Luigi Fabbri

Armonía Natural

I

Cuando los anarquistas hablan de volver a la ley de Natura es necesario interpretarlos bien,porque ellos no son naturalistas, esto es, no siguen la teoría de Rousseau, que quería restablecer al estado salvaje en las relaciones sociales y en la vida humana. Lo que piensan acerca de la reconstrucción de la sociedad sobre bases completamente nuevas es todo contrario a este prejuicio de muchos adversarios, adquirido en mosaicos de frases desatadas, tomadas, de aquí y de allá, de los libros y periódicos anarquistas, y reunidas precisamente por criterios de mala fé.

Del examen desapasionado de la llamada sociedad civil, se ha deducido, por una serie de demostraciones muchas veces repetidas y que sería prolijo recordar,que el modo como están hoy organizadas las relaciones entre los individuos que componen la humanidad, es una violación de la ley natural.

Y en efecto; en el campar moral tenemos la coacción supersticiosa que por medio de las religiones se ejerce en la mayoría absoluta de los hombres de todas las clases sociales; en el campo económico tenemos la coacción capitalista, que por medio del salario, beneficia a unos pocos contra la masa proletaria; en el campo político tenemos la coacción gubernativa que por medio del Estado, parlamentario o no, pesa como losa de plomo y sofoca todas las energías individuales en el interés de quien en el columpio político ha acertado a tomar el poder, sea este un individuo (gobierno absoluto), sea una clase (gobierno representativo).

Es un hecho reconocido que el pensamiento libre. Podrá un tirano forzar al individuo a obrar contrariamente ala propia idea; podrá empujarse con las persecuciones a disimular esta idea; podrá con el terror arrastrarle a mentir; pero en lo intimo del individuo el pensamiento libre continuara haciendo vibrar lo mismo, con siembre mayo intensidad, hasta el punto de estallar y afirmarse con la violencia.

Es en este momento, esto es, cuando el pensamiento estalla reclamando el derecho a extenderse y propagarse, que la Naturaleza, sujeta a la voluntad de un tirano,recobra su curso normal. Entonces el derecho de pensar libremente es adquirido por muchos, y el pensamiento de cada uno, bien que libre,bien que autónomo, llega a formar el pensamiento colectivo que mueve la historia.

Y esto que esta en el mundo psíquico, está en el mundo físico; de los átomos y las moléculas que por las leyes de afinidad y de cohesión se organizan y forman los cuerpos mas diferentes, a los astros y al entero sistema planetario, que por ley de atracción y de movimiento giran en el espacio libre, completándose recíprocamente reformándose en su rotación relativa a la distancia y al volumen, todo en Natura es autonomía absoluta. Pero la palabra debe interpretársela bien;porque ella no excluye más bien implica, una organización (ya sea por las circunstancias o por el propósito), pero que es siempre organización; y los átomos se organizan y forman moléculas, y las moléculas cuerpos, y los cuerpos los astros, y los astros los sistemas planetarios, y los sistemas planetarios el universo:organización libre, anárquica, de lo simple a los compuesto,ya que el universo es inmenso, no tiene limites, ni centro, ni tampoco dueño y excluye la autoridad. Como también, lo repito,todos los pensamientos autónomos forman una organización que viene a ser el pensamiento colectivo que mueve la historia.

La libertad: tales la ley natural; y cualquiera que haya sido la causa por la cual el género humano ha salido de esta ley, cualquiera que sea el modo conque se ha puesto fuera de la naturaleza de las cosas, para él pueda encontrar su equilibrio y en él su bienestar, es necesario retornara ella.

Colocad nuestro cuerpo en una posición antinatural, y sufriréis; y el dolor cesará sólo cuando hayáis vuelto a la posición norma.

II

“En aquel Catón que libertad va buscando, esta simbolizado el hombre: la libertad es el supremo fin histórico, y cualquier problema esta,respecto a está, en término medio” Así dice Juan Bovio.

Yes por eso mismo que nosotros, libertarios, como dice la misma palabra, somos los rebeldes contra la esclavitud política y económica; y si nuestros esfuerzos se dirigen en modo especial contra esta última, es porque ella es causa de que se prolongue el mantenimiento de la primera, ya demolida en la universalidad de las conciencias desde muchos años. Y cuando nosotros decimos querer abolir la propiedad privada y nos declaramos por el comunismo,entonces también defendemos el retorno de la ley de la Naturaleza:retorno, debo repetirlo aún, acerca de las relaciones entre hombre y hombre (relaciones económicas en este caso), no retorno acerca delos medios de satisfacer las necesidades de producir, lo cual reconduciría al hombre al estado salvaje!

