Kjell Espmark

Ahora Beethoven se ha vuelto loco

Llaman incomprensible a su estilo tardío,
una bofetada en el rostro de un público
entusiasta como un par de zapatos gastados.
Pero la música está cansada de conciliación
y busca un hogar en su ira.
Deja que rechine, deja que raspe.
Como cuando la existencia se encoge de dolor
en torno a su hígado que se marchita.
Quizá estén planeando una zancadilla más.
No ha olvidado cómo sus tempranas obras maestras,
la música en memoria del emperador Josef,
fueron canceladas sin previo aviso.
¡Lo que merece el mundo es desconfianza!
La sordera son sólo los primeros pasos
de entrada en un silencio más severo—
el que él ha tomado a su servicio.
Sí, él arroja al público al silencio.
No ve sus asustados aplausos
hasta que lo vuelven hacia el salón:
bravos mudos salen de bocas desencajadas
como si despedazasen el cuerpo fieras salvajes.
Y los labios de los amigos forman las palabras:
Ahora Beethoven se ha vuelto loco.
Pero al mismo tiempo el silencio aclara la existencia:
se ve cómo los árboles se elevan con raíces extraviadas
y cómo la ciudad ralea hasta quedar reducida a un grabado.
Aquí busca la música el verdadero peso.
Las cuerdas exploran insobornables el territorio
en el límite de lo que no existe.
En las notas no se deja entrar nada prescindible.
Finalmente cada media nota pesa una libra.
¿No estuvo él toda su vida
en camino hacia el cuarteto en do sostenido menor,
el dolor del decenio condensado en cuatro
instrumentos de cuerda hasta formar un destierro final?
El cuarteto
que siempre será de su tiempo.

Kjell Espmark


Antecedentes al decreto del emperador

Es bien sabido que Wu Tao-tsu,
un artista durante la dinastía Tang,
desapareció una mañana en su cuadro.
Cuando dio una palmada se abrió
una puerta de cobre todavía húmeda.
Entró y la puerta se cerró tras él.
Es menos sabido
por qué el viejo anciano
eligió aposentarse en su obra.
Pero obviamente la encontraba incompleta,
sólo era posible completarla desde dentro.
La perspectiva que él obligó a salir
en el encolerizado paisaje
puso en tela de juicio la lógica segura.
El verde que él exprimía en el cuadro
ponía en cuestión el verde de la hierba.
Y su destilada experiencia
obligó al cielo a devenir blanco.
Necesitó todos sus desgastados años
para lograr pintar el fresco viento
que ahora sale del cuadro
y hace ondear el pelo del contemplador.
Ante la austera obra que fue el resultado,
con siluetas de casas, signos de árboles
y ralos intentos de personas,
el emperador montó en cólera
y prohibió a todos los artistas del imperio,
a cada poeta y a cada flautista,
empadronarse en su propia obra.

Kjell Espmark



Cuando conducía por el hielo mi carro cargado
oí que crujía- un tempano
se desplazó y me hundí en el agua.
El peso levantó al caballo
que se puso a correr por el aire 
para llevarnos hasta las nubes
Cuando la verde tapa de hielo
se volvió a cerrar sobre nosotros
las preguntas se arremolinaron a mi alrededor:
todas las preguntas con las que había torturado al cura,
las escrituras destruidas de tanta lectura,
con mi angustia garrapateada en los margenes.
Nunca nos encontraron.
Pero en las burbujas que subían vi con claridad
lo que la vida quería conmigo.

Todo lo que hay
es un instante detenido en un jardín.
Esta espuma blanca tiene que ser un cerezo alisio en flor,
repentino como el deseo.
El mirlo da una vuelta de tuerca más a su trino.
Tu mirada no tiene fondo.
Y los árboles han levantado vuelo.
con la tierra cayendo de sus raíces, 
lo han levantado como tu mirada embelezada
justo antes de apagarse.

