Lygia Fagundes Telles

"Extraño, sí. La gente sospecha de la ambigüedad del amor. Se conmueven ante la belleza que evoca la palabra, pero al mismo tiempo tratan de mantenerse a una cierta distancia, de no invadir el capullo que envuelve a los amantes como un campo de minas magnetizado que puede explotar. Pisan con cautela en este área infranqueable. La disciplina del amor es aquella rebeldía diferente que excluye todo aquello que se convierte en desafiante amenaza. Si el amor es donación, debilita la idea de lo absoluto, mientras protege a los amantes con su armadura. Ahora sabemos que en el Jardín del Paraíso la rebeldía de Adán y Eva les llevó al Árbol del Conocimiento."

Lygia de Azevedo Fagundes Telles
La disciplina del amor



"La creación literaria es siempre un misterio pero yo intento en la medida en que puedo, sacar los velos... El imaginario es tramposo, lleva por otros caminos, confunde, y allí entra lo imponderable. Yo creo mucho en la percepción."

Lygia Fagundes Telles


"La literatura brasileña está poco difundida en otros países latinoamericanos de habla hispana. Existe una marginación hacia la lengua portuguesa, que sufrió inmensas restricciones en otros países y eso impidió -e impide- que grandes escritores lleguen a ser reconocidos y traducidos. Esto es muy triste porque nuestra literatura es muy rica y refleja como un espejo toda la condición del individuo latinoamericano."

Lygia Fagundes Telles


Las hormigas

Cuando mi prima y yo bajamos del taxi, ya era casi de noche. Nos quedamos quietas frente al viejo piso de ventanas ovaladas, como dos ojos tristes, uno de ellos vaciado de una pedrada. Bajé la maleta al suelo y apreté el brazo de mi prima.
-Es siniestro.
Ella me empujó hacia la puerta. ¿Teníamos otra posibilidad? Ninguna pensión de las cercanías ofrecía un precio mejor a dos pobres estudiantes, con permiso, además, para usar el hornillo en la habitación: la dueña nos dijo por teléfono que podíamos guisar comidas ligeras a condición de no provocar un incendio. Subimos la añosa escalera, oliendo a ese antiséptico de alquitrán de la marca creolina.
– Al menos no muestra indicios de ser barata – dijo mi prima.
La dueña era una vieja rechoncha, con peluca más negra que ala de cuervo. Vestía un descolorido pijama de seda japonesa y tenía las uñas en garra recubiertas por una corteza de esmalte rojo oscuro, descascarillado en las puntas sucias. Encendió un canutillo.
– ¿Es usted quien estudia medicina? – preguntó soplando el humo en mi dirección.
– Estudio derecho. La de medicina es ella.
La mujer nos examinó con indiferencia. Debía de estar pensando en otra cosa cuando soltó una humarada tan densa que debí apartar la cara. La salita estaba oscura, atestada de muebles viejos, desiguales. En el sofá de paja perforada en el asiento, había dos cojines que parecían hechos con los restos de un antiguo vestido, bordados con cristalitos de azabache.
Les voy a enseñar la habitación, queda en el ático – dijo ella en medio de un acceso de tos. Hizo una señal para que la siguiésemos.
-El inquilino anterior también estudiaba medicina, tenía un cajoncito de huesos que olvidó aquí, estaba siempre revolviendo en ellos. Mi prima se volvió:
– ¿Un cajón de huesos?
La mujer no respondió, concentrada en el esfuerzo de subir la estrecha escalera de caracol que llegaba a la habitación. Encendió la luz. La habitación era mínima, abuhardillada con el techo en declive, tan acentuado, que en ese trecho tendríamos que entrar a gatas. Dos camas, dos armarios y una silla de paja dorada. En el ángulo donde el techo casi tocaba el suelo, había un cajón tapado con plástico. Mi prima soltó la maleta y, poniéndose de rodillas, sacó el cajón tirando del asa de cuerda. Levantó el plástico. Parecía fascinada.
– ¡Pero qué huesos tan pequeños! ¿Son de niño?
– Él dijo que eran de adulto. De un enano.
– ¿De un enano? Es más, cualquiera puede ver que ya están formados… Pero qué maravilla, es raro por demás un esqueleto de enano. Y tan limpio, míralo – se admiró ella. Tomó en la punta de los dedos un pequeño cráneo de una blancura de cal.
– ¡Tan perfecto, todos los dientecitos!
– Yo iba a arrojar todo a la basura, pero si a usted le interesa puede quedarse con él. El baño está aquí al lado, sólo para ustedes, tengo el mío abajo. El baño caliente es extra. El teléfono también. El desayuno de siete a nueve; dejo la mesa puesta en la cocina con la botella térmica, cierren bien el termo, recomendó rascándose la cabeza. La peluca se desplazó ligeramente. Soltó un resoplido final:
– Si dejan la puerta abierta mi gato se escapa.

