Maurice Druon

"Hubo unos instantes de silencio. Al inclinarse para atizar el fuego, Jacqueline mostró, sin querer, por encima del cuello de terciopelo negro y la corbata blanca, su nuca frágil y tersa, de la que nacía una cabellera vaporosa y dorada, casi como de niña.
—¿Te vas a casar con él? —dijo de repente el ciego. Jacqueline dio un respingo.
—Pero ¡tío! —Exclamó, riendo—; le he dicho que hasta esta mañana, antes de salir de caza, no conocía al señor De Voos.
Luego, como sentía la mirada del oficial posada sobre ella, añadió:
—Es preciso que le explique que mi tío está empeñado en casarme. Es una manía suya. Pero no tema, no corre usted ningún peligro.
Como no sabía qué actitud tomar, De Voos se contentó con separar las manos en un gesto fatalista.
—¡Es que es necesario que vuelva a casarse! ¡Yo sé lo que digo! —gritó el marqués, golpeando el brazo del sillón.
—¡Vamos, tío Urbain, por favor! —le interrumpió Jacqueline, impaciente. Y para cambiar de tercio, continuó—:
Lo que más rabia me da es que Laverdure va a cazar el venado él solo.
—¿Qué distancia hemos recorrido hoy? No conozco la región, me cuesta calcular las distancias —dijo De Voos—. Cincuenta, cincuenta y cinco kilómetros?
—¡Oh, no! Apenas cuarenta —contestó Jacqueline.
—Me temo que le esperan recorridos más duros, señor, si nos concede el honor de volver —dijo el marqués."

Maurice Druon
La caída de los cuerpos


"La conciencia es un tribunal que enseguida anula sus sentencias."

Maurice Druon


"Tenía 22 años. Sus cabellos dorados recogidos en largas trenzas formaban dos asas de ánfora a cada lado de su rostro.
La reina escuchaba a una de sus damas francesas, que le leía un poema del duque de Aquitania:
Del amor no puedo hablar, ni siquiera lo conozco porque no tengo el que quiero.
La voz cantarina de la dama de compañía se perdía en aquella sala demasiado grande para que una mujer pudiera vivir dichosa en ella.
Me ha pasado siempre igual, de quien amo no gocé, ni gozo, ni gozaré...
La reina sin amor suspiró.
- ¡Qué palabras tan conmovedoras! - Exclamó. Parecen escritas para mí. ¡Ah! Terminaron los tiempos en que un gran señor como el duque Guillermo demostraba tanta destreza en la poesía como en la guerra. ¿Cuándo me dijisteis que vivió? ¿Hace doscientos años?. Se diría que este poema fue escrito ayer.
Y repitió para sí:
Del amor no puedo hablar, ni siquiera lo conozco.
Permaneció un instante pensativa.
- ¿Prosigo señora? - preguntó la dama con el dedo en la pagina iluminada.
- No, amiga mía - respondió la reina. - Mi alma ya ha llorado bastante por hoy."

Maurice Druon
Los reyes malditos












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