Domingo Doreste

"... con dolor de hombre y con dolor de cristiano: ¿qué piensa nuestro clero del socialismo?- Hace meses también pregunté a un fraile estudioso: ¿qué debe pensar un católico de la cuestión social? Y me contestó incontinente: que es una cuestión de conciencia.- ¡De conciencia, sobre todo para los ricos! -Nada menos que una cuestión moral.- ¿En qué quedamos? -¿Ha venido el socialismo sencillamente a perturbar el orden social, como parece que creen los alarmistas de la cátedra sagrada y del periodismo católico, o a plantear una cuestión moral?"

Domingo Doreste



DIOS Y PATRIA. NOVELA-EXPRESS
PRÓLOGO

Que me aspen, me he dicho más veces, antes de caer en la tentación de tomar la pluma para repetir sabidas cantinelas o misérrimos lugares comunes, de esos que sirven a tantos para abarrotar libros y periódicos. No habría Cisneros ni Omar tan resueltos como yo los pidiera para dar en el fuego con la gárrula e insustancial balumba de escritos que nos abruma. Pero por esta vez he caído de mi presuntuosa resolución y he apechugado como tantos otros con el pecadillo de tomar camino trillado. Absuélvame el lector y apechugue también si quiere con la siguiente vulgarísima historieta, cuyo número de orden en la lista de los plagios no he logrado inquirir.

CAP. I

Era Andrés estudiante de Salamanca allá por el 72, cuando yo también lo era. Le llamábamos Retintín, no sé por qué, como no fuera por esa tendencia instintiva que siguen los muchachos de distinguir con motes a todo aquel que ofrece alguna singularidad, física o moral. Y con efecto, Retintín era el carácter más complejo, indescifrable y contradictorio que he visto. La Farmacopea Divina realizó en aquella alma el milagro de fundir y hermanar lo irreconciliable: para mí era Retintín una paradoja viviente.

A trechos estudiosísimo y a trechos holgazán; serio y zumbón al mismo tiempo; ensimismado y pensativo por intervalos; bullicioso y taciturno… su espíritu aparecía no tener otro descanso que el movimiento.

CAP. II

Algo me hizo adivinar que aquella inquietud espiritual no era zumbido de torpe y cansado moscardón, que una u otra vez golpea contra el cristal que le cierra el paso. Amargura muy honda debía de sentir el pobre amigo: alguna lucha tremenda se libraba quizá en aquel su mundo interior, no revelado sino a Dios y su conciencia. Atrevime a interrogarle con caritativa curiosidad y pude ver confirmadas mis sospechas. La envenenada duda de nuestro siglo se había envasado en su alma; pero su generosa condición protestaba a grito herido y forcejeaba por rechazarla.

Una de las fases de su escepticismo era dudar de la grandeza de España. Le habían adocenado y empequeñecido ciertas lecturas la calidad de los héroes de nuestra historia y entre creerlo y dudarlo había derribado en su corazón aquellos caudillos incomparables de nuestra patria, que en sus entusiasmos de adolescente le habían parecido semi-divinos. Pelayo, El Cid, San Fernando… los personajes que más habían cautivado su imaginación comenzaban a parecerle meras vulgaridades. Le daba vergüenza y no se atrevía a confesarlo, ni casi a creerlo: había dejado morir el sentimiento de la patria en su alma.

CAP. III

Pasaron algunos meses y una noticia inesperada cundió un día por la Universidad. Retintín, que no aparecía por las aulas hacía unas semanas, súpose que había sido admitido de novicio en una orden religiosa. Todos se hicieron cruces menos yo: para mí tuve que el buen Andrés había vencido. Desde lo más recóndito de mi alma aplaudí.

EPÍLOGO

No hace muchos días leí en un diario que el infatigable misionero Fr. Andrés de la Concepción había sido muerto por los insurrectos en Filipinas. Sendos elogios acompañaban la noticia de su muerte. El virtuoso fraile había prestado grandes servicios a España. Regía una parroquia y había sido sorprendido por los indios en el acto en que arengaba a sus feligreses, estimulándolos a conservar el amor de la patria.