Nos quedamos mirando y riendo mientras oíamos el golpeteo de sus zapatos de tacón en la escalera. Y la tos de acatarrada.
Vacié la maleta, colgué la blusa en una percha que introduje en un hueco de la veneciana, sujeté en la pared, con cinta adhesiva durex, un grabado de Grassman y senté mi osito de peluche sobre la almohada. Me quedé viendo a mi prima subir sobre la silla, desatornillar la lámpara pobrísima que colgaba de un hilo solitario en medio del techo, y en su lugar atornillar una lámpara de doscientas velas que sacó de la bolsa. La habitación estaba más alegre. Un inconveniente: se podía apreciar que la ropa de cama no era tan blanca; blanquísima era la pequeña tibia que sacó del cajón. La examinó. Quitó una vértebra y miró por el agujero, tan reducido como un anillo. Guardó las demás con la delicadeza de colocar huevos en una caja.
– Un enano. Rarísimo, ¿entiendes? Y creo que no falta ningún huesito, voy a traer los enlaces, quiero ver si este fin de semana empiezo a montarlo.
Abrimos una lata de sardinas y la comemos con pan, mi prima guarda siempre alguna lata escondida, suele estudiar hasta la madrugada y después cena. Al acabar el pan, abrió un paquete de galletas María.
– ¿De dónde viene ese olor? – pregunté olisqueando. Fui hasta el cajón, volví, olfateé el suelo.
– ¿No percibes un olor a quemado?
– Es de moho. La casa entera huele así – dijo. Y dejó el cajón debajo de la cama.
En el sueño, un enano rubio con chaleco de rombos y raya en medio del cabello, entró en la habitación fumando un puro. Se sentó en la cama de mi prima, cruzó las piernecitas y allí se puso muy serio observándola dormir. ¡Quise gritar, hay un enano en el cuarto! pero desperté antes. La luz estaba encendida. Arrodillada en el suelo, aún vestida, mi prima miraba fijamente algún punto del piso.
– ¿Qué estás haciendo ahí? – pregunté.
– Estas hormigas. Aparecieron de repente, ya agrupadas. ¿Así, tan decididas, lo ves?
Me puse en pie y di con unas hormigas pequeñas y rojizas que entraban formando una cinta densa por debajo de la puerta, atravesaban la habitación, subían por la pared del cajón de huesos y se deslizaban dentro, disciplinadas como un ejército en marcha ordenada.
– Son miles, nunca he visto tantas hormigas así. Y no tiene camino de vuelta, solo de ida – dije extrañada.
– Sólo de ida.
Le conté mi pesadilla con el enano sentado en su cama.
– Está debajo de ella – dijo mi prima y sacó el cajón. Levantó el plástico. – Negro de hormigas. Dame el frasco de alcohol.
– Debe de haber sobrado algo en esos huesos, y ellas lo descubrieron; las hormigas descubren todo. Yo que tú llevaba eso allá fuera.
– Pero los huesos están completamente limpios, ya te lo he dicho. No quedó ni una fibra de cartílago, limpísimos. Me gustaría saber lo que esas bandidas vienen a hozar aquí.
Sopló con fuerza el alcohol por todo el cajón. A continuación, se calzó los zapatos y, como un equilibrista caminando en el hilo de alambre, fue pisando firme, un pie delante del otro en la senda de hormigas. Fue y volvió dos veces. Apagó el cigarro. Acercó la silla. Y se quedó mirando dentro del cajoncito.
– Raro. Muy raro.
– ¿Qué es lo raro?
– Recuerdo que tiré el cráneo sobre el montón, recuerdo que hasta lo calcé con los omoplatos para que no rodara. Y ahora él está ahí en el fondo del cajón, con un omoplato a cada lado. ¿Acaso lo has movido?
– Dios me libre, me da asco de los huesos. Y aún más si son de enano.
Cubrió ella el cajoncito con el plástico, lo empujó con el pie y llevó el hornillo a la mesa, era la hora de su té. En el suelo, la senda de hormigas muertas era ahora una cinta oscura encogida. Una hormiguita que escapó de la matanza pasó cerca de mi pie, ya iba a aplastarla cuando vi que se llevaba las manos a la cabeza, como una persona desesperada. La dejé desaparecer en una ranura del piso.
Volví a soñar de manera aflictiva, pero esta vez se trataba de la vieja pesadilla en torno a los exámenes, el profesor haciendo una pregunta detrás de otra, y yo muda ante el único punto que no había estudiado. A las seis el despertador sonó vehemente. Cerré el timbre. Mi prima dormía con la cabeza cubierta. En el baño, miré cuidadosamente las paredes, el suelo de cemento, en busca de hormigas.
No vi ninguna. Volví de puntillas y entonces entreabrí las hojas de la veneciana. El olor sospechoso de anoche había desaparecido. Miré al suelo: desapareció también la senda del ejército masacrado. Espié debajo de la cama y no vi el menor movimiento de hormigas en el cajón cubierto.
Cuando llegué, alrededor de las siete de la tarde, mi prima ya estaba en la habitación. La encontré tan abatida que cargué de sal la tortilla, tenía la presión baja. Comimos en un silencio voraz. Entonces me acordé:
– ¿Y las hormigas?
– Hasta ahora, ninguna.
– ¿Has barrido las muertas?
Ella me miró.
– No barrí nada, estaba exhausta. ¿No barriste tú?
– ¿Yo? Cuando me desperté, no había ni rastro de hormiga en el suelo. Estaba segura de que antes de acostarte dejaste todo limpio … Pero entonces, ¿quién fue?!
Ella apretó los ojos estrábicos, se quedaba estrábica cuando se preocupaba
– Muy extraño. Incluso extrañísimo.
