Rachel Cusk

“Construir algo nuevo es delicado: es muy fácil que resulte feo, inútil o que no dure. Con la trilogía quise que el diseño fuera lo más ligero posible, que el edificio casi no ocupase espacio, que tuviera una planta estructural invisible. Quería que mi trabajo quedase libre de la influencia de la imaginación.”

Rachel Cusk


"Cuando era más joven, yo creía que debía haber sido una tranquilidad para ella quedarse sola, después de tantos años. Aunque quería mucho a mi abuelo, veía su muerte como un indulto, una liberación, como quitarse unos zapatos que hacen daño. El matrimonio me parecía un freno, un corsé, y a mi modo de ver la fuerza coactiva era masculina; eran los hombres quienes imponían esa estructura, el matrimonio, para volver a una mujer inaccesible, y con ella también los dones de amor y calidez que de lo contrario podría haber propagado libremente por el mundo. Pero los hombres ofrecían protección y dinero: comprendí que una mujer no podía liberarse con tanta facilidad, no podía largarse a otra parte, sin más, con sus dones de amor y calidez. Lo que le había pasado a mi abuela parecía la solución ideal; se quedaba con las propiedades, pero se libraba de la autoridad masculina que las había proporcionado, aunque es cierto que eso tardó muchísimo en llegar. Nunca se me ocurrió que mi abuela pudiera volver a casarse, que pudiera someterse de nuevo a ese cautiverio, y no lo hizo. Tampoco se me ocurrió nunca que pudiera seguir sola por lealtad a la empresa familiar; que pudiera sentirse sola y enfermar por falta de compañía, y aun así seguir interpretando su papel por el bien de sus hijos; que pudiera haber comprendido, como yo no supe, que el puzle es frágil, no fuerte, que es un espejismo, no una prisión. Que lo que exige fortaleza es conservarlo, no desmantelarlo, porque puede romperse en un instante. Esa imagen se romperá, y lo que quede de ella no será una imagen diferente o nueva, sino un montón de piezas que no significan nada.
Al final de la comida trajeron la gigantesca tarta, entre exclamaciones en las que me pareció detectar notas de duda. Por un momento, la amenaza —o mejor dicho, la certeza— del fracaso resulta insoportable, el conocimiento inexorable que es la esencia de esta segunda vida, de estos despojos. De pequeña, leía el libro de la vida a través de los adultos a los que conocía, igual que ahora lo leo a través de mis hijas, y puede que la segunda lectura sea una forma de expiación por la primera, porque sé lo que significa ser una niña. La primera lectura fue salvaje y reveladora, mientras que la segunda es empática y filosófica: con la vista cansada por la oscuridad de mi propia ignorancia, luchaba por comprender la grandeza y la violencia del mundo de los adultos, por captar su doble naturaleza entre el ser y el aparentar. Y en esta duplicidad, en esta diferencia entre lo que las cosas parecían y lo que eran, había algo con lo que no podía reconciliarme, igual que ahora no puedo olvidar que debajo de esos manteles tan bonitos hay una estructura improvisada, sin forma ni belleza propias. De una manera muy similar, veía el lado romántico del matrimonio como la envoltura de algo categóricamente práctico, lo veía como la metáfora de una mujer, esa hermosa criatura que limpia y cocina. ¿Por qué no podían ser iguales lo exterior y lo interior? Mi tarta esconde dentro algo peor que práctico, peor que improvisado: es lo contrario del significado; es la representación del fracaso. Mucho mejor ser práctico que hacer una tarta repugnante. Mejor ir a una tienda y comprar una tarta que crear esta extravagante parodia del amor."