Volví a aplaudir y dije para mi capucha. ¡Bienaventurados los que luchan y vencen!



El estudiante de Salamanca (Salamanca), 5 de diciembre de 1896; Diario de Las Palmas (Las Palmas de Gran Canaria), 9 de enero de 1897




La estrella compasiva

Acabó el día, de fatigas largo.
Anochecía, y en el antepecho
de mi balcón, la lucha preparaba
de otro día, que aún no había nacido.
La inmensidad serena de los cielos
momentáneo reposo me brindaba:
sobre el alero negro del tejado
se levantaba Sirio, parpadeante,
Ganoso del Zenit. Le miré absorto,
envidiando la augusta lejanía
del humano dolor en que rutila,
sólo un momento fue, Sirio parose
en su ruta triunfal: quizás detúvole
infinita piedad del dolor mío.
Mas, su camino reemprendió pausado
hacia los horizontes, compasiva,
la dulce estrella. Yo torné a las ansias
del día advenidero, y una lágrima
refrescó mi mejilla. Era el alivio
de la existencia, que duró tan solo
el mirar de una estrella.

Domingo Doreste conocido como "Fray Lesco"
De Florilegio



LECCIÓN DE ESTÉTICA NÚM. 1

PREÁMBULO

Estas, queridos alumnos, que podéis llamar, si queréis, Lecciones de Estética, son el fruto de lo que he aprendido en la Escuela y de lo que la Escuela me ha hecho aprender, por más que no haya sido yo un verdadero alumno. La Escuela me ha enseñado también a mí, no lo dudéis. Más que a enseñaros, vengo a verter lo aprendido entre vosotros y por vosotros.

Ahora bien, me asaltan muchos temores que pueden resumirse en uno: el temor de desorientaros. Si yo, con estas charlas pedagógicas, no logro otra cosa que confundiros o desorientaros, no sólo he perdido mi tiempo y he malogrado mis intenciones, sino que he rematado una mala obra. No permita Dios que así sea.

Me propongo precisamente lo contrario, es decir, esclareceros la idea del arte; pero veo el peligro. La estética ha sido siempre más bien dañosa a los artistas porque, entendedlo bien, el arte no ha necesitado nunca de la estética, que es una ciencia moderna y, en cambio, la estética presupone el arte, que es su materia. De manera que el conocimiento de la estética no producirá nunca un artista; en cambio, puede estropear a un artista cuando es tratada, como ordinariamente acontece, por filósofos que no han logrado comprender el arte.

[…]

UNIDAD DE LAS ARTES

Ante todo deseo que desechéis toda idea de especialidad en arte. Para la estética no hay artes, sino arte. Yo hablo a escultores, a pintores, tal vez a escritores, y sé que cada cual de vosotros cree que su arte es independiente. Es un error. El arte es uno, con diversos medios de expresión. La misma naturaleza estética tiene la arquitectura que la música; la misma crítica se emplea en la poesía que en la pintura. Os parecerá un tanto caprichosa esta aserción; pero me permito esperar que estas lecciones os convencerán de su verdad. Estuvo muy en boga hace tiempo la teoría de los límites de las artes. Era una estética falsa, a pesar de que la sostenían pensadores extraordinarios. Yo recuerdo, y ahora me sonrío de ello, que en mi clase de estética el profesor nos propuso un día un temita muy académico por cierto: discutir cuál de las artes era la superior. Me dio mucho que pensar, y, a vuelta de muchas cavilaciones opté por la música. El pleito quedó reducido a la música y la poesía. Nadie se acordó de las demás artes, que por lo visto parecieron inferiores a mis compañeros.

