Manuel Díaz Rodríguez

“Emigrar es cobardía. Si no es desertar, es por lo menos darse por derrotado mucho antes de combatir. Es abandonar lo que en las manos tenemos, por huir detrás de una sombra que tal vez no alcanzaremos nunca. Nunca dejaremos de ser extranjeros en donde quiera vivamos lejos de aquí.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos



"Emigrar, ¿es o no el deber de quien lleva dentro de sí un ideal de belleza irrealizable en su patria? Aquí no florecen ideales artísticos, y cuando tímidamente, como avergonzándose de ello, logran dar flores, todo se conjura a impedir que sus flores cuajen en frutos de inmortalidad.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos


“En nuestro país, tan solo en política se puede ser alguien, hacer figura y allegar dinero.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos


“En una atmósfera llena de miserias y fealdad política no cubre una chispa de arte, ni un fulgor de belleza.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos


“La política afeaba y entristecía el medio, como un veneno sutil que penetrase los hombres y las cosas. Nada lograba sostenerse delegado de la política: ella era la gran preocupación, la causa primera y profunda; estaba en todos los labios, el el fondo de todos los sucesos; y a ella convergían y emanaban todas las grandes manifestaciones de la vida, signo seguro del más hondo malestar, y presagio de muerte de los pueblos.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos



“Llamábanse guardianes de la Constitución y acababan de violarla trabajando en pro de su capital de mercaderes. La fuerza y casi todo el valor de su capital político, verdadero amasijo de infamias, consistía, en último análisis, en la gracia del César, no vacilaron en violar la Constitución, porque el César lo demandaba así para sus maquiavélicos planes futuros.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos



“Pero el pueblo siempre niño se dejo engañar y seducir ante palabras hermosas.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos



"Sus compatriotas no lo entendían, y aun al principio se imaginaron que él se burlaba de ellos. ¿Cómo explicar a sus años, y en su cultura grande y fuerte, aquella fe tan candorosa? Poco a poco, sin embargo, reconocieron su error, aunque así más bien se les aumentase el desconcierto, aprendiendo a ver en Martí, bajo el agua tersa de una inmutable serenidad, el oro del espíritu. Al través de sus palabras y acciones aprendieron a ver como al través de cristales muy puros. La sinceridad lo envolvía como un arroyo diáfano. Corría de sus labios, de sus ojos, de todo él, en particular de aquella su actitud acostumbrada en la discusión, cuando tendiendo el cuerpo hacia adelante, se apoyaba con las manos en las rodillas. Y a veces, una de las manos venía, empeñada en reducir un reacio mechón de pelo obscuro a la blanda curva de la melena que, desde la frente, muy alta, desparramaba su escaso y liso raudal sobre el cuello muy corto. En esa actitud se defendía con ardor, y al mismo tiempo con cierta reserva y timidez, como excusándose. A nadie trataba de imponer sus ideas. No buscaba partidarios, ni los tuvo, a no serlo Pablo Grúas el pintor, llamado «el satánico» por su rara aptitud para desentrañar de la cosa o el ser más apacible, como oculto germen diabólico, una línea o rasgo capaz de adquirir, bajo la punta de su lápiz, las proporciones del más alto horror dantesco.
Sólo Ocampo no perdía ocasión de impugnar sus ideas filosóficas, pero al mismo tiempo le cobraba, por su bondad y excelencia, un cariño profundo. Los demás replicaban afectando aires de burla, incredulidad, o ironía. Y esos mismos aires fueron volviéndose algo muy superficial, hasta convertirse en mera fórmula. Aunque en su mayor parte frívolos aquellos jóvenes, médicos o estudiantes de medicina algunos, perfectos vividores los más, y unos pocos artistas, ocultaban debajo de sus aires de incredulidad o ironía, –especie de cobarde atenuación– el homenaje de un gran respeto. Respetaban en Martí al artista y al hombre, a un creador de belleza y a un maestro de la voluntad, proclamándole y reconociéndole interiormente superior a todos ellos, por haberse levantado y sostenido a esfuerzos propios, y por sostenerse aún de igual manera en aquella gran ciudad extraña, no como ellos con el esfuerzo único de recoger la prebenda generosamente servida del ministro o del padre. Sobre todo lo respetaron cuando conocieron bien su historia, la más pura odisea de artista."

Manuel Díaz Rodríguez
Sangre patricia


“ … todos al final comprenderían cómo el triunfo de la revolución no fue el triunfo de este o aquel partido, de esta o aquella idea, sino el triunfo de los mismos viejos abusos, el triunfo de los mismos viejos apetitos, con muy pocas diferencias de nombres y de caras.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos


“Y el ministro, al citar la frase idiota del presidente, la ensalzaba milagro del ingenio inculto.”

Manuel Díaz Rodríguez
Ídolos Rotos







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