Anne Enright

“Anoche veía en casa con mi marido y mi hijo Los Soprano y me decía que los hijos de Tony Soprano no van a poder escapar de ser sus hijos, van a vivir bajo su sombra, de la misma manera que Norah vive bajo la sombra de Katherine. Me interesa esa limitación del libre albedrío que supone para cualquiera formar parte de una familia. No diría que una familia es una trampa, pero en cierto sentido, lo es. Aunque creer que no tenemos opción a escapar, de la manera que sea, a esa especie de condena sería, para mí, el fin de la ficción. La ficción propone salidas. Ostentar el poder, el poder real, no es tan importante. Yo soy más partidaria de aquel que no lo tiene, porque hay algo liberador en desposeer, o no necesitar poseer. Creo que un mundo por completo feminizado en ese sentido sería un mejor sitio en el que vivir.”

Anne Enright




"Así que Natalie se puso seria. ¿Quién sabe lo que quiere o lo que le gusta? Pero sabemos lo que no le gusta, eso es seguro. Por lo menos ya sabemos qué hemos de hacer.
Bueno, le dije, tras colgar el teléfono, no va a hacer siempre su propósito. Natalie debería ser una estrella. Cuando sea grande, quiero decir. Natalie debe ser algo impresionante. Porque si no es así, entonces va a ser bastante solitaria, ¿no crees? Quiero decir, cuántos amigos tiene ella que perder? Voy a ser escritora cuando sea grande, y voy a poner todo sobre la página, este enredo entre Natalie y yo, que se supone que es la madre de Billy, aunque yo no creo que lo sea, realmente. Billy es el novio de Natalie. Casi salí con él una vez, pero de eso hace mucho tiempo, y ni siquiera era algo excesivamente serio. Ahora él es el mejor amigo de mi novio.
Me desperté en medio de la noche muy molesta. Quiero decir, cuando colgué el teléfono no sabía qué pensar-Natalie es tan amable- que apenas pude llamar a los que mantuvieron la pelea, pero seis horas más tarde estaba acostada, con los ojos abiertos, mirando el techo y preguntándome qué terrible pensamiento me despertó."

Anne Enright
Natalie



"Conocí a Angela Carter en la primavera de 1987, cuando yo era una estudiante en el Máster de escritura creativa en la Universidad de East Anglia. Mi trabajo había ido a peor a lo largo del invierno anterior. Yo tenía 24 años, no tenía ni idea de cómo vivir en el mundo, y mucho menos escribir sobre ella, y la posibilidad de que pudiera producir algún tipo de narrativa a finales de año parecía cada vez más fugaz y fragmentaria. Todo el asunto de ser irlandesa en Inglaterra me parecía pasado de moda, y en cierta forma, horrible. La gente pensó que era divertido, una especie de irlandesa en camino, y supongo que en realidad lo era. Mi trabajo no iba bien. Yo no sabía por qué. No era que estuviera angustiada. Yo había escrito a menudo, incluso estando en apuros. De hecho, una ruptura abierta en mi vida que pareciera caer a pedazos en medio de la tintura de la mañana, solía surtir un gran efecto en mis musas. La emoción no era el problema, era el hecho de que yo no podía trasladar la emoción a la historia, no en la escala requerida. No sé si las historias provienen del sentimiento, pero la incapacidad de escribir es ciertamente un estado emocional. La traslación del sentimiento a la ficción es la razón por la que todavía siento el deseo y la necesidad de escribir. Y cuanto más necesitas algo, como descubrí en esta habitación en East Anglia, más difícil será lograrlo. He trabajado todo el tiempo, pero la inspiración está en huelga. No veo ningún rayo de luz. Si las palabras vinieran de alguna parte...Tenía 24 años. No creo que estuviera del todo bien."

Anne Enright
Diario


“El famoso está ahí para ser devorado.”

