Ariel Ferraro

Cuando toque el olvido

Aquí en los palomares de la nieve,
Junto a la luz que asume las más altas miradas
El Famatina brota por árboles de luna,
Donde vienen las nubes, a desandar lo andado.
Es aquí,
Donde al tiempo de la estación madura,
Elabora el verano sus fértiles arropes
Desparramando al aire su trigo de cigarras.
Y ovillando su sombra de corazón de hierro
Mira sus venas ciegas derramarse en el limo,
Como un alambre puro y anchamente mojado.
Que abierto en barriletes floridos de esmeralda,
Clavetea las uñas de los algarrobales.
Y trazando multiformes garabatos de savia
Sube a las rojas mieles pedregosas del higo,
Se enreda al cascabel forestal de las nueces
Y amagando bagualas
Se asoma en la pupila liquen de los racimos.
Por el hueco misterio de su abeja de fuego,
El Famatina crece.
De su cúpula, cóndores
Parten hacia las reses;
De su panal de plata,
Parten sueños de siglos.
Y el Famatina crece
Como una sangre cierta,
Por entre silenciosas campanas de sonido:
Leche adentro del oro;
Trueno adentro del vidrio
Alcancía celeste: mirador de los días.
Por el revés del tiempo yo regreso a la fruta
En tu orilla de piedra quiero sembrar mis huesos.
Y amanecer en polen
Cuando toque el olvido.

Ariel Ferraro seudónimo de José Humberto Pereyra


El hombre saharaui

Con vestigios de opresión sobre los hombres
y este cansancio secular desnudo.
Voy pisando las dunas abismales
con el fusil alerta en las espaldas

Soy un hombre de arena,
el que lucha sin tregua contra los elementos
y domina el epicentro inhóspito
de esta acabada soledad estruendosa,
donde el silencio es humo que resuena
clamando entre los siglos la identidad en derrumbe.

No salí de mi tierra, ni siquiera en ese entonces,
cuando mares absurdos de erosión y granito
cercenaron praderas y bosques en la anchura.

Se secó el anhelo de los ríos,
se ahorcaron los pájaros de un vértice frío
y la naturaleza trajo viento por agua,
dureza por dulzura, junto al fósil del árbol.

Soy el hombre de arena,
aquel que vio la clara paloma del desierto
naufragar en sus alas, bajo un cielo de espinas.

Soy el hombre de arena,
el beduino de un sueño que reclama a las cosas,
que llegue pronto el día de una justicia cierta
y que el hombre la lleve sin manos de peligro.

Soy el hombre de arena,
el que lleva el machete blandiéndose en la espera
por proclamar el alba del día saharaui.

Ariel Ferraro


El rabdomante

" El pastor de agua silba a un manantial y  
he aquí que éste, brotando de su lecho, se
adelanta siguiéndolo. "      Henri Michaux

Adscripto entre vestigios y palomas
llega en las amarillas escamas del otoño
a presenciar la fiesta carnal de la vendimia.

Humillado y soberbio como un escarabajo,
Envuelto entre sus ropas lejanas y apagadas,
Su edad está en pedazos caídos de la Biblia.

Nadie sabe el secreto de su boca desnuda,
manantial agridulce de la sentencia viva.
Nadie sabe qué nombre perdió por los caminos
ni en qué sauce de lluvia se dieron los poderes.

¿Qué desoladas máscaras derrumbaron sus días
por los extraños ritos de fuegos herrumbrados.
Allí donde la harina se hace desmelenada
brotando del sombrero
como un vástago ciego de la sabiduría?

Él conoce las leyes de la fauna dispersa
y el aguijón del vino semental y perfecto.

Y entre los cartabones de su pan desterrado,
va gritando palabras forestales de miedo;
como si por el ojo de la llave del mundo
divisara la muerte sedienta de la tierra.

Por eso es que en sus dedos la obstetricia encantada
pinta de verde el duro corazón de los bueyes.
Mientras la noche, a solas, le seguirá sus pasos
florecida en la luz
de un maíz de luciérnagas.

Ariel Ferraro


Rioja del sur

Partiendo días, deshojando nombres,
estoy en ti donde me nutro y canto.
Y arde mi voz sedienta y sin amparo
bajo los rumbos de tu rumbo solo.

Y te pronuncias, oh sur, bajo mis ojos
y te retuerces entre el polvo abierto.

Ah, las veces que me habré mirado,
sobre la luna de tu espejo duro
con palabras que al decirlas me desangran.

Yo fui orfebre, pastor y hasta custodio
de todas, todas tus dolidas cosas,
que tanta falta hicieron en los días
en que doblé mi nombre en las ciudades.

Oh sur, oh nombre que se ensancha,
como el dum-dum de caja novenera.
Que se gana en los labios y en las venas
y anda ciego buscando sobre el pecho
la rosa capital, para arrastrarla.

Que se nos viene en todos los insomnios
con sus médanos rotos y espinudos;
con ese viento zonda que enloquece,
revolcado en el infierno y en la melancolía.
Con el zumo de panzudos algarrobos
y cien nombres montoneros a caballo,
para que tomen gracia los que vengan
a decirnos que no tuvimos nada.

Oh mi tierra del sur,
quebrada por la guerra de los años.
Estás en mí como una vieja pérdida,
doliendo sin tenerte;
dejando la saliva gusto a sombra,
cuando vuelvo a tus cosas apagadas.
Cuando veo tus ranchos rebotando
bajo aquel largo miedo de los llanos.

Cuando siento que se mueren poco a poco
las barbas dolorosas del abuelo
y en los techos se ahorcan las guitarras.

Oh mi tierra del sur...
En la paz crucificada de tus predios,
la flor aborta entre tus andurriales
con pétalos de arena y garfios duros,
y crece entre osamentas torturadas.

Y el viento arrea sus majadas de polvo.
Y te quedas allí, sur,
como una albricia sin sentido,
o como muchas cosas
tal vez innumerables.

Ariel Ferraro


Vía muerta

Mi suburbio con pájaros ausentes,
sin banquinas ni el aire laboral.
Y estos rieles paralelos a la fiebre
que hoy me siguen, queriéndome llevar.

Ya no soy ese viajero de la niebla
que pasaba mirándote salir.
Tu cintura de niña era una fiesta,
bajo el sobrio paisaje carmesí.

Pero casi me olvido de este otoño,
ya no somos los que fuimos una vez:
una luna de insomnio en los ligustros
y en la ochava tu sombra no se ve.

Pero casi me olvido de este otoño,
ya no somos los que fuimos una vez.
Mi tranvía se muere en el destierro.
Y tu barrio sin nombre ya se fue.

Ariel Ferraro









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