Marcello Fois

"Este niño tiene el corazón en forma de cabeza de lobo, un corazón oscuro como el de los asesinos."

Marcello Fois
Memoria del vacío



“Hemos dejado de leer buena literatura y entonces tenemos miedo.”

Marcello Fois



"La gran literatura llega a lectores de todos los estratos y formaciones. Como Don Quijote, la gran aportación española, no a la historia de la literatura sino de la humanidad. Porque, en mi opinión, lo que éste nos lega es la enseñanza de que una cosa es el mundo y otra la idea del mundo. De que la relación entre ambas realidades es literatura. Y de que, por tanto, basta uno para cambiar la historia del universo porque él cree haberla cambiado. Porque él tiene su universo. Lo es. 
Otros pueblos hemos hecho otras aportaciones. Pero esta de los españoles es inestimable. No hay nada igual."

Marcello Fois



"La literatura que aspira a ser grande alumbra aspectos que a los individuos se nos escapan."

Marcello Fois



"La quinta leyenda está escrita con sangre. Cuando parece que todo se ha resuelto, cuando se ha dicho lo que había que decir, cuando el punto de ruptura ha quedado definido, cuando el territorio ha sido delimitado. En Arzana se guarda un terrible silencio sobre la enemistad entre Manai y Stocchino. Si se habla de un asunto, quiere decir que aún queda algo por decir, pero si la gente deja de hablar de algo significa que las cosas han ido por mal camino.
De hecho, toda la quinta leyenda es una corriente de susurros. Nada está claro, pero todo tiene su razón de ser. Y la razón en esta ocasión se llama Mariangela. La han comprometido en matrimonio con el imbécil de Battista Manai y se ve obligada a esconderse. A Samuele eso lo desquicia y ella le implora que deje correr el asunto, porque no se va a casar con ese ni muerta.
Samuele no responde.
Como quiera que sea, a Battista Manai lo encuentran muerto al cabo de unos días. La quinta leyenda nos devuelve a la primera leyenda, en la que se rumorea que Samuele ha descuartizado el pecho de un hombre que rondaba a su mujer y se ha comido su corazón.
Pero nadie tiene tiempo de presentar acusaciones oficiales. La entrada de Italia en la Gran Guerra hace que vuelvan a llamar a filas a la jauría de perros sardos y entre ellos se encuentra el cabo Stocchino.
Esta vez lo destinan al Carso.
Mariangela posó su mano lívida sobre la colcha. En silencio, para no despertarlo. Sus dedos relucían por la palidez. Con una ligera presión de la palma de la mano recorrió la espalda de Samuele, hasta llegar a los hombros. La piel de él estaba cálida bajo la tela ruda de su camisa. Con un lamento de niño soñoliento Samuele sacudió la cabeza al sentir ese toque frío sobre su epidermis. Ahora ella le estaba acariciando la nuca recién afeitada, después el cuello desnudo, y bajaba los labios para echar sobre él su aliento. Mariangela tenía el corpiño desabrochado. Con un movimiento de torso Samuele ganó la posición supina, sin abrir los ojos. Liberó los brazos de la colcha y alcanzó los pechos de la mujer con las dos manos. Mientras iba a tientas, su respiración comenzaba a entrecortarse. Separó los labios, anhelando aquellos pechos, percibiendo en el aire su perfume. Solo entonces se hizo visible el rostro de la mujer. Tenía la piel marcada por las llagas, las cuencas de los ojos no eran más que dos pozos grasientos. Los labios parecían rasgaduras a golpe de cuchillo en la cara. Sobre los hombros, un inmenso tocado de corales. Se sentó en la cama con los párpados bien apretados. Mariangela articulaba palabras sin sonido en su garganta desgarrada. Con el corazón palpitando y la garganta seca Samuele estiró el brazo a su lado. Sintió una respiración regular de mujer. Aliviado, hundió las manos en el pelo negro corvino."

Marcello Fois
Memoria del vacío


"Marianna Chironi, viuda de Serra-Pintus, supo sin sombra de duda que había llegado su último día por el hecho de que hubiera todo ese gentío en la cocina. Verdaderamente mucha gente. Y no gente cualquiera. Estaban su padre y su madre, y Gavino. Y estaban también los gemelos Pietro y Paolo. Incluso Franceschina y Giovanni María. Y Luigi Ippolito, con Vincenzo. Estaba Dina y también Cecilia; y después Biagio. Giuseppe Mundula estaba. Y estaban otros que ella ni siquiera sabía que conocía.
Por eso pensó claramente que debía de ser el último de sus días. Comprendió que le había sido asignado ese mayo indeciso. Habría preferido uno de esos mayos luminosos en los que los días se sacian de luz porosa, rebosante de polen. Es decir, cuando el vacío se muestra como materia por entero compacta, más que como la Nada inmaterial. Y presenciar el milagro de la Nada que se llena, aunque siga siendo lo que es, ya parece el resultado extremo de una vida larguísima.
Ahí Luigi Ippolito se encogió de hombros, porque él, que había estudiado, sabía bien que no hay milagro alguno en el polvillo que invade hasta la más mínima porción del aire que respiramos; es solo el modo en el que, a través de una cuchilla de luz, tal vez infiltrándose por una persiana entreabierta, todo ese hormigueo se manifiesta como tal, contra la aparente ausencia, en la penumbra.
Y Marianna dijo que sí con un gesto, que ciertamente conocer las cosas las hace más familiares, menos asombrosas. Y tal vez, pensaba, saber demasiado implicaba renunciar precisamente al estupor.
En cualquier caso, tenía que contentarse con ese mayo desvaído.
«Me estoy muriendo», se dijo a sí misma, pero sin regocijarse demasiado ante tal circunstancia por temor a que su alegría se viera correspondida, por despecho, con una reconsideración. Por eso, como si nada, se sentó en su silla frente a la chimenea fingiendo que ignoraba a toda esa gente que repentinamente había abarrotado la casa. Echó un vistazo al postigo que daba al patio; una mañana gris y ventosa, igual que el día de su boda. Estuvo tentada de girarse hacia su madre Mercede para preguntarle si ella podía confirmar esa sensación. Y si se acordaba de lo mucho que se había quejado, al levantarse aquella mañana, al ver aquel tiempo inestable, mientras los invitados empezaban a llegar. Marianna siempre había pensado en su matrimonio como si se tratara del matrimonio de otra mujer. Por lo que a ella respectaba, siempre había sido soltera o viuda, de su corto periodo de esposa no recordaba casi nada. Y también su experiencia como madre había sido muy breve. No había que tenerla en cuenta. Todo lo que había aprendido lo había aprendido por sustracción. Había tenido una escuela durísima. Siempre castigada en el rincón de los burros, con las rodillas apoyadas sobre garbanzos para escarnio público. Pero le había servido para no hacerse demasiadas ilusiones, para captar las cosas al vuelo. Ahora se estaba muriendo. Lo sabía y no tenía miedo, estaban todos con ella en la cocina. Y confiaba en que la llamaran de un momento a otro. Se le hacía cada vez más difícil fingir que no pasaba nada."

Marcello Fois
Luz perfecta


“Quien no ha hecho nada, no es nada. Si pasamos por este mundo sin dejar huella, moriremos doblemente.” 

Marcello Fois
Estirpe








No hay comentarios: