José Joaquín Fernández de Lizardi

"¿A quién no le gustan sus hijos por feos que sean?"

José Joaquín Fernández de Lizardi



“Al sastre y aun al zapatero, lo estimarán más en todas partes, que no al hidalgo tuno, ocioso, trapiento y petardista.”

José Joaquín Fernández de Lizardi


"Aquí yace El Pensador Mexicano quien hizo lo que pudo por su patria."

José Joaquín Fernández de Lizardi
Epitafio





"Así que cuando tengáis hijos, cuidad no sólo de instruirlos con los buenos consejos, sino de animarlos con los buenos ejemplos."

José Joaquín Fernández de Lizardi




"Así que las dos se comunicaron sus penas, estrecharon más su amistad y se consolaban mutuamente ó lloraban con mucho disimulo, por temor de alamar con su imprudencia la vigilancia de las monjas. Pero dejemos á Carlota cumpliendo su año de noviciado, mientras nos dirigimos á la Habana para saber qué es lo que hacía Welster.
Éste, luego que llegó, comenzó á realizar sus proyectos con la mayor eficacia, para regresarse pronto á esta ciudad. Ya casi los había concluido felizmente, cuando una tarde, andando de paseo, se quebró la calesa, que cayó con él, y le lastimó una pierna tan malamente, que los cirujanos temían que la perdiera.
Siete meses estuvo en una cama sin poderse levantar, hasta que por fin, á costa de sufrimientos y de dinero, logró quedar enteramente bueno.
No tanto le desesperaba su mal, cuando no tener noticia de Carlota. Tres veces le escribió y otras tantas le quedó esperando la respuesta; ¿pero cómo la había de tener si en México no sabían sus conocidos dónde estaba? El señor Labín, á quien venían las cartas de Jacobo, se volvía loco por inquirir el paradero de Carlota; pero todas sus diligencias eran vanas. Mil veces llegó á pensar que la había matado su cruel padre. Como que era amigo verdadero de Jacobo, tomaba el mayor interés en serenarlo, y así, unas veces le decía que estaba en una hacienda al tiempo que salió el correo marítimo; otras que estaba algo enferma, y otras que se había extraviado la contestación en el camino."

José Joaquín Fernández de Lizardi
La quijotita y su prima


"Comúnmente cuando alguno está muy pobre, dicen que “está haciendo versos”. Parece que estas voces “poeta y pobre” son sinónimas, o que el tener la habilidad de poetizar es un anatema para perecer."

José Joaquín Fernández de Lizardi


"El azote, hijo mío, se inventó para castigar afrentando al racional y para avivar la pereza del bruto que carece de razón; pero no para el niño decente y de vergüenza que sabe lo que le importa hacer y lo que nunca debe ejecutar, no amedrentado por el rigor del castigo, sino obligado por la persuasión de la doctrina y el convencimiento de su propio interés."

José Joaquín Fernández de Lizardi


"El hombre que se complace en afligir a otro su semejante no puede menos que tener un alma ruin y un corazón protervo."

José Joaquín Fernández de Lizardi



“El miserable trae en su misma miseria una carta de recomendación de Dios para sus semjantes.”

José Joaquín Fernández de Lizardi


"Es gana, hijo; los pobres no debemos ser escritores, ni emprender ninguna tarea que cueste dinero."

José Joaquín Fernández de Lizardi


"Es la mayor simpleza de muchos padres pretender tener a pura fuerza un hijo letrado o eclesiástico, aun cuando no sea de su vocación tal carrera ni tenga talento a propósito para las letras; causa funesta, cuyos perniciosos efectos se lloran diariamente en tantos abogados firmones, médicos asesinos y eclesiásticos ignorantes y relajados como advertimos."

José Joaquín Fernández de Lizardi


"Es una cosa que escandaliza a la naturaleza que una madre racional haga lo que no hace una burra, una gata, una perra, ni ninguna hembra animal y destituida de razón."