Fui a buscar la tableta de chocolate, y cerca de la puerta sentí de nuevo el olor, ¿sería moho? No me parecía un olor tan inocente; quise llamar la atención de mi prima en ese aspecto, pero estaba tan deprimida que me pareció mejor quedarme quieta. Rocié de agua de colonia flor de manzana toda la habitación (¿y si oliese como un huerto?) Y me acosté temprano. Tuve el segundo tipo de sueño que competía en las repeticiones con el sueño de la prueba oral: en él, yo quedaba con dos novios al mismo tiempo. Y en el mismo lugar. Llegaba el primero y mi preocupación era despedirlo antes de que llegase el segundo. El segundo, esta vez, era el enano. Cuando estaba sumida en silencio y oscuridad, la voz de mi prima me sacó a la superficie. Abrí los ojos con esfuerzo. Ella estaba sentada al borde de mi cama, en pijama y estrábica.
– Volvieron.
– ¿Quienes?
– Las hormigas. Sólo atacan de noche, antes de la madrugada. Están todas ahí de nuevo.
La senda de la víspera, intensa, cerrada, seguía el antiguo recorrido de la puerta al cajón de huesos, por donde subía en la misma formación hasta descomponerse allí. No hay camino de vuelta.
– ¿Y los huesos?
Ella se resguardó en la colcha, estaba temblando.
-Ahí está el misterio. ¡Sucedió algo, no sé nada más! Me desperté para hacer pipí, debían de ser las tres. Al volver al cuarto sentí que había algo más, ¿me estás entendiendo? Miré al suelo y vi la fila compacta de hormigas, ¿recuerdas que no había ninguna cuando llegamos? Fui a ver el cajoncito, todas entrelazadas dentro, lógico; pero no fue eso lo que casi me hace caer de espaldas. Ocurre algo más grave: los huesos están cambiando de posición, yo ya desconfiaba, pero ahora estoy segura, poco a poco ellas están … se están organizando.
– ¿Cómo, organizando?
Mi prima quedó pensativa. Empecé a temblar de frío, cogí un extremo de su colcha. Cubrí mi osito de peluche con la sábana.
– ¿Recuerdas el cráneo entre los omoplatos?, no quedó así. Ahora es la columna vertebral la que ya está casi formada, una vértebra detrás de la otra, cada hueso ocupando su lugar, alguien del oficio está montando el esqueleto, un poco más y … ¡Ven a verlo!
– Te creo, no quiero ver nada. ¿Están formando al enano, es eso?
Nos quedamos mirando el reguero rapidísimo, tan apretado que no cabría siquiera un átomo de polvo. La puse con el mayor cuidado cuando fui a calentar el té. Una hormiguita extraviada (¿la misma de la otra noche?) sacudía la cabeza entre las manos. Empecé a reír, y reí tanto que, si el suelo no hubiera estado ocupado, rodaría por allí de tanta risa. Dormimos las dos mujeres en mi cama. Mi prima dormía aún cuando salí hacia la primera clase. En el suelo, ni sombra de hormigas: muertas y vivas, desaparecían con la luz del día.
Volví tarde esa noche, un colega se había casado y tuve fiesta. Llegué animada, con ganas de cantar, me pasé de la raya. Hasta llegar a la escalera no me acordé: el enano. Mi prima arrastró la mesa hacia la puerta y estudiaba con la tetera humeando en el hornillo.
– Hoy no voy a dormir, quiero quedarme de vigía – me avisó.
El piso todavía estaba limpio. Me abracé al osito.
– Tengo miedo.
Ella fue a buscar una píldora para mitigar mi resaca, me hizo tragar la píldora con un trago de té y me ayudó a desvestirme.
– Me quedo vigilando, puedes dormir tranquila. Hasta el momento no ha aparecido ninguna, llegarán pronto. Examiné con lupa la rendija que deja la puerta por debajo. ¿sabes que no he podido averiguar de dónde surgen?
Me acosté en la cama, creo que ya no respondí. En la parte superior de la escalera el enano me agarró por las muñecas y giró conmigo hasta la habitación, despierta, despierta. Tardé en reconocer a mi prima que me sostenía por los codos. Estaba lívida. Y estrábica.
– Regresaron – dijo.
Apreté entre las manos la cabeza dolorida.
– ¿Están ahí?
Su tono era como el de una hormiguita que hablara con su voz.
– Acabé durmiendo sobre la mesa, estaba exhausta. Cuando me desperté, el reguero ya había alcanzado su plenitud. Entonces fui a ver el cajón: sucedió lo que yo esperaba …
– ¿Que pasó? Habla rápidamente, ¿qué fue?
Ella dirigió la mirada oblicua al cajón debajo de la cama.
– Lo están montando. Y rápidamente, ¿entiendes? El esqueleto está casi acabado, sólo falta el fémur. Y los huesitos de la mano izquierda lo colocarán en un instante. Vámonos ahora de aquí.
– ¿Hablas en serio?
– Vamos sin tardanza, ya dispuse las maletas.
La mesa estaba limpia y vacíos los armarios abiertos.
– ¿Pero salir así, de madrugada? ¿Podemos marchar de esta manera?
– Inmediatamente, es mejor no esperar a que la bruja despierte. Vamos, levántate.
– ¿Y a dónde vamos?
– No importa, después lo decidimos. Vamos, compréndelo, tenemos que salir antes de que el enano quede terminado.
Miré de lejos el camino de hormigas: nunca me parecieron tan rápidas. Me puse los zapatos, despegué el grabado de la pared, introduje el oso en el bolsillo de la japonesa y fuimos arrastrando las maletas escaleras abajo, mas debido al intenso olor que venía de la habitación, dejamos la puerta abierta. ¿Fue un mayido prolongado del gato, o fue un grito?
En el cielo, las últimas estrellas ya palidecían. Cuando fijé la vista en la casa, sólo la ventana sin cristal nos veía, el otro ojo estaba en penumbra.

Lygia Fagundes Telles
Traducido por Pedro Sevylla de Juana


"Siempre intenté liberarme delas influencias. Tengo, sí, poetas y prosistas que amo... Cuando yo era joven (porque usted sabe que los amores suceden principalmente en la juventud), dejaba de leer algún autor cuando me daba cuenta de que me estaba marcando mucho. Yo no quería atarme a nadie, siempre quise ser libre. Aunque reconozco que tuve un modelo, alguien a quien admiré por su oficio, por su actitud frente a la vida: el poeta Carlos Drummond de Andrade. El era amigo mío y me gustaba jorobarlo diciéndole " usted es mi modelo pero yo no soy buena discípula porque deformo mucho al model o". El siempre insistía en algo que yo también pienso: decía que cada escritor tiene que seguir su propio camino, acertado o no, pero propio. Siempre intenté encontrar mi fisonomía, mi perfil, y no me interesa que existan otros mejores o más perfectos; esta es mi forma de libertad."

Lygia Fagundes Telles


"Siempre me fascinó poder reflejar al individuo con sus miserias, con su soledad, con sus miedos. El individuo dentro de este cotidiano que es tan difícil. Pienso que sí, que desde ese ángulo, mi trabajo se aproxima al de Carlos Drummond. El escribió un libro que amo , La rosa del pueblo , donde refleja claramente a nuestro pueblo en este tiempo tan confuso y en una sociedad tan compleja como es la brasileña. Mis personajes son también modestos, personas que luchan por su subsistencia, intentando hacer de sus vidas algo mejor y conquistar un lugar que posiblemente nunca conquistarán. Y el deseo de felicidad, y , por cierto, la incapacidad de alcanzarla. Todo esto me conmueve mucho..."

