Anna Katharina Emmerich

“Ayer he pedido fervorosamente a Dios que dejase de concederme estas visiones, para verme libre de la responsabilidad de referirlas. Pero el Señor no quiso escucharme; antes bien, he entendido, igual que otras veces, que debo referir todo lo que veo, aunque se burlen de mí y no comprenda yo ahora el provecho que resulte de esto. También he sabido que nadie ha visto nunca estas cosas en el grado y medida en que yo las veo, y he entendido que no son cosas mías, sino de la Iglesia. 
“Yo te doy esta visión, me dijo el Señor, no para ti, sino para que sea consignada: debes, pues, comunicarla. Ahora no es tiempo de obrar maravillas exteriores. Te doy estas visiones y te las he dado siempre, para mostrar que estoy con mi Iglesia hasta la consumación de los siglos. Pero las visiones, por sí solas, a nadie hacen bienaventurado: has de ejercitar, pues, la caridad, la paciencia y todas las virtudes”.
Las admirables visiones sobre el Antiguo Testamento y las numerosas visiones sobre la vida de los santos, me fueron comunicadas por la bondad de Dios, no sólo para mi instrucción, sino para que las publicara, e hiciera conocer tantas cosas escondidas e ignoradas. Muchas veces me fue inculcado este mandato. 
Hace mucho que yo hube de haber muerto. He conocido en una visión que hace tiempo yo hubiera muerto, si no fuera porque debía hacer conocer estas cosas por medio del Peregrino (así se refería afectuosamente al escritor Clemente Brentano). Él debe escribirlo todo. A mí me corresponde únicamente comunicar mis visiones. Cuando el Peregrino lo haya ordenado todo y todo esté terminado, morirá él también.”

Anna Katharina Emmerich


"Cuando, hacia la edad de cinco o seis años, yo meditaba sobre el primer artículo del Credo de los Apóstoles, 'Creo en Dios Padre, Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra', todo tipo de imágenes que se remitían a la creación del cielo y de la tierra se presentaban a mi alma. Vi la caída de los ángeles, la Creación de la Tierra y del Paraíso, Adán y Eva, y la Caída del Hombre. Creía simplemente que todos veían esto, como otras cosas que nos rodean. Yo hablaba de esto a mis padres, a mis hermanos y hermanas, a mis compañeros de juego, contaba todo esto ingenuamente, hasta el momento en que me di cuenta de que se burlaban de mí, preguntándome si tenía un libro en el cual todo eso estuviera escrito. Así comencé poco a poco a callar estas cosas, pensando, sin mucha reflexión, que era inoportuno hablar de tales temas; no obstante, no me hice ninguna inquietud particular en cuanto a eso."

Anna Katharina Emmerich



“Debía salir al campo con mi padre y llevar caballo, conducir la rastra y hacer todo género de faenas. Cuando dábamos alguna vuelta o nos parábamos, decía: “¡Qué hermoso es esto! Mira, de aquí podemos divisar la iglesia de Koesfeld y contemplar al Santísimo Sacramento y adorar a Nuestro Señor y Nuestro Dios. Desde allí nos está viendo y bendiciendo nuestro trabajo”. Cuando tocaban a misa, se quitaba el sombrero y hacía oración, diciendo: «¡Oigamos ahora misa!” Mientras trabajaba, decía: “Ahora está el sacerdote en el Gloria; ahora llega al Sanctus; y ahora debemos pedir con él esto o aquello y recibir la bendición”. Después cantaba o repetía alguna tonada. Cuando yo levantaba las mieses, decía: “Se espantan las gentes al oír la palabra milagro, y he aquí que vivimos de puro milagro y gracia de Dios. Mira el grano en la tierra: ahí está y de él sale un tallo que produce ciento por uno. ¿No es esto un gran milagro?” El domingo, después de comer, nos refería el
sermón y lo explicaba de un modo muy edificante. También nos leía la explicación del Evangelio.”

Anna Katharina Emmerich



"He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía.

Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María".

"Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo. "

"Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo. "
"María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. "iAh, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha !"

"He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del nacimiento de Jesús brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte. "

"A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores, había una colina. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores. Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados. "

"Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del pesebre. Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, y finalmente oí cantos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se asustaron los pastores, apareció un ángel entre ellos, que les dijo: "No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre". Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Oí que alababan a Dios cantando:

"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores cerca de una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. Los he visto consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba."

Anna Katharina Emmerich
Visión del Nacimiento de Jesús según una visión dada a la Beata Catalina Emmerich
ALEMANIA, 1820




"Hoy al anochecer vi que la caravana de los Reyes tenía unas doscientas personas, pues su generosidad les había atraído mucha turba. Desde este lado del río que acababa de pasar, la caravana se acercó por oriente a una ciudad por cuyo borde occidental pasó Jesús sin entrar en ella el 31 de julio de su segundo año de predicación. El nombre de la ciudad suena como Manacea, Metanea, Medana o Madián5.
Aquí vivían mezclados judíos y paganos; era mala gente y no querían dejar pasar la caravana aunque la carretera atraviesa el pueblo. Llevaron la caravana a un recinto murado justo al lado oriental de la ciudad, en el que había establos y cobertizos. Allí alzaron los Reyes sus tiendas, abrevaron, dieron pienso a sus animales e hicieron su comida.
El jueves 20 y viernes 21 vi que los Reyes descansaron aquí, pero estaban muy acongojados porque al igual que en la ciudad anterior, nadie quería saber nada del rey recién nacido, pese a que los oí contar muy cordialmente a los habitantes muchas cosas sobre las causas de su viaje, la longitud del trayecto y todas sus circunstancias, de lo cual recuerdo lo siguiente:
Tenían el anuncio del Rey recién nacido desde mucho tiempo atrás; creo que tuvo que haber sido no mucho después de Job pero antes que Abraham fuera a Egipto, pues una hueste de 3.000 medos del país de Job (pero que también vivían en otras comarcas) hicieron una incursión en Egipto hasta la comarca de Heliópolis. Ya no sé exactamente por qué penetraron tan profundamente, pero era una expedición guerrera y creo que venían a ayudar a alguien. Sin embargo no les fue bien porque iban contra algo santo; ya no sé si es que iban contra hombres santos o contra un misterio religioso relativo al cumplimiento de la Promesa.
Entonces, en la comarca de Heliópolis, varios de los jefes medos tuvieron simultáneamente una revelación: se les apareció un ángel que les impidió seguir adelante y les anunció que sus descendientes venerarían a un Salvador que nacería de una virgen.
Ya no sé cómo ocurrió pero no avanzaron más sino que volvieran a casa a observar las estrellas. Los medos hicieron una alegre fiesta en Egipto, construyeron arcos de triunfo y altares, los adornaron con flores y se volvieron a casa.
Eran servidores de las estrellas, gente de Media extraordinariamente alta, casi una especie de gigantes, de porte muy noble y bonito color de piel castaño amarillento. Iban con sus rebaños de un lugar a otro y con su gran poder dominaban lo que querían.
Ya he olvidado el nombre del que tenían por profeta principal; tenían muchas profecías y veían toda clase de signos en los animales. Muchas veces se les ponían de repente en el camino de sus caravanas un animal que estiraba la pata y que antes se dejaban matar que quitarse del camino. Para los medos esto era un signo y se apartaban del camino.
Los Reyes Magos contaban que fueron estos medos quienes a su regreso de Egipto trajeron por primera vez la profecía y entonces empezaron a observar los astros. Cuando decayó, la renovó un alumno de Bileam [sic] y mil años después la volvieron a renovar las tres profetisas hijas de los tres jeques. Quinientos años después, es decir, ahora [en la época del nacimiento de Cristo] la estrella había venido y ellos la seguían para adorar al rey recién nacido.
Todo esto lo contaban los Reyes a sus curiosos oyentes con la mayor ingenuidad y honradez, y se quedaron muy turbados de que éstos no parecieran creer lo que sus antepasados habían esperado con tanta paciencia desde hacía dos mil años.
Este anochecer la estrella estaba cubierta de niebla, pero cuando se hizo de noche volvió a aparecer tan clara y grande entre las nubes que se retiraban, como si estuviera muy cerca de la tierra, que salieron corriendo de su campamento a despertar a los habitantes de los contornos para enseñársela. La gente miraba fijamente al cielo, maravillada y un poco conmovida pero muchos se enfadaron con los Reyes y la mayoría solo buscaba la forma de aprovecharse como fuera de su generosidad.
Les oí contar la distancia a la que estaban ahora del punto donde se habían reunido; contaban por jornadas a pie, calculadas a 12 horas, pero como iban montados en sus cabalgaduras, que eran dromedarios, que corren más rápidos que los caballos, contaban cada día a 36 horas, incluyendo la noche y las horas de descanso. Así, el rey más alejado pudo hacer en solo dos días 5 veces 12 horas hasta el punto de reunión, y los menos alejados hicieron 3 veces 12 horas en un día y una noche.
Desde el punto de reunión hasta aquí habían hecho 672 horas y para ello necesitaron, descansos incluidos, 25 días con sus noches desde el día del nacimiento de Jesús hasta ahora."

Anna Katharina Emmerich
La vida oculta de la Virgen María



La amarga pasión de nuestro Señor Jesucristo – Sección 1

I
Preparación de la Pascua

El Jueves Santo 13 Nisan (29 de Marzo). Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la
última gran comida del Señor y de sus amigos, en casa de Simón el leproso, en
Betania, en donde María Magdalena derramó por la última vez los perfumes
sobre Jesús. Judas se escandalizó en esta ocasión; corrió a Jerusalén, y habló
con los príncipes de los sacerdotes para vender a Jesús. Después de la comida
Jesús volvió a casa de Lázaro, y una parte de los apóstoles se dirigió hacia la
posada, situada a la entrada de Betania. Por la noche Nicodemo vino a casa de
Lázaro, y habló mucho tiempo con el Señor; volvió a Jerusalén antes de
amanecer, y Lázaro lo acompañó parte del camino.
Los discípulos habían preguntado ya a Jesús adónde quería comer la Pascua.
Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les
habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo
que cuando subieran al monte de Sión encontrarían al hombre con el cántaro
de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la última Pascua, en
Betania, había preparado la comida de Jesús; por eso San Mateo dice: «cierto
hombre». Debían seguirle hasta su casa, y decirle: «El Maestro te manda a decir
que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua en tu casa». Después
debían ser conducidos al Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones
necesarias.
Yo vi los dos apóstoles subir a Jerusalén, siguiendo un barranco, al Mediodía
del templo, del lado septentrional de Sión. Sobre el flanco meridional de la
montaña del templo había una fila de casas; marcharon frente por frente de
esas casas, subiendo un torrente que los separaba de ellos. Cuando llegaron a
las alturas de Sión, más elevadas que la montaña del templo, se dirigieron
hacia el Mediodía, y encontraron al principio de una pequeña subida, cerca de
una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había
designado; le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró
mucho de esta noticia, y les respondió que una comida había sido ya dispuesta
en su casa (probablemente por Nicodemo); que no sabía para quién, y que se
alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Helí, cuñado de
Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la
muerte de Juan Bautista. No tenía más que un hijo, que era levita, y muy amigo
de Lucas, antes que éste hubiese venido al Señor; y además cinco hijas
solteras. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados, alquilaba
una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no tenían hospedaje en
la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo, que pertenecía a Nicodemo y
a José de Arimatea. Enseño a los dos apóstoles su posición y su distribución
interior.

II
El Cenáculo
Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, no lejos del castillo arruinado
de David y de la plaza que sube hacia él por el lado de Levante, se halla una
antigua y sólida casa entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio
espacioso cercado de buenas paredes. A derecha y a izquierda de la entrada
se ven otras habitaciones contiguas a la pared, sobre todo a la derecha; la
habitación del mayordomo, y al lado la que la Virgen y las santas mujeres
ocuparon con mas frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo,
antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los
audaces capitanes de David: en él se ejercitaban en manejar las armas. Antes
de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí
bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia en un lugar
subterráneo. Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo de las
mismas bóvedas; allí escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el
sacrificio de la Nueva Alianza. Salomón honró esta casa, y había en ella algo
de simbólico y de figurativo, que se me ha olvidado. Cuando una gran parte de
Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto
otras muchas cosas de ella, pero no tengo presente mas que lo que he
contado.
Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser propiedad de
Nicodemo y de José de Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy
cómodamente, y lo alquilaban para servir de cenáculo a los extranjeros que la
Pascua atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado en la última Pascua.
Además, la casa y sus dependencias les servían, unas para almacén de
lápidas sepulcrales, y otras de taller para los obreros, pues José de Arimatea
poseía excelentes canteras en su patria, y hacía traer piedras, con las cuales
labraban, bajo su dirección, sepulcros, ornamentos de arquitectura y columnas,
para después venderlos. Nicodemo tomaba parte en este comercio, y aún le
gustaba esculpir en sus ratos de ocio. Trabajaba en la sala o en un subterráneo
que estaba debajo, excepto en la época de las fiestas: este género de
ocupación lo había puesto en relación con José de Arimatea; se habían hecho
amigos, y asociado con frecuencia en sus empresas.
Esta mañana, mientras que Pedro y Juan conversaban con el hombre que
había alquilado el Cenáculo, vi a Nicodemo en la casa de la izquierda del patio,
adonde habían trasportado muchas piedras que obstruían la entrada de la sala
de comer. Ocho días antes había visto muchas personas ocupadas en poner
las piedras a un lado, en limpiar el patio y en preparar el Cenáculo para la
celebración de la Pascua; yo creo que entre ellas había algunos discípulos,
quizás Aram y Temení, los primos de José de Arimatea.
El Cenáculo propiamente está casi en medio del patio; es cuadrilongo, rodeado
de columnas poco elevadas, y si se abrieran los intervalos entre los pilares,
podría estar reunido a la sala grande interior, pues todo el edificio es como
transparente, y solo en los tiempos ordinarios están los pasos cerrados con
puertas. La luz penetra por aberturas en lo alto de las paredes. Al entrar se
halla primero un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después se entra en
la sala interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes
están adornadas para la fiesta, hasta media altura, de hermosas esteras y de
colgaduras, y han practicado en lo alto una abertura, adonde han extendido
una gasa azul muy transparente.
La parte posterior de la sala está separada del resto por una cortina de la
misma tela. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta similitud con el
templo: se halla también en el vestíbulo el santuario, y el Santo de los Santos.
En esta ultima parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos
necesarios para la celebración de la fiesta. En medio hay una especie de altar.
Fuera de la pared sale un banco de piedra elevado sobre tres escalones; tiene
la figura de un triangulo rectángulo; debe ser la parte superior del hornillo
donde se asa el cordero Pascual, porque hoy, durante la comida, los escalones
estaban calientes. No puedo detallar todo lo que se halla en esta parte de la
sala, pero están haciendo grandes preparativos para la comida pascual.
Encima de este hornillo o altar hay una especie de nicho en la pared, delante
del cual vi la imagen de un cordero pascual: tenía un cuchillo en el cuello, y
parecía que su sangre corría gota a gota sobre el altar; no me acuerdo bien
como estaba hecho. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos
colores, que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi
toda clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento
reposo allí.
En las salas laterales del Cenáculo hay unas especies de camas con
cobertores gruesos, enrollados juntos, donde se puede pasar la noche. Debajo
de todo el edificio hay hermosas bodegas. El Arca de la Alianza fue depositada
en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar. Debajo de la
casa hay cinco caños que reciben las inmundicias y las aguas de la montaña,
pues la casa esta situada en un punto elevado. Yo he visto allí a Jesús curar y
enseñar; los discípulos también pasaban con frecuencia las noches en las
salas laterales.

 

III
Disposiciones para el tiempo pascual
Cuando los apóstoles hablaron a Helí de Hebrón, este entró en la casa por el
patio: los discípulos volvieron a la derecha, y bajaron el monte de Sión hacia el
Norte. Pasaron un puente, y se fueron por un sendero cubierto de árboles al
otro lado del barranco que está delante del templo y de la fila de casas situadas
al Mediodía de este edificio. Allí estaba la casa del viejo Simeón, muerto en el
templo después de la presentación de Jesucristo; y sus hijos, algunos de los
cuales eran secretamente discípulos de Jesús, vivían en ella actualmente. Los
apóstoles hablaron a uno de ellos, que tenía un empleo en el templo; era un
hombre alto y moreno. Fueron con él al Este del templo, atravesando la puerta
de Ofel, por donde Jesús había entrado en Jerusalén el día de Ramos, y fueron
a la plaza de los Ganados, situada en la ciudad, al Norte del templo. Vi en la
parte meridional de esta plaza pequeños cercados, en donde saltaban
hermosos corderos sobre la hierba, como en jardines pequeños. Allí se
compraban los corderos de la Pascua. Yo vi al hijo de Simeón entrar en uno de
esos cercados.: los corderos saltaban a su alrededor, como si lo hubiesen
conocido. Escogió cuatro, que fueron llevados al Cenáculo. Por la tarde lo vi
ocuparse en el mismo sitio en la preparación del cordero pascual.
Vi a Pedro y a Juan ir además a varios sitios y encargar diversos objetos. Los vi
también delante de una puerta, al Norte de la montaña del Calvario, en una
casa en donde se hospedaban la mayor parte del tiempo los discípulos de
Jesús, y que pertenecía a Serafia (tal era el nombre de la que después fue
llamada Verónica). Pedro y Juan enviaron desde allí algunos discípulos al
Cenáculo, y les dieron algunos encargos, que he olvidado.
Entraron también en casa de Serafia, donde tenían que arreglar algunas cosas.
Su marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de
casa en sus negocios; y aun estando, ella lo veía poco. Era una mujer de la
edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia
desde mucho tiempo antes; pues cuando el Niño Jesús se quedó en el templo
después de la fiesta, ella fue quien le dio de comer. Los dos apóstoles tomaron
allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la institución de la
sagrada Eucaristía.