Rachel Cusk
Despojos


"El aula era pequeña y gris, pero tenía unas ventanas muy grandes que daban a la plaza Kolonaki, un recinto de hormigón en el que la gente leía el periódico a la sombra de los plátanos sentada en bancos cuyas bases de hormigón estaban llenas de pintadas. A las diez de la mañana, allá donde hacía calor no se veía a nadie. Las palomas avanzaban en desastrada formación circular por las losas del pavimento dando picotazos con la cabeza gacha.
Los estudiantes deliberaban sobre si las ventanas tenían que estar abiertas o cerradas, porque en el aula hacía un frío mortal y nadie había averiguado cómo se bajaba el aire acondicionado. Quedaba también la cuestión de la puerta, abierta o cerrada, de las luces, encendidas o apagadas, y de si el ordenador, que proyectaba sobre la pared un rectángulo azul vacío y emitía un zumbido, iba a utilizarse o podíamos apagarlo. Ya había visto al chico que Ryan me había señalado; tenía una inmensa mata de pelo rizado que le caía sobre los hombros y un bigote incipiente, una pelusilla ligeramente más clara, en el labio superior. De los otros, al principio costaba hacerse una idea. El número de hombres y de mujeres era prácticamente el mismo, pero allí nadie compartía características de edad, indumentaria o tipo social. Se habían acomodado alrededor de una gran mesa de formica que, en realidad, era una serie de mesitas más pequeñas puestas todas juntas formando un cuadrado. En el aula reinaba una atmósfera de incertidumbre, de incomodidad, casi. Me recordé que esa gente quería algo de mí; que aunque ni me conocían ni se conocían entre ellos, estaban allí con el propósito de que se los reconociera.
Decidimos que las ventanas quedarían abiertas y la puerta, cerrada, y de ello se encargaron las dos personas que más cerca de las unas y de la otra estaban. Abrir las ventanas para calentar una habitación parecía raro, señaló el chico de Ryan, pero la ciencia, continuó, nos había llevado a muchas inversiones de la realidad como esa, algunas más útiles que otras. Debíamos aceptar las incomodidades que de vez en cuando conllevaba nuestra comodidad, dijo, como deben tolerarse los defectos de las personas amadas: no había nada perfecto. Muchos de sus compatriotas, añadió, estaban convencidos de que el aire acondicionado perjudicaba gravemente la salud, y existía ya un movimiento de ámbito nacional para tenerlo apagado en oficinas y edificios públicos, en un principio de vuelta a la naturaleza que, en cierto modo, podía definirse como perfeccionismo, aunque iba a suponer que todo el mundo pasara mucho calor; lo que, concluyó el chico con cierto placer, solo podía desembocar en una nueva invención del aire acondicionado.
Cogí un trozo de papel y dibujé el contorno de la gran mesa cuadrada a la que todos estábamos sentados. Les pregunté los nombres a los estudiantes, diez en total, y anoté el nombre de cada uno y el lugar que ocupaba en ese cuadrado. Después les pedí que me contaran algo que, de camino al aula, les hubiera llamado la atención. Se hizo un silencio de transición largo y evasivo; carraspeaban, ordenaban los papeles que tenían delante o clavaban los ojos al frente con la mirada perdida. Entonces, una joven que, según mi diagrama, se llamaba Sylvia se puso a hablar después de haber echado un vistazo al aula para asegurarse, eso me pareció a mí, de que nadie iba a tomar la iniciativa. Su sonrisita de resignación dejaba bien claro que solía verse en esa situación a menudo."

Rachel Cusk
A contraluz


"El mundo literario me asesinó. Fue un castigo despiadado contra una mujer que intentaba hablar de su experiencia con honestidad."

Rachel Cusk



“El yo está acabado. No creo que pueda volver a usar la forma de mis últimos libros o a escribir en primera persona.”

Rachel Cusk



"Fuera estaba tan oscuro que casi no podíamos ver la acera que teníamos delante. Había parado de llover, pero de las hojas caían gruesas gotas. En la oscuridad, la masa de pesados troncos que flanqueaban la carretera, con sus raíces serpenteantes, parecía tan impenetrable como un bosque. El moderador sacó su móvil y lo usó de linterna. Teníamos que caminar muy juntos para poder ver adónde íbamos. Nuestros brazos y nuestros hombros se tocaban. Noté que iba cayendo en la cuenta, que empezaba a entender, como si una pieza incomprensible hubiera encajado por fin. Cruzamos la calle hacia la luz que venía del hotel. Abrí la verja y el moderador me siguió por el patio de grava. Unos peldaños de piedra conducían a la puerta de entrada. Me detuve antes de subir. Le di las gracias por acompañarme, me giré y enfilé los escalones. Él me siguió; lo notaba detrás, una sombra negra que no se separaba de mí, como un halcón que me sobrevolara y se elevara. Cuando me volví otra vez, él dio dos pasos rápidos en mi dirección. Parecía estar cruzando un elemento insondable o una especie de abismo donde las cosas caían y se rompían ahí abajo, en la oscuridad, en lo más profundo. Su cuerpo alcanzó el mío; me empujó contra la puerta y me besó. Me metió su lengua cálida y gruesa en la boca y deslizó las manos dentro de mi abrigo. Su cuerpo duro y enjuto era más insistente que enérgico. Noté la ropa suave y cara que vestía y la piel caliente que había debajo. Apartó su cara de la mía durante un momento para hablar."

Rachel Cusk
Tránsito


“Hemos interiorizado muchas contradicciones e intentado resolverlas como hemos podido. El matrimonio y la maternidad son cosas que no tuvimos claro cómo vivir a la luz del feminismo. Son las rocas contra las que se estrelló nuestro barco.”

Rachel Cusk


“La novela inglesa sigue en un esquema victoriano de introducción, nudo y desenlace, siempre muy ligado a la fantasía del autor. No trato de ser una escritora radical, pero frente a ese modelo es muy difícil no serlo.”

Rachel Cusk


“No creí estar diciendo nada rompedor al afirmar que el divorcio es una experiencia terrible. Y, sin embargo, la gente enfureció. Ahora creo que el divorcio es una experiencia tan destructiva que solo genera más destrucción a su alrededor.”

Rachel Cusk


"Nunca me he ajustado a las reglas."

Rachel Cusk


“Nunca me he sentido inglesa, solo estoy atrapada aquí. Me siento como un animal en el zoo. No me gusta ni el zoo, ni el cuidador, ni los demás animales. Querría huir, pero seguramente perecería en la naturaleza.”

Rachel Cusk



“Si le pregunta a cualquier mujer por qué decidió tener un segundo hijo, le contestará que fue al llegar a la sala de partos cuando recordó lo doloroso que es dar a luz. En caso contrario, nunca habría vuelto a hacer algo así. Eso es lo que me sucedió con este libro.”

Rachel Cusk










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