Maria Edgeworth

"El mundo puso el pecado y nosotros la ocasión."

Maria Edgeworth


"Encontraron a Lady Anne Percival en medio de sus hijos, rebosantes de salud, de sonrosados rostros, mirando expectantes hacia la puerta en el momento en que oyeron la voz de su padre. Clarence Hervey estaba tan impresionado por la expresión de felicidad que se dibujaba en el rostro de Lady Ane que se olvidó completamente de comparar su belleza con la de la Sra. Delacour. Ya sea que sus ojos fueran grandes o pequeños, azules o de color avellana, no podría decirlo con exactitud; más aún, podría haberse confundido incluso respecto al color de su cabello. Si era bella según los cánones establecidos, él no lo sabía, pero sentía que estaba envuelta por la aureola de un encanto esencial que irradiaba belleza, un poder sugerente que atraía cualquier corazón a su favor. El efecto de sus costumbres, al igual que su belleza, era más adecuado para sentirlo que para describirlo. Todo el mundo estaba a gusto en su compañía, y nadie se sentía impelido a admirarla de forma fehaciente. Para Harvey Clarence, que había sido utilizado por la brillante y exigente Sra. Delacour, era particularmente agradable ese respiro frente a la fatiga de tanta admiración. La alegría sin restricciones de Lady Anne Percival hablaba de una mente en paz, de una felicidad inmediata impartida por una simpatía exigente, pero en el talento de la Sra. Delacour y en su alegría había ciertos aspectos alusivos al artificio y al esfuerzo, que a menudo destruían el placer que pretendían comunicar. El Sr. Harvey estaba inusualmente dispuesto a la reflexión, al haber escapado de ese sentimiento de ahogo, pues había realizado todas estas comparaciones, habiendo llegado a esta conclusión, con la precisión de un metafísico, que se ha acostumbrado a estudiar la causa y el efecto-en realidad no había ninguna especie de conocimiento para la que no tuviera el gusto o el talento adecuado, sin embargo, para complacer a los más necios, se veía afectada la felicidad de la ignorancia. "

Maria Edgeworth
Belinda


"Una mañana, la Señora Dashfort había concebido un ingenioso plan para que Isabel y el Señor Colambre mantuvieran un tete-a-tete, pero la inesperada aparición de Heathcock desconcertó sus intenciones. Vino a mendigar el interés de la Señora Dashfort por el Conde O´Halloran, con el fin de obtener permiso para cazar y disparar sobre sus tierras-No para mí, precisó, sino para dos oficiales acuartelados en un pueblo próximo, que sin duda se ahogarían si le les privara de la posibilidad de practicar ese deporte.
¿Quién es ese Conde O´Halloran?, dijo Lord Colambre. La señorita White, acompañante de la Señora Killpatrick, dijo que era un hombre extraño, singular y el clérigo de la parroquia, que estaba presente en el desayuno, declaró que era un hombre de excepcionales conocimientos, méritos y cortesía.
Todo lo que sé de él-dijo Heatchcock, es que es un gran deportista, que usa sombrero y un largo chaleco. El Señor Colambre expresó su deseo de conocer a este extraordinario personaje y Lady Dashfort, para guardar las formas y, tal vez, ante la ausencia de un pensamiento que pudiera ser más eficaz, inmediatamente se ofreció a llamar a los dos oficiales y llevarles con Heatchcock y el Señor Colambre a las inmediaciones del Castillo de O´Halloran.
Lady Isabel se retiró con mucha mortificación en su ánimo, pero a la vez con la gracia que conllevaba la certeza de que los capitanes Benson y Willianson serían llevados a los dominios del Conde. El capitán Benson, tomó asiento en la calesa, junto al cochero, y el resto del grupo tuvo el placer de conversar con la señora durante las tres o cuatro millas que distaban los pensamientos del Señor Colambre estaban muy lejos, y el capitán Williamson no tenía nada que decir, así que nada más se dejaba oír la voz de Heatchcock, Eh, re´lly now!- pon honour!
Llegaron al castillo de Halloran-un hermoso edificio antiguo, parte en estado ruinoso, y otra parte reparada con gran juicio y gusto. Cuando el coche se detuvo, un criado de respetable aspecto apareció en lo alto de la escalera.
El Conde O´Halloran ha ido de caza-dijo su criado-, pero volverá inmediatamente, si Lady Dashfort y los caballeros se complacen en aguardar un poco.
A un lado de la espaciosa y noble sala se hallaba el esqueleto de un alce, al otro lado, la curiosa osamenta de un ciervo, especie que según el criado se encontraba en las proximidades de los lagos de los alrededores. Los oficiales fueron testigos asombrados de varios extraños juramentos y exclamaciones.- Eh! re´lly now!--pon honour! y gentilmente consultaron su reloj, diciendo: ¿Me pregunto si se puede pensar en tomar un ligero piscolabis? Y, volviendo la espalda al alce y al ciervo, preguntaron acerca de qué tipo de caballo montaba el señor. Lord Colambre, por su parte, examinó los prodigiosos esqueletos con la sensación de sorpresa y admiración propia de cualquier mente superior al contemplar las grandes obras de la Providencia."

Maria Edgeworth
El absentista


















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