Anne Enright



“¿El peso de Joyce en la literatura irlandesa? Supongo que ahí está. Todo bascula aquí entre ser en exceso normativo o tratar de no seguir ninguna norma, y supongo que esto último se lo debemos a Joyce. Leo el Ulises una vez cada cinco años, y siempre encuentro algo nuevo.”

Anne Enright


"Era el segundo verano que pasaba en Londres. Liam no se había presentado a los exámenes finales y yo ganaba algo de dinero para mi último curso trabajando en Elephant and Castle. Él había encontrado el antro donde nos alojábamos: un edificio de tres pisos y sótano que parecía no tener dueño. En la sala de estar reinaba un olorcillo penetrante, mezcla de PVC, sardinas y orines, y al final descubrimos que procedía de los enchufes, que echaban chispas y destrozaban cualquier aparato que estuviera conectado a ellos. Unos rastros negros de humo manchaban el plástico blanco y, cuando nos agachábamos para mirarlos y olisquearlos, la moqueta nos dejaba óvalos de humedad en las rodillas. No recuerdo cómo era la ropa de cama sobre la que, en habitaciones contiguas, cada inquilino gozaba del sexo de los pobres, y cuerpos que yacían después en abandono pictórico sobre las ondas y las arrugas de las sábanas cada vez más grises.
Éramos jóvenes, así que supongo que es posible que fuéramos también guapos; de todas formas, la pobre muchacha con los guantes de malla sacaba de quicio a todos, y el joven australiano caía mal por su bronceado y todos querían que se callara o se largara de una vez; ambos, tal como los recuerdo ahora, encantadores a más no poder: ella, alzando los blancos hombros de huesos duros y pequeños mientras fumaba sus Gitanes, y él, con el torso desnudo en la cocina; la línea de vello que le recorría el pecho se interrumpía sobre el ombligo para luego brotar, hasta ir a hundirse en una maraña rubia, bajo sus alegres shorts australianos. Estos eran los diletantes claro está, los turistas como yo, los que no temblaban ni gritaban ni daban puñetazos, los que no lanzaban bolsas de basura por la ventana en mitad de la noche porque habían olvidado por un momento dónde estaban. Había un camello en el sótano, pero poca droga dentro del edificio, o tal vez fuera que nadie me la ofrecía a mí; por mis cabellos rubios y mi cara fina ya entonces debía de estar claro que no iba de ese palo. Tampoco nadie intentó follar conmigo, aunque una noche el australiano y yo nos lo montamos, solo porque tuvimos la oportunidad.
Pienso algunas veces en aquel encuentro —cuando, por ejemplo, me digo que debería volver a salir por ahí y «hacerlo»— y lo recuerdo como si fuera una escena de película: cuerpos moviéndose juntos a la luz del atardecer, miembros que forman lentos ángulos, lenguas que se arquean hacia fuera. Y eso que estoy segura de que lo hicimos en la oscuridad, después de beber unas copas de vino malo a la luz de las velas en el descuidado jardín trasero. Hubo algo en aquel encuentro que hacía pensar que lo experimentábamos casi enteramente desde fuera; mi joven cuerpo, su joven cuerpo, todas las posturas y movimientos y, por encima de nosotros, mi mirada atenta, quizá su mirada atenta, o ambas unidas. Eramos tan maravillosa y limpiamente pornográficos, y tan amigos, que fue casi como bailar, y no sentí nada más que lo que debe de sentir una bailarina, aparte de cierta tensión mientras me aferraba al australiano, deseosa de que la escena, con todas sus cuidadosas variaciones, durara un poco más."

Anne Enright
El encuentro


“Las mujeres famosas cayendo en el hoyo conforman nuestro espacio sacrificial como sociedad, no hay más que ver hoy el caso de Britney Spears, es algo increíblemente salvaje, he buceado en webs de cotilleos, y es horrible cómo destrozamos a esta gente con absoluta crueldad.”

