Jérôme Ferrari

"El hecho es que las cosas terminan."

Jérôme Ferrari



"La fotografía capta un fragmento parcial de la realidad."

Jérôme Ferrari


“La radicalización del movimiento nacionalista corso se debió a la sordera del Estado francés.”

Jérôme Ferrari


"Los conoce a todos, es cierto, ha vivido con ellos, ha bautizado a los más jóvenes, ha casado a Lætitia O. con el pedazo de animal de Xavier S., que se enjuga ostensiblemente la frente resoplando como una bestia en su abrevadero, incluso ha oído a muchos en confesión, en la que se cuidaban de revelarle sus auténticos pecados precisamente porque ellos también lo conocían a él, demasiado bien, y pasaban vergüenza delante de él, de modo que se acusaban profusamente de faltas precisas pero menores y abstractas, y no solo abstractas sino completamente imaginarias, como él mismo había hecho antes de su primera comunión, cuando lo habían obligado a confesarse con el viejo cura que lo había visto crecer, al que hipócritamente había recitado con un tono contrito de tartufo, antes incluso de recibir la hostia, una lista de pecados extraída palabra por palabra de una guía preparatoria para niños, no he rezado mis oraciones nocturnas, me he peleado con mis hermanos, he consentido malos pensamientos hacia mis padres, cuidándose de evocar la insoportable concupiscencia que le retorcía el vientre y lo precipitaba a la agonía compulsiva de la masturbación o la dulce voluptuosidad que experimentaba al maldecir en cualquier situación y moler a palos a sus compañeros de clase. Los muchos años de contacto con quienes le resultaban tan cercanos desde hacía tanto tiempo habían terminado por persuadirlo de que el sacramento de la confesión debía ser inevitablemente mancillado por la mentira, hasta que se instaló en el continente, entre feligreses que no lo conocían y se le confesaban con una franqueza que él en ocasiones juzgaba excesiva y que le resultaba penosa, hasta el punto de que a veces soñaba con los encantos de la vida monástica. Si el amor al prójimo fuera cosa fácil, bien lo sabe él, Jesucristo no se habría tomado la molestia de convertirlo en el primero de los deberes. El padrino de Antonia se esforzaba constantemente por dominar su voluntad mediante la oración para practicar lo mejor posible el amor a un prójimo cuya voz cuchicheante dibujaba en la sombra el cuadro repugnante de la bajeza humana, las ambiciones, los celos mediocres, la mezquindad, la avaricia, el goce y los deseos sórdidos, la humedad de los pequeños delitos cotidianos, el pecado sin brillo como el ojo muerto de la serpiente. Sentado en el confesionario, le parecía chapotear en una cloaca. Todos los meses, un anciano le confesaba que espiaba la salida del baño de una sobrina que pasaba muchos fines de semana en su casa para no abandonarlo en su soledad. El ojo oscurecido por la catarata seguía el curso de las gotas de agua que resbalaban por el cuerpo de la joven envuelta en una toalla de rizo, acechando el momento en que la caída de la toalla revelaría quizá la desnudez húmeda que cien veces él había acariciado en la intimidad perversa de sus sueños, perdóneme, padre, si supiera cómo me arrepiento, todos los meses recibía, además de la absolución, vigorosas exhortaciones a reformar su conducta, pero al mes siguiente volvía, enriqueciendo el relato con un detalle suplementario, evidentemente innoble, la recogida de vello púbico en el plato de ducha, un agujero abierto con taladro en la puerta, a tal extremo que el padrino de Antonia acabó por pensar que nada de todo aquello era cierto y que al hombre le procuraba placer elaborar el relato fantástico de un pecado que no se atrevía a cometer, hasta el punto de acusarse de él, de tal modo que, a través de la escucha atenta, el cura se hacía cómplice a su pesar de un doble sacrilegio y además alentaba la reincidencia."

Jérôme Ferrari
A su imagen


"Un bar tiene todas las características de un micromundo. En un bar de pueblo cristaliza la vida de diversas personas y creo que difícilmente se puede imaginar un mundo estético más pequeño que ese. Es un escenario cerrado y trágico."

Jérôme Ferrari



"Y ahora aguardaba mirando por la ventanilla la aparición de las Baleares, que le ofrecían la promesa de un consuelo próximo, el del regreso a la dulzura de un país natal que no la viera nacer, y su corazón se puso a latir con más fuerza hasta que distinguió la línea gris de la costa africana y supo que por fin estaba de regreso en su casa. Ahora era en Francia donde se sentía exiliada, como si el hecho de no respirar cotidianamente el mismo aire que sus compatriotas hubiera hecho que las preocupaciones de estos se le volvieran incomprensibles y vanas las palabras que le dirigían, una misteriosa frontera invisible había sido trazada alrededor del cuerpo de ella, una frontera de vidrio transparente que no tenía ni el poder ni el deseo de atravesar. Debía hacer esfuerzos agotadores para seguir la conversación más banal, y a pesar de esos esfuerzos no lo lograba, constantemente debía pedir a sus interlocutores que repitieran lo que acababan de decir, a no ser que renunciara a responderles para retirarse en el silencio de su frontera invisible, y el hombre que pronto ya no compartiría su vida con ella se sentía constantemente herido por ese motivo, le hacía reproches de los que ella ya ni siquiera se defendía puesto que había renunciado a luchar contra su propia frialdad, contra el atrevimiento y la injusticia que se habían instalado en su mal corazón. Fue solo al llegar al aeropuerto de Argel, luego a los locales de la universidad, y aún más a Annaba, cuando se reconcilió con la bondad. Soportaba alegremente la interminable espera en las ventanillas de la policía de fronteras, los embotellamientos y los vertederos al aire libre, los cortes de agua, los controles policiales, y la fealdad estalinista del gran hotel estatal donde se alojaba todo el equipo en Annaba, con sus destartaladas habitaciones que daban a pasillos desiertos, le parecía casi emocionante. No se quejaba de nada, su asentimiento era total, pues cada mundo es como un hombre, forma un todo del que es imposible echar mano a voluntad, y hay que tomarlo o dejarlo como un todo, el fruto y las hojas, el trigo y la paja, la ignominia y la gracia. En un remanso de polvo y mugre reposaban el amplio cielo de la bahía, la basílica de Agustín y la perla de una inagotable generosidad cuyo resplandor bañaba el polvo y la mugre. Cada quince días, sin embargo, volvía a París para pasar el fin de semana con su padre. Cuando les anunció que estaba enfermo, todos los colegas de Aurélie la colmaron de atenciones. Le regalaban kilos de pastelitos para su padre, y oraciones para que sanara. Massinissa Guermat insistía en acompañarla al aeropuerto y la esperaba allí a su vuelta. A principios del mes de abril, estaba sentada con su madre junto a la cama del hospital donde su padre trataba de recuperar fuerzas tras el tratamiento. Se había afeitado la cabeza para no ver cómo se le caía el cabello. Pidió un vaso de agua que Aurélie le sirvió. Lo soltó al llevárselo a los labios, se le desorbitaron los ojos y se desvaneció."

Jérôme Ferrari
El sermón sobre la caída de Roma












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