José Joaquín Fernández de Lizardi



"Ésta sí fuera asistencia honrosa, y los mayores elogios que pudieran lisonjear el corazón de sus parientes; porque las lágrimas de los pobres en la muerte de los ricos, honran sus cenizas, perpetúan la memoria de sus nombres, acreditan su caridad y beneficencia, y aseguran con mucho fundamento la felicidad de su suerte futura con más solidez, verdad y energía que toda la pompa, vanidad y lucimiento del entierro. ¡Infelices de los ricos cuya muerte ni es precedida ni seguida de las lágrimas de los pobres!
(…)
La pobre de su merced me reprendía mis extravíos, me hacía ver que ellos eran la causa del triste estado a que nos veíamos reducidos, me daba mil consejos persuadiéndome a que me dedicara a alguna cosa útil, que me confesara, y que abandonara aquellos amigos que me habían sido tan perjudiciales, y que quizá me pondrían en los umbrales de mi última perdición. En fin, la infeliz señora hacía todo lo que podía para que yo reflexionara sobre mí, pero ya era tarde. El vicio había hecho callos en mi corazón, sus raíces estaban muy profundas, y no hacían mella en él ni los consejos sólidos, ni las reprensiones suaves ni las ásperas. Todo lo escuchaba violento y lo despreciaba pertinaz. Si me exhortaba a la virtud, me reía; y si me afeaba mis vicios me exasperaba; y no sólo, sino que entonces le faltaba al respeto con unas respuestas indignas de un hijo cristiano y bien nacido, haciendo llorar sin consuelo a mi pobre madre en estas ocasiones. ¡Ah, lágrimas de mi madre, vertidas por su culpa y por la mía! Si a los principios, si en mi infancia, si cuando yo no era dueño absoluto de los resabios de mis pasiones, me hubiera corregido los primeros ímpetus de ellas, y no me hubiera lisonjeado con sus mimos, consentimientos y cariños, seguramente yo me hubiera acostumbrado a obedecerla y respetarla; pero fue todo lo contrario, ella celebraba mis primeros deslices y aun los disculpaba con la edad, sin acordarse que el vicio también tiene su infancia en lo moral, su consistencia y su senectud lo mismo que el hombre en lo físico. Él comienza siendo niño o trivial, crece con la costumbre y fenece con el hombre, o llega a su decrepitud cuando al mismo hombre en fuerza de los años se le amortiguan las pasiones."

José Joaquín Fernández de Lizardi
El periquillo sarniento



"Hallé a Tremendo paseándose frente del cementerio de San Lázaro; su vista, su cuerpazo, sus grandes bigotes y la soledad del campo me infundieron tanto temor que las rodillas se me doblaban, y más de dos veces estuve por volver la grupa; pero él me había visto y mi honor no debía quedar mal puesto en su opinión.
Con esta consideración y, acordándome que a los atrevidos favorece la fortuna, que quien da primero da dos veces y que toda la valentía que para estos casos se requiere es resolverse a morir o matar a su enemigo al primer golpe, me acerqué a Tremendo con mi sable desnudo, y a distancia de doce pasos le dije:
-Defiéndete, cobarde, porque va sobre ti todo el infierno.
El fuerte grito con que pronuncié estas palabras, el denuedo con que corrí a embestirle, los muchos tajos, reveses y estocadas que le tiré sin regla, la ninguna destreza que él tenía en el manejo de su arma y mi atrevida resolución para morir, impusieron a Tremendo de tal modo que ya no trataba de ofenderme, sino de defenderse solamente.
-Sosiégate, chico, me decía, sosiégate; si todo ha sido broma por verte y conocer tu valor, pero yo soy tu amigo y no quiero reñir con seriedad.
Por estas expresiones advertí que me había reconocido alguna superioridad sobre su sable; pero acordándome que donde las dan las toman, y que a veces el miedo acosado hace prodigios de valor, como lo acababa de hacer conmigo, me resolví a ceder; pues ya mi honor quedaba en su lugar y el formidable Tremendo se me daba a partido.
Me retiré tres pasos atrás, y con un tono harto grave le dije:
-Yo no dejo de reñir porque me protestas tu amistad; pero para otro día no te chancees con tanto peligro de tu vida.
Tremendo me ratificó de nuevo su cariño; los dos juramos sobre nuestras espadas no decir a nadie lo que había pasado; envainamos los sables, nos abrazamos estrechamente, nos besamos en los carrillos y nos fuimos al café muy contentos. En esto paró nuestro terrible desafío.
En el camino le conté lo que había dicho Modesto acerca de los duelos, y cómo están desaforados los militares y caballeros de órdenes que desafiaren, admitieren el desafío o intervinieren en él de cualquier modo, con la pena de aleves y perdimiento de todos sus bienes; y que si tenía efecto el desafío, aunque no haya riña, muerto o herida, con tal que se verifique que han salido al campo a batirse, sean castigados, sin remisión alguna, con pena de muerte."