 

IV
El Cáliz de la Santa Cena
El cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de Verónica, es un vaso
maravilloso y misterioso. Había estado mucho tiempo en el templo entre otros
objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado.
Una cosa igual ha sucedido en la Iglesia cristiana, de donde muchas
joyas antiguas consagradas han pasado al olvido con los años.
Muchas veces se han desenterrado, vendido o compuesto vasos viejos y otras
joyas enterradas en el polvo del templo. Así es que, con la permisión de Dios,
este vaso sacratísimo, que nunca se había podido fundir a causa de su materia
desconocida, fue hallado por los sacerdotes
modernos en el tesoro del templo, entre otros objetos que no se usaban, y
luego vendido a un aficionado a antigüedades. El cáliz comprado por Serafia
había servido ya muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas, y
desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad cristiana. Este
vaso no siempre se conservó en su estado actual: quizás con ocasión de la
Cena del Señor habían juntado las diferentes piezas de que se componía. El
gran cáliz estaba puesto en un azafate, y alrededor había seis copas. Dentro
del cáliz había otro vaso pequeño, y encima un plato con una tapadera
redonda. En el pie del cáliz estaba embutida una cuchara, que se sacaba con
facilidad. Todas estas piezas estaban envueltas en paños y puestas en una
bolsa de cuero, si no me equivoco. El gran cáliz se compone de la copa y del
pie, que debe haber sido añadido después, pues estas dos partes son de
distinta materia. La copa presenta una masa morena y bruñida en forma de
pera; esta revestida de oro, y tiene dos asas para poderla agarrar. El pie es de
oro puro, divinamente trabajado, con una culebra y un racimo de uvas por
adorno, y enriquecido con piedras preciosas.
El gran cáliz se guarda en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor,
y lo veo todavía conservado en esta ciudad; ¡tornara de nuevo a darse a luz
como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo
rodeaban; una de ellas esta en Antioquía, otra en Éfeso: pertenecían a los
Patriarcas, que apuraban en ellas cierta bebida misteriosa cuando recibían y
daban la bendición, como lo he visto muchas veces.
El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país
de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos
establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo
usó en el sacrificio, al ofrecer el pan y el vino en presencia de Abraham y se lo
dejo a este Patriarca. Este vaso había estado también en el Arca de Noé.
«Ved aquí hombres hermosos que vienen de una ciudad opulenta: está
edificada a la antigua; se adora en ella lo que se quiere; adórase hasta los
peces. El viejo Noé, con un palo al hombro, está junto al Arca; la madera de
construcción esta puesta a su lado. No, no son hombres: debe ser algo más
elevado, según su belleza y su serenidad; traen a Noé el cáliz, que sin duda se
ha perdido; no sé como se llama este sitio. Hay en el cáliz una especie de
grano de trigo, pero mas grueso que los nuestros; es como un grano de
mirasol, y hay también un sarmiento pequeño. Dicen a Noé que hay en él un
misterio, y que debe llevarlo consigo. Mirad: pone el grano de trigo y el
sarmiento en una manzana amarilla que coloca en la copa. El cáliz está labrado
con traza maravillosa. Hay un misterio que yo no me sé: es el cáliz que he visto
figurar en la gran parábola(*) en el sitio donde estaba el espino ardiendo».
La monja refirió todo lo que se acababa de decir del cáliz, en un estado de
intuición tranquila, y viendo ante sus ojos lo que describía. Durante su relato
acerca de Noé, estaba toda absorta en su visión. Al fin doó un grito, miró en
torno suyo, y dijo:
¡Ah! Tengo miedo de tener que entrar en el Arca: veo a Noé, y creí que
llegaban las aguas rebosantes. (Después, habiendo vuelto a su estado natural,
dijo:) Los que trajeron el cáliz a Noé llevaban un vestido largo, blanco, y se
parecían a los tres hombres que venidos a casa de Abraham le prometieron que
Sara pariría. Me pareció que sacaron de la ciudad una cosa santa que no debía
perecer con ella, y que la daban a Noé. El cáliz estuvo en Babilonia en casa de
los descendientes de Noé que se habían mantenido fieles al verdadero Dios.
Estaban sometidos a esclavitud por Semíramis. Melquisedec los condujo a la
tierra de Canaán, y llevó el cáliz. Vi que tenía una tienda cerca de Babilonia, y
que antes de conducirlo bendijo en ella el pan y se lo distribuyó, sin lo cual no
hubieran tenido fuerza para seguirle. Esa gente tenía un nombre como
samaneos. Él se sirvió de ellos y de algunos cananeos habitantes en grutas,
cuando comenzó a edificar sobre los montes donde estuvo después Jerusalén.
Abrió cimientos profundos en el sitio donde se alzaron luego el Cenáculo y el
templo, y también hacia el Calvario. Sembró trigo y plantó viña. Después del
sacrificio de Melquisedec, el cáliz se quedó en casa de Abraham. Fue también a
Egipto, y Moisés lo tuvo en su poder. Estaba hecho de un modo singular, muy
compacto, y no parecía trabajado como los metales; semejaba el producto de
un vegetal. Sólo Jesús sabía lo que era.
(*) Esto se refiere a, una gran parábola simbólica de la reparación del género
humano desde el principio, que desgraciadamente no contó por completo, y
después se le olvidó. En esta ocasión no habló del espino ardiendo; aunque el
espino ardiendo de Moisés tenía en otras visiones la forma de un cáliz.

 

V
Jesús va a Jerusalén
Por la mañana, mientras los dos apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer
los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo
una tierna despedida a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio
algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre
otras cosas, que había enviado a Pedro, el apóstol de la fe, a Juan, el apóstol
del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo de Magdalena, cuyo dolor
era muy violento, que su amor era grande, pero que todavía era un poco según
la carne. y que por ese motivo el dolor la ponía fuera de si. Habló también del
proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él.
Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer un
pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le
enseñaron los soldados encargados de arrestar al Salvador. Calculó sus idas y
venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor
poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos.
Era activo y servicial, pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no
combatía estas pasiones. Había hecho milagros, y curaba enfermos en la
ausencia de Jesús. Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder,
esta le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le
recomendó que tuviera mas resignación que las otras mujeres; le dijo también
que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero
estaba profundamente triste, y sumergida en un recogimiento que tenía algo de
espantoso. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso , del amor
que le tenía, y la estrechó contra su corazón. Le dijo también que haría
espiritualmente la cena con Ella, y le designó la hora en que la recibiría. Se
despidió otra vez de todos, y dio diversas instrucciones.
Jesús y los nueve apóstoles salieron a las doce de Betania para Jerusalén; los
seguían siete discípulos, que eran de Jerusalén y de sus contornos, excepto
Natanael y Sitas. Entre ellos estaban Juan Marcos y el hijo de la pobre viuda
que el jueves anterior había ofrecido su ultimo dinero en el templo mientras que
Jesús enseñaba. Jesús lo tenía consigo desde pocos días antes. Las santas
mujeres salieron más tarde.
Jesús y los que le seguían anduvieron acá y allá al pie del monte de los Olivos,
en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos.
Dijo a los apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su
pan y su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les
dejaría todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en el
semblante, que su alma parecía salirse por todas partes, que se deshacía en
amor esperando el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo
comprendieron: creían que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar
todo el amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que
pronunció en Betania y aquí.
Los siete discípulos que habían seguido al Señor a Jerusalén no anduvieron
este camino con Él: fueron a llevar al Cenáculo los vestidos de ceremonia para
la Pascua, y volvieron a casa de María, madre de Marcos. Cuando Pedro y
Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos los vestidos de ceremonia estaban
ya en el vestíbulo, adonde los discípulos y algunos otros los habían llevado.
Cubrieron también con colgaduras las paredes desnudas de la sala, abrieron
las ventanas de arriba y prepararon tres lámparas colgadas. En seguida Pedro
y Juan fueron al valle de Josafat, y llamaron al Señor y a los nueve apóstoles.
Los discípulos y los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo
vinieron después.

 

VI
Última Pascua
Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres
grupos. Jesús comió con los doce apóstoles en la sala del Cenáculo. Natanael
comió con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce
tenían a su cabeza a Elíacim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había
sido discípulo de Juan Bautista.
Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero,
que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los
apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia, porque ocupado en su trama, no
había vuelto cuando el sacrificio del cordero: vino pocos instantes antes de la
comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los apóstoles fue
enternecedor; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo, Los apóstoles y los
discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús hablo de una nueva
época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del
Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía
ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir
verdaderamente de la casa de servidumbre.
Preparáronse los vasos y los instrumentos necesarios. Trajeron un recental
adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima, al sitio donde
se hallaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, de espaldas sobre
una tabla, por mitad del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y
azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero: Jesús le pico con la
punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabo de matarlo. Jesús
parecía tener repugnancia de herirlo; lo hizo rápidamente, pero con gravedad;
la sangre fue recogida en un baño, y trajeron un ramo de hisopo que Jesús
mojó en ella. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos
pilares y la cerradura, fijando sobre aquella el ramo ensangrentado. Después
hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el Angel exterminador
pasaría mas lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud
cuando Él fuera sacrificado, Él en persona, el verdadero Cordero pascual; que
un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el
fin del mundo.
Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar adonde
estuviera en otro tiempo el Arca de la Alianza: había ya lumbre. Jesús vertió la
sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar. Luego, seguido de sus
apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo.
Todas las puertas mientras tanto estaban cerradas.
El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las
patas de delante estaban atadas a un palo puesto al través; las de atrás
extendidas a lo largo de la tabla.
Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con
los otros tres corderos traídos del templo.
Los corderos pascuales de los judíos se mataban todos en el vestíbulo, y en
tres sitios: uno para las personas de distinción, otro para la gente común, y otro
para los extranjeros. El cordero pascual de Jesús no se mató en el templo; todo
lo demás fue rigurosamente conforme a la ley. Jesús pronunció todavía otras
palabras; dijo que el cordero era sólo una figura; que Él mismo debía ser al día
siguiente el Cordero pascual, y otras cosas que se me han olvidado.
Después que Jesús habló así sobre el cordero pascual y su significación, y
habiendo llegado Judas, prepararon las mesas. Los convidados se pusieron los
vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco
parecido a una camisa, y una capa mas corta de delante que de atrás;
recogiéronse los vestidos hasta la cintura; tenían también mangas anchas
remangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba designada: los discípulos
en las salas laterales; el Señor, con los apóstoles, en la del Cenáculo. Tomaron
un palo en la mano y fueron de dos en dos a la mesa; estaban de pie cada uno
en su sitio; el palo apoyado sobre el brazo izquierdo, y las manos elevadas en
alto.
La mesa era estrecha y de alto tenía un pie más que la rodilla de un hombre; su
forma era la de una herradura; enfrente de Jesús, en el interior del semicírculo,
había un sitio vacío para servir los platos. Según puedo acordarme, a la
derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al
extremo de la mesa, Bartolomé, y a la vuelta, Tomás y Judas lscariote. A la
izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda,
Simón, y a la vuelta Mateo y Felipe.
En medio de la mesa estaba el cordero pascual en una fuente. Su cabeza
reposaba sobre los pies de delante puestos en cruz, los pies de atrás estaban
extendidos; el borde de la fuente veíase cubierto de ajos. A su lado había un
plato con el asado de Pascua; además, un plato con una legumbre verde, y un
segundo plato con manojitos de hierbas amargas, que parecían hierbas
aromáticas; delante de Jesús había una fuente con otras hierbas, y un plato
con una salsa oscura. Los convidados tenían delante de si unos panecillos
redondos en lugar de platos, y cuchillos de marfil.
Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el
cuchillo para cortar el cordero. Puso una copa de vino delante del Señor, y
llenó seis copas que estaban cada una entre dos apóstoles. Jesús bendijo el
vino y lo bebió; los apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el
cordero; los apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La
comieron muy aprisa, con ajos y hierbas verdes que mojaban en la salsa. Todo
esto lo hicieron de pie, apoyándose solo un poco sobre el respaldo de su silla.
Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyo la otra.
Trajeron otra copa de vino, pero Jesús no bebió: «Tomad este vino y
repartíoslo; pues ya no beberé mas vino hasta que venga el reino de Dios».
Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y se lavaron otra vez las
manos. Entonces ocuparon las sillas.
El Señor partió todavía otro cordero, que fue llevado a las santas mujeres a una
de las habitaciones del patio, donde estaban comiendo. Los apóstoles
comieron todavía legumbres y lechugas. Jesús estaba muy recogido y sereno:
yo no lo había visto jamás así. Dijo a los apóstoles que olvidaran todos los
cuidados que podían tener. La Virgen Santísima, también en la mesa de las
mujeres, estaba llena de serenidad. Cuando las otras mujeres venían a Ella y le
tiraban del velo para hablarle, había en sus movimientos una sencillez muy
tierna.
Al principio Jesús estuvo muy afectuoso con sus apóstoles; después se puso
grave y melancólico, y les dijo: «Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros,
cuya mano está en esta mesa conmigo». Había solo un plato de lechuga; Jesús
la repartía a los que estaban de su lado, y encargo a Judas, que estaba
enfrente, que la distribuyera por el suyo. Cuando Jesús hablo de un traidor,
cosa que espantó a todos los apóstoles, dijo: «Un hombre, cuya mano esta en
la misma mesa o en el mismo plato que la mía». Lo que significa: «Uno de los
doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan». No
designó claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato
era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería dar un
aviso a Judas, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir
la lechuga; Jesús añadió: «El Hijo del hombre se va, según está escrito de Él;
pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no
haber nacido».
Los apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: «Señor, ¿soy yo?», pues
todos sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó
sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor
quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía
miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y
como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha:
su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le
dijo: «Señor, ¿quién es?» Entonces tuvo aviso de que Jesús quería designar a
Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: «Éste, a quien le doy el
pan que he mojado». Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando
Jesús mojo el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a
Judas, que preguntó a su vez: «Señor, ¿soy yo?» Jesús lo miro con amor, y le
dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una prueba de
amistad y de confianza. Jesús lo hizo con afección cordial para avisar a Judas
sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de ira. Yo vi,
durante la comida, una figura horrenda sentada a sus pies, y que subía algunas
veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho
Jesús; pero le tranquilizó con los ojos.

Anna Katharina Emmerich





"Los vasos y los instrumentos necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo."

Anna Katharina Emmerich
La Dolorosa Pasión


Profecías de la Beata Ana Catalina Emmerich

I
LOS DEMOLEDORES 

EL MISTERIO DE INIQUIDAD

«Vi diferentes partes de la tierra: mi guía me nombró Europa y, mostrándome un rincón arenoso, me dijo estas importantes palabras: – He aquí la Prusia enemiga. El me enseño a continuación un punto más al norte diciendo: – He aquí la Moscovia trayendo con ella muchos males.» (AA.III.133)

«Los habitantes eran de un orgullo inusitado. Vi que se armaban y que se trabajaba por todos los lados. Todo era sombrío y amenazante»

«Vi ahí a San Basilio y a otros. Vi sobre el castillo de tejados relucientes, al maligno que se sostenía en las agujas»

«Vi que de entre los demonios encadenados por Cristo, cuando su descenso a los infiernos, algunos estaban sueltos, desde no hace mucho y habían suscitado esta secta. Vi que otros serán soltados de dos generaciones en dos generaciones. (19 octubre 1823).

«Ella vio (habla Brentano; el transcriptor) con sus terribles consecuencias, las medidas que los propagadores de las luces tomaban por todas partes por donde llegaban al poder y a la influencia, para abolir el culto divino así como todas las prácticas y los ejercicios de piedad, o para hacer de estos algo tan vano como lo eran las grandes palabras de luz, de caridad de espíritu, bajo las cuales ellos se ocultaban a si mismos y a los demás el vacío desolador de sus asuntos en los que Dios no estaba para nada. (AA.III.161)

«Mi guía me condujo alrededor de toda la tierra: me hizo recorrer sin cesar inmensas cavernas hechas de tinieblas y en las cuales vi una inmensa cantidad de personas errando por todas partes y ocupadas en obras tenebrosas. Parecía que yo recorriera todos los puntos habitados del globo, no viendo más que el mundo del vicio»

«A menudo veía nuevas tropas de hombres caer como desde lo alto en esta ceguera del vicio. No vi que nada mejorase... Me hizo entrar en las tinieblas y considerar de nuevo la malicia, la ceguera, la perversidad, los engaños, las pasiones vindicativas, el orgullo, el engaño, la envidia, la avaricia, la discordia, el asesinato, la lujuria y la horrible impiedad de los hombres, todo tipo de cosas que sin embargo no les eran de ningún beneficio, sino que les hacía cada vez más ciegos y miserables y les hundían en las tinieblas cada vez más profundas. A menudo tuve la impresión de que ciudades enteras se encontraban situadas sobre una corteza de tierra muy fina y corrían el riesgo de hundirse muy pronto en el abismo.»

«Vi a esos hombres cavar ellos mismos para otros fosas ligeramente recubiertas: pero no vi personas de bien en esas tinieblas, ni a nadie por consiguiente, caer en las fosas. Vi todos a estos malvados como grandes espacios tenebrosos que se extendían de un lado hasta otro; los veía en barullo como en la confusión tumultuosa de una gran feria, formando diversos grupos que se ejercían en el mal y masas que se mezclaban unas con otras: ellos cometían todo tipo de actos culpables y cada pecado traía como consecuencia otro. A menudo me parecía que me sumergía más profundamente todavía en la noche. El camino descendía una pendiente escarpada: era algo horriblemente espantoso y que se extendía alrededor de la tierra entera. Vi pueblos de todos los colores, llevando los ropajes más diversos y todos sumergidos en las abominaciones: (AA.II.151)

«A menudo me despertaba lleno de angustia y de terror: veía la luna brillar apaciblemente a través de la ventana, y oraba a Dios suplicándole que no me hiciera ver esas imágenes espantosas. Pero enseguida El me hacía descender de nuevo en esos terribles espacios tenebrosos y ver las abominaciones que se cometían. Me encontraba una vez en una esfera de pecado tan horrible que creí estar en el infierno y me puse a gritar y a gemir. Entonces mi guía me dijo: «Yo no estoy cerca de ti, y el infierno no puede estar ahí donde yo estoy».

«Me pareció ver un lugar muy amplio que recibía más la claridad del día. Era como la imagen de una ciudad perteneciente a la parte del mundo que nosotros habitamos. Un horrible espectáculo me fue mostrado. Vi crucificar a Nuestro Señor Jesucristo. Yo temblaba hasta los huesos: porque no había ahí más que hombres de nuestra época. Era un martirio del Señor mucho más espantoso y mucho más cruel que el que debió sufrir de los Judíos. (AA.II.157)

«Terminando el relato de esta horrible visión cuyo recuerdo le provocaban palpitaciones convulsivas, y que nada pudo convencerla para contarlo todo entero, ella dijo: –mi conductor me habló así: «Tu has visto las abominaciones a las cuales los hombres ciegos se libran en las tinieblas»

«Vi ahí con horror un gran número de personas conocidas mías, incluso sacerdotes. Muchas líneas y ramificaciones partiendo de las personas que erraban en las tinieblas desembocaban en este lugar (El lugar de la nueva Crucifixión) (AA.II.157)

«Vi una muchedumbre innumerable de desgraciados oprimidos, atormentados y perseguidos de nuestros días en varios lugares, y vi siempre que se maltrataba por ello a Jesucristo en persona. Estamos en una época deplorable en la que no hay ya más, refugio contra el mal: una densa nube de pecado pesa sobre el mundo entero, y veo a los hombres hacer las cosas más abominables con una tranquilidad y una indiferencia completas.(...)Vi todo esto en varias visiones mientras que mi alma era conducida a través de diversos países sobre toda la tierra» (CC.89)

«Vi nuevos mártires, no del tiempo presente (1820, año de la visión) sino del tiempo que vendrá.(...) Sin embargo veo que se les oprime ya» (AA.III.112)
 

LA DEMOLICIÓN DE LA IGLESIA

«He visto personas de la secta secreta minar sin descanso a la gran Iglesia... (AA.III.113)»

«... y he visto cerca de ellos una horrible bestia que había surgido del mar. Tenía una cola como la de un pez, garras como las de un león, y varias cabezas que rodeaban como una corona una cabeza más grande. Sus boca era ancha y roja. Estaba manchada como un tigre y se mostraba muy familiar con los demoledores. Se acostaba a menudo en medio de ellos durante su trabajo: a menudo también, ellos iban a encontrarla en la caverna donde se escondía a veces.»