¿Es necesario demostrar que el comunismo es la forma económica más en armonía con la ley natural, en la que la vida humana debe uniformarse? ¿Repetiremos el acostumbrado argumento, esto es,que la luz, el agua, el aire, es patrimonio de todos; y que así como igualmente la tierra y los demás elementos son indispensables para satisfacer las necesidades de cada uno, así también esta como todo el resto debe ser común?

Datos estadísticos (véase Eliseo Reclus, Productos de la tierra y dela industria, y de Pedro Kropotkin, La conquista del pan),nos dicen que la corteza terrestre, contra las lúgubres previsiones de Malthus, da y dará lo suficiente para poder satisfacer todas las necesidades de la entera humanidad.

Dado, pues que mañana al hombre le sea asegurada la plena satisfacción de sus necesidades,veráse como él, igual que la molécula en los cuerpos, no necesitará de ningún poder excesivo, de ninguna fuerza coactiva para vivir en sociedad, puesto que no será empujado, como hoy por el hambre, a romper el libre pacto, esto es, la ley de sociabilidad. Veráse, pues, que el individuo, libre ya de todas las trabas que hoy impiden su desarrollo, podrá, haciendo su bien, ayudar al mismo tiempo a la organización en que vive, y, viceversa, produciendo una utilidad para los demás, producirla a la vez para su propia persona;por otra parte, con la desaparición del antagonismo de clase, veráse crecer la solidaridad humana, tanto más cuanto que los intereses del individuo estarán íntimamente coligados con los intereses de todos.

Entonces cuando el egoísmo no sea más la contradicción del altruismo; cuando, en suma, estos dos sentimientos divididos no tengan mas razón de existir, justamente porque el yo será parte integral, y no antagonismo, de la colectividad, la armonía reinará soberana entre los hombres.

Y esta armonía no sale del terreno práctico, no es imposible. Mas bien es segura,cierta, inevitable, puesto que, precisamente es natural.

Luigi Fabbri
Articulo original del periódico «La Protesta» , de Cadiz, España. 5 de Septiembre de 1901. Año 3 Nº98




El método revolucionario

"Muchos caen en el error de creer que no exista otro modo de ser revolucionario, de preparar la revolución, fuera del de prepararse materialmente en el que serán removidas las bases de la sociedad burguesa, o también el de chocar obstinada y deliberadamente, con actos de revuelta, individuales o colectivos, contra el actual orden legal — creyendo que este es el único modo práctico de agitación y de lucha.

Es muy cierto que lo uno no debe ser descuidado y lo otro puede ser útilmente actuado en más de una circunstancia; pero se trata de formas de actividad excepcionales, de un alcance limitado, que no pueden constituir una regla de conducta duradera es igual en el tiempo y en el espacio, ni un programa normal de acción.

La preparación material para la lucha no puede ser más que la ocupación de grupos limitados de individuos; y esa tarea, agotable en un tiempo relativamente breve, no puede ser iniciada más que en momentos especiales, cuando hay una seria y realizable intención de trabar la lucha o se entrevé a breve distancia la posibilidad de situaciones revolucionarias. Recurrir a ella fuera de tiempo o de modo que la cosa deba ir muy a la larga, sería inútil, demasiado dispendioso y peligroso al mismo tiempo. En cuanto a los actos de revuelta, individuales o colectivos, que por un tiempo fueron llamados “propaganda por el hecho”, dependen únicamente del arbitrio de quien los ejecuta, estallan en un instante y agotan súbitamente su función sin ligaduras determinadas y precisas con los movimientos organizados y de masas. En suma, ellos salen fuera de la normalidad, en la que solo puede encuadrarse una acción colectiva y permanente, como la del movimiento sindical.

¿Pero acaso se puede decir por esto que es imposible ser revolucionario en la vida práctica de agitación y de lucha, aún en los tiempos normales, en el seno de las grandes organizaciones y de los más vastos movimientos de masas? No, ciertamente. Sí es cierto que, momentáneamente, las organizaciones más vastas, más sólidas y más viejas tienen tendencias menos revolucionarias y más acomodaticias y reformistas, es cierto también que siempre posible obrar en ellas, influenciarias en sentido revolucionario. Y esta es la tarea de los organizados y organizadores animados de una fe en una idea de porvenir. Ellos, aún en la vida práctica de todos los días, en tiempo de paz, pueden desarrollar una actividad revolucionaria y dar un contenido revolucionario también a las luchas exteriormente más pacíficas del proletariado contra la burguesía.

Hay actos, formas de actividad que, aún sin salir de la órbita legal, pueden ser revolucionarios. Hacer un periódico, organizar y sostener una huelga, promover reuniones populares, demostraciones por las calles, etc., todo esto puede estar contenido en las formas más ortodoxas. Tales manifestaciones, aunque sean organizadas por revolucionarios y por anarquistas, no pasan los límites de la legalidad, no se vuelven ilegales más que en casos excepcionales; y aún en tales casos se trata de infracciones poco importantes que poco o nada concreto agregan a los resultados que se quería obtener. Y sin embargo, hay hechos de ese género que, sin violar la ley formal, sancionada en los códigos en beneficio de las clases dominantes, impresionan profundamente el espíritu; y son por eso revolucionarios.

Tan cierto es esto que las mismas clases dominantes sientes de cuando en cuando la necesidad de violar sus mismas leyes: “para restablecer el equilibrio”, dicen; es decir, para consolidar su dominación, que la lenta aunque legal infiltración de la actividad revolucionaria ya removiendo desde los cimientos. Esta organización no basta, se entiende —y al fin es indispensable el decisivo golpe de pico de la verdadera revolución— pero es necesaria y conserva todo su valor revolucionario en el período antecedente, más o menos largo, de evolución.

Es necesario, empero, no caer en el error simplista de atribuir un valor revolucionario a cada forma de actividad de clase o de partido, solo por la etiqueta que puede tomar o simplemente por la afirmación revolucionaria del objetivo final. Hay también muchos reformistas él no niegan que la solución del problema social requiera al final el derrumbe violento de los últimos obstáculos que se oponen a la emancipación completa de la clase trabajadora; pero luego, en la vida práctica cotidiana, obran de modo de alejar la revolución y de consolidar en vez de debilitar las columnas del Capitalismo y del Estado."

Luigi Fabbri




"El proletariado, o mejor sus fracciones revolucionarias, no son bastante fuertes para moverse y obrar fuera de las leyes, que sin embargo no reconocen. Por consiguiente, están constreñidos a sufrirlas. Pero también en ese ámbito el proletariado podría dar a su actividad una orientación eficazmente revolucionaria, esto es en oposición radical es intransigente con todas las instituciones consideradas malas es injustas. No puede, es verdad, desembarazarse de la explotación capitalista; pero en su lucha contra esta le es siempre posible dar un carácter irreductible de negación, aún cuando lo que se proponga arrancarle es demasiado poco en parangón de su emancipación integral.

Es sobre todo en las luchas en el terreno económico método revolucionario puede desenvolverse, distinguiéndose del método reformista —el cual tiende a obtener mejoramientos como en un contrato entre iguales— mientras el primero tiende a conquistar y arrancar a los capitalistas todo lo que las fuerzas proletarias permiten, como se accionaría contra un ladrón que nos hubiese robado todos nuestros haberes.

Por eso el método revolucionario consiste sobre todo en el modo con que se hacen ciertas conquistas. Y esas conquistas tienen un valor solo en cuanto son obtenidas de ese modo, y no después de tratativas reformistas, las cuales reconocen, en los hechos sino en las palabras, el derecho del patrón a no conceder.

El “modo” de los reformistas consiste, sí, también en la organización, tomada como punto de partida; pero luego, el camino no es el sugerido por la idea de que la clase proletaria y la clase patronal son irreductiblemente enemigas, sino el otro en el cual entre las dos clases puede haber siempre modo de arreglarse. El reformismo tiende por tanto a transformar los conflictos de clase en contratos, iguales a cualquier contrato entre comprador y vendedor.

De lo que emana esta consecuencia: que el último objetivo del movimiento proletario es olvidado y se atribuye la mayor importancia a los mejoramientos inmediatos, los que precisamente por esto pierden toda importancia. Considerando desde este solo y limitado punto de vista toda disputa económica y de clase, se termina empleando todos los medios que pueden servir al objetivo inmediato: hasta los que comprometen el porvenir, hasta los que constituyen un obstáculo para las conquistas futuras.

