Iliá Ehrenburg

"Conchita Gómez tiene veinticinco años. Es una mujer exuberante y abrasadora. Se toca con mantilla y maneja el abanico. Si la exportasen al extranjero, no la creerían una mujer de carne y hueso, sino uno de esos cromos que en Bremen y en Rotterdam pegan a las cajas de cigarros. Pero en su villorrio es una señorita corriente, de buena familia. Las señoritas sospechosas llevan sombrero —es lo más distinguido, pero el sombrero no inspira confianza. Una señorita de sombrero puede pasear por la calle principal con su novio sin su madre y hasta sin criada... ¡No hay que fiarse de las señoritas de sombrero! Algunas modernizantes se echan a la calle sin mantilla y sin sombrero. Es una ligereza. Cuando una de estas señoritas entra en la iglesia no tiene más remedio que taparse la cabeza con el pañuelito de bolsillo, lo cual desentona con la majestuosa severidad del templo. Decididamente, las señoritas de mantilla son las más virtuosas...
Conchita se pasa la vida en la iglesia. Lo cual no quiere decir que se pase la vida en éxtasis, nada de eso; son sencillamente sus señas. Su tío compró hace treinta y cinco años una magnífica iglesia románica e instaló en ella un taller textil para la “restauración del arte nacional”. En la iglesia se conservan unos ángeles muy notables del siglo XII. Conchita se sienta al lado de los ángeles del siglo XII y lee novelas de Panteleimon Romanoff. Rusia es un país extraordinario, donde las señoritas pueden pasear solas por las calles de día y hasta de noche... Conchita suspira tristemente. Los ángeles del siglo XII sonríen conmovidos.
El tío de Conchita, don César Gómez, es hombre de ideas avanzadas. Aficionado al arte antiguo, no por eso desdeña el confort. En la iglesia hay sepulcros medievales de obispos, y hay también un cuarto de baño y hasta un bidet. Una cosa no está reñida con la otra. En las alfombritas tejidas en el taller de don César se reproducen exactamente los sueños de los artesanos medievales: un caballero embutido en una armadura, con las piernas saliéndole del sobaco, y un borrico con una cabeza de leviatán. Estas alfombritas se exportan a América, y Conchita estudia el inglés. Contempla los borricos mitológicos y teclea vivamente en la máquina: “Alfombras estilo siglo XIV, 2 × 4 metros, 36 dólares, incluidos los portes”.
Don César está enfermo. Ahora, Conchita, su sobrina, dirige el taller. La correspondencia y la contabilidad están en orden. Rara es la mujer española que conoce la física y la cosmografía. En cambio, tienen todas un espíritu muy hacendoso. “En los pucheros anda Dios”, decía santa Teresa, y a ella la poesía mística no le impedía organizar conventos que eran modelo de economía. Conchita también adora la poesía, pero esto no obsta para que sepa calcular las alfombras y los dólares.
Conchita no es gran amiga de los frailes. Aprueba incluso a los autores de la quema de conventos. Conchita se burla de las amigas que van a contar todos sus secretos al confesionario. Sin embargo, al entrar en la catedral se arrodilla fervorosamente. Ella dice que no lo hace por los curas, que son todos unos embaucadores, sino por Dios, que, si existe, forzosamente ha de ser honrado y digno de respeto. Al terminar su trabajo, Conchita se sienta en la iglesia, entre el sepulcro del obispo y el bidet, y se pone a soñar. Unas veces, sueña con el novio. Otras veces, con la revolución.
Conchita dice: “Yo soy comunista”. ¿Qué es el comunismo? En realidad, ella no lo sabe; pero hay una cosa que la impresionó definitivamente: en Moscú las señoritas salen a la calle sin “carabina”. Y aunque su tío, el respetable don César, le asegura que en Moscú la gente se muere de hambre y come ratas, Conchita se obstina en sus ideas. Después de todo, las ratas son un detalle; en cambio, en Rusia las señoritas pueden hacer lo que les da la gana. ¿Cuándo llegará, por fin, a España el comunismo?"

Ilya Ehrenburg
España República de trabajadores


"Cuando apenas contaba veinte años, Alfred Hugenberg escribía versos. No eran muy buenos que digamos, pero estaban imbuidos de los sentimientos más sublimes:
El amor es hermano del alba.
El amor es amo y señor del mundo...
Más adelante, Hugenberg abandonó la poesía para dedicarse a menesteres mucho más serios: se convirtió en el director de las fábricas Krupp. Al hacerlo no traicionó, sin embargo, sus líricos antecedentes. Pronunciaba discursos: "Los ojos del emperador están fijos en nosotros... Los verdaderos benefactores de nuestro pueblo son nuestra disposición a la autodefensa y nuestra alegría combativa..." Así, cuando las fábricas Krupp servían armamentos a los enemigos, el dinero iba a parar a manos de los verdaderos alemanes. No se trata, pues, de un patriotismo vulgar, sino de un patriotismo profundo y largamente meditado, el patriotismo del señor Hugenberg.
Hugenberg no se contenta con el dinero y los honores. Además, se ocupa de la educación de su pueblo. Fundó un instituto que lleva el misterioso nombre de DINTA. El propio Oswald Spengler le dio su bendición, y contó con el apoyo de los directores de todas las corporaciones. El DINTA debe luchar contra el nefasto materialismo. Como es sabido, Hugenberg es idealista y su mayor deseo es que cada minero del Ruhr alcance las más elevadas cúspides espirituales. El DINTA edita el Diario de los mineros que se reparte gratuitamente a los obreros, construye colegios para los niños, organiza conferencias y espectáculos. El DINTA predica la utilidad de la paciencia, el trabajo, el ahorro y el patriotismo. Naturalmente, no se trata del tan complejo patriotismo más común, aquel que resulta comprensible al pueblo llano."

Iliá Grigórievich (Gírshevich) Ehrenburg 
La fábrica de sueños


"Dos semanas después, al volver de París después de una cita con Ville, Nolvot no podía ocultar una sonrisa de plena satisfacción. La señora Nolvot, aunque parezca extraño, eligió a Aisha, y tampoco, a juzgar por el relato de nuestro ingenuo hermano, lo tuvo que lamentar. Según parece debió de alcanzar la felicidad absoluta. Pero la pareja, en vez de ocupar su tiempo libre, tras sus continuos encuentros con mademoiselle Ville y con Aisha, en continuar observando larvas y leyendo poemas, se entregaron a reflexionar sobre el amor espiritual y el no espiritual. Un día, el señor Nolvot le llevó a Ville una colección extraordinariamente interesante de larvas, halladas por él en las distintas clases de quesos, exigiéndole que compartiera con él su entusiasmo ante las tripas de estos seres. De este modo consiguió ahuyentar definitivamente y para siempre a su amante. La señora Nolvot por su parte decidió leerle a Aisha los sonetos sobre el amor de las ninfas griegas y cuando éste, arrullado por su voz, se durmió, ella empezó a sollozar: «No comprendes la belleza del espíritu...». Todo esto transcurrió más o menos ante nuestros ojos, ya que ni el señor Nolvot ni Aisha se distinguían por su discreción. «Aquí tenéis otro ejemplo más de la muerte de Eros —nos dijo el Maestro—. Nolvot quería a la vez los besos y una relación espiritual, y sacó del bolsillo sus larvas. Y todo porque está educado en la comprensión del sexo como algo bajo, no como el salón sino como el vestíbulo, y traicionando su propio cuerpo, su entusiasmo y su amor regresó a la señora Nolvot, para acariciarla sin pasión, sin deseo y sin alegría, sólo porque después de haber pasado la noche con ella, por la mañana se encontraba con una relación espiritual, dos microscopios y un librito de poemas encuadernado en terciopelo."

Ilya Ehrenburg
Julio Jurenito


"El artista ve lo que ya no existe o lo que todavía no ha existido en la realidad."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg


"En la Europa de los años treinta, inquieta y humillada, era difícil respirar. El fascismo avanzaba, y avanzaba impunemente. Cada estado, y también cada persona, soñaban salvarse individualmente, salvarse a cualquier precio, guardando silencio, pagando un rescate. (...) Pero hubo de pronto un pueblo que aceptó el reto. No se salvó a sí mismo ni salvó a Europa, pero si para la gente de mi generación queda algún sentido a las palabras "dignidad humana" es gracias a España. Se convirtió en aire, con ella respiramos."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg



"Hace cinco años estuve en el pueblo de Sanabria. Vi allí campesinos martirizados por el hambre. Comían algarrobas, cortezas. A orillas del lago había un restaurant para turistas. Me enseñaron el libro de firmas de los huéspedes. Usted, Unamuno, había escrito en sus páginas unas líneas sobre la belleza del paisaje circundante. Español que hacía profesión de amor a su pueblo, no supo usted ver más allá de las suaves ondulaciones del agua, del óvalo de las colinas. No vio usted los ojos de las mujeres que apretaban contra su pecho a los hijos medio muertos de hambre. Por entonces escribía usted artículos profundamente estéticos en todos los periódicos callejeros de Madrid. Hasta escribió usted un artículo sobre el hambre: cien renglones de investigación filológica acerca de la palabra «hambre». Exponía usted minuciosamente cómo el apetito del hombre del Sur no es el apetito del Norte, y cómo el hambre descrita por Hamsun difiere del hambre descrita por Quevedo. Se lavaba usted las manos: no quería estar ni con los hambrientos ni con los que les alimentaban con el plomo de las balas. Quería usted ser poeta puro y colaborador de periódicos de gran tirada.
Han pasado cinco años. Lo más bajo de España: verdugos, herederos de los inquisidores, carlistas dementes, ladrones como March, han declarado la guerra al pueblo español. En Sanabria cayó en poder de los bandidos el general Caminero, leal al pueblo. Los malaventurados campesinos de Sanabria habían huido al monte. Con armas de caza bajaron contra las ametralladoras. ¿Qué hizo usted, poeta, enamorado de la tragedia española? De la cartera donde guardaba los honorarios de las elucubraciones poéticas sobre el hambre sacó usted, con la esplendidez de un verdadero hidalgo, cinco mil pesetas para los asesinos de su pueblo.
Dice usted: «Me indigna la crueldad de los bárbaros revolucionarios». Y lo escribe usted en la ciudad de Salamanca. De seguro pasea usted con frecuencia bajo los soportales de la Plaza Mayor. La plaza es preciosa y usted ha sido siempre un enamorado del estilo Renacimiento español. ¿No ha visto usted, paseando por la plaza, el cuerpo del diputado Manso, que los nuevos amigos de usted han ahorcado para defender la cultura de los bárbaros? Las columnas obreras han ocupado Pozoblanco. Han hecho doscientos prisioneros de la Guardia civil. No han dado muerte ni a uno solo de ellos. En Baena los blancos rociaron de bencina y quemaron vivos a diecinueve campesinos inermes. El diputado por Córdoba Antonio Jaén, que manda los obreros que sitian Córdoba, se ha dirigido por radio al que fue su amigo, el general Cascajo, que lucha ahora al lado de los rebeldes. «Si no te rindes serás responsable de la suerte de una ciudad tan querida, de miles de vidas humanas, de los monumentos artísticos de Córdoba»; éstas han sido las palabras de Jaén. Y Cascajo ha contestado: "Te aconsejo, Jaén, que no vengas hacia Córdoba, porque tengo en mis manos a dos hermanos tuyos"."

Iliá Ehrenburg o Ilya Ehrenburg
Carta a don Miguel de Unamuno


"La literatura no modifica el orden establecido, pero sí a los hombres que lo establecen."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg


"Los alemanes no son seres humanos [...] No debemos hablar más. No debemos emocionarnos. Debemos matar. Si no has matado al menos un alemán en un día, has derrochado ese día [...] Si no puedes matarlo con una bala, mátalo con una bayoneta. Si tu sector del frente está tranquilo, o estás esperando para un gran ataque, mata un alemán mientras tanto. Si dejas un alemán vivo, él matará a un ruso, violará a una rusa. Si ya has matado a un alemán, mata a otro. Nada nos es más grato que un montón de cadáveres de alemanes. No cuentes los días. No cuentes los kilómetros. Cuenta solamente el número de alemanes que has matado. Mata al alemán, es lo que te pide tu abuela. Mata al alemán, es lo que te pide tu hijo. Mata al alemán, es lo que te pide tu patria. No lo olvides. No lo dejes pasar. Mata."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg
La Guerra


"¡Matad! ¡Matad! En la raza alemana no hay nada aparte de mal. ¡Acabad con la bestia fascista de una vez para siempre en su guarida! Aplicad fuerza y romped el orgullo racial de esas mujeres alemanas. Tomadlas como vuestro despojo legal. ¡Matad! Cuando vuestro asalto avance, ¡matad, bravos soldados del Ejército Rojo!"

Ilyá Grigórievich Ehrenburg



"No contéis los días; no contéis las millas: contad sólo el número de alemanes que habéis abatido. Matad al teutón: eso es lo que reza vuestra madre. Matad al teutón: eso es lo que llora vuestro suelo ruso. No vaciléis; no os detengáis: Matad."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg



"Nuestros escritores no escriben malas novelas porque defiendan el socialismo, sino porque Dios no los ha bendecido con el talento. En la Unión Soviética no se ve a la legua a un Tolstói, un Dostoievski o un Chéjov. Pero nos sobran au­tores sin talento."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg
El deshielo



"Yo recuerdo sus ojos, con aquella extraña mezcla de voluntad férrea y de confusión infantil."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg



"Yo soy un escritor ruso. Y mientras en el mundo exista un solo antisemita, responderé con orgullo a la cuestión de la nacionalidad: Judío."

Ilyá Grigórievich Ehrenburg








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