Annie Ernaux

"Al salir de la consulta me enojé conmigo misma por haber echado a perder mi última posibilidad. No había sabido jugar a fondo el juego que exigía el hecho de burlar la ley. Hubiera bastado con un suplemento de lágrimas y súplicas, con una mejor representación de la realidad de mi desasosiego, para que él accediera a mi deseo de abortar. (Al menos así lo creí durante mucho tiempo. Sin razón, quizá. Sólo él podría decirlo.) Por lo menos trató de evitar que yo muriera de una septicemia.
Ni él ni yo pronunciamos la palabra aborto ni una sola vez. Era algo que no tenía cabida dentro del lenguaje.
(Ayer por la noche soñé que me encontraba en la situación de 1963 y que buscaba una forma de abortar. Al despertarme, pensé que el sueño me había devuelto exactamente al momento de postración e impotencia en el que entonces me encontraba. El libro que estoy escribiendo me pareció de pronto un intento desesperado. De la misma manera que cuando alcanzamos el orgasmo tenemos, como en un flash, la impresión de que «todo está ahí», el recuerdo de mi sueño me persuadía de que había obtenido sin esfuerzo lo que de forma infructuosa intentaba encontrar con las palabras —lo cual hacía inútil mi escritura.
Pero en este momento, en el que ya ha desaparecido la sensación que he tenido al despertarme, la escritura vuelve a ser una necesidad. (Una necesidad todavía más fuerte al estar justificada por el sueño.)
Las dos chicas a las que consideraba mis amigas en la residencia se habían marchado. Una se encontraba en el sanatorio de los estudiantes de Saint-Hilairedu-Touvet, y la otra estaba preparando un diploma de psicología escolar en París.
Les había escrito diciéndoles que estaba embarazada y que quería abortar. No me juzgaban, pero parecían asustadas. No era precisamente el miedo de los demás lo que yo necesitaba, y, además, no podían hacer nada por mí.
Conocía a O. desde el primer año de facultad, su habitación estaba en el mismo piso que la mía, salíamos a menudo juntas, pero no la consideraba una amiga. En el cotilleo que caracteriza a menudo, sin afectarlas ni envenenarlas, las relaciones entre chicas, me unía a la opinión de quienes la juzgaban pesada y pegajosa. Sabía de su avidez por conocer secretos que le sirvieran como tesoros para ofrecer a las demás y que la convirtieran, durante una hora, en más interesante que pegajosa. En fin, siendo una burguesa católica que respetaba las enseñanzas del Papa sobre la contracepción, debería haber sido la última a quien yo me confiara. Sin embargo, fue mi confidente desde diciembre hasta el final.
Constato lo siguiente: el deseo que me empujaba a contar mi situación no tenía en cuenta las ideas ni los posibles juicios de aquellos a quienes me confiaba. En la impotencia en la que me encontraba, era un acto por medio del cual intentaba arrastrar al interlocutor a una visión alarmante de la realidad."

Annie Ernaux
El acontecimiento


"Cuando escribo no hay un lector delante de mí, no tengo la sensación de que haya alguien leyendo sobre mi espalda, pero sí reconozco que cuando entrego un libro a mi editor tengo miedo, un miedo no a la mirada de los otros, sino a no haber sabido transmitir todo lo que querría."

Annie Ernaux


"El patois había sido la única lengua de mis abuelos. Hay gente que aprecia lo “pintoresco del patois” y del “francés popular”. A Proust, por ejemplo, le encantaba subrayar las incorrecciones y las palabras antiguas que utilizaba Françoise. Lo estético es lo único que le importa, porque Françoise es su criada, no su madre. Pero él no sintió nunca cómo esos giros le venían espontáneamente a los labios."

Annie Ernaux
El Lugar




"En primavera, mi espera se volvió continua. Desde principios de mayo hacía un calor prematuro. Empezaban a verse vestidos de verano por las calles, las terrazas de los bares estaban llenas. Se oía sin tregua un baile exótico, la lambada, cantado por una mujer de voz susurrante. Todo significaba nuevas posibilidades de placer, y yo atribuía a A. el propósito de aprovecharlo sin contar conmigo. Su puesto, sus funciones en Francia me parecían muy relevantes, susceptibles de despertar la admiración de todas las mujeres; yo me infravaloraba en proporción inversa, al no encontrar en mí nada interesante capaz de retenerlo a mi lado. Cuando iba a París, a cualquier barrio, siempre esperaba verlo pasar en su coche con una mujer al lado. Yo caminaba muy envarada, en una actitud previa de orgullosa indiferencia ante este encuentro. Que este, por supuesto, jamás se produjera me decepcionaba aún más: yo andaba sudorosa de un lado a otro ante su mirada imaginaria por el Boulevard des Italiens, mientras estaba en cualquier otro lugar, inaccesible. La imagen de él circulando con las ventanillas del coche bajadas y el radiocasete a todo volumen, en dirección al parque de Sceaux o al bosque de Vincennes, me atormentaba.
Un día, en una revista semanal de programación televisiva, empecé a leer un reportaje sobre una compañía de baile procedente de Cuba, de gira por París. El autor hacía hincapié en la sensualidad y libertad de las cubanas. En una foto se veía a la bailarina entrevistada, alta, con el cabello muy negro y sus largas piernas desnudas. A medida que avanzaba en la lectura, un presentimiento crecía en mí. Al final, estaba segura de que A., que había estado en Cuba, había conocido a la bailarina de la fotografía. Le veía con ella en una habitación de hotel, y en ese momento nada me habría convencido de que esta escena era inverosímil. Al contrario, la hipótesis de que no hubiera existido me parecía estúpida e inimaginable.
Cuando él telefoneaba para que nos viéramos, su tan esperada llamada no cambiaba nada, yo seguía con la misma dolorosa tensión de antes. Me hallaba en un estado en el que ni siquiera la realidad de su voz conseguía hacerme feliz. Todo era una carencia sin fin, salvo el momento en que estábamos juntos haciendo amor. Y, aun así, me obsesionaba el momento que le seguiría, cuando se hubiera marchado. Vivía el placer como un dolor futuro."

