Leonhard Frank

"Anna llenaba todo su ser. Había llegado a constituir en su imaginación la patria natal que todo ser busca cerca de otro. La amaba."

Leonhard Frank
Karl y Ana



"Aquellos hombres que volvían no poseían nada. Nada más que su nostalgia."

Leonhard Frank
Karl y Ana



"Elige una a un hombre porque el marido falta o no está ya aquí. Es algo que está pasando todos los días."

Leonhard Frank
Karl y Ana




"Hablaban poco. No tenían el don de la palabra. Poseían la pulsación grave y plena de la vida, el andar rítmico, el rostro luminoso. Eran ricos."

Leonhard Frank
Karl y Ana



"Karl, con sus palabras, su mirada y su tono, había alcanzado en ella regiones que hasta entonces habían permanecido como en barbecho. Desde la noche anterior tenía la sensación de llevar aún dentro de sí grandes espacios inexplorados» y se dará cuenta de que aquel primer día «la mentira se hizo en él verdad cuando añadió: «Eres mi mujer»», pues «el fátum del amor, que entre millares de seres elige a uno solo, la había elegido. Ley absoluta cuyo origen permanece inescrutable; que es independiente de las circunstancias exteriores, del aspecto, el carácter y las cualidades personales del otro; que es o no es; pesada como el plomo e ingrávida como un aroma; más pequeña que un átomo y tan grande como el mundo; capaz de elevar al hombre a una suprema felicidad y de hundirlo en el dolor hasta hacerle envidiar a una rata. El misterio impenetrable se había abierto en ella."

Leonhard Frank
Karl y Ana




"Michael se incorporó y miró desde su abismo al empleado vivo de la funeraria, que estaba a los pies de la cama y que le expresó sus condolencias con la mirada y la voz antes de pasar a hablarle de negocios. Un año después, Michael todavía recordaría cómo incluso las condolencias profesionales del empleado de la funeraria habían provocado que se le saltaran las lágrimas. Todo Michael era una herida abierta, vivía y no podía vivir. Era una persona en la cuerda floja incapaz de alcanzar el techo salvador, la vida, y también de precipitarse hacia Lisa en la muerte. El crematorio estaba en un pequeño edificio blanco con cúpula. Sonaron las notas de un armonio invisible mientras el ataúd se hundía lentamente en las profundidades y la tapa se cerraba poco a poco sobre la abertura. Michael oyó el armonio, sabía lo que estaba ocurriendo. Sonó la última nota. Lisa era cenizas. Salió fuera, al sol, a la vida, que era una crueldad violenta y ciega. Entró en el dormitorio de Lisa, una habitación vacía con paredes. Allí estaba su cama blanca, inocentemente brutal. ¡Qué atrocidad que su cama aún estuviese ahí y ella ya no! Michael abrió el armario. Sollozando sin lágrimas, cogió un vestido. Los recuerdos se convirtieron en cuchillas. Tenía el cuerpo frío, exangüe, por el gélido dolor. Las semanas que había que vivir llegaban y pasaban, y no transcurría ni un minuto. Michael siguió al empleado del crematorio, que caminaba hacia la necrópolis con la urna de las cenizas en los brazos, hasta la pequeña tumba reciente. Dejó La partida de bandoleros y Die Ursache en la tumba para la urna de las cenizas. Qué acto tan terrible, qué horrible despedida. Michael se marchó. No había adonde ir. Él mismo era la cuchilla que constantemente se dirigía hacia su pecho. Tenía que sufrir lo que significa que la muerte sea irreparable. No se puede matar la pena, se tiene que sufrir, que penar, hasta el final, y se puede hacer porque la pena se alimenta constantemente, porque ella está muerta, ya no va a volver, nunca más, ella es cenizas, no es nada más, nunca más va a regresar. Michael debía experimentar que para él, el vivo, no existía nada sobre la tierra tan inabarcablemente terrible como lo irreparable de la muerte. Hay que soportarlo y es insoportable. Michael caminaba como un inválido, arqueado, totalmente inclinado hacia delante, con la vida a la espalda, una vida de la que ya no participaba de ningún modo. No veía ni oía nada por las calles, no podía comer ni estar con otras personas, ya no era un hombre, nada quedaba de él en él. Era la cáscara disecada de un hombre. No dormía, y cuando alguna vez se quedaba dormido, se despertaba con el peso del mundo sobre el pecho."

Leonhard Frank
A la izquierda, donde está el corazón



"Primero el maestro le miró fijamente; luego, le pegó una bofetada. Después de un empujón, le tiró al suelo. Los otros aprendices permanecieron inmóviles, mientras que al oficial, de risa, se le cayeron los lentes al doblarse sobre el banco.
El maestro siguió trabajando. Estaba ocupado, en uno de los tornos relucientes, en hacer un tornillo de hierro para una cerradura eléctrica, operación en que el más antiguo de los aprendices había de ayudarle a dar vueltas al torno, poniendo toda su alma en ello, como si estuviera tocando el piano.
El maestro apartó el buril del hierro y miró fijamente al aprendiz, que sin quitar ojo del maestro siguió pedaleando hasta recibir la bofetada. El maestro volvió a su trabajo. La viruta de hierro se retorcía en espiral buril arriba.
Después que hubo terminado el tornillo, le parecía al aprendiz, sudoroso, que había terminado un examen de piano en el cual hubiera ejecutado una pieza muy difícil. El maestro, como si creyera ser el compositor, se fue muy decidido a la fragua a forjar el resorte.
Oldshatterhand corrió presuroso «al cuarto». Como si no tuviera ni un minuto que perder, cogió el revólver de debajo de la vitrina, y, arrodillándose, prendió fuego a un paquete de cuadernos: La condesa pálida o El crimen del bosque y a toda la biblioteca.
Contempló aún cómo las llamas llegaban hasta el techo; el humo le obligó a buscar la salida.
De los subterráneos salía, silencioso, un humo blanco.
Oldshatterhand oyó un terrible estrépito: una nube de polvo y de humo, saliendo del subterráneo, se elevó al cielo.
La galería subterránea se había cegado; el «cuarto» quedaba soterrado para siempre. Oldshatterhand permanecía absorto en el foso.
Desde aquel momento desapareció de Wurzburg.
Por la ciudad corrió el rumor de que detrás de un armario de la celda de la superiora del convento Porta Coeli, a una hora del «cuarto», se había elevado una columna de humo."

Leonhard Frank
La partida de bandoleros


"Pues no hay nada en el mundo tan cruel como el amor, en el que la máxima entrega, llevada hasta el más absoluto olvido de uno mismo, se da junto al más mortal egoísmo."

Leonhard Frank
Karl y Ana





"-¿Quién habla esta tarde?
—Mi madre, la camarada Lenz.
...Temblando, él mira al hijo de Catherine, cuyo exterior recuerda exactamente al alumno de liceo Jürgen que, delante de la librería, no tenía valor de entrar a comprar el volumen."

Leonhard Frank
El burgués


"Y bien Ana, no me crees?... Y yo que no conozco sino a ti en el mundo"... Sobre su sonrisa pasó la corriente cálida de la vida, todas las desgracias y todas las venturas; y la menti­ra se convirtió para él en la verdad cuando agregó: "Tú eres mi mujer".
[...]
Ana sabía que este hombre no decía la verdad y al mismo tiempo presentía en sus pala­bras un sentimiento verdadero. Con las manos cruzadas sobre el pecho estaba ahí desamparada, puesto que el extraño que estaba sentado sobre la silla, no le era absolutamente extraño."

Leonhard Frank
Karl y Ana



















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