Pues bien, aquella mentalidad procedía directamente de la teoría de los límites de las artes. Y ¿queréis decirme cuáles son estos límites? ¿Dónde acaba el dibujo y empieza la pintura? En un monumento, ¿dónde acaba la arquitectura y empieza la escultura? ¿Dónde acaba la poesía y empieza la música? Yo sé que os resulta violenta esta idea y que os cuesta trabajo aceptarla. Aceptaréis, tal vez, que hay artes hermanas, que forman parejas: música y poesía; arquitectura y escultura, por ejemplo; pero no pasaréis de ahí. Me objetaréis que hay pintores insensibles a la música, y músicos insensibles a la pintura; escultores insensibles a la poesía y poetas insensibles a la escultura. Está bien; pero estos son argumentos de poca monta. Lo que importa es saber que toda obra de arte expresa un estado de ánimo del artista. Lo mismo expresa el músico que el pintor, el arquitecto que el poeta. Los medios de expresión son varios, infinitos, si queréis; pero sería un error establecer abismos entre las artes por los medios de expresión. Todas las artes se funden en una unidad espiritual, y una obra arquitectónica, por ejemplo, tiene el ritmo de la música, la aspiración de la poesía, el claroscuro de la pintura, la elocuencia estática de la escultura; y una obra de escultura tiene proporciones arquitectónicas, visualidad pictórica, armonía musical, dramatismo poético; la poesía canta, modela, pinta y construye. No hay arte con privilegios estéticos. No hay artes exclusivas.

EXPRESIÓN

Es pues, el medio de expresión lo que da denominador distinto a las artes, pero no sustantividad, lo que les da sustantividad es la expresión misma. Donde quiera que hay un medio de expresión hay un elemento de arte; y, en este sentido, podemos decir que todos somos artistas, porque todos expresamos. Los medios de expresión no podemos reducirlos a cantidad. No son solamente la línea, el color, la sombra, la masa, el sonido, la palabra... lo son también el gesto, la mirada, la sonrisa, el ceño, la actitud, la quietud, el movimiento y hasta el silencio. Todos somos artistas en cuanto podemos expresar estados de ánimo; y en cuanto a la palabra, el medio de expresión por excelencia, ya es por sí misma arte. Se ha dicho que cada palabras es una metáfora, formada a presión de atmósferas seculares, es decir, que cada palabra envuelve una traslación de sentido, que la palabra hijo, por ejemplo, filius en latín, es transformación de una raíz fil, que significa amor, por lo que la palabra hijo, a través de siglos o de milenios de historia, viene a significar producto del amor.

Esta concepción unitaria del arte le presta una alta dignidad, porque le da un carácter de universalidad humana; y al mismo tiempo se la da al artista, y le salva de esa pedantería, tan propia de los artistas que, al dominar un arte, creen que poseen un secreto, que son poseedores de un enigma que los convierte en superhombres no comprendidos. No. El artista, evidentemente, está por encima de lo vulgar, porque el arte, al fin y al cabo, es sublimación; pero es sublimación de lo humano, de lo de todos, y, en función de la sociedad, el arte es una sublimación de lo popular. No sé si sería acertado afirmar que el arte es superexpresión. Dejemos en el aire, pero no en el vacío, esta palabra, por si nos ayuda a fijar la naturaleza del arte.

EL ARTE COMO LENGUAJE

No es extraño, pues, que se haya sostenido que el arte es lenguaje, lenguaje universal, se entiende, el único lenguaje universal posible, el que comprenden todos los hombres. Se os ocurrirá, sin duda, objetar que la poesía, arte que se expresa con las palabras acotadas de un idioma determinado, necesita ser traducido para que la comprendan los hombres que hablan un idioma distinto. Indudablemente. Pero el argumento es ilusorio. Son las palabras las que cambian. La poesía en sí es intraducible porque siempre está traducida. La imagen poética, que es el verdadero medio de expresión en la poesía, pasa inalterada, es decir, intraducible, de un idioma a otro; si el poeta dijo en italiano describiendo una noche serena que la luna parece colgada entre los huertos del campo, esta imagen nítida, expresión feliz de una visión poética, la entenderán igualmente el ruso o el holandés, naturalmente con las palabras propias de su propio idioma.

Domingo Doreste
Texto manuscrito, Archivo de Manuel Doreste Suárez, 1922



Que las cosas puras no se contaminen;
que las cosas grandes no se empequeñezcan,
es lo menos que puede exigir la honradez humana,
innata hasta en los que según El Defensor,
estamos abocados a la apostasía.

Domingo Doreste









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