Juan Forn

“Cada viernes es una de esas piedras encontradas en la playa, puestas una al lado de la otra a lo largo de una absurda, inútil, hermosa repisa, que rodea un comedor en el que unos cuantos conversan y fuman y beben y distraídamente manotean alguna de esas piedras y la entibian un rato entre sus dedos y después la dejan abandonada entre las copas con restos de vino y los ceniceros llenos y las tazas con borra seca de café. Y cuando todos se van yo vuelvo a ponerla en la repisa, y apago las luces, y mañana o pasado con un poco de suerte volveré con una nueva de mis caminatas por el mar.”

Juan Forn


"El hijo le pregunta al padre cómo es estar muerto. “Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse”, le dice el padre."

Juan Forn


“El mar tiene esas cosas. La capacidad de generar las expresiones más cursis y las más inspiradas. Todo depende de la entonación, de la sintonía que uno haga con él. Hay quien dice que demasiada cercanía con el mar te lima. A mí me limpia, me destapa todas las cañerías, me impone perspectiva aunque me resista, me termina acomodando siempre, si me dejo atravesar, y es casi imposible no dejarse atravesar. Cuando viene el invierno, cuando el viento impide bajar a la orilla y hay que curtirlo de más lejos, es como si el mar se pusiera más bravío para acortar la distancia, para que lo sintamos igual.”

Juan Forn




El padre desvío los ojos y miró la pileta. —Como nadar de noche —dijo. Y las ondulaciones de la luz se reflejaron en su cara. —Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse.”

Juan Forn



“El vicio de todo lector voraz: comprar libros para tenerlos, para leerlos algún día.”

Juan Forn
Los viernes: tomo uno



"Era demasiado tarde para estar despierto, especialmente en una casa prestada y a oscuras.
Afuera, en el jardín, los grillos convocaban empecinados y furiosos la lluvia, y él se preguntó cómo podían dormir en los cuartos de arriba su mujer y su hijita con ese murmullo ensordecedor.
Tenía insomnio, estaba en pantalones cortos, sentado frente al ventanal abierto que daba a la terraza y al jardín. Las únicas luces prendidas eran los focos adentro de la pileta, pero la luz ondulada por el agua no conseguía matar del todo la sensación de estar en una casa ajena, el malestar indefinible con aquel simulacro de vacaciones.
Porque, en realidad, no estaba ahí descansando sino trabajando. Aunque el trabajo no implicase ningún esfuerzo en particular, aunque no tuviese que hacer nada, salvo vivir en esa casa con su mujer y su hija y disfrutar las posesiones de su amigo Félix, mientras éste y Ruth remontaban el Nilo y gastaban fortunas en rollos de fotos y guías egipcios sin dientes, a cuenta de una revista de viajes italiana.
Para calmarse, para atraer el sueño, pensó que no Iba a pisar Buenos Aires en todo el mes.
Viviría en pantalones cortos y sin afeitarse, cortaría el pasto, cuidaría la pileta, vería videos y escucharía música mientras su hija crecía delante de sus ojos y su mujer inventaba postres raros en la cocina. Y en todo ese tiempo quizá le dejaran algún mensaje mínimamente estimulante, o al menos catastrófico, en el contestador automático de su departamento.
Mientras tanto, a lo mejor Félix y Ruth decidían prolongar su viaje un mes más, o tenían un accidente, o se enamoraban los dos de un mismo Efebo andrógino y analfabeto en Alejandría. Un mes podía ser mucho tiempo en algunos lugares; un mes podía ser casi una vida. Para su hijita, por ejemplo. Tenía que empezar a vivir al ritmo de ella, como le había dicho su mujer. Día por día, hora por hora, lentamente. Tenía que asumir la paternidad de una vez, como dirían Félix y Ruth, si es que no lo habían dicho.
Entonces oyó la puerta. No el timbre sino dos golpecitos suaves, corteses, casi conscientes de la hora que era. Cada casa tiene su lógica, y sus leyes son más elocuentes de noche, cuando las cosas ocurren sin paliativos sonoros. Él no miró el reloj, ni se sorprendió, ni pensó que los golpes eran imaginación suya. Simplemente se levantó, sin prender ninguna luz a su paso y cuando abrió la puerta se encontró con su padre parado delante de él. No lo veía desde que había muerto. Y, en ese momento, supo incongruentemente que ya se había hecho a la idea de no verlo nunca más."

Juan Forn
Nadar de noche


“Hay un momento donde la mirada gira para dentro, ya estás en un paisaje interior, ya estás caminando en tu interior, es como cuando nadás, estás adentro más que afuera. Son los momentos espejo porque te vas a otra dimensión.”

Juan Forn


“La curiosidad me salvó. Me salvó del miedo, de la ignorancia. Fue lo único, en mi adolescencia, y es lo único, todavía hoy”.”

Juan Forn
Los viernes: tomo uno










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