«Durante ese tiempo, vi por un lado y por otro, en el mundo entero, muchas personas buenas y piadosas, sobretodo eclesiásticos, vejados, prisioneros y oprimidos, y tuve el sentimiento de que ellos llegarían a ser mártires un día» (AA.III.113)

«Como la Iglesia estaba ya en gran parte demolida, no quedando en pié mas que el coro con el altar, vi a estos demoledores penetrar en la iglesia con la bestia»

« (Los demoledores encontraron en el templo)... una mujer llena de majestad. Me parecía que ella estaba embarazada, ya que caminaba lentamente: los enemigos fueron presa del pánico al verla y la bestia no pudo ya dar ni un paso adelante. La bestia alargaba el cuello hacia la mujer con el aspecto más furioso, como si quisiera devorarla. Pero la mujer se volvió y se posternó con el rostro contra la tierra. Vi entonces a la bestia huir de nuevo hacia el mar y los enemigos correr en el mayor desorden) (AA.III.113)

«Vi la iglesia de San Pedro y una enorme cantidad de hombres que trabajaban en invertirla, pero vi ahí también a otros que hacían reparaciones. Cadenas de trabajo ocupadas de este doble trabajo se extendían a través de todo el mundo y me quedé asombrada de la coordinación con la que todo ello se hacía. Los demoledores extraían grandes fragmentos; eran particularmente sectarios en gran número y con ellos los apóstatas. Estas personas, haciendo su trabajo de destrucción, parecían seguir ciertas prescripciones y una cierta regla: llevaban delantales blancos rodeados de una cinta azul y proveídos de bolsillos, con paletas de albañil en la cintura. Ellos tenían además vestidos de todo tipo: había entre ellos hombre distinguidos, altos y gruesos, con uniformes y cruces, los cuales sin embargo no trabajaban directamente en la labor, sino que marcaban en los muros con la paleta los lugares donde había que demoler. Vi con horror que había también entre ellos sacerdotes católicos» (AA.II.202)

«Ya toda la parte anterior de la Iglesia estaba destruida: no quedaba en pié más que el santuario con el Santísimo Sacramento» (AA.II.203)

«He visto la Iglesia de San Pedro: estaba demolida con excepción del coro y del altar mayor (10 septiembre 1820). (AA.III.118)

«Vi también como, al final, María extendió su manto por encima de la Iglesia y como los enemigos de Dios fueron ahuyentados» (AA.II.414)

«Mayo de 1823. Tuve de nuevo la visión de la secta secreta socavando por todas partes la iglesia de San Pedro. Ellos trabajaban con instrumentos de toda especie y corrían por aquí y por allá, llevado piedras que habían arrancado. Fueron obligados a dejar el altar, no pudieron quitarlo. Vi profanar y quitar una imagen de María. (AA.III.556)

«Yo me lamentaba al Papa y le preguntaba como él podía tolerar que hubiera tantos sacerdotes entre los demoledores. (...) Vi en esta ocasión porque la Iglesia ha sido fundada en Roma; es porque ahí está el centro del mundo y que todos los pueblos si vinculan con ella por diferentes relaciones. Vi también que Roma permanecerá en pié como una isla, como una roca en medio del mar, cuando todo, alrededor de ella, caerá en ruinas.»

«Cuando vi a los demoledores, me quedé maravillada de su gran habilidad. Tenían todo tipo de máquinas: todo se hacía siguiendo un plan: nada se producía por si mismo. Ellos no hacían ruido; ponían atención a todo; recurrían a artimañas de todo tipo, y las piedras parecían a menudo desaparecer de sus manos. Algunos de entre ellos reconstruían: destruían lo que era santo y grande y lo que edificaban no era más que vacío, hueco, superfluo. Llevaban las piedras del altar y hacían con ellas una escalinata en la entrada. (AA.III.556)

 
EL OSCURECIMIENTO DE LA IGLESIA

«Vi la Iglesia terrestre, es decir la sociedad de los fieles sobre la tierra, el ejercito de Cristo en su estado de paso sobre la tierra, completamente oscurecida y desolada» (AA.II.352)

«¡Vosotros sacerdotes, que no os movéis! ¡Estáis dormidos y el redil arde por todos lados! ¡No hacéis nada! ¡Como llorareis por eso un día! ¡Si tan solo hubierais dicho un Pater! (...) ¡Veo tantos traidores! No soportan que se diga : «esto va mal». Todo está bien a sus ojos con tal de que puedan glorificarse con el mundo! (AA.III.184)

«Vi las carencias y la decadencia del sacerdocio, así como sus causas. Vi los castigos que se preparan» (AA.II.334)

«¡Los servidores de la Iglesia son tan laxos! Ya no hacen uso de la fuerza que poseen en el sacerdocio»(AA.II.245)

«¡Si algún día las almas reclaman lo que el clero les debe al ocasionarles tantas perdidas por su incuria y su indiferencia, sería algo terrible!» (AA.II.342)

«Ellos tendrán que dar cuenta de todo el amor, todas las consolaciones, todas las exortaciones, todas las instrucciones referentes a los deberes de la religión, que ellos no nos dan; de todas las bendiciones que no distribuyen, a pesar de que la fuerza de la mano de Jesús esté sobre ellos, por todo lo que omiten de hacer a semejanza de Jesús (AA.II.358)

«... (por) las caricias hechas al espíritu de la época por parte de los servidores de la Iglesia» (AA.II.377)

«Vi reliquias dejadas a la aventura y otras cosas del mismo género»(AA.II.347)

«... para una infinidad de personas que tenían buena voluntad, el acceso a las fuentes de la gracia del corazón de Jesús se encontraba impedido y cerrado por la supresión de los ejercicios de devoción, por el cierre y la profanación de las iglesias» (AA.III.167)

«Tuve una visión concerniente a las faltas de incontables pastores y la omisión de todos sus deberes hacia su rebaño» (AA.II.347)

«Vi muchos buenos y piadosos obispos, pero estaban mudos y débiles y el mal partido tomaba a menudo la fuerza» (AA.II.414)

«Todo esto me hizo conocer que la recitación de la genealogía de Nuestro Señor ante el Santísimo Sacramento, en la fiesta del Corpus Christi encierra un grande y profundo misterio; he conocido por ello que lo mismo, que entre los ancestros de Jesucristo, según la carne, muchos no fueron santos y fueron incluso pecadores si dejar de ser grados de la escala de Jacob, por los cuales Dios descendió hasta la humanidad, por lo mismo también los obispos indignos permanecen capaces de consagrar el Santísimo Sacramento y de conferir el sacerdocio con todos los poderes que le están ligados» (CC.175)

«Vi en una ciudad, una reunión de eclesiásticos, de laicos y de mujeres, los cuales estaban sentados juntos, comiendo y haciendo bromas frívolas, y por encima de ellos una nube oscura que desembocaba en una planicie sumergida en las tinieblas. En medio de esta niebla, vi a Satán sentado bajo una forma horrible y, alrededor de él, tantos acompañantes como personas había en la reunión que ocurría debajo. Todos estos malos espíritus estaban continuamente en movimiento y ocupados en empujar al mal a esta reunión de personas. Ellos les hablaban a la oreja y actuaban sobre ellos de todas las maneras posibles. Estas personas estaban en un estado de excitación sensual muy peligroso y ocupados en conversaciones ociosas y provocantes. Los eclesiásticos eran de esos que tienen como principio: «Hay que vivir y dejar vivir. En nuestra época no hay que estar aparte ni ser un misántropo: hay que alegrarse con los que se alegran». (AA.II.488)

«Como él (Satán) hablaba de su derecho y como quiera que ese lenguaje me sorprendía mucho, fui instruida que él realmente adquiría un derecho positivo cuando una persona bautizada que había recibido por Jesucristo el poder de vencerle se libraba por el contrario a él por el pecado libremente y voluntariamente». (AA.II.489)

«Veo una cantidad de eclesiásticos castigados de excomunión, que no parecen inquietarse ni incluso saberlo. Y sin embargo son excomulgados cuando toman parte en esas empresas, cuando entran en asociaciones y se adhieren a opiniones sobre las que pesa el anatema. Veo estos hombres rodeados de una nube como de un muro de separación. Se ve por esto cuanto Dios tiene en cuenta de los decretos, de las ordenes y de las defensas del jefe de la Iglesia y los mantiene en vigor cuando incluso los hombres no se inquietan de ello, reniegan de eso o se ríen. (AA.III.148)

«Se me mostró como los paganos de antaño adoraban humildemente a otros dioses diferentes de ellos mismos (...) El culto (de esos paganos) valía menos que el culto de aquellos que se adoraban a si mismos en mil ídolos y no dejaban ningún lugar al Señor entre estos ídolos». (AA.III.102)

«Vi cuan funestas serían las consecuencias de esta falsificación de la Iglesia. Yo la vi crecer, vi a los heréticos de todas las condiciones venir e la ciudad (Roma)»

«Vi acrecentarse la tibieza del clero local, vi hacerse una gran oscuridad»

«Entonces la visión se agrandó por todos los lados. Vi por todo comunidades católicas oprimidas, vejadas, encarceladas y privadas de libertad. Vi muchas iglesias cerradas. Vi grandes miserias producirse por todas partes. Vi guerras y sangre vertida. Vi el pueblo salvaje e ignorante, intervenir con violencia.» (AA.III.103)

«... eso no durará mucho tiempo...»

«De nuevo vi la visión en la que la iglesia de San Pedro era minada, siguiendo un plan hecho por la secta secreta, al mismo tiempo que era deteriorada por las tormentas» (AA.III.103)

«Vi la ayuda llegar en el momento de mayor angustia» (AA.III.104)

 
LA IGLESIA DE LOS APÓSTATAS

«Vi la iglesia de los apóstatas crecer grandemente. Vi las tinieblas que partían de ella, repartirse alrededor y vi muchas personas abandonar a la Iglesia legítima y dirigirse hacia la otra diciendo: «Ahí todo es mas bonito, más natural y más ordenado» (AA.II.414)

«Vi cosas deplorables: se jugaba, se bebía, se parloteaba, se seducía a las mujeres en la iglesia, en una palabra se cometían allí todo tipo de abominaciones» (AA.III.120)

«Los sacerdotes dejaban que se hiciera cualquier cosa y decían la misa con mucha irreverencia. Vi pocos que tuvieran todavía piedad y juzgasen sanamente las cosas. Todo eso me afligió mucho. Entonces mi Esposo celeste me cogió por medio del cuerpo, como él mismo había sido atado a la columna y me dijo: «Es así como la Iglesia será todavía encadenada, es así como será estrechamente atada antes de que pueda revelarse» (AA.III.120)

«El (mi esposo celeste) me mostró también en cuadros innumerables la deplorable conducta de los cristianos y de los eclesiásticos, en las esferas cada vez más vastas extendiéndose a través del mundo entero estando mi país incluido. Era un cuadro inmenso e indeciblemente triste que es imposible describir. Me fue así mostrado que no hay casi ya más cristianos en el antiguo significado de la palabra. Esta visión me llenó de tristeza. (AA.III.125)

«Vi en el futuro la religión caída muy bajo y conservándose únicamente en algunos lugares, en algunos hogares y en algunas familias que Dios ha protegido también de los desastres de la guerra» (AA.III.557)

« (12 de septiembre de 1820). Vi construir una iglesia extraña y al revés de todas las reglas. El coro estaba dividido en tres partes, de las que cada una era unos grados más alta que la otra. Por debajo había una sombría bodega llena de humo. (AA.III.104)

« ... en la primera parte vi arrastrar un trono ... en la segunda un barreño lleno de agua. El agua sola parecía tener algo de santificado... en la más elevada una mesa ...»

« No vi ningún ángel asistir a la construcción: pero diversos espíritus planetarios (que se encargan de engañar a los hombres) de los más violentos arrastraban todo tipo de objetos al sótano, donde personajes en pequeños mantos eclesiales los tomaban para llevarlos con ellos. Nada venía de lo alto en esta iglesia: todo venía de la tierra (...) y de la región tenebrosa (...) todo en esa iglesia, era oscuro, a contra sentido y sin vida: no había mas que burla y ruina»

«Vi cerca otra iglesia donde reinaba la claridad y que estaba provista de toda especie de gracias de lo alto. Vi a los ángeles subir y descender, vi vida y crecimiento... (y también) tibieza y disipación»

«Sin embargo, la Iglesia tradicional (todo lo imperfecta u oscurecida que esté para no saber la luz que le espera) era como un árbol lleno de sabia en comparación de la otra que parecía un baúl lleno de objetos inanimados. Esta era como un pájaro que planea, esta como un dragón de papel, con una cola cargada de cintas y de letreros, que se arrastra en un rastrojo en vez de volar. Vi que muchos de los instrumentos que estaban en la nueva iglesia, como por ejemplo las flechas y dardos, no estaban reunidos más que para ser empleados contra la iglesia viva» (AA.III.104)

«Ellos amasaban pan en la bodega de abajo; pero de ello no resultaba nada y se trabajaba en balde» (AA.III.105)

«Vi también a los hombres con pequeños mantos llevar madera ante las graderías donde se encontraba la sede del predicador, encender fuego, soplar con todas sus fuerzas y producirse un dolor extremo, pero todo esto no producía más que un humo y un vapor abominables» (AA.III.105)

«Entonces hicieron un agujero en lo alto con una vara, pero el humo no quería subir y todo permanecía sumergido en una oscuridad asfixiante.

«Todo permanecía en la tierra e iba a la tierra, y todo estaba muerto, artificial y hecho por la mano del hombre: es propiamente una iglesia de fábrica humana siguiendo la última moda, tan bien como la nueva iglesia heterodoxa de Roma, que es de la misma especie» (AA.III105)

«Me encontraba en una gran sala. A los dos lados había delante de los pupitres, jóvenes en hábito largo que parecían ser seminaristas. En medio un hombre grueso iba y venía. De repente en el lugar de los hombres, ya no vi más que caballos, a los dos lados, y en medio un gran buey rumiando que iba y venía, mientras que detrás de él los caballos mostraban los dientes y hacían todo tipo de muecas. Esperaba que el buey les mostraría los cuernos y que les obligaría a estar tranquilos, pero la única cosa que hizo, fue, llegando a un lado de la sala, golpear la pared con sus cuernos. Ya había un agujero y yo me decía que todo iba a derrumbarse sobre ellos» (AA.III.176)

 
LA FALSA IGLESIA

«12 de noviembre de 1820. – Viajaba a través de una comarca sombría y fría y llegue a la gran ciudad (Roma). Vi allí de nuevo la gran y singular iglesia que se estaba construyendo; no había nada de santo en ella; vi aquello de la misma manera que veo una obra católica, eclesiástica, en la cual trabajan en común los ángeles, los santos y los cristianos; pero aquí la colaboración se hacía de otras maneras más mecánicas. (AA. III. 105)

Vi arriba dibujar líneas y trazar figuras, y vi como, en seguida, en la tierra, un hombre había levantado un plano, un dibujo. Vi la acción de los orgullosos espíritus planetarios en sus relaciones con esta construcción hacerse sentir hasta en las regiones más alejadas. Vi llegar hasta distancias inmensas el impulso dado para la preparación de todo lo que podía ser necesario y útil para la construcción y para la existencia de esta iglesia; vi allí concurrir a todo tipo de personas y de cosas, de doctrinas y de opiniones. Había en todo esto, algo de orgulloso, de presuntuoso, de violento y todo parecía tener éxito y me era mostrado en una multitud de escenas.

Vi subir y bajar a los espíritus planetarios, los vi enviar rayos sobre las personas que construían el edificio. Todo se hacía según la razón humana. (AA.III.105)

No vi ni un solo ángel, ni un solo santo cooperar en esta obra. Pero vi mucho más lejos, en el fondo, el trono de un pueblo salvaje armado de espadas, y una figura que reía y que decía: «Constrúyela todo lo sólida que quieras, nosotros la derrumbaremos» (AA.III.105)

(Vi) que se mina y se asfixia la religión tan hábilmente que no queda a penas más que un pequeño número de sacerdotes que no estén seducidos. No puedo decir como se ha hecho esto, pero veo la niebla y las tinieblas extenderse cada vez más. Sin embargo hay tres iglesias en las que no pueden pertrecharse: son las de San Pedro, la de Santa María Mayor y la de San Miguel. Ellos trabajan continuamente para demolerlas pero no lo consiguen. Todos trabajan para la demolición, incluso los eclesiásticos. Una gran devastación está próxima. (AA.III.122)

Vi muchas abominaciones con gran detalle; reconocí a Roma y vi a la Iglesia oprimida y su decadencia en el interior y en el exterior. (AA.III.159)

Vi sobre una verde pradera muchas personas, entre los cuales había sabios, reunirse aparte... (AA.III.156)

... y apareció una nueva iglesia en la cual ellos estaban reunidos. Esta iglesia era redonda con una cúpula gris y tantas personas afluían que yo no comprendía como ese edificio podía contenerlas a todas. Era como un pueblo entero.

Sin embargo esta nueva iglesia se volvía cada vez más sombría y negra (al comienzo solo era gris) y todo lo que se hacía en ella era como un vapor negro. Estas tinieblas se extendieron fuera y todo el verdor se marchitó; varias parroquias de los alrededores fueron invadidas por la oscuridad y la sequedad, y el prado, a una gran distancia, se volvió como una sombría ciénaga.

Vi entonces varios grupos de gentes bien intencionadas corres hacia un lado de la pradera donde había todavía verdor y luz.

No puedo encontrar palabras para describir la acción terrible, siniestra, mortífera, de esta iglesia. Todo verdor se marchitaba, los árboles morían, los jardines perdían su aderezo. Vi, como se puede ver en una visión, las tinieblas producir su efecto a una gran distancia; por todo donde ellas llegaban, se extendía como una cuerda negra. No se lo que pasó con todas las personas que estaban dentro de esa iglesia. Era como si devorara a los hombres: se volvía cada vez más negra, semejaba totalmente al carbón de forja y se descamaba de manera horrible.

Tras esto (tras la horrible visión de la iglesia negra) fui, guiada por tres ángeles, a un lugar verdeante rodeado de muros, grande aproximadamente como el cementerio que está aquí ante la puerta;

Fui colocada allí como en una banqueta elevada. No sabía si estaba viva o muerta, pero tenía un gran vestido blanco. (AA.III.157)

El mayor de los tres me dijo: «¡Alabado sea Dios! Aquí todavía queda luz y verdor» entonces cayó del cielo, entre la iglesia negra y yo, como una lluvia de perlas brillantes y de piedras preciosas deslumbrantes...

Y uno de mis compañeros (uno de los tres ángeles) me ordeno recibirlas.

Después se fueron. No se si partieron todos; me acuerdo solamente que, en la gran ansiedad que me causaba la iglesia negra, no tuve el coraje de recibir las piedras preciosas. Pero cuando el Ángel volvió a mi, me preguntó si las había recogido y le respondí que no; entonces me ordeno hacerlo en seguida.

Entonces me incliné hacia delante y encontré todavía tres pequeñas piedras con las caras talladas como cristales. Estaban situadas por orden: la primera era azul, la segunda de un rojo claro, la tercera de un blanco brillante y transparente. Yo las llevaba a mis dos otros acompañantes que eran más pequeños que el primero, y, siempre marchando de aquí para allá, ellos las frotaban unas contra otras e hicieron surgir de ellas los más bellos colores y los más bellos rayos de luz que se extendieron por todo.

Allí a donde llegaban, el verdor renacía, la luz y la vida se propagaban. Vi también a un lado a la iglesia tenebrosa que se degradaba.

Después, de golpe, una gran multitud se extendió por el prado verdeante e iluminado, dirigiéndose hacia una villa luminosa.

Por el otro lado de la iglesia negra todo permanecía todavía en una noche sombría. (AA.III.156)

Quieren ellos ser un solo cuerpo en algo diferente que el Señor.

Se formó un cuerpo, una comunidad fuera del cuerpo de Jesús que es la Iglesia: una falsa Iglesia sin Redentor, en la que el misterio es no tener misterio. (AA.II.89)

Es cuando la ciencia se ha separado de la fe cuando nade esta Iglesia sin Salvador, las pretendidas buenas obras sin la fe, la comunión de los incrédulos teniendo la apariencia de virtud, en una palabra la anti-Iglesia cuyo centro está ocupado por la malicia, el error, la mentira, la hipocresía, la laxitud, los artificios de todos los demonios de la época. (AA.II.89)

 
LA COMUNIÓN DE LOS PROFANOS

Todo es (en esta «falsa iglesia») fundamentalmente malo; es la comunión de los profanos.

