Adelardo Fernández Arias

¡Españoles! Rezad todas las noches está oración: ¡Dios mío!... ¡¡Salva España!!... ¡¡¡Concédenos un hombre como Hitler!!!

Adelardo Fernández Arias
Hitler. El salvador de Alemania




"María (Que entra por la primera de la izquierda.) Juana me ha dicho que venga... la obedezco, porque me van faltando las fuerzas.
Doctor. ¿Quién ha quedado con el enfermo?
María. Juana, su marido y Pepita. Diga usted, Doctor, ¿por qué está tan abatido?
Doctor. Porque le hemos quitado las energías.
María. Pero, ¿no habrá peligro?
Doctor. En la pérdida de energías, no señora; en la operación, mucho.
P. Jesús (Al Doctor.) Ya está todo listo, ¿lo ordenamos todo allí?
Doctor. Sí, Padre, y cuando todo esté dispuesto, Ramírez lo dirá, me avisan; no debe el enfermo oír mi voz; entonces que vengan esos señores para que acompañen á doña María. (El Padre Jesús sale por la segunda de la izquierda.)
María. Pero, ¿yo no voy á presenciar la operación?
Doctor. Por Dios, señora, ¿cree usted que sería prudente? Comprometería usted su éxito.
María. (Después de cerciorarse de que están solos.) ¡Álvaro!
Doctor. ¡María!
María. Ya has visto que soy una desgraciada.
Doctor. Sí lo he visto...
María. No sé cómo ha podido saber...
Doctor. ¡Qué más da!
María. Sí, Álvaro... antes... cuando él no sabía, cuando nadie pudo saber, yo, en mi desgracia, era feliz pensando a solas en... (Se detiene arrepentida de haber hablado.)
Doctor. ¡Sigue!...
María. No...
Doctor. Sigue... te lo ruego... me haces feliz...
María. (Sorprendida.) ¿A ti?
Doctor. A mí...
María. Pero, ¿no me desprecias?... (Muy sorprendida.)
Doctor. ¿Yo?... ¿Despreciarte? ¿A ti?... ¡María, te he adorado mucho, te quiero demasiado para despreciarte!
María. (Temerosa.) Álvaro... ¡yo no te puedo oír!
Doctor. ¿Por qué no?... Si es verdad, si has sido toda mi vida, mi ideal, mi musa creadora, el objetivo único de mi existencia; si pensando en ti estudié, quise ser, quise llegar arriba, muy alto, donde nadie más que yo llegase, donde no llegase ninguna torre de oro, porque el oro para construir las torres se acaba en un número de metros determinado y la altura que alcanza el genio es inconmensurable... ¿Por qué no he de decirte que lo que soy te lo debo á ti, á ti, solamente, porque pensando en ti trabajé?... Deberían saberlo todos, debía decirlo a gritos para que todos apreciasen la grandeza de mi sacrificio; pues adorándote, pensando en ti toda la vida, amándote como sólo yo soy capaz de amar... no te he buscado, no he querido saber dónde estabas, y al verte ahora, veo en ti la mujer de ese enfermo, y luego volveré a olvidar que te vi... ¿no es más noble?... di, ¿no es más noble que si callase hipócritamente y pensase?... sí, es más noble, más franco, como yo soy...
María. Sí, lo eres. Lo eres... (Con miedo.) Desgraciadamente para mí...
Doctor. ¡Cómo! ¿Es verdad lo que has dicho? ¿No he oído mal?... ¿Tú?... ¿Tú eres capaz de...?
María. Yo sí... también yo... yo también me sacrifico...
Doctor. (Con ambición.) ¡Tú también eres superior!... Esa es la grandeza de alma; esa es la superioridad del espíritu: ¡sacrificarse en aquello que más se ama!...
María. ¡Somos dos místicos!
Doctor. ¡O dos voluptuosos!
María. (Pausa. Los dos sueñan despiertos. Después de una transición.) Y ahora, Álvaro, ya que conoces mi secreto, ya que tienes la certidumbre de que yo sacrifico mi pasión, ahogándola en mi deber... te hago una súplica... ¡sálvale!...
Doctor. ¡Qué alma tienes!
María. ¿Me lo prometes?...
Doctor. (Solemnemente.) Te lo prometo. Pensar que esta operación decidirá mi vida.
María. (Le da las dos manos, que él estrecha.)
Doctor. ¡Qué sarcasmos tiene la existencia!... Cuando tu padre te arrojó hacia ese hombre porque era rico, te arrojó sobre un saco de dinero... me despreciaba a mí que era pobre, que tenía inteligencia, que trabajaba, que no poseía más que el capital intelectual que... no puede contarse como los billetes de Banco, como las onzas, como todo eso que tu marido tiene y que para nada le servirá si mi pobre inteligencia no le salva...
Maria. ¡Sigue!... ¡Te veo resplandecer!... Parece que al hablar te rodea un nimbo de luz, como á los santos... es el genio que irradias, es el talento que forma en tu derredor un ambiente de grandiosidad...
Doctor (Pausa triste) Y ahora... ¡despidámonos!... para siempre... vuelve á ser la mujer de mi enfermo y yo el Doctor... ¡Adiós! no te olvidaré nunca, nunca; serás eternamente mi ideal...
María. Y tú vivirás siempre en mi alma...
Doctor. Adiós...
María. Adiós."

