Ignacio Ferrando

"La escritura de un libro de relatos (el proceso) tiene poco que ver con el de una novela. Para mí, es mucho más exigente, a nivel creativo, escribir un libro de relatos. La novela, sin embargo, exige un compromiso mayor y el trabajo diario. En mis libros de relatos suelo favorecer las historias en detrimento de los personajes, que son dibujados por apenas dos o tres rasgos, los necesarios. En las novelas, sin embargo, disfruto entrando dentro del personaje, alimentando su complejidad y consolidándolo a través de capas sucesivas (unas conscientes, otras no tanto)."

Ignacio Ferrando



"No hay que sentirse culpable por dejar un libro a medias, todo lector tiene ese derecho."

Ignacio Ferrando



“Para ser escritor hay que estar dispuesto a darlo todo a cambio de casi nada.”

Ignacio Ferrando



"Pretender vivir de la literatura no es una actitud sana, crea servidumbres interesadas. Yo nunca me he planteado vivir de mis libros, dedicarme a otras cosas me ha permitido tener más libertad y escribir lo que de verdad quería."

Ignacio Ferrando




"Soy bastante exigente con mis lecturas pero creo que hasta de los libros malos se puede aprender, siempre que se miren con interés antropológico."

Ignacio Ferrando



"Tengo el auricular entre el oído y el hombro y trato de ponerme el pantalón haciendo equilibrios. La balconera está abierta y cualquiera, a esas horas, podría verme por la ventana. En la mano sigo teniendo la masa blandengue, ahora templada, del preservativo. Julia y yo no podíamos tener hijos. Entre nosotros, era ridículo usar métodos anticonceptivos. Nos hicimos las pruebas hace dos años. Los resultados no fueron concluyentes, pero sí descartaron cualquier tipo de fecundación convencional. Nunca se lo he dicho a Ann. No sólo por su reacción cuando sepa que no puedo darle críos, sino, sobre todo, por la humillación de sentirme incompleto ante ella. Tiene a su alcance a todos los hombres del mundo -una legión de mequetrefes locos por idolatrarla-, ¿por qué iba a conformarse con un cuarentón cargado de inseguridades, con alguien que va cuesta abajo y que vive su segunda oportunidad con ella porque no supo aprovechar la primera? A veces siento que se la estoy arrebatando a otro, que la estoy privando de algo que debería experimentar por primera vez. Nunca se vuelve a amar con la misma intensidad. Las segundas oportunidades sólo forman parte de un proceso de reconstrucción. Estoy seguro de que, si se lo hubiera dicho, Ann se hubiera mostrado indulgente, desenfadada, habría dicho que sólo tiene veintiséis años y que a los veintiséis años nadie piensa en críos, y menos ahora, con los estudios y el doctorado de por medio. Diría que era comprensible, que yo no tenía la culpa, que sólo era una víctima de algún tipo de azar biológico, de mala suerte o de lo que fuera. Incluso podía verla arrogándose ese conformismo tan poco creíble, tan generoso, tan suyo, convirtiéndose en mártir y sacrificándose solemnemente por nosotros, por lo nuestro. Pero estoy convencido de que, a medio plazo, incluso antes, Ann me lo echaría en cara. Se daría cuenta. Afloraría la imagen de esos matrimonios sin hijos, casi siempre aburridos, la sensación agridulce cuando vinieran a casa los hijos de los otros, los sobrinos. Entonces me reprocharía la facilidad con que nos habíamos rendido."

Ignacio Ferrando
La quietud


"Y mientras Inés apaga el horno en algún punto de Madrid, yo observo, al otro lado del local, a Daisy sirviéndole vino al americano. Su pareja se levanta para hablar con el camarero y regresa con una cajetilla de fósforos de madera. El pelo liso, el flequillo más bien lacio y las gafas de pasta le dan un vago parecido con el escritor Peter Handke en los años setenta. Inés debe de tener una de esas cocinas amplias, con isleta y encimera kilométrica. Sus tacones resuenan y escucho la bisagra de una puerta que se cierra con un golpe seco. Luego el sonido de una copa de cristal sobre una superficie de formica o de mármol. En la mesa de los americanos, el chico coge tres cerillas de madera y las pone perpendicularmente sobre el filo de un cuchillo. Están equidistantes, pero dos de ellas tienen la cabeza roja hacia la derecha, mientras que la otra, la del centro, queda hacia la izquierda. El joven las enciende simultáneamente y los tres fósforos prenden sin problemas y se consumen rápido. El vástago se ennegrece y hace que las cabezas, convertidas en ceniza, caigan sobre el mantel blanco, primero la que apunta a la izquierda, y después, casi de un modo simultáneo, las dos que apuntan a la derecha. La cerilla del centro se ha apagado antes de consumirse y ha quedado sin quemar. Los restos, convertidos en carbonilla, han dejado un cerco amarillo sobre la tela que el chico barre con la palma de la mano, tratando de ocultarlos. Casi puedo ver el mantel quemado, una docena de orificios similares a los agujeros de tabaco que había sobre el edredón. Daisy ríe —¿por qué ríe?, ¿a qué viene todo esto?— y el americano parece satisfecho porque lo que quiera que pretendía demostrar ha sido demostrado.
[...]
Nos cruzamos y, justo en el punto medio, levanta el rostro y me saluda. No nos parecemos en absoluto —él es más alto y más joven y lleva una barbita en forma de ancla—, pero durante un segundo me pregunto qué hará un tipo así en el Ponte Palatino, paseando como yo, soportando la lluvia y la humedad, tratando de perderse. De las tres veces que he estado en Roma, jamás he cruzado el límite del río. La ciudad al otro lado es como un campo de batalla. Por todas partes hay zanjas y balizas luminosas, señales indicadoras de provisionalidad. A la derecha de la Via dei Cerchi quedan las ruinas de docenas de edificios, de templos que circundan el foro. Cuando giro por la avenida de San Gregorio diviso el paredón ovalado del Coliseo. Está iluminado por todas partes como un ovni. Los focos que surgen de los nichos donde antes estaban las estatuas de los emperadores apuntan hacia el cielo. Más bien parece una nave nodriza aterrizada en mitad de la noche. Y mientras camino hacia ella y me fundo con esa luz, recuerdo que Paula me dijo que, cada vez que se suspende una ejecución, iluminan el anfiteatro del Coliseo, y empiezo a preguntarme qué ejecución ha sido suspendida, en honor de quién, si después de todo ha sido la de Julia, o la de Inés, la de ese hombre con el que acabo de cruzarme, o, como sospecho y todo parece indicar, la mía propia."

Ignacio Ferrando
Referencial












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