No se decir hasta donde todo lo que ellos hacen es abominable, pernicioso y vano. (AA.II.89)

¡Quieren ser uno solo cuerpo en algo diferente que el Señor! (AA.II.89)

Tuve una visión en la que vi a los otros en la falsa iglesia, edificio cuadrado, sin campanario, negro y sucio, con una cúpula elevada. Ellos estaban en gran intimidad con el espíritu que reinaba ahí. Esta iglesia está llena de inmundicias, de vanidades, de necedad y de oscuridad. Casi nadie de ellos conocía las tinieblas en medio de las cuales trabajaba. Todo es puro en apariencia: pero no es más que vacío. (AA.II.88)

(La falsa iglesia) está llena de orgullo y de presunción, y con eso destruye y conduce al mal con toda clase de buenas apariencias. Su peligro está en su inocencia aparente (AA.II.89)

Ellos hacen y quieren cosas diferentes: en ciertos lugares su acción es inofensiva: además trabajan para corromper a un pequeño número de sabios, y así todos juntos desembocan en un centro, en una cosa mala por su origen, en un trabajo y en una acción fuera de Jesucristo por el cual únicamente toda vida es santificada y fuera del cual todo pensamiento y toda acción permanecen como el imperio de la muerte y del demonio. (AA.II.89)

Me encontraba en un navío agujereado y estaba tumbada en el fondo, en el único lugar que estaba intacto: las personas estaban sentadas en los dos bordes del navío. Yo oraba continuamente para que no fueran precipitados a las olas: sin embargo ellos me maltrataban y me daban patadas. Veía a cada instante el navío a punto de hundirse y estaba muerta de miedo. (AAA.III.147)

Finalmente ellos fueron obligados a conducirme a tierra donde mis amigos me esperaban para llevarme a otro lugar.

Yo rezaba siempre para que estos desdichados desembarcasen también...

... pero a penas estaba sobre la orilla que el navío se hundió y ninguno de los que allí estaban pudo salvarse, lo cual me llenó de tristeza. En el lugar donde fui había una gran abundancia de frutos. (AA.III.147)

Cuando miraba debajo de mi, vi muy distintamente, a través de un velo de color sombrío, los errores, extravíos y los pecados innumerables de los hombres, y con que necedad y que maldad ellos actuaban contra toda verdad y toda razón. Vi escenas de toda especie: volví a ver el navío en peligro, llevando a estos hombres convencidos de su inmenso mérito y admirados también por muchos otros, pasar cerca de mí sobre un mar peligroso y yo esperaba que en cualquier momento perecerían. Vi entre ellos a sacerdotes y sufrí profundamente para ayudarles a volver al arrepentimiento. (AA.III.149)

¡Vi tantos traidores! Ellos no soportan que se les diga: «esto va mal». Todo está bien ante sus ojos con tal de que puedan glorificarse con el mundo. (AA.III.184)

 
EL PAPA TRAICIONADO

Vi al Papa en oración; estaba rodeado de falsos amigos que a menudo hacían lo contrario de lo que decía. (AA.II.203)

Vi al santo Padre en una gran tribulación y una gran angustia que afectaba a la Iglesia. Le vi muy rodeado de traiciones. (AA.II.414)

¡Ellos quieren quitar al pastor el prado que le es propio! ¡Quieren imponer otro que deja todo en manos de los enemigos! Entonces, tomada por la cólera, ella elevaba el puño cerrado diciendo: ¡Alemanes Bribones! ¡Escuchad! ¡no lo conseguiréis! ¡El pastor está en una rocalla! ¡Ustedes, sacerdotes, no se mueven! ¡Dormís y la granja arde por todos los lados! ¡no hacéis nada! ¡como lloraréis por eso un día! (AA.III.184)

Vi que, en ciertos casos de extrema desdicha, el Papa tiene visiones y apariciones (AA.II.414)
 

EL FALSO ECUMENISMO

Vi, bajo una imagen de varios jardines formando un círculo alrededor mío, la relaciones del Papa con los obispos. Vi al Papa mismo sobre su trono, colocado como en un jardín. Vi en diversos jardines, los derechos y los poderes de estos obispos, bajo forma de plantas, flores y frutos, y vi relaciones, corrientes, influencias, como hilos o rayos yendo de la sede de Roma a los jardines. Vi sobre la tierra, en estos jardines, la autoridad espiritual del momento: vi en el aire, encima de ellos, la cercanía de nuevos obispos. Así, por ejemplo, vi en el aire (en el futuro), encima del jardín donde se encontraba el severo superior (el obispo de entonces, severo porque era firme en la fe), un nuevo obispo mitrado, la mitra y todo lo demás. Vi alrededor de él protestantes que querían hacerle descender en el jardín, pero no con las condiciones que el Papa había exigido. (AA.III.128)

Ellos buscaban infiltrarse por toda clase de medios: desordenaban ciertas partes del jardín donde plantaban malas semillas. Les vi tanto en un lugar, tanto en otro, cultivar, o dejar en baldío, demoler y no quitar los escombros, etc. todo estaba lleno de trampas y de ruinas. Les vi interceptar y desviar las vías que iban al Papa. (AAA.III.128)

Vi a continuación que cuando ellos introducían el obispo de la manera que se habían propuesto, él era intruso, introducido contra la voluntad del Papa y que no poseía legítimamente la autoridad espiritual. (AA.III.128)

Vi, por lo que creo, casi todos los obispos del mundo, pero un pequeño número solamente perfectamente sano. (AA.III.136)

Vi todo lo que respecta al protestantismo tomar cada vez más poder, y la religión caer en decadencia completa. (AA.III.137)

Había en Roma, incluso entre los prelados, muchas personas de sentimientos poco católicos que trabajaban para el éxito de este asunto (la fusión de las iglesias).

Vi también en Alemania a eclesiásticos mundanos y protestantes iluminados manifestar deseos y formar un plan para la fusión de las confesiones religiosas y para la supresión de la autoridad papal. (AA.III.179)

¡... y este plan tenía, en Roma misma, a sus promotores entre los prelados! (AA.III.179)

Ellos construían una gran iglesia, extraña y extravagante; todo el mundo tenía que entrar en ella para unirse y poseer allí los mismos derechos; evangélicos, católicos, sectas de todo tipo: lo que debía ser una verdadera comunión de los profanos donde no habría más que un pastor y un rebaño. Tenía que haber también un Papa pero que no poseyera nada y fuera asalariado. Todo estaba preparado de antemano y muchas cosas estaban ya hechas: pero en el lugar del altar, no había más que desolación y abominación. (AA.III.188)

 
PROFANACIÓN DE LA EUCARISTÍA

Vi muy a menudo a Jesús mismo cruelmente inmolado sobre el altar por la celebración indigna y criminal de los santos misterios. Vi ante los sacerdotes sacrílegos la santa Hostia reposar sobre un altar como un Niño Jesús vivo que ellos cortaban en trozos con la patena y que martirizaban horriblemente. Su misa, aunque realizando realmente el santo sacrificio, me parecía como un horrible asesinato. (CC.89)

... la devoción al Santísimo Sacramento caería completamente en decadencia y el sacramento mismo en el olvido. Ella decía esto aplicándolo particularmente a esa parte de la Iglesia en la que vio todas las cosas desecarse y morir ante el progreso de las luces y bajo el régimen de la libertad, de la caridad y de la tolerancia. (AA.III.164)

Veo los enemigos del Santísimo Sacramento que cierran las Iglesias e impiden que se le adore, acercarse a un terrible castigo. Yo los veo enfermos y en el lecho de muerte sin sacerdote y sin sacramento (AA.III.167)

La fiesta del Santísimo Sacramento se había vuelto una necesidad porque en esa época (la de su institución) la adoración que le era debida estaba muy descuidada y la Iglesia debía proclamar su fe por una adoración pública. No hay fiesta y devoción establecidas por la Iglesia, artículo de fe promulgado por ella que no sean indispensables, necesarios y exigidos para el mantenimiento de la verdadera doctrina en una época dada. (AA.II.286)

 
LA BENDICIÓN DESCUIDADA

Es muy triste que los sacerdotes, en nuestro tiempo, (el de Ana Catalina) sean tan indiferentes en lo que toca al poder de bendecir. Se diría a menudo que ya no saben lo que es la bendición sacerdotal; muchos a penas creen en ella y se avergüenzan de la bendición como de una ceremonia anticuada y supersticiosa.

Muchos, finalmente, no reflexionan nada en esa virtud y en esa gracia que se les ha dado por Jesucristo y tratan la cosa muy ligeramente. Como el Señor ha instituido el sacerdocio y le ha transmitido el poder de bendecir, me es necesario languidecer y consumirme en el deseo de recibir la bendición. Todo en la Iglesia no hace más que un solo cuerpo: el rechazo de una parte hace que la otra quede afectada. (AA.I.523)

 
EL CELIBATO DE LOS SACERDOTES

Desde el domingo de Quasimodo hasta el tercer domingo tras la Pascua (1820), sus sufrimientos expiatorios aumentaron hasta tal punto que su entorno, a pesar de estar acostumbrado desde hacía tiempo a parecidos espectáculos, podía a penas soportarlo. Ana Catalina sufría a causa de los ataques dirigidos por los adherentes de Wessemberg contra el celibato de los sacerdotes y de los numerosos escándalos ligados a esos desgraciados manejos. (AA.III.167)

He sido conducida hacia un rebaño, en una de las extremidades del campo de la casa de bodas. Entre los corderos que lo componían, había muchos malos carneros que deterioraban el rebaño golpeándolo con sus cuernos. (AA.III.174)

Se me ordenó poner a parte a los carneros malos. Esto era muy desagradable y muy penoso para mi, ya que yo no podía distinguirlos bien de los otros.

 
LENGUA PROFANA Y LENGUA SAGRADA

No puedo hacer uso de las oraciones de la Iglesia traducidas al alemán. Ellas son para mi demasiado insípidas y demasiado repelentes. En la oración no estoy ligada a ninguna lengua y, en el transcurso de mi vida, las oraciones latinas de la Iglesia me han parecido siempre mucho más profundas y más inteligibles. En el convento, me regocijaba siempre de antemano cuando debíamos cantar los himnos y responsos en latín. La fiesta era todavía más viva para mí y veía todo lo que cantaba. Sobre todo cuando catábamos en latín las letanías de la Santa Virgen, veía sucesivamente en una maravillosa visión todas las figuras simbólicas de María. Era como si mis palabras hubieran hecho aparecer esas imágenes, y al comienzo estaba muy asustada de ello; pero pronto eso fue para mi una gracia y un fervor que estimulaban mucho mi devoción. He visto así las escenas más admirables. (AA.I.258)

 
LA ANARQUÍA EN LA IGLESIA

No hay más que una Iglesia, la Iglesia católica romana. Y cuando no quedare sobre la tierra más que un católico, este constituiría la Iglesia una, universal, es decir católica, la Iglesia de Jesucristo, contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán.

El conocimiento de la grandeza y de la magnificencia de esta Iglesia, en la cual los sacramentos son conservados con toda su virtud y su santidad inviolable, es desgraciadamente una cosa rara en nuestros días, incluso entre los sacerdotes. Y es porque tantos sacerdotes no saben ya más lo que ellos son y no comprenden más el sentido de esta palabra, «pertenecer a la Iglesia».

Es algo muy grande, pero también algo imposible sin la verdadera luz, sin la simplicidad y la pureza, el vivir según la fe de esta santa Iglesia. (AA.I.528)

Veo en todos ellos, incluso en los mejores de entre ellos, un orgullo espantoso, pero en ninguno veo humildad, simplicidad, obediencia. Son terriblemente vanos de la separación en la que viven. Hablan a veces de fe, de luz, de cristianismo vivo; pero menosprecian y ultrajan la santa Iglesia en la cual únicamente hay que buscar la luz y la vida. (AA.I.535)

Se sitúan por encima de todo poder y de toda jerarquía eclesiástica y no conocen ni la sumisión ni el respeto hacia la autoridad espiritual. En su presunción, pretenden comprenderlo todo mejor que los jefes de la Iglesia e incluso que los santos doctores. Rechazan las buenas obras y quieren sin embargo poseer toda perfección, ellos que, con su pretendida luz, no juzgan necesarias la obediencia, ni las reglas de disciplina, ni mortificaciones, ni penitencia. Yo los veo siempre alejarse cada vez más de la Iglesia, y veo un mal porvenir para ellos. (AA.I.536)

Ninguna desviación lleva a consecuencias tan desastrosas y es tan difícil de curar como este orgullo del espíritu por consecuencia del cual el hombre pecador pretende llegar a la suprema unión con Dios sin pasar por el camino laborioso de la penitencia, sin practicar incluso las primeras y las más necesarias de las virtudes cristianas y sin otra guía que el sentimiento íntimo y la luz que da al alma la certeza infalible que Cristo opera en ella. (AA.I.536)

Estos «iluminados», los veo siempre en una cierta relación con la venida del Anticristo, ya que ellos también, por sus manejos, cooperan en el cumplimiento del misterio de iniquidad. (AA.I.536)

 
¡JESÚS! ¡JESÚS! ¡JESÚS!

¡Cristo para nosotros! ¡Cristo en nosotros! (AA.I.536)

Ellos habían rechazado todo juicio de la autoridad legítima de la Iglesia, que únicamente ella ha recibido su poder de Dios, que únicamente ella tiene misión para poder decidir sobre la verdad o falsedad de estos tipos de manifestaciones interiores; ellos se habían puesto por encima de las reglas de la fe y de los mandamientos divinos y habían por ello quitado toda barrera que hubiera podido preservar a estos infortunados de este mal cuya influencia desastrosa hacían crecer como una simiente de maldición por todo lugar por donde pasaban. (AA.I.537)

Jesús les habló de diferentes sectas religiosas que existían entonces, y que Él las describió como sepulcros blanqueados y llenos de la corrupción más espantosa. (BB.II.180)

El tiempo del Anticristo no está tan próximo como algunos creen. Habrá todavía algunos precursores. He visto en dos ciudades doctores, de cuya escuela podrían salir estos precursores. (AA.II.441)

... ella vio el cese del sacrificio en la época del Anticristo (AA.II.492)

27 de junio de 1822 – He tenido un penoso trabajo que hacer en una iglesia en la que se había, por temor a una profanación, cerrado y tapiado el Santísimo Sacramento en un pilar y donde se decía la misa en secreto en una bodega debajo de la sacristía. No puedo decir donde ocurría esto: la iglesia era muy vieja y tenía yo un terror mortal de que el sacramento estuviera expuesto a algún peligro. Entonces mi conductor me exhortó de nuevo a orar y a pedir con todo mi conocimiento oraciones para la conversión de los pecadores y sobre todo para que los sacerdotes tengan una fe firme: ya que los tiempos muy difíciles se acercan: los no católicos quieren por todos los medios posibles disputar y quitar a la Iglesia todo lo que es de su dominio. La confusión será cada vez mayor. (AA.II.475)

 
EL HEDONISMO Y LA CRUZ

... se guardaba silencio sobre la cruz, sobre el sacrificio y la satisfacción, sobre el mérito y el pecado, donde los hechos, los milagros y los misterios de la historia de nuestra redención debían dejar paso a «profundas teorías de la revelación», donde el hombre-Dios, para ser soportado, sólo debía ser presentado como «el amigo de los hombres, de los niños, de los pescadores», donde su vida no tenía valor más que como «enseñanza», su Pasión como «ejemplo de virtud», su muerte como «caridad» sin objeto; donde se le quitaba al pueblo creyente el antiguo catecismo que se reemplazaba por «historias bíblicas» donde la falta total de doctrina debía de ser velada bajo «un lenguaje ingenuo al alcanza de todas las inteligencias»; donde los fieles estaban forzados a «cambiar todos sus libros de piedad», sus viejas formulas de plegaria y sus antiguos cánticos por producciones de fábrica moderna «tan malas y tan impías» como aquellas por las que se intentaba reemplazar el misal, el breviario y el ritual. (AA.II.415)

No es solamente para los incrédulos y los enemigos de Dios que combatían a la santa Iglesia con todas las armas de la violencia y de la astucia, que la cruz era una locura y un escándalo, sino que, al margen de los hombres que no querían renegar de la fe en Jesucristo, uno se asustaba del número de aquellos que comprendían todavía el testimonio del príncipe de los Apóstoles: «Sabed que no habéis sido buscados por el oro y la plata, cosas perecederas, sino por la sangre preciosa de Cristo, como por la de un cordero sin mancha.»


II

LA GRAN TRIBULACIÓN

 
LA ESCISIÓN DE LA IGLESIA

12 de abril de 1820 - Tuve todavía una visión sobre la gran tribulación, bien en nuestra tierra, bien en países alejados. Me pareció ver que se exigía del clero una concesión que no podía hacer. Vi muchos ancianos sacerdotes y algunos viejos franciscanos, que ya no portaban el hábito de su orden y sobre todo un eclesiástico muy anciano, llorar muy amargamente. Vi también algunos jóvenes llorar con ellos. (AA.III.161)

Vi a otros, entre los cuales todos tibios, se prestaban gustosos a lo que se les demandaba.

Vi a los viejos, que habían permanecido fieles, someterse a la defensa con una gran aflicción y cerrar sus iglesias. Vi a muchos otros, gentes piadosas, paisanos y burgueses, acercarse a ellos: era como si se dividieran en dos partes, una buena y una mala. (AA.III.162)

 
EL ROSARIO, ARMA DEL COMBATE ESCATOLÓGICO

Como los propagadores de las luces tenían un odio muy especial a la devoción del rosario, la importancia de esta devoción me fue mostrada en una visión de sentido muy profundo. (AA.III.162)

Después de esto (de la visión de los propagadores de las luces, enemigos del rosario), Ana Catalina hizo la descripción del rosario; pero fue imposible al Peregrino (el transcriptor de sus visiones) reproducir sus palabras, ella misma, en el estado de vigilia no podía expresar bien lo que había visto... Los diversos Ave María eran estrellas formadas por cientos de piedras preciosas sobre las cuales los patriarcas y los ancestros de María estaban figurados en escenas que se relacionaban con la preparación de la Encarnación y con la Redención. Así, este rosario abrazaba al cielo y la tierra, Dios, la naturaleza, la historia, la restauración de todas las cosas y del hombre por el Redentor que ha nacido de María; y cada figura, cada materia, cada color, según su significado esencial, era empleado para la realización de esta obra de arte divino. (AA.III.162)

 
LA TRASLACIÓN DE LA IGLESIA

Llegué a la casa de San Pedro y San Pablo (Roma) y vi un mundo tenebroso lleno de angustia, de confusión y de corrupción. (AA.II.413)

Vi al santo Padre en una gran tribulación y una gran angustia respecto a la Iglesia. (AA.II.414)

Vi la Iglesia de San Pedro que un hombre pequeño llevaba sobre sus hombros; tenía algo de judío en los trazos del rostro. El asunto parecía muy peligroso. María estaba de pié sobre la iglesia en el lado norte y extendía su manto para protegerla. (AA.III.124)

Ese hombrecito parecía sucumbir. Parecía ser todavía laico y yo lo conocía.