José Joaquín Fernández de Lizardi
Don Catrín de la Fachenda


"La mayor maravilla de la Naturaleza que te sorprenda, la hizo el Creador con un acto simple de su suprema voluntad."

José Joaquín Fernández de Lizardi



“La prudencia consiste en poner medio entre los extremos.”

José Joaquín Fernández de Lizardi



"La venganza denota un alma baja que no sabe ni es capaz de disimular el más mínimo agravio."

José Joaquín Fernández de Lizardi


"Las lágrimas de una mujer hermosa y amada son armas eficacísimas para vencer al hombre más circunspecto."

José Joaquín Fernández de Lizardi



"Las mujeres saben muy bien aprovecharse de esta loca pasión, y tratan de dominar a semejantes maridos de mantequilla."

José Joaquín Fernández de Lizardi



“Muy bueno y muy justo es que los hombres amen a sus mujeres y que les den gusto en todo cuanto no se oponga a la razón; pero no que las contemplen tanto que, por no disgustarlas, atropellen con la justicia, exponiéndose ellos y exponiendo a sus hijos a recoger los frutos de su imprudente cariño.”

José Joaquín Fernández de Lizardi


"No hay remedio; saber callar es un principio de aprender, y el silencio es una buena tapadera de la poca instrucción."

José Joaquín Fernández de Lizardi



"No sé qué tiene un buen exterior que se respeta hasta en los muchachos."

José Joaquín Fernández de Lizardi


"¡Oh, si siempre los hijos siguieran constantemente los buenos ejemplos de sus padres!"

José Joaquín Fernández de Lizardi



"¡Qué ciego es el amor propio!"

José Joaquín Fernández de Lizardi


"¡Qué instable es la fortuna en esta vida! Apenas nos muestra un día su rostro favorable para mirarnos con ceño muchos meses."

José Joaquín Fernández de Lizardi


“Saber callar es un principio de aprender, y el silencio es una buena tapadera de la poca instrucción.”

José Joaquín Fernández de Lizardi



“Señores, es una torpeza pretender que en nosotros se corrija un vicio que ha crecido con la edad. Lo seguro es instruir a nuestra juventud en el modo de andar derechos, para que enmendando ellos este despilfarro enseñen después a sus hijos y se logre desterrar para siempre de nuestra posteridad este maldito modo de andar.”

José Joaquín Fernández de Lizardi



"Sólo el ser viejo ya es un motivo que debe ejercitar nuestro respeto. Las canas revisten a sus dueños de cierta autoridad sobre los mozos."

José Joaquín Fernández de Lizardi



"¡Tanto puede en nosotros la violencia y excesiva excitación de las pasiones, sean las que fueren, que nos engaña y nos saca fuera de nosotros mismos como febricitantes o dementes!"

José Joaquín Fernández de Lizardi











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