Adelardo Fernández Arias
Lo más hermoso


"Marqués. (Viste de frac, sombrero de copa y abrigo sobre los hombros; se ve que está borracho, pero tiene una borrachera de las peculiares en los alcohólicos que a veces hablan cuerdamente, a veces con gran incongruencia, y aunque no se tambalean andando, vacilan de algunas ocasiones y se les traba la lengua en algunas palabras de pronunciación difícil. Su cara congestionada y su tipo dibujará un viejo libidinoso y antipático. Viene fumando un gran puro que produce mucho humo y trae en la mano un bastón fino con el que toca los objetos y da golpecitos amistosos a Daniel a discreción del actor).
Pero hombre, caramba, ¿se puede pasar? (Pausa). ¿No me respondes? Entonces paso. Quien calla otorga. Sí, eso es. Caramba, caramba. (Pausa).
Daniel. Pero ¿ha sabido Ud.?
Marqués. Bueno, hombre, bueno, pero ¿tú te habías propuesto que me helase en el coche? Estas madrugaditas de Octubre son frescas, sí, hombre, sí, ¡vaya, vaya! Caramba, hombre, caramba.
Daniel. Pero, ¿ha tenido Vd. valor?
Marqués. (Mira con gran interés por las puertas como si quisiera buscar á alguien.) Pues claro, como pasaba el tiempo y no me avisabas, según habíamos convenido, pues me dije: Joseíto... vamos adentro. Sí, hombre, sí. Eso es; y entré en el jardín... vi luz, te llamé y tú no me respondiste. ¡Caramba, hombre, caramba! ¿Por qué no me respondiste? ¡Vaya, hombre, vaya! Pues, como no me respondiste, me dije Joseíto, vamos arriba y subí... sí, eso es, subí. Vaya, hombre, vaya (Tropieza.)
Daniel. Marqués, Ud. sabe que su presencia aquí...
Marqués. ¡Ah! No, no es nada. No te asustes, es que a estas horas se encuentra uno así tan... ¡Caramba, hombre, caramba! y ¡cómo se encuentra uno! Sí, ya sé, y si no lo sé, me lo figuro, que habrás tú pensado "Así te rompas la crisma" pero, no, hijo mío, no es nada afortunadamente. No es nada (se sienta) ¡Vaya, hombre, vaya! ¡Le cuesta á uno trabajo sentarse! ¡Caramba, hombre, caramba! y qué trabajo le cuesta á uno sentarse. (Pausa.)
Daniel. Marqués.
Marqués. ¿Qué, hijo mío? ¿Qué quieres, hijo mío?
Daniel. Quiero que hablemos formalmente.
Marqués. ¿Cómo, hijo mío? ¿Formalmente, has dicho? ¡Caramba, hijo mío, caramba! ¡Qué cosas dices, hijo mío! Yo hablo siempre formalmente. Muy formalmente, sí, hijo mío; muy formalmente.
Daniel. Marqués, Ud. es hombre que á primera vista parece no tener corazón, pero Ud. sí lo tiene.
Marqués. ¿Que a primera vista parece que no tengo corazón? Caramba, hijo mío, caramba, pero, ¡qué cosas dices, hijo mío! ¡Si todo el mundo hace lo que quiere de mí! Todo el mundo. ¡Si todo el mundo hace lo que quiere de mí! ¡Yo voy donde quiere todo el mundo!
Daniel. ¡Qué cinismo!