Los doce hombres que veo siempre como nuevos apóstoles debían ayudarle a llevar su carga: pero ellos venían demasiado lentamente. Parecía que él caería bajo el peso de la carga, entonces, finalmente, llegaron todos ellos, se pusieron debajo y numerosos ángeles vinieron en su ayuda. Eran solamente los cimientos y la parte posterior de la iglesia (el coro y el altar), todo el resto había sido demolido por la secta y por los servidores de la iglesia mismos. (AA.III.124)

Ellos llevan la Iglesia a otro lugar y me parece que varios palacios caían ante ellos como campos de trigo que se cosechan. (AA.III.124)

Cuando incluso no quedara más que un solo cristiano católico, la Iglesia podría triunfar de nuevo. (AA.III.124)

Cuando vi la iglesia de San Pedro en su estado de ruina y como tantos eclesiásticos trabajaban, estos también, a la obra de destrucción, sin que ninguno de ellos lo hiciera abiertamente ante los demás, sentí una tal aflicción que grité hacia Jesús con todas mis fuerzas, implorando su misericordia. Entonces vi ante mi a mi esposo celeste bajo la forma de un hombre joven y me habló durante largo tiempo. Él dijo, entre otras cosas, que esta translación de la iglesia de un lugar a otro significaba que ella estaba en completa decadencia, pero que reposaba sobre esos porteadores y se revelaría con su ayuda. Incluso cuando sólo quedara un solo cristiano católico, la Iglesia podría triunfar de nuevo, ya que ella no tiene su fundamento en la inteligencia y los consejos de los hombres.

Él me mostró entonces como nunca habían faltado personas orando y sufriendo por la Iglesia. Me hizo ver todo lo que Él mismo había sufrido por ella, qué virtud había dado a los méritos y a los trabajos de los mártires y como Él padecería de nuevo todos los sufrimientos inimaginables si le fuera posible sufrir de nuevo. Me mostró también en escenas innumerables la deplorable conducta de los cristianos y de los eclesiásticos, en esferas cada vez más vastas, extendiéndose a través del mundo entero, incluído mi país, después me exhortó a perseverar en la oración y el sufrimiento. Era una escena inmensa e indeciblemente triste que es imposible describir. Se me mostró también que ya no hay apenas cristianos en el antiguo sentido del término, por lo mismo que todos los judíos que existen todavía hoy son puros fariseos, solamente más endurecidos que los antiguos: no hay más que le pueblo de Judith en Africa que es semejante a los judíos de antaño. Esta visión me llenó de tristeza. (AA.III.125)

 
LA TORMENTA

Vi una gran tormenta venir del Norte. Avanzaba en semicírculo hacia la ciudad de alta torre (Viena) y se extendía también hacia el poniente. Vi a lo lejos combates y surcos de sangre en el cielo por encima de varios lugares, y vi acercarse infinitas desgracias y miserias para la Iglesia. (AA.II.244)

He visto en esta villa (Roma) terribles amenazas viniendo del Norte. (AA.II.414)

Vi el sacrificio de Isaac en el monte Calvario. La parte de atrás del altar estaba vuelta hacia el Norte: los patriarcas colocaban siempre así el altar porque el mal venía del Norte. (AA.II.484)

¡Oh ciudad, oh ciudad (Roma)! ¿de qué estás amenazada? La tormenta está próxima. ¡Manténte en guardia! Pero espero que permanezcas inquebrantable. (AA.III.127)

Vi a Roma en un estado tan deplorable que la menor chispa podía prender fuego por todas partes. Vi a Sicilia en sombras, espantosa y abandonada por todos aquellos que pudieran huir. (AA.III.127)

Un día, estando en éxtasis, ella exclamó en voz alta y gimió: «Veo la Iglesia completamente aislada y como completamente abandonada. Parece que todo el mundo huye de ella. Todo está en lucha a su alrededor. Por todas partes veo grandes miserias, el odio, la traición y el resentimiento, el conflicto, el abandono y una ceguera completa. (AA.III.127)

Veo desde un punto central y tenebroso (y situado, parece ser, en Roma misma) partir mensajeros para llevar algo a varios lugares: esto sale de su boca como un vapor negro que cae sobre el pecho de los oyentes y enciende en ellos el odio y la rabia. (AA.III.127)

Oro ardientemente por los oprimidos. Sobre los lugares donde oran algunas personas, veo descender la luz, en otros veo descender espesas tinieblas. La situación es terrible. ¡Cuánto he rezado! (AA.III.127)

 
VIENA

Tuve la visión de una gran iglesia con una torre muy alta y muy artísticamente trabajada, situada en una gran ciudad, cerca de un largo río. El patrón de la iglesia era san Esteban y vi cerca de él otro santo que fue martirizado tras él. (AA.II.243)

Cerca de esta iglesia, vi a muchas personas distinguidas, entre las cuales varios extranjeros, con delantales y paletas de albañil. Parecían enviados ahí para demoler esta iglesia que estaba cubierta de pizarra. Todo tipo de personas del país se unían a ellos: había incluso sacerdotes y religiosos.

Vi a continuación a cinco hombres entrar en esta iglesia (la catedral de Viena), tres que parecían sacerdotes se habían revestido de ornamentos sacerdotales pesados y antiguos; los otros dos eran eclesiásticos muy jóvenes que parecían llamados a las santas órdenes. Me pareció también que estos recurrían a la santa comunión y que estaban destinados a despertar la vida de las almas.

De golpe, una llama partió la torre, se extendió sobre el tejado y parecía que todo se iba a consumir. Pensaba yo entonces en el ancho río que pasaba por uno de los lados de la ciudad, preguntándome si no se podría con su agua apagar el fuego. Pero las llamas hirieron muchos de los que habían puesto su mano en el trabajo de demolición: las llamas los cazaron y la iglesia continuó de pié. Sin embargo vi que no se salvaría más que tras la gran tormenta que se aproximaba.

Este incendio, cuyo aspecto era espantoso, indicaba en primer lugar un gran peligro, en segundo lugar un nuevo esplendor de la Iglesia tras la tempestad. En este país ellos han comenzado ya a arruinar a la Iglesia por medio de escuelas que entregan a la incredulidad.

Vi una gran tormenta venir del norte. Avanzaba en semicírculo hacia la ciudad de la alta torre y se extendía hacia el poniente. Vi a lo lejos combates y surcos de sangre en el cielo por encima de varios lugares, y vi acercarse desdichas y miserias infinitas para la Iglesia. (AA.III.245)

Los protestantes se ponen por todas partes a atacar a la Iglesia. (AA.III.245)

 
PARIS

En un lugar, me parecía que se minaba por debajo una gran ciudad en la que el mal estaba a sus anchas. Había varios diablos ocupados en este trabajo. Estaban ya muy avanzados y yo creía que con tantos y tan pesados edificios la ciudad se derrumbaría pronto. He tenido siempre a propósito de París la impresión de que debía de ser así engullido: veo tantas cavernas por debajo, pero que no se parecen a las grutas subterráneas de Roma con las esculturas que las decoran. (AA.II.157)

 
LA CRISIS UNIVERSAL

Cuando llego a un país, veo lo mas a menudo en su capital, como en un punto central, el estado general de este país bajo forma de noche, de bruma, de frío; veo también de muy cerca las sedes principales de la perdición, yo comprendo todo y veo en escenas donde están los mayores peligros. De estos focos de corrupción, veo derrames y cenagales extenderse a través del país como canales envenenados y veo en medio de todo esto a gentes piadosas en oración, las iglesias donde reposa el Santo Sacramento, los cuerpos innumerables de santos y bienaventurados, todas las obras de virtud, de humildad, de fe, ejercer una acción que sofoca, que apacigua, que detiene el mal, que ayuda donde hace falta. A continuación tengo visiones donde los malvados como los buenos pasan ante mis ojos. (AA.II.408)

Veo planear sobre ciertos lugares y ciertas ciudades, apariciones espantosas que les amenazan con grandes peligros o incluso con una destrucción total. Veo tal lugar derrumbarse de alguna manera en la noche: en otro, veo la sangre correr a ríos en las batallas libradas en el aire, en las nubes. (AA.II.408)

Y esto peligros, estos castigos, no los veo como cosas aisladas, sino que los veo como consecuencias de lo que pasa en otros lugares donde el pecado estalla en violencias y en combates encarnizados, y veo el pecado devenir la vara que golpea a los culpables. (AA.II.409)

Atravesaba la viña (la diócesis) de Saint Ludger (Munich) donde encontré todo en sufrimiento como anteriormente y pase por la viña de saint Liboire (Paderborn) donde trabajé en último lugar y que encontré en vias de mejora. Pasé por el lugar (Praga) donde reposan san Juan Nepomuceno, san Wenceslao, Santa Ludmila y otros santos. Habían muchos santos, pero entre los vivos pocos sacerdotes piadosos y me parecía que las personas buenas y piadosas se mantenían escondidas ordinariamente. Iba siempre hacia el mediodía (tras esa subida hacia el nordeste) y pasaba delante de la gran ciudad (Viena) que domina una alta torre y alrededor de la cual hay muchas avenidas y barrios. Dejaba esta ciudad a la izquierda y atravesé una región de altas montañas (los Alpes austríacos) donde todavía había, por aquí y por allá, mucha gente piadosa, especialmente entre aquellos que vivían dispersos: después, yendo siempre hacia el mediodía, llegue a la villa marítima (Venecia) donde vi recientemente a San Ignacio y sus compañeros. Vi ahí también una gran corrupción: vi a San Marcos y otros santos. Iba por la viña de san Ambrosio (la diócesis de Milán). Me acuerdo de muchas visiones y de gracias obtenidas por la intercesión de san Ambrosio, sobre todo la acción ejercida por él sobre san Agustín. He aprendido muchas cosas sobre él y, entre otras, que había conocido a una persona que tenía, en un cierto grado, el don de reconocer las reliquias. Tuve visiones a propósito de ese asunto y creo que él ha hablado de ello en uno de sus escritos...

Llegué a la casa de san Pedro y san Pablo (Roma) y vi un mundo tenebroso lleno de angustia, de confusión y de corrupción... vi en esta ciudad terribles amenazas viniendo del norte.

ESPAÑA

Partiendo de ahí, atravesé el agua (el Mediterráneo), tocando a las islas donde hay una mezcla de bien y de mal y encontré que los más aislados eran los más felices y los más luminosos: después fui a la patria de Francisco Javier (España), por que yo viajaba en la dirección del poniente. Vi allí numerosos santos y vi el país ocupado por soldados rojos. (AA.II.411)

Su jefe (el de España) estaba hacia el mediodía más allá del mar. Vi a este país (donde se encontraba el jefe) pasablemente tranquilo en comparación de la patria de san Ignacio en donde yo entré a continuación y vi en un estado espantoso. (AA.II.414)

Vi a las tinieblas extendidas por toda esta región, sobre la cual reposaba un tesoro de méritos y de gracias provenientes de san Ignacio. Yo me encontraba en el punto central del país (Madrid). Reconocí el lugar donde, mucho tiempo antes, yo había visto en una visión a inocentes arrojados en una hoguera. (AA.II.414)

Vi finalmente a los enemigos del interior avanzando por todos los lados y aquellos que atizaban el fuego arrojados ellos mismos a la hoguera. (AA.II.415)

Vi enormes abominaciones extenderse sobre el país. Mi guía me dijo: «Hoy Babel está aquí». Y vi por todo el país una larga cadena de sociedades secretas, con un trabajo como en Babel, y vi el encadenamiento de estas cosas, hasta la construcción de la torre, en un tejido, fino como una tela de araña, extendiéndose a través de todos los lugares y toda la historia: el producto supremo de esta floración era Semiramis, la mujer diabólica. (AA.II.415)

Vi destruir todo lo que era sagrado y la impiedad y la herejía hacer irrupción. (AA.II.415)

Había una amenaza de guerra civil próxima y de una crisis interior que iba a destruirlo todo. (AA.II.415)

IRLANDA

Desde este desgraciado país (España) fui conducida por encima del mar, aproximadamente hacia el norte, en una isla donde estuvo san Patricio (Irlanda). No había más que católicos pero estaban muy oprimidos: tenían sin embargo relaciones con el Papa, pero en secreto. Había todavía mucho de bueno en este país porque las personas estaban unidas entre ellas. (AA.II.416)

De la isla de san Patricio llegue por encima de un brazo de mar (mar de Irlanda) a una gran isla. Estaba sombría, brumosa y fría.

Vi por aquí y por allá algunos grupos de piadosos sectarios (...) el resto estaba todo en una gran fermentación.

Casi todo el pueblo estaba dividido en dos partidos, y ellos estaban ocupados en intrigas tenebrosas y desagradables.

El partido más numeroso era el mas malo: el menos numeroso tenía los soldados a sus órdenes; no valía tampoco gran cosa, pero sin embargo valía más. Vi una gran confusión y una lucha que se aproximaba y vi el partido menos numeroso tomar el poder.

Había en todo esto abominables maniobras: había traiciones mutuas, todos se vigilaban los unos a los otros y cada uno parecía ser el espía de su vecino.

Encima de este país vi una gran cantidad de amigos de Dios pertenecientes a los tiempos pasados: ¡cuantos santos reyes, obispos, propagadores del cristianismo que habían venido de allí hacia Alemania a trabajar en nuestro beneficio! Vi a santa Walburge, el rey Eduardo, Edgar y también santa Ursula.

Vi mucha miseria en el país frío y brumoso: vi la opulencia, vicios y numerosos navíos.

De allí, fui al levante, más allá del mar, a un territorio frío donde vi a santa Brigida (de Suecia), san Canut (rey de Dinamarca y patrón de ese país) y a san Eric (rey de Suecia). Este país estaba más tranquilo y más pobre que el precedente, pero era también frío, brumoso y sombrío. No sé ya más que es lo que he visto y hecho allí. Todo el mundo era protestante. (AA.II.417)

Desde ese lugar fui a un inmenso territorio (Rusia) completamente tenebroso y lleno de maldad, de allí surgían grandes tormentas. Los habitantes eran de un orgullo inusitado. (AA.II.418)

Construían grandes iglesias y creían tener la razón de su parte. Vi que se armaban y que se trabajaba por todos los lados: todo era sombrío y amenazante. Vi ahí a san Basilio y a otros. Vi sobre el castillo de tejados deslumbrantes el Maligno que se mantenía en las agujas. (AA.II.418)

Mientras que todo esto surge como un desarrollo de los cuadros tenebrosos que veo en al tierra en estos países, veo los buenos gérmenes luminosos que hay en ellos, dar nacimiento a escenas situadas en una región más elevada. Veo por encima de cada país un mundo de luz que representa todo lo que se ha hecho por él por los santos, hijos de ese país, los tesoros de gracia de la Iglesia que ellos han hecho descender sobre él por los méritos de Jesucristo. Vi por encima de iglesias devastadas planear iglesias en la luz, vi a los obispos y los doctores, los mártires, los confesores, los videntes y todos los privilegiados de la gracia que han vivido allí: entro en las escenas donde figuran sus milagros y las gracias que ellos han recibido, y veo las visiones, las revelaciones, las apariciones más importantes que ellos han recibido: veo todas sus vidas y sus relaciones, la acción que han ejercido de cerca o de lejos, el encadenamiento de sus trabajos y los efectos producidos por ellos hasta las distancias más alejadas. Veo todo lo que ha sido hecho, como ha sido todo ello aniquilado; y como, con todo, la bendición permanece siempre sobre las vías que ellos han recorrido, como ellos permanecen siempre en unión con su patria y su rebaño por la intermediación de gentes piadosas que guardan su memoria y particularmente como sus osamentas, allí donde reposan, son, por medio de una relación intima que las religa a ellos, fuentes de su caridad y de su intercesión.

Sin el socorro de Dios, no se podrían contemplar tantas miseria y abominaciones hacia esta caridad y esta misericordia, sin morir por ello de dolor. (AA.II.409)
 

LA NATURALEZA HERIDA DE MUERTE

Vi la tierra como una superficie redonda que estaba cubierta de oscuridad y de tinieblas. (AA.II.158)

Todo se desecaba y parecía perecer. Vi esto con detalles innumerables en criaturas de toda especie, tales como los árboles, los arbustos, las plantas, las flores y los campos. Era como si el agua hubiera sido quitada de los arroyos, las fuentes, los ríos y los mares, o como si ella volviera a su origen, a las aguas que están por encima del firmamento y alrededor del paraíso. Atravesé la tierra desolada y vi los ríos como líneas delgadas, los mares como negros abismos donde no se veía más que algunos charcos de agua en el centro. Todo el resto era un fango espeso y turbio en el cual veía animales y peces enormes atrapados luchando contra la muerte. Iba lo suficientemente lejos par poder reconocer la orilla del mar donde yo había visto antes ahogar a san Clemente. Vi también lugares y hombres en el más triste estado de confusión y de perdición y vi, a medida que la tierra se volvía más desolada y más árida, las obras tenebrosas de hombres que las cruzaban. Vi muchas abominaciones con un gran detalle; reconocí Roma y vi a la Iglesia oprimida y su decadencia en el interior y en el exterior. (AA.III.158)
 

CINCUENTA O SESENTA AÑOS ANTES DEL AÑO 2000

En medio del infierno había un abismo espantoso; Lucifer fue precipitado allí cargado de cadenas, una espesa humareda lo rodeaba por todas partes. Su destino era regulado por una ley que Dios mismo había dictado; vi que, cincuenta o sesenta años, si no me equivoco entes del año 2000, Lucifer debía salir durante algún tiempo del abismo.

Vi muchos otros datos que he olvidado, otros demonios debían también ser puestos en libertad en una época más o menos alejada, con el fin de tentar a los hombre y de servir de instrumentos a la justicia divina. Muchos de estos demonios deben salir del abismo en esta época y otros de aquí a poco tiempo. (DD.452)

Vi que los apóstoles fueron enviados a la mayor parte de la tierra para abatir por todas partes el poder de Satán y para aportar bendiciones, y que las regiones donde operan eran las que habían sido más fuertemente envenenadas por el enemigo.

Si estos países no han perseverado en la fe cristiana y están ahora dejados al abandono, eso ha sido, como lo he visto, por una sabia disposición de la Providencia. Ellos debían ser solamente bendecidos para el porvenir y ellos permanecen baldíos con el fin de que sembrados de nuevo, lleven frutos abundantes cuando los demás se hayan quedado sin cultura. (AA.II.340)

Cuando Jesús descendió sobre la tierra y fue la tierra regada con su Sangre, la potencia infernal disminuyó considerablemente , y sus manifestaciones se hicieron más tímidas. (BV.56)
   

III

LA GLORIA CREPUSCULAR DE LA IGLESIA

 
LA RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA

Entonces vi reconstruir la Iglesia muy rápidamente y con más magnificencia que nunca. (AA.III.114)

Vi una mujer llena de majestad avanzar en la gran plaza que está ante la Iglesia. Ella mantenía su amplio manto sobre los dos brazos y se elevaba suavemente en el aire. Se posó sobre el domo y extendió sobre toda la extensión de la Iglesia su manto que parecía irradiar oro. Los demoledores se habían tomado un momento de reposo, pero, cuando quisieron volver al trabajo, les fue absolutamente imposible acercarse al espacio cubierto por el manto. (AA.II.204)

Después vi, a lo lejos, acercarse grandes cohortes, ordenadas en círculo alrededor de la iglesia, unas sobre la tierra, otras en el cielo. La primera se componía de hombres y mujeres jóvenes, la segunda de personas casadas de toda condición entre los cuales reyes y reinas, la tercera de religiosos, la cuarta de gentes de guerra. Ante ellos vi a un hombre montado sobre un caballo blanco. La última tropa estaba compuesta de burgueses y de paisanos de los cuales muchos estaban marcados en la frente con una cruz roja. (AA.III.113)

Vi la iglesia de San Pedro: estaba desnuda, con excepción del coro y del altar mayor. Después vinieron de todas partes del mundo sacerdotes y laicos que rehicieron los muros de piedra. (AA.III.118)

Mientras se acercaban, cautivos y oprimidos fueron liberados y se unieron a ellos. (AA.III.114)

Todos los demoledores y los conjurados fueron expulsados de todas partes y fueron, sin saber como, reunidos en una única masa confusa y cubierta de una bruma. Ellos no sabía ni lo que habían hecho, ni lo que debían hacer, y corrían, dándose cabezazos unos contra otros. Cuando fueron todos reunidos en una sola masa, los vi abandonar su trabajo de demolición de la iglesia y perderse en los diversos grupos. (AA.III.114)

Entonces vi rehacer la Iglesia muy rápidamente y con más magnificencia que nunca: porque las personas de todas las cohortes se hacían pasar las piedras de un extremo del mundo al otro. Cuando los grupos más alejados se acercaban, el que estaba más cerca del centro se retiraba tras los otros. Era como si ellos representasen diversos trabajos de la oración y el grupo de soldados las obras de la guerra. Vi en este a amigos y enemigos pertenecientes a todas las naciones. Eran simplemente gentes de guerra como los nuestros (como los soldados de su tiempo) y vestidos igual (con uniformes).

