Juan Francisco Ferré

"Como novelista, me gusta jugar y la ironía es muy valiosa. La televisión tiene una autoridad para cierta gente irrevocable y eso me preocupa. Y en este libro tienen también mucha presencia los móviles y ordenadores, porque las pantallas se han multiplicado en nuestro mundo."

Juan Francisco Ferré



"El cine cambió a los escritores del siglo XX y las series están cambiando la forma en la que entendemos la ficción."

Juan Francisco Ferré


"El libro es la tecnología que te llega más dentro, porque tiene una herramienta que no utiliza ningún otro arte: el lenguaje verbal. El discurso sigue siendo fundamental en la sociedad y la literatura tiene que seguir nombrando la realidad, hablando de lo que la gente vive y anticipándose."

Juan Francisco Ferré



"Si no es el dios K en persona, ¿quién es ese individuo alto y fornido que lleva puesta una máscara con su rostro impreso en ella? ¿Quién es ese individuo de cabeza rapada y qué se propone hacer en esta habitación? Aparte de la máscara expuesta con demasiado descaro, este enigmático individuo de intrigantes intenciones viste unos vaqueros lavados, unas zapatillas deportivas y una sudadera negra con una capucha retirada que abulta en su espalda. A juzgar por las peculiares actividades a las que se consagra en este momento podría decirse que se propone filmar una película, una anómala película, desde luego, de las que no se exhibirán nunca en salas convencionales ante un público más o menos numeroso.
Hay una mujer tumbada en la cama, desnuda e inmovilizada. Es guapa y joven todavía. Esa mujer se parece mucho a la actriz y modelo Kate Upton, el mismo pelo rubio, los mismos ojos azules, la misma nariz, el mismo lunar insinuante encima del labio, la misma boca y los mismos dientes, el mismo mentón, la misma silueta, los mismos pechos, el mismo problema de estrechez en las caderas, pero no es ella, por razones obvias, no es la misma persona. Las ligaduras que sujetan los brazos al cabecero de barras de la cama y las piernas son blancas y elásticas, aunque la mujer así apresada no parece resistirse ya como debió de hacerlo hasta hace unos minutos. Ahora se diría que ha perdido el sentido y mantiene los ojos cerrados. La respiración no deja lugar a dudas. No está muerta, aunque lo parezca, ni muestra ninguna herida ni lesión en el cuerpo. El enmascarado da vueltas alrededor de la cama comprobando como un maníaco que todo está en orden. Todo tiene que estar como él quiere, en esa posición y no en otra, como le han dicho. Los pies, el repliegue y el grado de abertura de las piernas y las rodillas, la curva de las caderas, la posición de los brazos y la cabeza, el gesto de la cara, y una larga melena rubia desparramándose en cascada sobre ambos hombros, así como los nudos de las ataduras, como si estuviera posando al gusto de un cliente de ideas de puesta en escena muy retorcidas y al mismo tiempo lógicas."

Juan Francisco Ferré
Karnaval


"Villacañas no sonríe esta vez al escuchar el comentario cáustico. No lo entiende. Carece, en apariencia, de la información necesaria. Cuando atravesó la puerta de mi despacho, hace solo unos minutos, ya estaba preparado para el nivel de exigencia psicológica que lo aguardaba al otro lado y quizá se sienta defraudado por todas las amistosas facilidades que le estoy ofreciendo. Villacañas no buscaba problemas inútiles, ni tampoco soluciones milagrosas. Con modestia académica, Villacañas solo venía a consultarme una serie de cuestiones urgentes sobre mi pensamiento que le inquietaban vivamente, según decía, y, en particular, comentar conmigo las primeras impresiones de lectura de una novela rusa que lo tenía muy intrigado estos días, a pesar de que confesaba detestar el género de la ciencia ficción.
Me la recomendó el amigo íntimo de un antiguo amigo de mi pareja actual y encontré una edición americana en pasta dura en la biblioteca de la Universidad y comencé a leerla sin poder detenerme. Son más de mil páginas en una pésima edición barata, de letra apretada y tinta casi invisible, y título poco interesante, Fuga de cerebros. Le diré con franqueza que llevo más de la mitad del libro consumida con una adicción compulsiva. Es la simple historia de una usurpación mental en una utopía colectivista. Un científico descubre una fórmula electromagnética mediante la cual se apodera de los pensamientos y la información de los cerebros de los otros. Eso le permite adelantarse en la creación de inventos y patentes, así como anticiparse en acciones y decisiones a los de sus rivales o colegas inmediatos. El hombre de ciencia está inspirado en parte, como se explica en la contraportada, en la polémica figura del premio Nobel Lev Landau, tan apóstol del ateísmo y el amor libre como detractor feroz del dictador Stalin. Es una trama curiosa centrada en un personaje carismático, pero lo más llamativo del libro son las ideas expuestas, la sensación de que toda la historia contada, con pormenores excesivos en ocasiones, es solo una excusa literaria para desplegar un panorama ideológico asombroso de los últimos dos siglos. Las ideas y los sistemas de pensamiento que han revolucionado el mundo capitalista y otros que simplemente no tuvieron oportunidad de aplicarse sobre la realidad y aún esperan su oportunidad en algún almacén olvidado por la humanidad. En suma, esta perturbadora novela logra mostrar los grandes avances y la victoria objetiva del capitalismo occidental y el gran retraso tecnológico y el monumental fracaso de la Rusia soviética, por lo que no me extraña que estuviera prohibida allí hasta bien entrados los años noventa. Y la novela demuestra otra cosa más, por cierto, nada baladí. El comunismo sirvió para refinar el capitalismo, como se hace con el petróleo, según dice un memorable pasaje de la misma. Hacerlo más puro, reducirlo a sus esencias originarias. Sin la aparición fundamental del comunismo, ese antagonista ideológico, el capitalismo nunca habría llegado al magnífico estado de desarrollo en que se encuentra en la actualidad, como sabe usted mejor que nadie..."

Juan Francisco Ferré
Revolución


































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