Marqués. Y eso tú lo sabes tú lo sabes mejor que nadie, hijo mío; ya sabes que me debes la vida, hijo mío, si no fuera por mí ya te hubieras matado, hijo mío sí, eso es sí ya ves si me debes.
Daniel. Ya sé, ya sé lo que le debo, no me lo recuerde Ud.
Marqués. ¡Oh! A esas pequeñeces no me refiero yo.
Daniel. ¡Pequeñeces! ¿Llama Ud pequeñeces a una monstruosidad?
Marqués. No te sofoques, hijo mío, no te sofoques que vas á congestionarte eso, eso es, hijo mío, el pan nuestro de cada día, tú, eres el séptimo caso en que intervengo, desde hace cuatro años...
Daniel. ¿De modo que yo sólo yo soy el miserable?
Marqués. ¡Consuélate, hijo mío, consuélate, porque vas en muy buena compañía!... ¡Oh! ¡Aquel club es mi sitio delicioso! y ¡qué demonio! yo padezco en mis intereses porque todas estas pequeñeces, mi dinerito, me cuestan. Sí, eso es ¡Vaya, hombre, vaya!
Daniel. Yo no supe lo que hacía.
Marqués. Lo mismo dicen todos, lo mismito. Sí, hijo mío, lo mismito...
Daniel. Yo he estado loco al aceptar esa infernal proposición que como Ud. comprenderá, es impracticable ese documento por mí firmado, no tiene valor: no puede ser objeto de contrato lo que no se puede contratar.
Marqués. Lo mismo dicen todos, hijo mío, lo mismo. Sigue, sigue, que sé todo lo que me vas a decir, pero no olvides que tú eres el séptimo caso... sí. Eso es, sí. ¡El séptimo!
Daniel. Ud. es un hombre que debía estar en presidio por infame.
Marqués. ¿Qué? ¿Nada más? Te estoy agradecido; ahora has dicho menos que los otros seis; hijo mío, muchas gracias.
Daniel. Bueno, acabemos de una vez.
Marqués. Precisamente, ese es mi deseo, hijo mío.
Daniel. Entendámonos como los hombres.
Marqués. Después de haber procedido como canallas, ¿verdad? ¡Ya es tarde, hijo mío! ¡Ya es tarde!
Daniel. En cambio de ese documento le firmaré uno reconociendo el doble de la deuda, pagadero dentro de una semana; mi suegro me proporcionará esa cantidad.
Marqués. No te molestes, hijo mío, no te molestes en hablar tonterías, te conozco bien..., y sé que tu suegro no te dará ni un céntimo.
Daniel. Me lo ha prometido mi mujer; ella se lo pedirá y no podrá negárselo.
Marqués. ¿La nena ha dicho eso? ¡Quién! ¿la nena? No, hijo mío, yo sé que la nena no ha podido decir eso... no, hijo mío..., yo conozco á la nena, y sé que no ha podido decir eso.
Daniel. Pues yo necesito ese documento.
Marqués. ¿Cuándo?
Daniel. ¡Ahora mismo!
Marqués. ¿Ahora mismo? No, hijo mío, todavía no puedo devolverte el documento; no, todavía no, ¡caramba, hijo mío, caramba! ¡Qué cosas tienes, hijo mío!
Daniel. Pues yo lo necesito y lo tendré. "

Adelardo Fernández Arias también conocido por su seudónimo el Duende de la Colegiata
Los irresponsables













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