El círculo que formaban no estaba cerrado, pero había hacia el norte un gran intervalo vacío y sombrío: era como un agujero, como un precipicio. Tuve el sentimiento de que había allí una tierra cubierta de tinieblas. (AA.III.114)

Vi también a una parte de este grupo permanecer atrás: no querían ir hacia delante y todos tenían un aspecto sombrío y permanecían juntos unos contra otros. En todos estos grupos, vi muchas personas que debían sufrir el martirio por Jesús: había todavía ahí muchos malvados y otra separación tendría que suceder más adelante...

Sin embargo vi a la iglesia completamente restaurada; por encima de ella, sobre una montaña, el Cordero de Dios rodeado de un grupo de vírgenes con palmas en las manos, y también los cinco círculos formados por las cohortes celestiales correspondientes a aquellos de aquí abajo que pertenecen a la tierra. (AA.III.113-115)

 
LA GUERRA ESPIRITUAL

Vi grandes tropas viviendo de varios países dirigirse hacia un punto y combates que se libraban por todas partes. Vi en medio de ellos una gran mancha negra, como un enorme agujero; aquellos que combatían alrededor eran cada vez menos numerosos, como si muchos cayeran sin que se dieran cuenta.

Durante ese tiempo, vi todavía en medio de los desastres a los doce hombres, de los que ya he hablado, dispersados en diversos lugares sin saber nada los unos de los otros, recibir rayos del agua viva. Vi que todos hacían el mismo trabajo en diversos lados; que ellos no sabían de donde se les había pedido hacerlo y que cuando una cosa se había hecho, otra se les daba para hacer. Eran siempre doce de los cuales ninguno tenía más de cuarenta años... vi que todos recibían de Dios lo que se había perdido y que operaban el bien por todos lados; eran todos católicos. Vi también, en los tenebrosos destructores, falsos profetas y gentes que trabajaban contra los escritos de los doce nuevos apóstoles.

Como las fuerzas de los que combatían alrededor del abismo tenebroso se iban debilitando cada vez más, y como durante el combate toda una ciudad había desaparecido, los doce hombres apostólicos ganaban sin cesar un gran número de adherentes, y de la otra ciudad (Roma) partía como un cono luminoso que entraba en el círculo sombrío. (AA.III.159)

LAS DOS CIUDADES

Vi en dos esferas opuestas, al imperio de Satán y al imperio del Salvador. Vi la ciudad de Satán y una mujer, la prostituta de Babilonia, con sus profetas y sus profetisas, sus taumaturgos y sus apóstoles. Ahí todo era rico, brillante, magnifico, comparado con el imperio del Salvador. Vi allí a reyes, emperadores, sacerdotes magníficamente vestidos y subidos en carrozas; Satán tenía un trono magnífico.

Al mismo tiempo vi el imperio del Salvador, pobre y a penas visible sobre la tierra, sumergido en el luto y la desolación. La Iglesia me fue presentada a la vez bajo los rasgos de la Virgen y bajo los del Salvador en la cruz, cuyo costado entreabierto parecía indicar al pecador el asilo de la gracia. (BB.IV.168)

 
MARÍA, PROTECTORA DE LA IGLESIA

Vi por encima de la iglesia (San Pedro de Roma) muy disminuida, una mujer majestuosamente vestida con un manto azul cielo que se situaba a lo lejos, portando una corona de estrellas sobre la cabeza. (AA.III.160)

Vi una especie de gran manto que iba ampliándose constantemente y que acabó por abrazar todo un mundo con sus habitantes. Al mismo tiempo este símbolo fue para mi una imagen del tiempo presente, y vi a sacerdotes hacer agujeros en ese manto para mirar a través de él. (BB.III.344)

Vi en una gran ciudad una iglesia que era la mas pequeña, llegar a ser la primera. (AA.III.160)

Los nuevos apóstoles se reunieron todos en la luz. Creo haberme visto entre los primeros con otro que yo conocía. (AA.III.160)

Ahora todo volvía a florecer. Vi un nuevo Papa, muy firme; vi también el negro abismo retraerse cada vez más: al final llegó un momento que un cubo de agua podía cubrir la abertura.

En último lugar vi todavía tres grupos o tres reuniones de hombres unirse a la luz. Tenían entre ellos personas iluminadas, y entraron en la iglesia.

Las aguas abundaban por todas partes: todo era verde y florido. Vi construir iglesias y conventos. (AA.III.161)

Vi también que la ayuda llegaba en el momento de más desolación.

Vi de nuevo a la Santa Virgen subir a la iglesia y extender su manto. Cuando tuve esta última visión, no vi al Papa actual. Vi uno de sus sucesores. Le vi a la vez suave y severo. El sabía atraerse a los buenos sacerdotes y expulsar a los malos.

Vi todo renovarse y una iglesia que se elevaba hasta el cielo. (AA.III.103)

 
EL COMBATE DE SAN MIGUEL

Ya toda la parte anterior de la iglesia se había derrumbado: no quedaba de pié más que el santuario con el Santísimo Sacramento. Estaba yo derrumbada de tristeza y me preguntaba donde estaba ese hombre que había visto otras veces sobre la iglesia para defenderla, llevando una vestimenta roja y un estandarte blanco. (AA.II.203)

Vi de nuevo la iglesia de San Pedro con su alta cúpula. San Miguel se mantenía en lo alto, brillante de luz, llevando una vestimenta roja de sangre y sosteniendo en la mano un gran estandarte de guerra.

Sobre la tierra había un gran combate. Los verdes y los azules combatían contra los blancos, y estos blancos que tenían por encima de ellos una espada roja y llameante, parecían estar derrotados: pero todos ignoraban por que combatían. (AA.II.205)

La Iglesia estaba completamente roja de sangre como el ángel, y se me dijo que ella sería lavada en la sangre.

Cuanto más duraba el combate, más el color sangrante se borraba de la iglesia y se volvió cada vez más transparente. Sin embargo el ángel descendió, fue hacia los blancos y le vi varias veces al frente de todas sus cohortes. Entonces fueron animados de un coraje maravilloso sin que ellos supieran de donde venía eso; era el ángel que multiplicaba sus golpes entre los enemigos, los cuales huían por todos lados. La espada de fuego que estaba por encima de los blancos victorioso desapareció entonces.

Durante el combate, las tropas de enemigos pasaban continuamente a su lado y una vez vino una muy numerosa.

Por encima del campo de batalla, tropas de santos aparecieron en el aire: mostraron, indicaban lo que había que hacer, hacían signos con las mano: todos eran diferentes entre ellos, pero inspirados de un mismo espíritu y actuando en un mismo espíritu.

Cuando el ángel descendió de lo alto de la iglesia, vi por encima de él en el cielo una gran cruz luminosa a la cual el Salvador estaba ligado; de sus cicatrices surgían haces de rayos resplandecientes que se extendían sobre el mundo. Las cicatrices eran rojas y semejantes a puertas brillantes cuyo centro era del color del sol. No llevaba corona de espinas, sino que de todas las heridas de la cabeza surgían rayos que se dirigían horizontalmente sobre el mundo. Los rayos de sus manos, del costado y de los pies tenían los colores del arco iris; se dividían en líneas muy menudas, a veces también se reunían y alcanzaban de esa manera a pueblos, ciudades, casas sobre toda la superficie del globo. Los vi por un lado y por otro, a veces lejos, a veces cerca, caer sobre diversos moribundos y aspirar las almas que, entrando en uno de estos rayos coloreados, penetraban en la llaga del Señor. Los rayos de la herida del costado se repartían sobre la iglesia situada por encima, como una corriente abundante y muy amplia. La iglesia estaba toda iluminada, y vi la mayor parte de las almas entrar en el Señor por esta corriente de rayos.(AA.II.205)

Vi también planear sobre la superficie del cielo un corazón brillando con una luz roja, del cual partía una vía de rayos blancos que conducían a la llaga del costado...

... y otra vía que se extendía sobre la Iglesia y sobre muchos países...

... estos rayos atraían hacia ellos un gran número de almas que, por el corazón y la vía luminosa, entraban en el costado de Jesús. Se me dijo que el corazón era María. (AA.II.205)

Tuve entonces la visión de una inmensa batalla. Toda la planicie estaba cubierta de una gran humo: había bosquecillos llenos de soldados de donde surgían continuamente. Era un lugar bajo: se veían grandes ciudades en la lejanía. Vi a san Miguel descender con una numerosa tropa de ángeles y separar a los combatientes. Pero esto no llegará más que cuando todo parezca perdido. Un jefe invocará a san Miguel y entonces la victoria descenderá.

Ella ignoraba la época de esta batalla. Dijo una vez que eso ocurriría en Italia, no lejos de Roma donde muchas cosas antiguas serían destruidas y donde muchas santas cosas nuevas (es decir desconocidas hasta entonces) reaparecerían un día. (AA.III.24)

San Miguel descendió en la iglesia (demolida con excepción del coro y del altar mayor) revestido con su armadura, y detuvo, amenazándoles con su espada, a varios malos pastores que querían penetrar allí. Los expulsó a un rincón oscuro donde se sentaron, mirándose unos a otros. La parte de la Iglesia que estaba demolida fue enseguida rodeada de una ligera claridad, de manera que se pudo celebrar perfectamente el servicio divino. Después vinieron de todas partes del mundo sacerdotes y laicos, que rehicieron los muros de piedra, ya que los demoledores no habían podido quitar las fuertes piedras de los cimientos. (AA.III.118)

 
LA MUJER FUERTE

Vi a la hija del rey de reyes atacada y perseguida. Lloraba mucho por toda la sangre que se iba a verter y pasaba su vista sobre una tribu de vírgenes fuertes que debían combatir a su lado. Tuve mucho que hacer con Ella y le supliqué que pensara en mi país y en ciertos lugares que le recomendé. Pedí para los sacerdotes algo de sus tesoros, Ella me respondió: «Sí, tengo grandes tesoros, pero son pisoteados». Ella llevaba una vestimenta azul cielo. (AA.III.181)

Allí arriba, recibí de mi conductor una nueva exhortación a orar yo misma y a animar a todo el mundo, todo lo posible, a orar por los pecadores y en particular por los sacerdotes desviados. Muy malos tiempos van a venir, me dijo él. (AA.III.182)

Los no católicos seducirán a muchas personas y buscarán por todos los medios imaginables quitarle todo a la Iglesia. Seguirá de ello una gran confusión (AA.III.182)

Tuve otra visión donde vi como se preparaba la armada de la hija del rey. Una multitud de personas contribuían a ello. Y lo que ellas aportaban consistía en oraciones, en buenas obras, en victorias sobre sí mismas y en trabajos de toda especie. Todo esto iba de mano en mano hasta el cielo y all, cada cosa, tras haber pasado por un trabajo particular, llegaba a ser una pieza de la armadura de la que se revestía la Virgen. No se podía dejar de admirar hasta qué punto todo se ajustaba bien y era impresionante ver como cada cosa significaba otra. La Virgen fue armada de la cabeza a los pies. Reconocí varias de las personas que daban su ayuda y vi con sorpresa que establecimientos enteros y grandes y sabios personajes no proveían nada, mientras que las piezas importantes de la armadura provenían de gentes pobres y de pequeña condición. (AA.III.182)

Vi la batalla. Los enemigos eran infinitamente más numerosos; pero la pequeña tropa fiel abatía a filas enteras. Durante el combate la Virgen armada estaba sobre una colina: yo corrí hacia Ella y le recomendé mi patria y los lugares por los cuales yo rezaba. Su armadura tenía algo de extraño: todo tenía un significado: llevaba un casco, un escudo y una coraza. En cuanto a las gentes que combatían, se asemejaban a los soldados actuales. Era una guerra terrible: al final no quedó más que una pequeña tropa de líderes de la buena causa, los cuales tuvieron la victoria. (AA.III.182)

LA PURIFICACIÓN

La incredulidad de la época (en la que vivía Ana Catalina) está en su plenitud: habrá todavía una confusión increíble; pero después de la tormenta la fe se restablecerá. (AA.II.132)

Sin embargo, del otro lado, aquellos que restauraban se pusieron a trabajar con una increíble actividad. Vinieron hombres de mucha edad, impotentes, olvidados, después muchos jóvenes fuertes y vigorosos, mujeres, niños, eclesiásticos y seglares y el edificio fue muy pronto restaurado enteramente. (AA.II.204)

Vi entonces a un nuevo Papa venir con una procesión. Era más joven y mucho más severo que el precedente. Se le recibió con una gran pompa. Parecía listo para consagrar a la iglesia (San Pedro de Roma) pero oí una voz diciendo que una nueva consagración no era necesaria, que el Santísimo Sacramento había permanecido siempre allí. (AA.II.204)

Debían entonces celebrarse muy solemnemente una doble fiesta: un jubileo universal y la restauración de la iglesia. El Papa, antes de comenzar la fiesta, había ya dispuesto a sus gentes que echaron fuera de la asamblea de los fieles, sin encontrar ninguna oposición, una muchedumbre de miembros del alto y bajo clero. (AA.II.204)

Vi que ellos dejaron la asamblea murmurando y llenos de cólera. El Papa tomó a su servicio otras personas, eclesiásticas e incluso laicas. Entonces comenzó la gran solemnidad en la iglesia de San Pedro. (AA.II.204)

Los hombres del delantal blanco continuaban trabajando en su obra de demolición sin ruido y con cuidado, cuando los otros no les veían: eran cuidadosos y estaban al acecho. (AA.II.204-205)

En la fiesta de la Purificación, en 1822, ella contó lo que sigue:

He visto, estos días, cosas maravillosas en torno a la Iglesia. La iglesia de San Pedro estaba casi enteramente destruida por la secta: pero los trabajos de la secta fueron también destruidos y todo lo que les pertenecía, sus delantales y sus pertrechos fueron quemados por el verdugo en una plaza marcada de infamia. Era solamente cuero de caballo y la hediondez era tan grande que me puso enferma.

He visto en esta visión a la Madre de Dios trabajar de tal manera para la Iglesia que mi devoción hacia Ella todavía se incrementó más. (AA.III.115)

 
LA CASA NUPCIAL

El Esposo celebra su boda, es decir su indisoluble unión con la Iglesia, como renovándose constantemente, y para presentarla a Dios el Padre puro y sin mancha en todos sus miembros, Él vierte incesantemente torrentes de gracia. Pero cada uno de estos dones debe ser tenido en cuenta y entre aquellos que los reciben, un pequeño número solamente podría encontrarse en regla para esta rendición de cuentas, si el Esposo de la Iglesia no preparase en todas las épocas instrumentos que recojan lo que otros dejan perder, que hacen valer los talentos que otros rechazan, que paguen las deudas contraídas por otros.

Antes de haberse manifestado en carne en la plenitud de los tiempos para concluir en su Sangre el nuevo matrimonio, Él había, por el misterio de la Inmaculada Concepción, preparado a María para ser el tipo primordial y eternamente inmaculado de la Iglesia. (AA.II.247)

Hace veinte años ahora que mi novio me condujo a la casa nupcial y me puso sobre el áspero lecho de novia en el cual estoy todavía yaciendo. (AA.I.246)

Me encontraba en la Casa Nupcial y vi un ruidoso cortejo matrimonial llegar en varias carrozas. La novia, que tenía cerca de ella muchos hombres y mujeres, era una persona de gran talla, con aspecto descarado y con una apariencia de cortesana.

Tenía sobre la cabeza una corona, en el pecho muchas joyas, tres cadenas y tres broches de oropel de los que estaban suspendidos una cantidad de instrumentos, de figuras representando cangrejos de río, ranas, sapos, saltamontes, y también pequeños cuernos, anillos, silbatos, etc. Su vestimenta era escarlata. Sobre su hombro se agitaba un búho, que le hablaba a la oreja, tanto a la derecha, tanto a la izquierda: parecía ser su espíritu familiar.

Esta mujer, con toda su corte y numerosos equipajes, entró pomposamente en la casa nupcial y expulsó a todos los que allí estaban. Los viejos señores y eclesiásticos tuvieron a penas tiempo de recoger sus libros y sus papeles, todos fueron obligados a salir, unos llenos de horror, otros llenos de simpatía hacia la cortesana. Unos fueron a la iglesia, otros en diversas direcciones, marchando en grupo separados.

Ella dio la vuelta a todo lo que había en la casa, hasta la mesa y los vasos que estaban encima.

Tan solo la habitación donde estaban los hábitos de la novia y la sala que yo vi transformarse en una iglesia consagrada a la Madre de Dios permanecieron firmes e intactas.

Cosa remarcable, la cortesana, todos sus pertrechos y sus libros brillaban lustrosos, y ella tenía el olor infecto de ese escarabajo brillante que huele tan mal. Las mujeres que la rodeaban eran profetisas magnéticas: ellas profetizaban y la sostenían.

Pero esta innoble novia quería casarse y, lo que es más, con un joven sacerdote piadoso e iluminado. Creo que era uno de los doce que veo a menudo operar obras importantes bajo la influencia del Espíritu Santo. El había huido de la casa ante esta mujer. Ella le hizo volver dirigiéndole las palabras más aduladoras.

Cuando él llegó, ella le mostró todo y quería poner todo en sus manos. El se detuvo algún tiempo: pero como ella se mostraba con él presionante y sin discreción, y que ella empleaba todos los medios imaginables para llevarlo a tomarla como mujer, él tomo un aspecto muy grave y muy imponente: la maldijo así como todos sus manejos, como siendo los de una infame cortesana, y se retiró.

Entonces vi todo lo que había con ella, irse, ceder el lugar, morir y calumniar. Toda la Casa nupcial devino en un instante sombría y negra, y las cosas brillantes comenzaron a carcomerse. La mujer misma, carcomida enteramente, cayó por tierra y quedo en el suelo, conservando su forma exterior: pero todo en ella se había descompuesto.

Entonces, cuando todo se redujo a polvo y el silencio reinó por todo, el joven sacerdote volvió y con él otros dos, de los cuales uno, que era un hombre de edad, parecía enviado de Roma.

El viejo llevaba una cruz que plantó ante la Casa nupcial, que se había vuelto totalmente negra: sacó algo de esa cruz, entró en la casa, abrió las puertas y ventanas, y pareció que los demás que estaban ante la casa oraban, consagraban y hacían exorcismos.

Se levantó una tormenta impetuosa que pasó a través de la casa y salió de ella un vapor negro que se fue a lo lejos hacia una gran ciudad en la que se dividió en nubes de diverso tamaño. En cuanto a la Casa, fue de nuevo ocupada por un número elegido entre los antiguos habitantes. Se instalaron también algunos de aquellos que habían venido con la novia impura y que se habían convertido. Todo fue purificado y comenzó a prosperar. El jardín también volvió a su primitivo estado. (AA.II.398)

Vi una gran fiesta en la iglesia que, tras la victoria irradiaba como el sol

Vi un nuevo Papa muy austero y muy enérgico

Vi antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él a causa de su maldad.