Kjell Espmark



"Es una ironía de la historia, admite Espmark, que a una pequeña academia literaria provinciana, detestada por haberse opuesto a los grandes modernizadores escandinavos (Ibsen, Brandes, Strindberg), le haya tocado en suerte dirimir, durante ya más de un siglo, el premio literario internacional más influyente. Buena parte de las discusiones de los académicos suecos han consistido en dirimir la justa interpretación de las palabras que el filántropo Alfred Nobel ofreció como guía para los jurados. Nobel hablaba del “ideal” o del “idealismo” que deberían profesar los ganadores, palabras interpretadas, durante la primera década del premio, como un respaldo a los escritores opuestos a lo moderno, identificado con el materialismo filosófico, el anarquismo o el sensualismo. Por ese motivo, León Tolstói, anarquista cristiano y enemigo del zar, no ganó el primer Nobel, omisión que provocó la primera ola internacional de indignación de las muchas que se han estrellado contra Estocolmo. De los primeros quince premios, sólo se le reconoce universalmente mérito a la academia por la elección de Kipling (cuya reaparición en el canon, aclara Espmark, ocurrió a mediados del siglo XX), la de Tagore (por tratarse, aunque se le premió en base a sus autotraducciones al inglés, del primer no europeo) o la de Maeterlinck en 1911. Al estallar la Primera Guerra Mundial se optó por el pacifismo y la neutralidad."

Kjell Espmark
El Premio Nobel De Literatura 100 Años con La Misión



Estilo tardío

¿Qué se puede hacer con un rostro?
El que se empecina con una identidad
debe recoger sus «yo» con una traína
arrastrada a lo largo de la historia.
Se puede pasar de largo de sí mismo.
Lo nuevo es ingravidez—
se muestra posible escribir en el viento.
Y las memorias se escriben mejor más allá de la tumba.
Pero la sencillez es un modo engañoso.
Hay que alcanzarla dando un rodeo
que cruza por medio de los arbustos de endrino.
Hace ya mucho tiempo que acabé con la pedagogía.
La lengua se encuentra bien con sólo escuchar.
Y lo único necesario
es razonablemente inexplicable.
También hay que tener cuidado con Orfeo.
Se rompió él mismo
y se embarcó
como una vociferante cabeza solitaria
pero el peligro radica en que el apéndice de nervios
vuelva a crecer hasta devenir un tenor.
También al recuerdo
y con ello a la historia le dan una paliza.
La grandiosa imagen de generación tras generación
en camino desde la sabana debe bajarse
hasta el arquetipo de los derrotados
en el arco de Tito en Roma:
un enjambre de abejas que zumba capturado en la piedra.
Pero un fragmento tangible insiste,
un recuerdo del tiempo de Mesopotamia:
cómo nosotros, pegados como dos libélulas,
cruzamos volando el Eufrates, zumbando,
plenos de algo que parecía el sol.

Kjell Espmark


"La libertad del ocaso se inserta en la viva discusión que parte del análisis que hizo Theodor Adorno del tardío lenguaje tonal de Beethoven, su Spätstil. La idea la ha divulgado Edward Said en su ensayo On late style y después de él John Updike entre otros. Milan Kundera ha acuñado la expresión vesperal freedom para nombrar el específico sentimiento vital de que se trata. La imagen que transmiten del idioma del artista envejecido difiere considerablemente de la idea admitida en general de un estilo sereno, otoñalmente luminoso. Subraya en cambio cómo el viejo maestro, que domina totalmente su medio, rompe en un arrebato de cólera con su obra anterior y con ello también con su público habitual.
El estilo tardío es un exilio que, desde un punto de vista, implica una depuración de todo bagaje superfluo; desde otro, un rechazo de las exigencias del idioma comúnmente aceptado de reconciliación de contrarios y contradicciones, así como de todas las exigencias de contexto y coherencia."