Lygia Fagundes Telles



"Tienes que amar lo inútil. Crear palomas sin pensar en comerlas. Sembrar rosas sin pensar en plantar rosales. Escribir sin pensar en la publicación. Hacer todo sin esperar nada a cambio. La distancia más corta entre dos puentes podría no ser una línea recta, sino una trayectoria curva que amalgama lo mejor de la vida.
Hay que amar lo inútil, porque la belleza es inútil."

Lygia Fagundes Telles
Cantinela de piedra



"Ya conté tantas veces esta historia y nadie me quiso creer. Ahora voy a contar todo especialmente para la señora que si no puede ayudar al menos no está atormentándose como hacen los otros. El diario me llama asesina ladrona y hay uno que hasta dio mi foto diciendo que yo era la Mesalina de la boca de la basura. Le pregunté al señor Armando qué era la Mesalina y contestó que esa fue una mujer muy alocada. Y mis ojos que ya no tienen más lágrimas por haber llorado tanto, aún lloraron más.

El señor Armando que es el pianista de aquel salón de baile me aconsejó no perder la calma y esperar con confianza que la justicia puede tardar pero un día llega. Respondí entonces qué confianza podía tener en esa justicia que viene de los hombres si ningún hombre fue justo conmigo. Ninguno. Sólo Rogelio fue el mejorcito de ellos y aun así me largó de la noche a la mañana. Me quejé con el señor Armando de que he trabajado como un perro y él se rió y preguntó si el perro trabaja. No sé, respondí. Sé que trabajé tanto y aquí me llaman vagabunda y me picanean hasta allá adentro. Sin hablar de las porquerías que obligan a una a hacer. Por ello, Armando dijo que no perdiera la esperanza que no hay mal que dure mil años. Entonces me quedé más resignada.

Pucha vida qué cuidad. Qué puta ciudad Rubí vivía diciendo. Y decía también que yo debía volver para Olhos D´Agua porque esto no pasa de una bella mierda y si ni ella que tiene pecho de hierro está aguantando, imagínese una tora de capisote como yo. ¿Pero cómo podría volver?. ¿Y volver para hacer qué?. Si mi madre todavía estuviese viva y si yo tuviese a Pedro y a mi hermanita entonces seguro que volvería corriendo. Pero allá no hay más nada. Volver es volver para la casa de Doña Gertrudis que solo le faltaba hundirme un tenedor. Y ni me pagaba porque apenas sé leer y por eso mi sueldo era la comida y unos vestidos que ella misma hacía con retazos que guardaba en un baúl.

Lo curioso es que ahora que estoy encarcelada vivo acordándome de aquel tiempo y ese recuerdo me duele más que cuando me colgaron de una forma que quedé azul del dolor. Nuestra casa quedaba cerca del pueblo y vivía cayéndose a pedazos pero bien que era calentita y alegre. Tenía a mi madre y a Pedro. Sin hablar de la hermanita Luzia que era medio tontita. Pedro era mi primo. Era más grande que yo pero nunca se aprovechó de eso para burlarse de mi. Nunca. Hasta no era malo pero nosotros no podíamos contar con él para nada. Casi no hablaba. Volvía de la escuela y se metía en el matorral con los libros y sólo venía para comer y dormir. Parecía estar siempre pensando en una sola cosa. Un día le pregunté en que pensaba y me respondió que cuando creciese no iba a continuar así un harapiento. Que iba a ser médico y tan importante que ni el doctor Pinho. Me morí de risa ah ah ah. El me zarandeó, pero me zarandeó mucho y me obligó a repetir todo todito lo que había dicho que iba a ser. No se burle de mí estuvo repitiendo no sé cuántas veces y con una cara tan furiosa que fui a esconderme al matorral con miedo de recibir más."

Lygia Fagundes Telles
La confesión de Leontina


"Yo considero al escritor un testigo de nuestra sociedad, de todas las circunstancias adversas que tenemos. El escritor tiene que escribir por aquellos que no pueden escribir, hablar por aquellos que esperan oír de nuestra boca la palabra que les gustaría decir. El poder del escritor es el poder de la palabra. Desde chiquita recuerdo que mi padre decía " la vida es difícil ", y yo creía que cuando fuese viejita , porque yo en ese momento, como todo chico, veía a mi padre viejísimo, la cosa iba a ser más fácil. Pero me equivoqué de cabo a rabo, todos nuestros países latinoamericanos son durísimos. Por eso el escritor tiene la obligación de apuntar las heridas. No tiene quizás el poder de curarlas, pero sí de señalarlas a través de caminos sinuosos, ambiguos."

Lygia Fagundes Telles


"Yo estoy dominada, hasta le diría poseída, por mis personajes. Sigo la ruta que ellos me marcan, sufro y me divierto con ellos."

Lygia Fagundes Telles








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