Dardo Dorronzoro

Desde hace tiempo siento la amenaza
de este viento sobre la luz de mi lámpara,
sobre esa luz que apenas me alcanza
para no perderme entre las garras del mundo,
entre los dientes de esa inmensa muchedumbre
de lobos en la sombra”.
Dardo tenía 63 años. Aún continúa desaparecido.

Dardo Sebastián Dorronzoro



Él y yo

Nos encontramos todas las mañanas. Él va en su bicicleta y yo en mis zapatillas. Los dos a ganarnos el pan. No sé si él se llama Juan o Felipe, y él no sabe si yo me llamo Luis o Pancho. Haga frío o calor, llueva o caigan piedras, siempre nos encontramos.

⎯Chau.
⎯Chau.

Algún día no nos encontraremos. Ni nos encontraremos al día siguiente, ni al otro. Desde ese momento, yo sabré que él ha muerto. O él sabrá que yo he muerto.
Qué triste estará el mundo, entonces, para el que quede vivo.

Dardo Sebastián Dorronzoro



Los amigos

Yo tenía un amigo
y otro amigo
y muchos amigos.

Alguno traía su guitarra,
otro su aventura
y otro su soledad y su tristeza.

Aquí, en esta mano, hay alguna lágrima, todavía,
de aquel tiempo;
algún recuerdo
que me llega a veces como un galope de caballos,
como un perfume
o como un dolor
buscando lugar en la sangre.

Yo tenía amigos
que se fueron a buscar la muerte.
Otros se convirtieron en maíz,
en guitarra, en canciones;
otros se convirtieron en ciudad,
en puerto, en mueble de oficina,
y algún otro, como yo,
se convirtió en poema.

Dardo Sebastián Dorronzoro



Me declaro culpable, muy bien, pero
debo advertirles
que ya ustedes me mataron, me enterraron,
me borraron todas las arrugas y las lágrimas de mis hermanos, y me dijeron
que te diviertas con los gusanos, pero olvidaron
de borrar
las huellas
que mis pasos marcaron
en tantas calles y caminos del mundo.

Dardo Sebastián Dorronzoro


Mientras me matan

Comenzaron a matarme de a uno hace muchos siglos,
después de a setenta, después de a quinientos,
hay que ver cómo me matan ahora de a miles en cada esquina,
en cada feriado,
cómo fabrican sueldos y galones con los huesos que me quedan,
cómo fabrican calabozos para poner algún rincón de mis pantalones,
y cómo se turnan entre gordo y gordo para
ver de qué ojo muero primero,
pero resulta
que cada vez soy más uno de los otros,
uno de los que nacen y renacen y vuelven a nacer entre los fuegos,
que cada vez tengo más luz, más pájaros, más flores en la puntería,
que cada vez
me soporto más elegantemente entre los fierros y los veranos,
y hay veces que me pregunto –me digo para mí– si ellos
no harían mejor en cambiar de uñas y de cuentas,
de andar de peldaño en peldaño hacia abajo de las luces,
o en comprarse una sangre nueva, una sangre más limpia
para usar en feriados y domingos.

Porque eso de matarme tanto con papeles no terminará nunca,
y ya se sabe que la primavera avanza
sobre los huesos y los aullidos del invierno.

Dardo Sebastián Dorronzoro


No comprendo

No comprendo.

Son las mismas calles.
Son los mismos hombres.
Son los mismos gritos.
Son las mismas sangres.

No comprendo.

–Otras manos– no las mías– cavan trincheras.
Otras manos preparan el pan,
aguzan el hierro.
Otras manos
destruyen
los últimos restos de la noche.

No comprendo.

Viene aquí mi padre, sonriendo,
frente al antiguo rostro de la muerte.
No comprendo.
Están todos, sin embargo. Nadie falta.

No comprendo.

Alguien pregunta: ¿ya llega el alba?

No comprendo.

Dardo Sebastián Dorronzoro



No es solamente la luna ni el rocío ni la luz celeste de los pájaros, puede también ser una alpargata vieja, toda agujereada, toda casi muerta después de andar fábricas, andamios o duros y calientes caminos de noviembre. No, no necesariamente todo lo poético debe ser bello.
Yo he visto horribles chicos grises como la tierra comiendo tierra.
Yo los he visto ahí, con sus andrajos y su mugre, reptando, y los he tocado, acariciado su piel y convertido en ángeles, en mariposas, en viento de septiembre.
Porque todo antes de ser poesía debe pasar por mi corazón, darlo vuelta con el grito para arriba, colocarlo cara al alba, cara al cielo. Todo debe pasar por mi sangre, por mis huesos, por mi respiración, por el corazón de mi sangre.
Pues yo soy un poeta no un hacedor de versos bonitos.
Yo soy un poeta que ama a los que no tienen amor ni pan, a los que se van sin haber llegado, a los que a veces sonríen, a los que a veces sueñan, a los que a veces les crece un fusil en las manos y salen a morir por la vida.
En suma: yo he sido, soy y seré un poeta revolucionario.
Sobre mi tumba verán florecer un puño.

Dardo Sebastián Dorronzoro
Declaración Jurada


Todas las mañanas

No me cortarán el viento de los ojos,
yo te digo;
no me cambiarán de azul la torre de los pinos,
ni manejarán palomas con las nubes de mis dedos.
Yo soy todas las mañanas de los hombres, te digo,
todos los inviernos, todos los eneros,
yo soy una sangre perdida en la calle más antigua,
una espuma de llanto y una tos en los jergones;
yo soy para siempre en mi último camino.

Dardo Sebastián Dorronzoro













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