Es la política de Jacob, que por un plato de lentejas vende la primogenitura; y toda la filosofía de esta política parece estar encerrada en el chato, cómodo y perezoso dicho popular: “mejor un huevo hoy que una gallina mañana”.

El método revolucionario consiste, en cambio, en no renunciar a nada del futuro, aún tomando todo lo que es posible en el presente, y guardándose bien de comprometer las conquistas del mañana en cambio de las míseras aunque no despreciables conquistas actuales."

Luigi Fabbri



"El temor al desorden y a sus consecuencias es una superstición infantil, como el temor a caerse del niño que hace poco aprendió a caminar.

Ninguna revolución está exenta de desorden, por lo menos en sus comienzos. Aun en las revoluciones más suaves, más educadas y más burguesas no se pudo evitar; ni se lo evitará en una revolución social, que sacude completamente y desde su base a la sociedad. Pero ciertamente, para que la vida sea posible, es preciso que un orden se establezca cuanto antes. Pero el problema que se presenta no es el de un nuevo gobierno, sino el de saber qué es lo más apropiado para restablecer el orden, cómo se puede establecer un orden mejor: un gobierno más o menos dictatorial o bien la libre iniciativa popular.

Los marxistas optan por un gobierno revolucionario; nosotros, al contrario, creemos que el gobierno, peor aún si es dictatorial, será un elemento más de desorden, puesto que establecerá un orden artificial y nunca de acuerdo a las tendencias y a las necesidades de las masas. Estas por el contrario, a través de las propias instituciones libres podrán bastante mejor y más ordenadamente proceder por vía directa, desde ellas mismas, a organizarse en forma tal que quede asegurado el «orden» necesario, es decir, el orden libre y voluntario, no el artificial y oficial que los gobiernos mandan e imponen desde arriba.

Este orden en el desorden ha sido visto y admirado en casi todas las revoluciones y durante los períodos de conmociones populares. A menudo se notó, en tales períodos, una enorme disminución de los fenómenos de delincuencia común. Cuando desaparecen los esbirros y el gobierno es inexistente, se puede decir que el pueblo asume por sí mismo la responsabilidad del orden, no por delegación de terceros, sino directamente, en todo lugar, con los medios y personas de que localmente dispone. Algunas veces, sin embargo, va también más allá de los límites, como cuando, en 1848, fusilaba aun a cualquier mísero ladrón inconsciente detenido in fraganti.

Este espíritu de orden del pueblo ha sido advertido por todos los historiadores en los períodos inmediatamente sucesivos a las insurrecciones, cuando el viejo gobierno había sido derrumbado y reducido a la impotencia y el nuevo no había sido creado todavía o era aún demasiado débil. Esto se vio en los meses más desordenados, que los historiadores burgueses llaman de anarquía, de la revolución de 178993, tanto en la ciudad como en el campo; así también en las diversas revoluciones europeas de 1848 y después en la Comuna de 1871. El desorden vino más tarde, con el retorno de un gobierno regular, fuera éste el viejo o el nuevo. Aunque hayan ocurrido siempre inconvenientes, como es natural, jamás los hubo en los períodos «anárquicos» de tal magnitud como aquellos que se han debido deplorar luego con el retorno del «orden» impuesto por un gobierno cualquiera.

No hay, por otra parte, que bautizar como excesos revolucionarios, como desórdenes, ciertos actos de violencia contra la propiedad y las personas, que son verdaderos y propios episodios de la revolución, inseparables de ésta, por medio de los cuales y a través de los cuales toda revolución se realiza. La revolución del 89, por ejemplo, es inconcebible sin el ahorcamiento de los acaparadores y de los causantes del hambre del pueblo, sin el incendio de los castillos, sin las jornadas de Setiembre, sin los llamados excesos de Marat, de los hebertistas, etc. Esta especie de desorden es totalmente inevitable antes de alcanzar el orden nuevo que a nosotros nos importa; es preciso, por lo tanto, dejarle toda la libertad para manifestarse y para desarrollarse. Bastante más perjudicial sería querer detenerlo, como sería perjudicial oponer un dique a un torrente cuyas aguas, obstaculizadas en su curso natural se verterían en turbión para arruinar los campos vecinos; mientras que dejándolas proseguir libremente su curso llegarían antes a la llanura, donde proseguirían su camino hacia el mar, siempre con la más grande tranquilidad.