Kjell Espmark




La poesía es el alimento del idioma,
da palabras a lo indecible

Kjell Espmark


Lo único necesario
es razonablemente inexplicable

Kjell Espmark


Linneo tiene ahora una voz más dura

El campesino Jakob de Stenbrohult
había vivido mal con su esposa.
Cuando ella, camino de la iglesia, se hundió en el hielo
y estuvo pidiendo ayuda a gritos un cuarto de hora,
con los dedos que iban entumeciéndose agarrados al
canto del hielo,
él se alegró al verla ahogarse.
Cinco años de tregua tuvieron sus propios dedos
antes de que empezasen a pudrirse
en ambas manos, de lo que murió.
Hay un divino equilibrio en la naturaleza,
y también en la vida moral.
Escribir una flora más severa
fue la misión de mi vejez.
Las malas hierbas de Dios han tenido su tiempo.
Todo me había ido bien.
El Señor había enviado mi nombre por el mapa
hacia todos los puntos cardinales.
Y él había permitido que esas partes de mí
que se llaman discípulos se esparciesen por el mundo
para extender el conocimiento de su obra.
Pero no se me ahorró el dolor.
En 1746 morí de fiebres en la isla de Pulo Candor.
En 1752 fue la tuberculosis la que se me llevó en Esmirna.
En 1756 perdí la vida en la selva de la Guayana.
Sin embargo proseguí en la figura de Thunberg.
Ahora siento las articulaciones rígidas por la gota
que quiere convertirme en mi propia estatua.
Pero primero se dará voz a la ira del Señor.
Hay prisa porque también he sufrido una apoplejía
y la memoria anda mascullando que me va a abandonar.
Pero hay un recuerdo que nunca falla.
Es lo que se vio obligado a entender el almirante Tornschiöld,
el danés que nos arrebató Marstrand.
A un chico que se entretenía en lo alto del mástil
lo mató de un tiro con su pistola.
La sentencia de Dios
lo alcanzó en un duelo en Hamburgo
en el que lo mató un sueco.
El delincuente presiente rara vez la sombra
que se yergue cerrándose detrás de él.
Su gramática se llama Némesis.
Y su vocabulario se puede comparar al látigo.

Kjell Espmark


"Los hombres del coche están jugando a un juego cruel con él. Uno de ellos se ríe, levanta su pistola y hace un rápido movimiento, después abre la puerta y pone desafiante el pie en la calle. Pero se detiene en esa posición.
Pueden jugar con su miedo sin que necesiten preocuparse de los escalofríos que le recorren la columna vertebral o que les moleste el sudor que le corre por las sienes. Esta misión de una tarde de octubre de 1940 la dividen así con su rutina profesional: —el concepto «misión» por un lado, los violentos duros detalles por el otro—. Mantienen sus «medidas» libres de toda incómoda palpabilidad. Todo lo que tocan se hace abstracto. El hombre al que vigilan no es un pianista y compositor de Budapest, con un lenguaje tonal que se ramifica por los pueblos de la puszta. Es un número sin sustancia con una composición marginal: voluntariamente no ario. Su protesta —dirigida en última instancia a Goebbels— por no haber sido incluido en la exposición de Düsseldorf sobre «entartete Musik» está firmada por un judío. ¡Un judío voluntario! No se puede llegar más cerca del suicidio.
Bartók siente dolor en las articulaciones —¿es un nuevo ataque de artritis?—. No, esta vez es más bien el recuerdo de una amenaza de tornillo que le recorre la columna vertebral. ¿Corren peligro sus manos? Se ilumina un recuerdo de África. Las dos mujeres que lo acompañaban aquella vez tuvieron que transportar las pesadas maletas. Había que proteger sus manos. Manos de pianista. La gente verdigris con sus sentidos de fiera descubre husmeando todo punto débil: sus manos —naturalmente—. Él ha oído hablar de la existencia de un tornillo que va apretando los dedos lentamente, lentamente, lentamente hasta que empiezan a crujir. ¿Y? ¿No es ya hora de hablar? Tiene que haber otros implicados en esta conspiración. Otros «entartete» voluntarios. A los servicios secretos no se les ha pasado por alto que hace seis años, en el concierto de Estocolmo, se autodefinió como «bolchevique cultural». Tampoco que fue miembro del consejo nacional de música durante la felizmente efímera república soviética de Béla Kun en Hungría. ¿Que aquello era un cargo apolítico? ¡Pero qué dice! ¿Cree Bartók que se chupan el dedo?
Es entonces cuando capta el miedo de ellos. Él oye el pulso cada vez más agitado de los hombres del coche. Capta hasta el olor de su frío sudor. Siente en sus propias manos el nerviosismo de las manazas que pasan la pistola de la izquierda a la derecha, de la derecha a la izquierda.
¿De qué tienen tanto miedo estos dos copartícipes en un sinsentido que ha ocupado casi toda Europa? ¿Puede su música realmente constituir un peligro para este aplastante poder? En ese caso...
La reflexión se ve interrumpida por desasosegadas señales de un país lejano. Tiene la sensación de que provienen de Eslovaquia —el país en que ha encontrado mayor riqueza de canciones populares—. Quizá de aquel pueblecito que tenía una iglesia pequeñita, pequeñita, pero donde no había siquiera un bar, aquel pueblecito donde tuvo que grabar las canciones de los campesinos en un granero —para regresar a casa con granos de cereal en el dobladillo del pantalón—. ¿Podía haber unas treinta personas en el pequeño edificio? En todo caso, el aire se hizo tan denso que podía haberlo amasado con los dedos. ¡Pero qué confianza surgió en la reunión! Si son esas personas las que ahora lo buscan, ¿qué es lo que les preocupa? Aguza el oído al máximo."

