Jennifer Egan

"Crees que una canción ha terminado y de repente sigue y tienes esa sensación de alivio pero poco después la canción termina. Me parece una metáfora muy interesante sobre el paso del tiempo porque hay muchos momentos de pausa en nuestra vida pero después, la vida continúa."

Jennifer Egan


"Dexter se marchó del restaurante y, en cierto modo, ya no volvió más, aunque desde luego iba y venía. Aquellos años trabajando para el señor Q fueron míticos gracias al congresista Andrew Volstead, de Minnesota, y a otros como él, que creían que el alcohol iba a arruinar Estados Unidos. Dexter tenía apenas diecinueve años cuando se aprobó la Ley Seca, y pronto descubrió que desafiarla le provocaba una euforia delirante. Le encantaba conducir vehículos caros por carreteras secundarias y se le daban muy bien las persecuciones. En el peor de los casos, siempre le quedaban los bosques y Dexter corría que se las pelaba, o se echaba en la orilla de un arroyo, para que la corriente ocultara sus jadeos, envuelto en el aroma de musgo, pino y fresno, con las estrellas salpicando el cielo: una belleza y unas emociones que superaban lo que jamás hubiera podido imaginar.
Dexter subió al coche y condujo varias calles hacia el norte, hasta la esquina de Mermaid con la Diecinueve Oeste. El restaurante había cerrado en 1934. Dexter podría haberlo salvado, pero su padre sólo había aceptado que le descontaran parte del dinero que pagaba a cambio de protección. El cáncer se lo había llevado a los cincuenta y ocho años, aunque Dexter nunca lo había oído toser antes de perder el restaurante.
Hacía años que no se detenía en aquella esquina, pero el lugar le pareció idéntico hasta un punto inquietante: aquellas persianas ridículas y la barra cubierta de polvo, las letras doradas de su apellido impronunciable medio desconchadas al otro lado del ventanal. Una mesa rota, colocada boca abajo. Dexter debía de haber servido los célebres espaguetis pescatore de su padre en aquella mesa, llenando las copas de vino con una servilleta blanca impoluta sobre el brazo y electrizado por el paisaje invisible que acababa de descubrir: un entramado de códigos y conexiones que relegaban el mundo cotidiano a la inexistencia. A veces le parecía oír el latido del poder del señor Q en el pulso de la vida diaria, inaudible como un silbato para perros. Nada podría haberle impedido buscar el origen."

Jennifer Egan
Manhattan Beach

"Echó a andar, arrastrando la Samsonite y la antena parabólica un par de kilómetros montaña arriba, aunque las ruedas de la maleta se atrancaban en las rocas, las raíces de los árboles y las madrigueras. Su cojera tampoco ayudaba.
Todo el viaje había sido así: un problema tras otro, empezando por la salida del vuelo nocturno desde el aeropuerto JFK, cuando tras una amenaza de bomba habían tenido que remolcar el avión hasta un campo adyacente, rodeado por unos camiones con lucecitas rojas y mangueras enormes que resultaban reconfortantes hasta que uno comprendía que su objetivo era asegurarse de que la bola de fuego calcinara tan sólo a los pobres pringados que iban a bordo. Total, que Danny había perdido la conexión en Praga y también el tren que debía llevarlo al lugar donde se encontraba ahora, un pueblo con un nombre que sonaba alemán pero que no parecía que estuviera en Alemania. Ni en ningún otro sitio, de hecho: Danny no lo había encontrado en Internet, aunque tampoco estaba muy seguro de cómo se escribía. En una conversación telefónica con su primo Howie, que era el propietario del castillo y quien había corrido con todos los gastos para que Danny le pudiera echar una mano con la restauración, había intentado averiguar algunos detalles.
Danny: Hay una cosa que aún no me ha quedado clara. ¿Dónde está tu hotel, en Austria, en Alemania o en la República Checa?
Howie: Si quieres que te diga la verdad, ni yo mismo lo tengo muy claro. Esas fronteras cambian sin parar.
Danny (pensando): ¿En serio?
Howie: Además, recuerda que aún no es un hotel. De momento es sólo un viejo…
Se había cortado la línea. Danny intentó volver a llamar, pero ya no logró dar con él.
No obstante, los billetes llegaron a la semana siguiente (matasellos borroso): avión, tren y autobús. Y teniendo en cuenta que hacía poco que se había quedado sin trabajo y que debía marcharse rapidito de Nueva York a causa de un malentendido en el restaurante donde trabajaba, que le pagaran para ir a algún sitio (a donde fuera, incluso a la luna) no era una oferta que Danny estuviese en condiciones de rechazar."

Jennifer Egan
La torre del homenaje


"El reto es tratar de hacer algo que creo que no puedo hacer, aprender y además entretener."

Jennifer Egan


"La literatura y el cine son animales diferentes y yo prefiero mantenerme al margen de la imagen."

Jennifer Egan



"Los escritores tenemos libertad para explorar todos los territorios y si a eso le añades lo que traen las nuevas tecnologías las puertas son infinitas."

Jennifer Egan



"Los poetas sostienen que recobramos por un momento lo que fuimos en otro tiempo al entrar de nuevo en tal casa, en tal jardín donde vivimos de jóvenes. Son peregrinaciones muy arriesgadas y tras las cuales se cosechan tantas decepciones como éxitos. Los lugares fijos, contemporáneos de años distintos, más bien debemos buscarlos en nosotros mismos.
Lo desconocido en la vida de los seres humanos es como lo desconocido en la naturaleza, que cada descubrimiento científico hace retroceder pero no anula.
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido.
Alex se agachó y echó un vistazo a la pequeña colección de las repisas de las ventanas. Se detuvo en la foto de Rob, el amigo de Sasha que se había ahogado cuando iban a la universidad, pero no hizo ningún comentario. Aún no había visto las mesas donde Sasha almacenaba el montón de objetos que había robado: bolígrafos, prismáticos, llaves, y la bufanda infantil que simplemente no había devuelto a la niña que la había perdido al salir de un Starbucks de la mano de su madre. Por aquel entonces Sasha ya estaba visitándose con Coz, por lo que había identificado la letanía de excusas a medida que éstas iban asomando a su mente: el invierno ya casi ha terminado; los niños crecen tan rápido; los niños detestan las bufandas; es demasiado tarde, ya se han marchado; me da vergüenza devolverla; podría perfectamente no haberme dado cuenta de que se le caía... De hecho no lo he visto, acabo de descubrirla ahora mismo: «¡Fíjate, una bufanda! Una bufanda de niña, amarilla a rayas rosas... Vaya, ¿de quién será? Bueno, la recogeré y me la quedaré un rato...»
En casa, la había lavado a mano y la había doblado con esmero. Era uno de sus objetos favoritos.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Alex.
Había descubierto las mesas y estaba contemplando lo que parecía el trabajo de un castor aficionado a las miniaturas: un montón de objetos con una lógica incomprensible, pero desde luego no aleatoria. A ojos de Sasha, las mesas casi se zarandeaban bajo el peso de tanta vergüenza y tantas situaciones de las que había logrado salvarse por los pelos, las pequeñas victorias y los momentos de pura euforia. Allí había años de su vida comprimidos. El destornillador estaba en una esquina. Sasha se acercó más a Alex, atraída por el modo en que este iba asimilando todos los detalles.
—¿Y cómo te sentiste al encontrarte junto a Alex ante todas las cosas que habías robado? —preguntó Coz.
Sasha volvió la cara hacia el diván azul porque se estaba ruborizando y eso era algo que detestaba. No quería contarle a Coz los sentimientos encontrados que había experimentado allí, junto a Alex: el orgullo que le producían aquellos objetos, una ternura que aún se acentuaba más por la forma vergonzosa como los había conseguido. Lo había arriesgado todo, y ahí estaba el resultado: el núcleo descarnado, retorcido de su vida. Al ver a Alex recorrer con la mirada aquellos objetos se emocionó. "

Jennifer Egan
El tiempo es un canalla











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