El pueblo ha mostrado esa misma capacidad de orden en todas las revoluciones, aun en un sentido positivo, es decir como espíritu de organización para la satisfacción de aquellas múltiples necesidades que aún en tiempos revolucionarios tienen su imprescindible imperativo categórico. «Es preciso no haber visto nunca en obra al pueblo laborioso; es preciso haber tenido toda la vida la nariz metida en los infolios y no conocer nada del pueblo para poder dudar de él; hablad al contrario, del espíritu de organización de ese gran desconocido que es el Pueblo a aquellos que lo vieron en París en los días de las barricadas o en Londres, durante la gran huelga de los docks de 1887, cuando debía sostener un millón de hambrientos, y os dirán cuán superior es a todos los burócratas de nuestras administraciones». "

Luigi Fabbri





"Nosotros no negamos absolutamente la importancia del problema de la continuación e intensificación de la producción. Lo hemos dicho ya; y repetimos ahora que ello debiera ser resuelto cuidadosamente para tener una norma aproximada sobre lo que sea necesario realizar, para evitar ilusiones y sobre todo para que todos adquieran plena conciencia de las dificultades que una revolución encontrará. Posiblemente aquí también los anarquistas participan del equívoco general entre todos los socialistas de ver las cosas bajo un prisma demasiado rosado. El único, tal vez, que entre nosotros ha reaccionado contra ese optimismo ingenuo ha sido Malatesta, sosteniendo que la revolución se convertirá, apenas victoriosa, en un problema de producción; pues no es verdad lo que algunos creyeron durante un cierto tiempo, que bastaba derribar al gobierno y expulsar a los señores para que todo se acomodara por sí mismo, para que haya medios de alimentación para todos hasta tanto se pueda volver pacíficamente de nuevo a vivir una vida tranquila."

Luigi Fabbri



"Pero el miedo a la libertad, lo que es prácticamente igual, el culto a la autoridad, pone en labios de los partidarios de la «dictadura» argumentos que son ya una condena explícita de la dictadura misma. Ellos dicen frecuentemente. ¿Pero no hace lo mismo la burguesía? Se dice que la dictadura del proletariado sería la dictadura de una «élite»; pero la dictadura actual de la burguesía ¿no es también la dictadura de una «élite»? ¡justísimo! Pero la revolución no debe sustituir una élite por otra, sino abolirías todas. ¡Si, al contrario, su resultado no fuera más que el de sustituir una dictadura por otra tanto vale prever desde ya el fracaso de la revolución! Si tal es el fin que se proponen los partidarios de la dictadura proletaria, entonces se comprende también por qué asignan a la revolución, como función primordial, la de suprimir la libertad, es decir, una función opuesta a la que está en la naturaleza de toda revolución: la conquista de una libertad siempre mayor.

Esto explica también el lenguaje de los socialistas autoritarios y dictatoriales cuando acusan de demagogia democrática y pequeño-burguesa a la viva preocupación de los anarquistas por defender la libertad. Sin embargo, nosotros compartimos enteramente su hostilidad hacia la democracia burguesa y pequeñoburguesa; y así en nuestra aversión, nos mostramos más coherentes que esos socialistas no aceptando servirnos de las instituciones parlamentarias y administrativas burguesas para nuestra lucha revolucionaria. Pero mientras nuestra enemistad hacia la democracia y el liberalismo burgués mira al porvenir y es una superación de las mismas, el espíritu antidemocrático de los partidarios de la dictadura es un retorno al pasado. A los anarquistas no les basta la poca libertad concedida por los regímenes democráticos; en cambio los partidarios de la dictadura piensan quitarle al pueblo aún ese poco de libertad. Si, pues, las preocupaciones libertarias de los anarquistas pueden ser tachadas de «democráticas», nosotros podemos devolver la acusación diciendo que las aspiraciones dictatoriales de esos socialistas tienden a una vuelta al absolutismo, a la autocracia.

Naturalmente esos socialistas no se dan cuenta de estas peligrosas tendencias de sus sistema y dicen por eso que desean todo lo contrario de aquello que tales tendencias implican. Los hechos de Rusia podrían, tal vez, bien conocidos, instruirlos mucho al respecto.

En Rusia la revolución ha sido obra mucho más de la libre acción popular que del gobierno bolchevique. Las fuerzas obreras y campesinas, aprovechándose, especialmente durante el primer año, de la debilidad de los diversos gobiernos que se sucedieron en el poder, rompieron, pedazo a pedazo, el antiguo régimen, trastornando todos los valores sociales, iniciando en vasta escala la expropiación, echando las bases de las nuevas instituciones de producción y de organización, que después el gobierno bolchevique redujo bajo su férreo dominio militarista y dictatorial. Es la libertad, no la dictadura, la que libró a Rusia del zarismo y de todas las insidias de la burguesía liberal y de la socialdemocracia patriótica y guerrerista; es la libertad la que hizo y mantuvo la revolución. La dictadura ha recogido los frutos simplemente. Aún más: los ha dispersado y despilfarrado.

La revolución libertará de su estrecha cárcel al espíritu de libertad y una vez libre se convertirá en gigante, como el genio de la fábula que un incauto dejó escapar del vaso en que estaba encerrado por la magia. Volver a echarle mano, volver a empequeñecerlo, a encerrarlo y a encadenarlo será imposible, aun para esos mismos que contribuyeron a desencadenarlo. Especialmente en los países latinos, donde las tendencias anarquistas y rebeldes están tan desarrolladas, donde los anarquistas propiamente dichos tienen como fuerza pública social una influencia que la revolución de seguro aumentará enormemente, se necesitaría, para llegar a constituir un gobierno fuerte, una dictadura como la que figura en el programa bolchevique, o para intentarlo solamente, esfuerzos de tal magnitud que consumirían y agotarían las mejores energías socialistas y revolucionarias.

Sería una pérdida que no tendría compensación. Serían esfuerzos, sacrificios, tiempo y tal vez mucha sangre sustraídos al trabajo libre y tanto más vital de una verdadera reconstrucción de la sociedad humana."

Luigi Fabbri




"¿Quién no recuerda los Misterios de la anarquía, de estúpida memoria, editado por un poco escrupuloso librero? No hay historia inverosímil que no se haya endosado a los anarquistas, sea en novelas, sea en libros de otra clase, o ya en periódicos y revistas de renombre. El afán de satisfacer el gusto del público por las cosas nuevas y extrañas, llevó a los novelistas, periodistas, y pseudocientíficos a armar un pisto de mil demonios, frecuentemente atribuyendo, con conocimiento del daño que se causaba, a los anarquistas, una fuerza mayor de la real, un número inconmensurablemente superior al verdadero y unos medios que los anarquistas no han tenido nunca en sus manos. Si esto podía, desde cierto punto de vista, halagar a los simpatizantes más inconscientes, contribuía, no obstante, a dar un barniz de veracidad a todas las ideas extravagantes y a todos los propósitos truculentos atribuidos a los anarquistas. Los Misterios de la anarquía acababan tomando, en la mente de muchos, la forma de historia real.
Y porque de este conjunto fantástico, en cuya forma los escritores y periodistas burgueses presentaban al movimiento anarquista, se desprendía, algunas veces, algo que era interesante y simpático, o, por lo menos, algo que despertaba admiración, sucedió que muchas fantasías mórbidas, muchos desequilibrados, muchos desesperados de la lucha social, se sintieron atraídos; a semejanza de lo que ocurre en ciertos lugares y en ciertas mentes primitivas, que se sienten atraídas por las figuras y actos, a veces imaginarios, de un Tiburzi o de un Musolino, bandidos de renombre. Las mismas víctimas más atormentadas por la injusticia actual, se comprende cuán fácilmente podían ser llevadas a aprobar, por reacción y represalia, el carácter belicoso y sanguinario que a la anarquía asignaron los escritores de la prensa burguesa.
¡Cuántas veces, a mi mismo acudieron algunos de estos catequizados por los periódicos burgueses peguntándome que debían hacer para ser admitidos en la secta y si había dificultad para que los presentara a la sociedad de los anarquistas! Y cuando yo les preguntaba que creían que eran los anarquistas, me respondían: Los que quieren matar a todos los señores y a los que mandan, para repartirse las riquezas y mandar un poco cada uno. ¡Ah! ciertamente, estos hombres no habían leído los folletos de Malatesta, ni los libros de Kropotkin, ni los escritos de Malato; habían leído, simplemente, esas estupideces, en la Tribuna o en el Observatorio Romano."

Luigi Fabbri
Influencias burguesas sobre el anarquismo










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