Anne Enright



"Sin dejar de repeinarlo, una vez y otra. El olor a incienso y rosas y lavanda que se colaba desde el jardín, jabón de madreselva en las manos de Rosaleen y la nariz de su padre, más respingona a medida que pasaban los días, alejándose de su propio rostro como con desdén. Rosaleen pensó que la monja de las caricias estaba mal de la cabeza. Como si la virginidad se estuviera descomponiendo en su interior, como si el útero se pudriera por haber esperado tanto tiempo, rechazando a este u otro pretendiente por razones obvias en esa época. Un par de hombres jóvenes, o ricos, de pie en la habitación donde yacía su padre, ajustándose la corbata. Muchos hombres cortejaron a la hija de John Considine. Y, al final, se entregó a Pat Madigan en un almiar en Boolavaun; esa noche sintió el cuerpo vivo y atormentado por las ronchas y los picores porque, según le dijo Pat, su piel no estaba acostumbrada al heno.
Dieciséis hectáreas de piedras y ciénaga. Eso fue lo que consiguió. Y a Pat Madigan.
La puerta de la salita estaba ahora cerrada. El fantasma de su padre era una corriente fría de aire que se filtraba por la chimenea rota. Al pasar por el despacho, se sintió angustiada. «¡Calla, calla! Tu padre está trabajando». Miembro de la Sociedad Farmacéutica, caballero de Columbanus, irlandés, erudito, John Considine de la Farmacia Considine. Rosaleen echó un vistazo a su estrecha cama y se preguntó, y no era la primera vez, si su padre habría sido en realidad un hombre tan importante o si todos aquellos hombres, con sus grandes ideas sobre el mundo, no serían pequeños por igual.
Había un trapo de cocina descomponiéndose en el fregadero —se olía desde la puerta— y aquello que construyeron bajo las escaleras, el nuevo aseo, tan reluciente y tan higiénico, no era más que otro desagüe que desembocaba en la casa. La mesa de la cocina estaba cargada con bolsas de la compra y la televisión bramaba. Tenía la noche por delante, quizá un libro ayudara a sobrellevarla. Cualquier libro le valía. Solía leer hasta que todo a su alrededor se desvanecía. Y seguía leyendo. Le gustaba.
Pero antes fue al cajón lleno de papeles. La garantía sin sellar de la lavadora anterior a la que tenía. Talonarios viejos, uno repleto de resguardos acusadores, el resto vacíos. Papeles de la renta. Documentos del Ministerio de Agricultura sobre los terrenos de Boolavaun. Encontró la mujer en la habitación roja y luego otra postal de Dan, esta vez una de Kandinsky con dos jinetes sobre un fondo también rojo. Los animales estiraban el cuello de tal manera que se adivinaban las dificultades del descabellado viaje que habían emprendido."

Anne Enright
El camino de los Madigan


“Sorprende ver cómo el sexismo y la violencia eran considerados normales en los años 70. Ibas por la calle y te encontrabas muchas mujeres llorando, no se le daba ninguna importancia. Hasta hace muy poco, como deja clara la ficción, empezando por las películas, se las abofeteaba cuando lloraban, se ponían nerviosas o expresaban sus sentimientos.”

Anne Enright



“Una estrella no es lo mismo que una actriz. O’Dell es ambas cosas. Hay estrellas fantásticas que no saben actuar, gente famosísima como Angelina Jolie, que no necesitan saber actuar, son otra cosa, una presencia física impresionante, que hace temblar a la gente con que se cruzan, además de otros factores, como su gestualidad, la mirada o la manera de hablar. ¿Cary Grant sabía actuar? Es secundario, lo importante es que su presencia creaba una atmósfera dulcísima en la que apetecía estar, tiene que ver con el misterio. Marlon Brando, por ejemplo, fue una estrella que intentó ser un actor de verdad.”

Anne Enright


“Una estrella no tiene por qué saber actuar, sino hacernos temblar. Que Angelina Jolie o Cary Grant sean buenos actores es secundario.”

Anne Enright






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