Eginardo

"Fue de cuerpo ancho y robusto, de estatura eminente, sin exceder la justa medida, pues alcanzaba siete pies suyos; de cabeza redonda en la parte superior, ojos muy grandes y brillantes, nariz poco más que mediana, cabellera blanca y hermosa, rostro alegre y regocijado; de suerte que estando de pie como sentado realzaba su figura con gran autoridad y dignidad. Y aunque la cerviz era obesa y breve y el vientre algún tanto prominente, desaparecía todo ello ante la armonía y proporción de los demás miembros. Su andar era firme, y toda la actitud de su cuerpo, varonil; su voz tan clara, que no respondía a la figura corporal. Gozó de próspera salud, menos en sus cuatro últimos años, pues entonces adoleció frecuentemente de fiebres, y al final, hasta cojeaba de un pie. Aun entonces se regía más por su gusto que por el parecer de los médicos, a quienes casi odiaba porque le aconsejaban que no comiera carne asada, según su costumbre, sino cocida. Hacía continuo ejercicio de cabalgar y cazar, lo cual le venía de casta, pues difícilmente habrá nación que en este arte venza a los francos. Deleitábase con los vapores de las aguas termales y ejercitaba su cuerpo con frecuencia en la natación, y lo hacía tan bien que nadie le aventajaba. Por eso construyó el palacio en Aquisgrán, y allí habitó los últimos años de su vida. Y no iba al baño con sus hijos, sino con los magnates y amigos y aun con otros subalternos y guardias suyos, de modo que algunas veces se bañaban con él cien y más hombres. Vestía a la manera de los francos: camisa de lino y calzones de lo mismo, túnica con pasamanos de seda; envolvía sus piernas con polainas de tiras, y en invierno protegía hombros y pecho con pieles de foca y de marta; llevaba sayo verdemar y siempre al cinto la espada, cuya empuñadura y talabarte eran de oro o de plata. También usaba a veces espada guarnecida de gemas, pero solo en las grandes festividades y cuando venían embajadores extranjeros. Los trajes extraños, por hermosos que fuesen, los desechaba, de modo que solo una vez, a petición del pontífice Adriano, y otra a ruegos del papa León, se vistió la larga túnica y la clámide y usó el calzado a la usanza romana. En las fiestas ostentaba vestidura entretejida de oro y calzado adornado de piedras preciosas, broche de oro en el manto y diadema cuajada de oro y perlas. En los demás días apenas se diferenciaba del uso común y plebeyo. En el comer y beber era templado, sobre todo en el beber, pues aborrecía la embriaguez en cualquiera, mucho más en sí y en los suyos. Del alimento no podía abstenerse mucho y aún se quejaba de que los ayunos le eran perjudiciales. Rarísimos eran sus banquetes, y solo en las grandes festividades, pero entonces con gran número de convidados. Presentábanle en la mesa no más de cuatro platos, fuera del venado asado, que era lo que más le gustaba. Mientras comía le placía oír alguna música o alguna lectura. Leíansele historias y los hechos de armas de los antiguos. También le deleitaban los libros de San Agustín, principalmente los de La Ciudad de Dios. En el vino y en toda bebida era tan parco, que de ordinario no bebía más de tres veces durante la comida. En el verano, después de comer, tomaba alguna fruta con un trago y echaba una siesta de dos o tres horas, desnudándose como por la noche. Interrumpía el sueño nocturno despertándose cuatro o cinco veces, y hasta se levantaba. Recibía a sus amigos mientras se calzaba y vestía, y también, si se le decía que había un litigio pendiente, hacía entrar a los litigantes, dictaminando allí como si estuviera sentado en el tribunal."

Eginardo
Vida del Emperador Carlomagno


"Numerosos presagios de su próximo fin habían tenido lugar, de modo que no sólo los otros, sino incluso él mismo, comprendían el contenido de su mensaje.
Durante tres años sucesivos, próximos al final de su vida, se vieron frecuentes eclipses de sol y de luna, y se percibió una mancha de color negro en el sol por un período de siete días. Un pórtico, que Carlos había hecho construir entre la basílica y el palacio, de pesada arquitectura, quedó reducido a escombros súbitamente el día de la Ascensión del Señor. Del mismo modo el puente sobre el Rin, a su paso por Maguncia, que él mismo había hecho levantar durante diez años con enorme esfuerzo, de tan admirable construcción de leño que parecía poder durar eternamente, ardió en tres horas por un incendio casual a tal punto que de él no quedó ni una astilla, salvo lo que cubriera el agua.
El rey en persona, mientras dirigía la última expedición contra Godofrido, rey de los daneses, en Sajonia, un día, saliendo del campamento antes de la salida del sol para ponerse en marcha, vio de repente que una antorcha de luz resplandeciente caía del cielo a través del aire sereno, de derecha a izquierda; y en tanto todos se preguntaban qué significaría aquel portento, súbitamente el caballo que montaba cayó hacia adelante y dio con él en tierra tan pesadamente que resultó roto el broche del sayo y arrancada la vaina de la espada. Los servidores que asistían al hecho y se apresuraron a levantarle le encontraron desarmado y sin manto; también la jabalina, que casualmente llevaba en la mano, se le escapó con tal fuerza que se la encontró a una distancia de veinte o más pies.
Se añadió a esto un frecuente temblor del palacio de Aquisgrán y un sostenido crujir de los techos en las habitaciones donde residía. También resultó fulminada la basílica en donde luego fue sepultado, y la manzana de oro que remataba el techo fue arrancada por el rayo y arrojada sobre la residencia del obispo, contigua a la basílica. En esta misma había, en el borde de la parte de pared comprendida entre las arcadas inferiores y superiores, una inscripción en letras rojas que explicaba quién era el fundador de la iglesia, en cuyo último verso se leía: KAROLUS PRINCEPS («el príncipe Carlos»): varios advirtieron que, en el mismo año de su muerte, pocos meses antes, las letras que componían la palabra PRINCEPS se encontraban tan borradas que casi no se las podía descifrar. Pero el rey no tomó en cuenta o despreció todo lo dicho, como si ninguna de estas cosas tuvieran relación con él de modo alguno."

Eginardo
Vida del Emperador Carlomagno












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