Vi entonces, cerca de ser cumplida, la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». (AA.II.209)

El 27 de diciembre, fiesta de San Juan Evangelista, ella vio a la Iglesia romana brillante como un sol. Partían de ella rayos que se repartían por el mundo entero: «Se me dijo que eso se relacionaba con el Apocalipsis de san Juan, sobre el cual diversas personas en la Iglesia deben recibir luces y esa luz caerá toda ella sobre la Iglesia». (AA.II.202)

Mientras el combate tenía lugar sobre la tierra, la Iglesia y el ángel, que desapareció pronto, se habían vuelto blancos y luminosos. La cruz también se desvaneció y en su lugar se mantenía de pié sobre la Iglesia una gran mujer brillante de luz que extendía hasta lejos y por encima de ella su manto de oro irradiante.

 
LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA

En la Iglesia se vio operar una reconciliación acompañada de testimonios de humildad. Vi a los obispos y pastores aproximarse unos a otros y cambiar sus libros: las sectas reconocían a la Iglesia, a su maravillosa victoria y a las claridades de la revelación que ellas habían visto con sus ojos irradiar sobre ella. Estas claridades venían de los rayos del surtidor que san Juan había hecho brotar del lago de la montaña de los profetas. Cuando vi esta reunión, sentí una profunda impresión de la proximidad del reino de Dios. Sentí un esplendor y una vida superior manifestarse en toda la naturaleza y una santa emoción embargar a todos los hombres, como en los tiempos cuando el nacimiento del Señor estaba próximo y sentí de tal manera la cercanía del reino de Dios que me sentí forzada a correr a su encuentro y a dar gritos de alegría.

Tuve el sentimiento del advenimiento de María en sus primeros ancestros. Vi su estirpe ennoblecerse a medida que Ella se aproximaba al punto en el que se produciría esta flor. Vi llegar a María, ¿cómo fue? Yo no sé expresarlo; es de la misma manera que tengo el presentimiento de un acercamiento del reino de Dios. Yo lo he visto aproximarse, atraído por el ardiente deseo de muchos cristianos, llenos de humildad, de amor y de fe; era el deseo que le atraía.

Vi una gran fiesta en la Iglesia que, tras la victoria conseguida, irradiaba como el sol. Vi un nuevo Papa austero y muy enérgico. Vi, antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él, a causa de su maldad. Vi a los santos apóstoles tomar una parte muy especial en la celebración de esta fiesta en la Iglesia. Vi entonces muy cerca de su realización la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». Me parecía ver jardines celestes, brillantes de luz, descender de arriba, reunirse en la tierra, en lugares donde el fuego estaba encendido, y bañar todo lo que está por debajo en una luz primordial.

(...)

Lo mismo que en la estirpe de David, la promesa fue preservada hasta su cumplimiento en María en la plenitud de los tiempos; lo mismo que esa estirpe fue cuidada, protegida, purificada hasta el momento en el que ella produjo en la Santa Virgen la luz del mundo, de la misma manera, este santo de la montaña de los profetas purifica y conserva todos los tesoros de la creación y de la promesa, así como el significado y la esencia de toda palabra y de toda criatura hasta que los tiempos se cumplan. Él rechaza y borra todo lo que es falso y malo; entonces es una corriente tan pura como cuando sale del seno de Dios, y es así como fluye hoy en la naturaleza entera.

Yo estaba en el jardín de la Casa nupcial. La matrona estaba todavía enferma, pero sin embargo ella ponía en orden, limpiaba y quitaba los escombros por aquí y por allí en el jardín.

Vi a varios santos revestidos de antiguos hábitos sacerdotales que limpiaban diversas partes de la iglesia y quitaban las telas de araña. La puesta estaba abierta, la iglesia se volvía cada vez más luminosa. Era como si los dueños hicieran el trabajo de los criados: ya que aquellos que estaban en la casa nupcial no hacían nada y muchos estaban descontentos. (AA.II.361)

Había sin embargo por aquí un gran movimiento. Parecía que algunos dudaran de entrar aun cuando la iglesia estaba totalmente puesta en orden: pero algunos entonces debían ser apartados a un lado. (AA.II.361)

Mientras que la iglesia se volvía cada vez mas bella y más luminosa, surgió de repente en su seno una bella fuente limpia que extendió por todas partes un agua pura como el cristal, salió a través de los muros y, fluyendo en el jardín, reanimó todo. (AA.II.361)

A la efusión de esta fuente, todo se volvió luminoso y más dichoso y vi por encima de ella un altar resplandeciente como un espíritu celeste, como una manifestación y un crecimiento futuros (AA.II.361)

Parecía que todo iba creciendo en la iglesia, muros, tejados, decoraciones, cuerpo del edificio, en fin todo; y los santos continuaban trabajando y el movimiento cada vez más grande en la Casa nupcial. (AA.II.361)

Entonces tuve una nueva visión. Vi a la Santa Virgen por encima de la iglesia, y alrededor de ella a los apóstoles y obispos. Vi por encima grandes procesiones y ceremonias solemnes.

Vi grandes bendiciones repartidas desde lo alto y muchos cambios. Vi también al Papa ordenar y regular todo ello. Vi surgir hombres pobres y simples de los cuales muchos eran todavía jóvenes. Vi muchos antiguos dignatarios eclesiásticos que, habiéndose puesto al servicio de los malos obispos, habían dejado en el olvido los intereses de la Iglesia, arrastrarse en muletas, como cojos y paralíticos; fueron llevados por dos conductores y recibieron su perdón.

Vi una cantidad de malos obispos, que habían creído poder hacer algo ellos mismos y que no recibían por sus trabajos la fuerza de Cristo por la intermediación de sus santos predecesores y de la Iglesia, alejados y reemplazados por otros. (AA.II.492)

Los enemigos que habían huido en el combate no fueron perseguidos; pero se dispersaron por todos lados. (AA.II.240)

Vi al sacerdocio y a las órdenes religiosas renovarse tras una larga decadencia.

Me parecía que una masa de personas piadosas había surgido y que todo salía de ellos y se desarrollaba (AA.III.176)

Vi en la iglesia de San Pedro, en Roma, una gran fiesta con muchas luces y vi que el Santo Padre, así como muchos otros, ha sido fortalecido por el Espíritu Santo.

Vi también, en diversos lugares del mundo, la luz descender sobre los doce hombres que veo tan a menudo como doce nuevos apóstoles o profetas de la Iglesia. (AA.II.429)

 
EL PAPA FUTURO

Le vi a la vez suave y severo. Sabía atraerse a los buenos sacerdotes y rechazar lejos de él a los malos. Vi todo renovarse y una iglesia que se elevaba hasta el cielo. (AA.III.103)

Vi un nuevo Papa muy firme (AA.III.161)

Hubo en la iglesia espiritual una fiesta de acción de gracias; había allí una gloria espléndida, un trono magníficamente adornado. San Pablo, San Agustín y otros santos convertidos figuraban allí de una manera muy especial. Era una fiesta en la que la Iglesia triunfante daba gracias a Dios de una gran gracia que no debe llegar a su madurez más que en el futuro. Era algo como una consagración futura. Esto tenía relación con el cambio moral operado en un hombre de condición esbelta y bastante joven, el cual debe un día llegar a ser Papa.

He visto también en esta visión muchos cristianos entrar en la Iglesia. Entraban a través de los muros de la iglesia. (AA.III.177)

Vi que este Papa debe ser severo y que él alejará de sí a todos los obispos tibios y fríos. Pero mucho tiempo debe todavía pasar hasta que esto ocurra.(AA.III.177)

Vi a este futuro Papa en la iglesia rodeado de otros hombres piadosos: estaba relacionado con ese viejo sacerdote que vi morir en Roma, hace algunos días.

El joven estaba ya en las ordenes y parecía que recibiera hoy (27 de enero de 1822) una dignidad. No es Romano, sino Italiano, de un lugar que no está muy alejado de Roma, y pertenece, creo, a una piadosa familia principesca. (Se trataba del futuro Papa Pío IX) (AA.III.178)

 
EL LIBRO DE LOS SIETE SELLOS

Hubo una gran solemnidad en la iglesia y vi por encima de ella una nube luminosa sobre la cual descendían los apóstoles y los santos obispos que se reunían en coros por encima del altar. Vi entre ellos a san Agustín, san Ambrosio y todos aquellos que han trabajado mucho por la exaltación de la Iglesia. (AA.II.493)

Era una gran solemnidad; la misa fue celebrada, y vi en medio de la iglesia un gran libro abierto del que pendían tres sellos por el lado más ancho y dos otros sellos por cada uno de los otros lados. Vi también en lo alto al apóstol san Juan y aprendí que eran las revelaciones que él había tenido en Pathmos. El libro estaba situado sobre un pupitre en el coro. Antes de que ese libro fuera abierto, ocurrió algo que he olvidado. Es una pena que haya esta laguna en la visión. (AA.II.493)

El 27 de diciembre ella vio la Iglesia romana brillante como un sol:

Se me dijo que eso se relacionaba con el Apocalipsis de san Juan, sobre el cual diversas personas en la iglesia deben recibir luces y esta luz caerá toda ella sobre la Iglesia. (AA.II.202)

 
LA VUELTA A LA UNIDAD CRISTIANA

El Papa no estaba en la Iglesia. Estaba oculto. (AA.II.493)

Creo que aquellos que estaban en la iglesia no sabían donde estaba. No se si él rezaba o estaba muerto. Pero vi que todos los asistentes, sacerdotes y laicos, debían poner la mano sobre un cierto pasaje del libro de los Evangelios y que sobre muchos de ellos descendía, como un signo particular, una luz que era transmitida por los santos apóstoles y los santos obispos. Vi también que varios de ellos no hacían esto más que por la forma. (AA.II.493)

Vi muchos antiguos dignatarios eclesiásticos que, habiéndose puesto al servicio de los malos obispos, habían dejado en el olvido los intereses de la Iglesia, arrastrarse en muletas, como cojos y paralíticos; fueron llevados por dos conductores y recibieron su perdón. (AA.II.492)

Fuera, alrededor de la iglesia, vi llegar muchos judíos que querían entrar, pero que no lo podían hacer todavía. (AA.II.493)

Al final, aquellos que no habían entrado al comienzo llegaron, formando una multitud innumerable: pero vi entonces el libro cerrarse de golpe, como bajo el impulso de un poder sobrenatural.

Al fondo en lontananza, vi un sangriento y terrible combate y vi especialmente una inmensa batalla del lado norte y por el poniente.

Fue una gran visión muy impactante. Siento mucho haber olvidado el lugar del libro sobre el cual se debía poner el dedo. (AA.II.493)

Conocí, por una visión, que hacia el fin del mundo, una batalla será librada contra el Anticristo, en la planicie de Mageddo. (EE.I.234)

 
EL TIEMPO DE PAZ

Ese día Ana Catalina tuvo una larga conversación con dos de sus visitantes celestes, san Francisco de Sales y San Francisco de Chantal:

Ellos decían que la época actual era muy triste, pero que tras muchas tribulaciones, vendría un tiempo de paz en el que la religión retomaría su imperio y en el que habría entre los hombres mucha cordialidad y caridad, y que entonces muchos conventos reflorecerían en el verdadero sentido de la palabra. Vi también una imagen de este tiempo lejano que no puedo describir, pero vi sobre toda la tierra retirarse la noche y el amor extender una nueva vida. Tuve en esta ocasión visiones de toda especie sobre el renacimiento de las ordenes religiosas. (AA.II.440)

El tiempo del Anticristo, no está tan próximo como algunos piensan. Habrá todavía precursores. He visto en dos ciudades a doctores, de la escuela de los cuales podrían salir estos precursores. (AA.II.441)

 
EL NUEVO PENTECOSTÉS

He visto Pentecostés, en tanto que fiesta en la Iglesia, la comunicación del Espíritu Santo, a través del mundo entero, me ha sido mostrada en diversas escenas, tal y como me ha ocurrido a menudo. He visto también a los doce nuevos apóstoles y su relación con la Iglesia.. He visto todavía una iglesia espiritual formarse con muchas parroquias reunidas y estas recibir el Espíritu Santo. Era un nuevo despertar de la Iglesia católica. He visto un gran número de personas recibir el Espíritu Santo. (AA.III.144

 
LA IGLESIA ESPIRITUAL

Tuve una visión del Espíritu Santo: era como una figura alada, en una superficie triangular, con una efusión de luz de siete colores. Vi como esta luz se extendió sobre la Iglesia espiritual flotando en el aire, y sobre aquellos que se encontraban en relación con ella. (AA.III.144)

Un incendio estallará en la Iglesia, amenazándola de una ruina total. (AA.II.244)

Este incendio, cuyo aspecto era espantoso, indicaba en primer lugar un gran peligro; en segundo lugar, un nuevo esplendor en la Iglesia, tras la tempestad. (AA.II.244)

Vi sobre toda la tierra una gran cantidad de efusiones del Espíritu: algunas veces era como un relámpago que descendía sobre una iglesia; yo veía a los fieles en la iglesia, y entre ellos a aquellos que habían recibido la gracia: o bien los veían aisladamente en sus moradas o en las iglesias en las que llegaba la luz y la fuerza. Esto me causó una gran alegría y me dio confianza, de que en medio de las tribulaciones siempre crecientes, la Iglesia no sucumbirá, puesto que he visto en todos los países del mundo al Espíritu Santo suscitar instrumentos. Si, he sentido que la opresión exterior que le hacen sufrir los poderes de este mundo prepara a la Iglesia mejor a recibir una fuerza interior.

Vi en la iglesia de San Pedro, en Roma, una gran fiesta con muchas luces y vi que el Santo Padre, así como muchos otros, fue fortificado en el Espíritu Santo. (AA.II.429)

Vi también, en diversos lugares del mundo, la luz descender sobre los doce hombres que veo a menudo como doce nuevos apóstoles o profetas de la Iglesia. (AA.II.429)

 
LOS DOCE APÓSTOLES FUTUROS

Del lado oriental de esta iglesia avanzó con un esplendor infinito una figura sacerdotal: era como si fuera el Señor. Pronto se mostraron alrededor de el doce hombres luminosos y alrededor de estos muchos más todavía. Entonces salió de la boca del Señor un pequeño cuerpo luminoso que, habiendo salido, se hizo cada vez más grande y con una forma más definida, después, repitiéndose de nuevo, entró como una figura de niño resplandeciente en la boca de los doce que rodeaban al Señor, después en la de los demás. No era la escena histórica del Señor haciendo la cena con los discípulos, tal como la vi el jueves santo, sin embargo lo que vi me la recordó. Aquí todos eran luminosos e irradiantes, era un oficio divino, era como una solemnidad eclesiástica.

Vi la fiesta eclesiástica llegar a su fin y eso fue par mi como si hubiera visto allí a esos hombres que iban a despertar y animar de un fervor nuevo el sentimiento adormecido del admirable misterio de la presencia de Dios multiplicándose sobre la tierra. (AA.II.425)

Los sacerdotes estaban sumidos en un profundo sueño y lo que hacían me parecía semejante a telas de araña. Por varios lados la malicia, la astucia y la violencia tomaban tal crecimiento que se traicionaban a si mismas. Vi a algunas personas perder sus lugares que eran tomados por otros, y todo un encadenamiento de infamias descendiendo de arriba hacia abajo hacia el mundo.

Entonces vi a un grupo de hombres que avanzaban por una gran pradera que veía a cierta distancia. Uno de ellos se elevaba por encima de todos los demás. Eran una centena al menos. Me preguntaba si sería el lugar donde el Señor dio de comer a siete mil hombres.

El Señor vino a mi encuentro con todos sus discípulos y eligió doce de entre ellos. Vi como ponía los ojos en uno y en otro. Los reconocí a todos: los viejos llenos de simplicidad y los jóvenes robustos con tez curtida. Vi también como Él les enviaba a lo lejos en todas direcciones, y los seguía con la mirada en sus caminatas lejanas entre las naciones. Y como yo me decía: «¡ay! ¿qué puede hacer un tan pequeño número de hombres entre las multitudes innumerables?» el Señor me dijo aproximadamente: «Su voz se hace oír a lo lejos por todos los lados. Así, ahora todavía, varios son enviados; cualesquiera que sean, hombres y mujeres, pueden lo mismo. Mira la salvación que esos doce han aportado; los que envío a tu época la aportan también, aunque permanezcan oscuros y despreciados. (AA.II.128)

Ella vio a los doce apóstoles futuros, cada uno en su lugar. (AA.II.422)

Vi la Iglesia de San Pedro que un hombre pequeño llevaba sobre sus hombros; tenía algo de judío en los trazos del rostro. El asunto parecía muy peligroso. María estaba de pié sobre la iglesia en el lado norte y extendía su manto para protegerla. (AA.III.124)

Ese hombrecito parecía sucumbir. Parecía ser todavía laico y yo lo conocía.

Los doce hombres que veo siempre como nuevos apóstoles debían ayudarle a llevar su carga: pero ellos venían demasiado lentamente. Parecía que él caería bajo el peso de la carga, entonces, finalmente, llegaron todos ellos, se pusieron debajo y numerosos ángeles vinieron en su ayuda. Eran solamente los cimientos y la parte posterior de la iglesia (el coro y el altar), todo el resto había sido demolido por la secta y por los servidores de la iglesia mismos. (AA.III.124)

Vi muchas abominaciones con gran detalle; reconocí a Roma y vi a la Iglesia oprimida y su decadencia en el interior y en el exterior.

Durante ese tiempo, vi todavía en medio de los desastres a los doce hombres de lo que ya he hablado, dispersos en diversos lugares sin saber nada los unos de los otros, recibir rayos del agua viva. Vi que todos hacían el mismo trabajo de diversos lados; que ellos no sabían de donde se les encomendaba ese trabajo y que cuando una cosa se había hecho, otra se les daba para hacer. Siempre eran doce de los cuales ninguno tenía más de cuarenta años.

No había nada de particular en su vestimenta, pero cada uno estaba vestido a la manera de su país y siguiendo la moda actual: vi que todos recibían de Dios lo que se había perdido y que ellos operaban el bien por todos los lados; eran todos católicos. (AA.III.159)

Vi también en los tenebrosos destructores a falsos profetas y a personas que trabajaban contra los escritos de los doce nuevos apóstoles. Vi también una centena de mujeres sentadas con en estado de maravillamiento y cerca de ellas hombres que las magnetizaban; las vi profetizar. (AA.III.160)

 
LOS QUE REHUSAN EL ADVENIMIENTO

¡El tiempo del martirio de los santo Inocentes está próximo! (AA.III.227)

Un día en la Casa nupcial, Ana Catalina vio un belén... «con imágenes de santos Inocentes y la escena del castigo infligido a Herodes por haber querido suprimir el advenimiento del Salvador. Conocí que esta imágenes se aplicaban al tiempo presente, sobre todo como se relacionaban con aquellos que quieren quitar del mundo y destruir la gracia renovada de este advenimiento. (AA.III.476)

Vi, próxima a ser realizada la plegaria «VENGA A NOSOTROS TU REINO». (AA.II.209)

 


VISIÓN DE LA ISLA DE LAS PROFECÍAS

Algunas semanas antes de la Navidad de 1819, Ana Catharina fue conducida por el ángel, su guía, como cada año, sobre el alto-lugar que ella llamaba «La Montaña de los Profetas» situada, según nos dice ella, encima de la cima más elevada y completamente inaccesible de una montaña del Tíbet.