Annie Ernaux
Pura pasión


"Está claro que las mujeres ahora somos más libres. Los cambios mayores se han producido a partir de 2010 con el fenómeno #Metoo, pero no podemos reducirlo solo a eso. Había ya un cambio en las chicas que tenían 20 años en el 2010, con mucha más consciencia de que la vida les pertenecía nada más que a ellas. Ahora que tengo una nieta de 18 años lo veo de una manera mucho más evidente. Para ella la finalidad de su vida no es el amor ni el matrimonio, pero además esa libertad la percibo en sus proyectos, en sus pensamientos. También creo que, igual que han cambiado las mujeres, ha cambiado la mentalidad de los chicos más jóvenes. La virilidad tradicional ha sido puesta en entredicho por los propios hombres."

Annie Ernaux



Han pasado varios meses desde que, en noviembre, empecé este relato. Me ha llevado mucho tiempo porque poner al día hechos olvidados no me resultaba tan fácil como inventar. La memoria se resiste. No podía contar con los recuerdos que me trajera el chirriar de la campanilla de una tienda vieja o el olor del melón demasiado maduro, porque en esas cosas solo me encuentro a mí misma; y mis vacaciones de verano en Y…; el color del cielo, el reflejo de los álamos en el Oise cercano no tenían nada que enseñarme. Es en la manera en que la gente se sienta y se aburre en las salas de espera, se dirige a sus hijos o se dice adiós en los andenes de las estaciones, donde he buscado el rostro de mi padre. En esos seres anónimos con que tropiezo en cualquier  parte, portadores sin saberlo de signos de entereza o de humillación, he vuelto a encontrar la realidad olvidada de su condición.

Annie Ernaux
El Lugar



"La escritura es política, y para mí un acto político supremo."

Annie Ernaux



"La urbanidad era el valor dominante, era el primer principio del juicio social. Consistía, por ejemplo, en:
Corresponder a una comida, a un regalo —observar estrictamente el orden de edad en las felicitaciones de Año Nuevo—, no molestar a la gente yendo a sus casas sin avisar y haciéndoles preguntas directas, no hacer afrentas rechazando una invitación o el dulce que te ofrecen, etcétera. La urbanidad permitía estar a bien con la gente y no dar pie a comentarios. No mirar dentro de las casas cuando se pasaba por el patio comunal no significaba que no se quisiera ver el interior, sino que no se quería que te pillaran intentándolo. Los saludos en la calle, los buenos días que se daban o se denegaban, la forma de llevar a cabo o de no llevar a cabo ese rito —con distancia o jovialidad, deteniéndose para estrechar la mano y decir algo, o, por el contrario, seguir caminando— eran objeto de una atención puntillosa, de apreciaciones: «No me habrá visto», o «Tendría prisa». No se perdona a quienes niegan la existencia de los demás no mirando a nadie.
Considerada como una barrera de protección, la urbanidad resultaba inútil entre marido y mujer, y entre padres e hijos, incluso era considerada como una hipocresía o una maldad. La rudeza, el mal humor y el hablarse a gritos constituían las formas habituales de la comunicación familiar.
Ser como todo el mundo era el objetivo general, el ideal que debía alcanzarse. La originalidad pasaba por excentricidad, incluso como la señal de estar chiflado. Todos los perros del barrio se llamaban Toby o Boby.
En el café-colmado vivimos en medio de la gente, que es como llamamos nosotros a la clientela. La gente nos ve comer, ir a misa, al colegio, nos oye cuando nos lavamos en un rincón de la cocina o cuando hacemos pis en el orinal. Esta exposición continua nos obliga a mostrar una conducta respetable (no hay que insultarse ni decir tacos, ni tampoco hablar mal de los demás), a no manifestar ninguna emoción, ya sea de alegría, de cólera o de tristeza, a disimular todo lo que pueda ser objeto de envidia o curiosidad, o podría ser contado. Sabemos muchas cosas sobre los clientes, sus recursos y su forma de vida, pero damos por sentado que ellos no deben de saber nada sobre nosotros o lo menos posible. Así, «delante de la gente» está prohibido decir cuánto ha costado un par de zapatos, quejarse de dolor de tripa o decir las notas que se han sacado en el colegio, de ahí la costumbre de arrojar un trapo sobre la tarta comprada en la pastelería, o la de deslizar debajo de la mesa la botella de vino cuando llega un cliente. De esperar a que no haya nadie para discutir. Si no, ¿qué van a pensar de nosotros?"

Annie Ernaux
La vergüenza


“Los acontecimientos y la política tienen influencia en nuestra vida, incluso aunque no nos interesen.”

Annie Ernaux



“Nada de poesía del recuerdo, nada de alegre regocijo. Una forma de escribir plana es la que me resulta natural, la misma que empleaba en otro tiempo para escribir a mis padres y contarles las noticias más importantes.”

Annie Ernaux



"No se trata de hablar de mí, sino de encontrar a través de uno mismo algo común, algo que pueda pertenecer a los otros. Por eso estoy en una postura de buscar siempre la verdad."

Annie Ernaux


"No tengo la impresión de ser valiente, no es valentía, es necesidad."

Annie Ernaux



"Puedo aceptar que mi literatura sea cruda, porque jamás he escrito en busca de una una frase bonita. He huido siempre de la escritura ornamental. Busco frases justas y verdaderas, no hermosas."

Annie Ernaux












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