliza el perfume, para tapar cualquier esencia detectable de degeneración.
Abre el cajón de la mesilla de noche del lado de Tyler. El cajón está lleno de cosas suyas: condones y lubricante, claro (¿de verdad usa Magnums?); un tubo de no sé qué ungüento japonés; un cuadernito de papel Rhodia y un bolígrafo Sharpie; una fotografía antigua de su madre (a veces, Barrett todavía se sorprende cuando algo le recuerda que era pechugona y de cejas gruesas, con los ojos juntos y escépticos de una mujer a quien nunca ha timado el carnicero del pueblo; una mujer guapa, como suele decirse, imponente, pero no una gran belleza, como él insiste en recordarla); unas cuantas cápsulas anticongestivas sueltas; varias púas de guitarra desperdigadas..."

Michael Cunningham
La reina de las nieves


"La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz."

Michael Cunningham



"Tiendo a escribir sobre gente que se siente aislada, que buscan una vida más satisfactoria. Es lo que nos pasa a la mayoría, ¿no?. Y aunque hay mucha gente en el mundo que son felices y se sienten realizados, no quiero escribir -o leer- novelas sobre ellos."

Michael Cunningham










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