Aquí está el relato casi entero de las impresiones que contó de su extraordinario viaje. Fue anotado por Brentano los días 9 y 10 de Diciembre de 1819. No fue más que algunos días más tarde, parece ser, cuando Ana Catharina comprendió todo el asunto. Ella lo describe aquí sin comentarios según su costumbre:

Esta noche he recorrido en diversas direcciones la Tierra prometida, tal como era en tiempos de Nuestro Señor... Vi varias escenas y fui rápidamente de lugar en lugar. Partiendo de Jerusalén, avancé muy lejos hacia Oriente. Pasé varias veces cerca de grandes cantidades de agua y por encima de las montañas que habían franqueado los magos de oriente para venir a Belén. Atravesé también países muy poblados, pero no tocaba los lugares habitados: la mayor parte del tiempo pasaba por desiertos. Llegue a continuación a una región en la que hacía mucho frío y fui conducida cada vez más alto hasta un punto extremadamente elevado; a lo largo de las montañas, desde el poniente al levante, se dirigía una gran ruta sobre la cual vi pasar grupos de hombres. Había una raza de pequeña talla, pero muy viva en sus movimientos, llevaban con ellos pequeños estandartes, los de la otra raza eran de una talla alta, no eran cristianos. Esta ruta iba descendiendo; mi camino me conducía hacia arriba a una región de una belleza increíble. Allí hacía calor y todo era verde y fértil, había flores maravillosamente bellas, bellos bosquecillos y bellos bosques; una cantidad de animales jugueteaban por alrededor, no parecían peligrosos.

Esta tierra no estaba habitada por ninguna criatura humana y nunca ningún hombre venía por aquí; porque de la gran ruta no se veían más que nubes.

Vi grupos de animales semejantes a pequeños corzos con las patas muy finas; no tenían cuernos, su piel era de un marrón claro con manchas negras. Vi también un animal rechoncho de color negro semejante a un cerdo, y después animales como machos cabríos de gran tamaño, pero más parecidos a corzos; eran muy familiares, muy ligeros a la carrera: tenían unos bellos ojos muy brillantes: vi a otros semejantes a corderos; eran muy gruesos, tenían como una peluca de lana y colas muy gruesas: otros parecían pequeños asnos, pero moteados; grandes aves con largas patas que corrían muy rápido, otros semejantes a pollos agradablemente adornados y finalmente una cantidad de bonitos pájaros muy pequeños y de colores variados. Todos estos animales jugaban libremente, como si ignoraran la existencia de los hombres.

De este lugar paradisíaco, subí más arriba y era como si fuera conducida a través de las nubes. Llegué así a la cumbre de esa alta región de montañas donde vi muchas cosas maravillosas. En lo alto de la montaña había una gran planicie y en esta planicie un lago; en el lago una isla verdeante. Esta isla estaba rodeada de grandes arboles semejantes a cedros. Fui elevada a la cumbre de uno de esos árboles y agarrándome fuertemente a las ramas, vi desde lo alto toda la isla.

(...)

Cuando desde lo alto de mi árbol, pasaba la mirada sobre la isla, podía ver en su otro extremo el agua del lago, pero no la montaña. Esta agua estaba viva y de una limpidez extraordinaria: el agua atravesaba la isla por diferentes afluentes y se derramaba bajo tierra a través de varios arroyos más o menos grandes.

Frente a la estrecha lengua de tierra, en la verde planicie, se elevaba una gran tienda extendiéndose a lo ancho, que parecía estar hecha de tejido gris; estaba decorada en el interior, en la parte de atrás, con largos paneles de tejidos de diversos colores y cubierta con toda especie de figuras pintadas o bordadas. Alrededor de la mesa que se encontraba en medio, había asientos de piedra sin respaldos y con forma de cojines: estaban recubiertos de un verdor siempre fresco.

En el asiento de honor situado en medio, tras la mesa de piedra que era baja y de forma oval, un hombre rodeado de una aureola como la de los santos estaba sentado con las piernas cruzadas, a la manera oriental y escribía con una pluma de caña sobre un gran libro. La pluma era como una pequeña rama. A la derecha y a la izquierda se veían varios grandes libros y pergaminos enrollados en varas de madera con bolas en sus extremos; y cerca de la tienda había en la tierra un agujero que parecía estar revestido de ladrillos y donde ardía un fuego cuya llama no sobrepasaba el borde. Todo el lugar alrededor era como una bella isla verde rodeada de nubes. El cielo por encima de mi cabeza era de una serenidad inexpresable. No vi del sol más que un semicírculo de rayos brillando tras las nubes. Este semicírculo pertenecía a un disco que parecía mucho más grande que en nuestro mundo.

El aspecto general tenía algo de inexpresablemente santo.

Era una soledad, pero llena de encanto. Cuando tenía ese espectáculo bajo mis ojos, me pareció saber y comprender lo que era y lo que significaba todo ello, pero sentí que no podía llevar conmigo y conservar este conocimiento. Mi conductor había estado a mi lado hasta ese momento pero, cerca de la tienda, se hizo invisible para mí.

Como yo consideraba todo esto, me dije: «¿Qué tengo que hacer yo aquí, y por que es necesario que una pobre criatura como yo vea todas estas cosas?». Entonces la figura me dijo desde dentro de la tienda: «Es porque tu tienes una parte de todo esto». Esto redoblo entonces mi asombro y descendí o volé hacia esa figura, en la tienda, donde estaba sentada, vestida como lo están los espíritus que veo: la figura tenía en su exterior y en su apariencia algo que recordaba a San Juan Bautista o a Elías.

Los libros y los volúmenes numerosos que estaban por el suelo alrededor de esa figura, eran muy antiguos y muy preciosos. En algunos de estos libros había ornamentos y figuras de metal en relieve, por ejemplo un hombre sosteniendo un libro en la mano. La figura me dijo, o me hizo conocer de otra manera, que estos libros contenían todo lo que había de más santo de lo que venía de los hombres; ella examinaba, comparaba todo y desechaba lo que era falso en el fuego encendido cerca de la tienda. El me dijo que estaba allí para que nadie pudiera llegar a ello: estaba encargado de vigilar sobre todo eso y guardarlo hasta que el tiempo llegara de hacer uso de ello. Este tiempo había podido llegar en ciertas ocasiones; pero había siempre grandes obstáculos. Yo le pedí si él no tenía el sentimiento de la espera tan larga que se le había impuesto. Me respondió: «En Dios no hay tiempo».

Me dijo también que debería ver todo, me condujo fuera de la tienda y me mostró el país que la rodeaba.

La tienda tenía aproximadamente la altura de dos hombres: era larga como de aquí a la iglesia de la ciudad: su anchura era de aproximadamente la mitad de su altura. Tenía en la cumbre una especia de nudo por el cual la tienda estaba como suspendida a un hilo que subía y se perdía en el aire, de manera que yo no podía comprender donde estaba atado. En los cuatro ángulos habían columnas que no se podían abarcar con las dos manos. La tienda estaba abierta por delante y en los lados. En medio de la mesa estaba depositado un libro de una dimensión extraordinaria que se podía abrir y cerrar: parecía que estaba sujeto sobre la mesa. El hombre miraba en ese libro para verificar la exactitud. Me pareció que había una puerta bajo la mesa y que un gran santo tesoro, una cosa santa estaba conservada allí.

(...)

El me mostró entonces los alrededores y entonces hice, a lo largo del río exterior, la vuelta al lago cuya superficie estaba perfectamente nivelada con la isla. Esta agua que yo sentía correr bajo mis pies se diversificaba bajo la montaña por muchos canales y salía a la luz muy por debajo, bajo forma de fuentes grandes y pequeñas. Me parecía que toda esta parte del mundo recibía de ahí, salud y bendición: en lo alto, no se desbordaba por ningún lugar. Descendiendo por el levante y por el mediodía, todo era verde y cubierto de bellas flores; en el poniente y al norte, había también verdor, pero no flores.

Llegando al extremo del lago, atravesé el agua sin puente y pasé a la isla que recorrí circulando en medio de torres. Todo el suelo parecía ser una cama de espuma muy espesa y fuerte; se diría que todo era hueco por debajo: las torres salían de la espuma como un crecimiento natural...

Tuve el sentimiento de que en las torres se conservaban los más grandes tesoros de la humanidad: me parecía que allí reposaban cuerpos santos. Entre algunas de esas torres vi un carro muy extraño con cuatro ruedas bajas: cuatro personas podían sentarse bien; había dos bancos y mas adelante un pequeño asiento. Este carro, como todo el resto aquí, estaba totalmente revestido de una vegetación verde o bien de una herrumbre verde. No tenía timón y estaba adornado de figuras esculpidas, si bien que a primera vista creí que había en el personas sentadas. Las ruedas eran gruesas como las de los carros romanos. Este me pareció bastante ligero para poder ser tirado por hombres. Yo miraba todo muy atentamente, porque el hombre me había dicho: «Tu tienes aquí tu parte y puedes enseguida tomar posesión de él». Yo no podía de ninguna manera comprender que especia de parte podía tener ahí. ¿Qué tengo que hacer –me preguntaba– con este singular carro, estas torres y estos libros? Pero tenía una viva impresión de la santidad del lugar. Era para mi como si, con esta agua, la salvación de varias épocas hubiera descendido a los valles y como si los hombres mismos hubieran venido a estas montañas de donde ellos habían descendido para hundirse cada vez más profundamente. Yo tenía también el sentimiento de que celestiales presentes eran ahí conservados, guardados, purificados, preparados de antemano para los hombres. Tuve de todo ello una percepción muy clara: pero me parecía que no podía llevar conmigo esta claridad: conservaba solamente la impresión general.

Cuando entré en la tienda, el hombre me dijo todavía una vez lo mismo: «Tú tienes una parte en todo esto y tú puedes enseguida tomar posesión de ello». Y como yo le mostraba mi ineptitud, él me dijo con una tranquilidad llena de confianza: «Volverás pronto hacia mí». El no salió de la tienda mientras yo estuve allí, pero daba vueltas continuamente alrededor de la mesa y de los libros.

En la tienda, tuve la impresión de que un cuerpo santo estaba allí enterrado: me parecía que había allí debajo un subterráneo y que un olor suave exhalaba de una tumba sagrada. Tuve la sensación de que el hombre no estaba siempre en la tienda cerca de los libros. El me había acogido y me había hablado como si me hubiera conocido de toda la vida y supiera que yo iba a llegar a ese lugar: me dijo con la misma seguridad que yo volvería y me mostró un camino descendente; yo iba en dirección del mediodía, pasaba de nuevo por la parte escarpada de la montaña, después a través de las nubes y descendí a la risueña tierra donde había tantos animales. Vi muchas pequeñas fuentes surgir de la montaña, precipitarse en cascadas y correr hacia abajo: vi también pájaros, más grandes que una oca, aproximadamente del color de la perdiz, con tres uñas delante y una detrás, con una cola un poco baja y un largo cuello, después otros pájaros de plumaje azulado, semejantes al avestruz pero más pequeño: vi finalmente todos los demás animales.

En este viaje, vi de nuevo muchas cosas y más seres humanos que en los primeros viajes. Atravesé una vez un pequeño río que, como lo he sabido interiormente, surgía del lago de arriba: mas tarde, seguí sus orillas y después lo perdí de vista. Llegue entonces a un lugar donde pobres gentes de colores diversos vivían en chabolas. Me pareció que eran cristianos cautivos. Vi venir hacia ellos a otros hombres de tez morena con telas blancas alrededor de la cabeza. Les llevaban alimentos en cestas trenzadas: hacían esto extendiendo el brazo hacia delante como si tuvieran miedo, después se iban, con aspecto asustado, como si hubieran sido expuestos a algún peligro. Estas personas vivían en una ciudad en ruinas y habitaban cabañas de construcción ligera. Vi también agua donde crecían rosales de una densidad y una fuerza completamente extraordinarios.

Volví a continuación cerca del río: en este lugar, el río era muy ancho, lleno de escollos, de islotes de arena y de bellos macizos de verdor entre los cuales zigzagueaba. Era el mismo curso de agua que venía de la alta montaña y que yo había atravesado más arriba, cuando era todavía pequeño: una gran cantidad de personas con tez morena, hombres, mujeres y niños, vestidos de diferentes maneras, estaban ocupados en las rocas y los islotes, en beber y lavarse. Tenían el aspecto de haber venido de lejos. Había en su manera de ser algo que me recordó lo que yo había visto en los bordes del Jordán en la Tierra santa. Se encontraba allí también un hombre de gran talla que parecía ser su sacerdote. Llenaban con agua las vasijas que llevaban. Vi además muchas otras cosas: no estaba lejos del país donde estuvo san Francisco Javier: yo atravesaba el mar pasando por encima de islas innumerables.

El 22 de diciembre, Ana Catalina dijo al Peregrino:

Ya se porque fui a la montaña: mi libro se encuentra entre los escritos que están sobre la mesa, se me dará para que lea las cinco ultimas hojas. El hombre sentado ante la mesa volverá en su tiempo. Su carro permanece allí como recuerdo eterno. Es sobre este carro que el subió a esta altura y los hombres, con gran extrañeza, le verán descender sobre este carro.

Es ahí, en esta montaña, la más elevada del mundo y donde nadie puede llegar, que se ha puesto a buen recaudo, cuando la corrupción se acrecienta entre los hombres, los tesoros y los misterios sagrados. El lago, la isla, las torres no existen más que para que estos tesoros sean conservados y garantizados de todo ataque. Es por la virtud del agua que hay en esta cumbre que todas las cosas son refrescadas y renovadas. El río que desciende de allí y cuya agua es objeto de una tan gran veneración para los hombres que he visto, tiene realmente una virtud y los fortifica: es por eso que ellos la estiman más que sus vinos. Todos los hombres, todos los bienes han descendido de esta altura y todo lo que debía ser garantizado de la devastación ha sido allí preservado.

El hombre que está sobre la montaña me ha conocido: porque yo tengo allí mi parte. Nosotros nos conocemos todos, nos sostenemos todos los unos a los otros. No puedo expresarlo bien; pero somos como una simiente repartida en el mundo entero.

El paraíso no está lejos de aquí. He visto ya anteriormente como Elías vive siempre en un jardín ante el paraíso.

El 26 de diciembre:

He visto de nuevo la montaña de los profetas. El hombre que está en la tienda presentaba a una figura que venía del cielo y planeaba por encima de él, hojas y libros y recibía otros en su lugar. Este espíritu tenía un exterior diferente del primero. Este que flotaba en el aire me recordó vivamente a San Juan. Era más ágil, más rápido, más amable, más delicado que el hombre de la tienda, el cual tenía algo de más enérgico, de más severo, de más estricto, de más inflexible. El segundo se relacionaba a él como el Nuevo Testamento al Antiguo, es por eso que yo le llamaría gustosamente Juan y llamaría al otro Elías. Era como si Elías presentase a Juan revelaciones que ya se habían cumplido y recibiera otras nuevas.

Allí encima vi de repente, saliendo de la nube blanca, una fuente semejante a un surtidor de agua elevarse perpendicularmente bajo la forma de un rayo de apariencia cristalina que, en su extremidad superior, se dividía en rayos y en gotas innumerables; las cuales volvían a caer, formando inmensas cascadas, hasta los lugares más alejados de la tierra: y vi hombres iluminados por esos rayos en las casas, en las cabañas, en las ciudades de diversas partes del mundo.

El 27 de diciembre, fiesta de San Juan Evangelista, vio a la Iglesia de Roma brillante como un sol. Habló de los rayos que se repartían sobre el mundo entero:

Se me dijo que eso se relacionaba con el Apocalipsis de San Juan, sobre el cual diversas personas en la Iglesia deben recibir luces y esta luz caerá toda entera sobre la Iglesia. He visto una visión muy distinta en torno a este tema, pero no puedo reproducirla bien.

Vi la Iglesia de Pedro y una enorme cantidad de hombres que trabajaban para destruirla, pero vi allí también a otros que hacían reparaciones (...) Vi de nuevo a la Iglesia de Pedro con su alta cúpula. San Miguel estaba en la cumbre brillante de luz, llevando una vestimenta roja de sangre y manteniendo en la mano un estandarte de guerra. En la tierra, había un gran combate.

¡Lo que vi era inconmensurable, indescriptible... vi también de repente como si la montaña de los profetas fuera empujada hacia la cruz y acercada a ella; sin embargo, la montaña tenía sus raíces sobre la tierra y permanecía unida a ella. Tenía el mismo aspecto que cuando la primera visión, y más arriba, tras de ella, vi maravillosos jardines completamente luminosos en los cuales percibí animales y plantas brillantes; tuve el sentimiento de que era el Paraíso...

Mientras el combate tenía lugar sobre la tierra, la Iglesia y el ángel, que desapareció pronto, se habían vuelto blancos y luminosos. La cruz también se desvaneció y en su lugar se mantenía de pié sobre la Iglesia una gran mujer brillante de luz que extendía hasta lejos y por encima de ella su manto de oro irradiante. En la Iglesia se vio operar una reconciliación acompañada de testimonios de humildad. Vi a los obispos y pastores aproximarse unos a otros y cambiar sus libros: las sextas reconocían a la Iglesia, a su maravillosa victoria y a las claridades de la revelación que ellas habían visto con sus ojos irradiar sobre ella. Estas claridades venían de los rayos del surtidor que san Juan había hecho brotar del lago de la montaña de los profetas. Cuando vi esta reunión, sentí una profunda impresión de la proximidad del reino de Dios. Sentí un esplendor y una vida superior manifestarse en toda la naturaleza y una santa emoción embargar a todos los hombres, como en los tiempos cuando el nacimiento del Señor estaba próximo y sentí de tal manera la cercanía del reino de Dios que me sentí forzada a correr a su encuentro y a dar gritos de alegría.

Tuve el sentimiento del advenimiento de María en sus primeros ancestros. Vi su estirpe ennoblecerse a medida de que ella se aproximaba al punto en el que se produciría esta flor. Vi llegar a María, ¿cómo fue? Yo no se expresarlo; es de la misma manera que tengo el presentimiento de un acercamiento del reino de Dios. Yo lo he visto aproximarse, atraído por el ardiente deseo de muchos cristianos, llenos de humildad, de amor y de fe; era el deseo que le atraía.

Vi una gran fiesta en la Iglesia que, tras la victoria conseguida, irradiaba como el sol. Vi un nuevo papa austero y muy enérgico. Vi, antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él, a causa de su maldad. Vi a los santos apóstoles tomar una parte muy especial en la celebración de esta fiesta en la Iglesia. Vi entonces muy cerca de su realización la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». Me parecía ver jardines celestes, brillantes de luz, descender de arriba, reunirse en la tierra, en lugares donde el fuego estaba encendido, y bañar todo lo que está por debajo en una luz primordial.

(...)

Lo mismo que en la estirpe de David, la promesa fue preservada hasta su cumplimiento en María en la plenitud de los tiempos; lo mismo que esa estirpe fue cuidada, protegida, purificada hasta el momento en el que ella produjo en la Santa Virgen la luz del mundo, de la misma manera, este santo de la montaña de los profetas purifica y conserva todos los tesoros de la creación y de la promesa, así como el significado y la esencia de toda palabra y de toda criatura hasta que los tiempos se cumplan. El rechaza y borra todo lo que es falso y malo; entonces es una corriente tan pura como cuando sale del seno de Dios, y es así como fluye hoy en la naturaleza entera.


NOTAS AL PIE

AA.- Vie d'Anne-Catherine Emerich (3 volúmenes), por el Padre K. E. Schmoeger. Tequi, editor, 1950.

BB.- Vie de N. S. Jésus-Christ (6 volúmenes), según las Visiones de Anne-Catherine Emerich, recogidas por Clement Brentano. H. Casterman, editor, 1862.

CC.- Vie de la Sainte-Vierge (1 volumen) Tequi editor

DD.- La Douloureuse Passion de N. S. Jésus-Chris (1 volumen) H. Casterman, editor, 1865)

EE.- Visions de'Anne-Catherine Emerich (3 volúmenes). Tequi editor, 1965.

Anna Katharina Emmerich







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