Kjell Espmark
Bela Bartók contra el Tercer Reich



Minutos antes de que vinieran a detenerme
estaba en la ventana con la frente pegada al cristal.
El estrépito del carro de presos sobre el empedrado,
la burla y los escupitajos de la multitud,
los tambores en torno a la guillotina-
todavía no había nada de esto.
Sereno me despedí de las voces de la calle
más allá del reflejo de las cicatrices de mi cara.
Saludé con la cabeza a los que pasaban, mis protegidos,
que me devolvían la sonrisa sin imaginarse
que a mí mismo ese día me llamarían traidor.
Tuve que apoyarme en el marco de la ventana
cuando me despedí también de la revolución
que pronto iba a ser vendida al mejor postor.
Miré largo rato buscando la nube:
ella se llevó mis sueño poniéndolo fuera del alcance
de las botas que subían ruidosas por la escalera.

Kjell Espmark


Tuvo que haber sido una sala
con una ventana abierta a la nada
y una ventana opuesta a la nada.
Entró una golondrina por una de ellas, 
voló en círculos deslumbrada por la luz allí dentro
y salió por la otra ventana.
Comprendí que aquello era mi vida
pero no quién era.
Quizá un principe sajón
que tocado por la repentina luz
sostenía que había encontrado a Dios
y que se veía obligado a cristianizar a su pueblo.
O quizá un poeta árabe
al que le fue donaba su obra
en un instante embebido de luz
entre nada y nada.

Kjell Espmark



Yo avanzaba de rodillas por el oscuro pasadizo,
uno de los pequeños filipinos entrenados
para combatir cuerpo a cuerpo en pasajes angostos,
nos habían traído en avión aquí a Vietnam
y nos habían metido en el sistema de túneles de Cu Chi.
De pronto alguien que respira en la oscuridad,
a sólo un metro de mí.
Rechina una metralleta.
Yo tengo el dedo en el gatillo.
Nos demoramos y nos demoramos y nos demoramos así.
El uno piensa en el otro:
Sólo si ambos se retiran
se librará uno de ellos de la muerte.
Los pasados de ambos están reunidos aquí,
las oraciones de la madre, la escuela del pueblo, el intento de amor, 
como un olor a sudor en un olor a sudor.
El instante va alargando, alargando.
Un aliento atraviesa otro aliento.

Kjell Espmark




No hay comentarios: